LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL:
La Piedad representa a la Virgen con su hijo muerto en brazos. Esta obra es realizada por M.A. con tan sólo 23 años y su belleza y perfección, aunando los valores clásicos y renacentistas, lo consagran como uno de los artistas más grandes de la Historia. Encargada por un cardenal, el contrato especificaba, “una Virgen María cubierta de ropaje y con el cuerpo de Cristo muerto en sus brazos”. Las figuras forman una pirámide. La madre, con la mirada baja sostiene en su regazo al hijo que se desploma muerto en sus brazos. La desnudez de Cristo contrasta con lo profundos pliegues del ropaje de María. Contra la tradición, M.A. representa a una María casi niña “eternamente virgen” que con dulzura mira a su hijo, más mayor que ella. Al finalizarla, M.A. se sintió orgulloso del resultado y firmó la obra. La escultura se instaló en la Iglesia de Santa Petronella, lugar de enterramiento del cardenal que la encargó, trasladada posteriormente al Vaticano. La iconografía que emplea Miguel Ángel en esta primera versión es también de una continua referencia clásica. Esta obra es realizada por M.A. con tan sólo 23 años y su belleza y perfección, aunando los valores clásicos y renacentistas, lo consagran como uno de los artistas más grandes de la Historia. Por otra parte la idealización con la que trata el tema es igualmente un remanente de inspiración clásica.
DAVID DE MIGUEL ÁNGEL
El David, se había convertido en un referente de gran simbolismo desde el Quattrocento, porque más allá de su lectura bíblica, durante el Renacimiento se transforma en emblema del poder de la inteligencia sobre la fuerza bruta, tema que bajo un pretexto religioso tenía así en realidad un enorme componente humanístico. Por ello también las formas de representarlo son muy variadas, pero prima siempre una imagen que tiene en el David de Donatello su máxima expresión y que se caracteriza por contraponer a una anatomía frágil una gran fuerzas expresiva, de tal forma que es el propio contraste que remarca la debilidad del cuerpo, el que le otorga al David toda la fuerza que esconde su inteligencia. Miguel Ángel lo va a concebir justamente al contrario. Para que quede clara toda la fuerza arrolladora de su personalidad no establece contraste ninguno, sino que exalta toda su fuerza tanto al exterior, a través de su cuerpo portentoso, como al interior, por medio de toda la fiereza de su expresión gestual. Es Miguel Ángel en estado puro, y aunque en muchos aspectos el David sigue siendo una obra de tradición clásica, ya sale a relucir toda la explosión vital que caracterizará en adelante la obra de Miguel Ángel. De la tradición clásica queda su equilibrio compositivo, su marcado contraposto, su desnudo clásico, y un concepto de la talla anatómica, precisa y natural. Pero la obra no es clásica. Su tensión compositiva y expresiva rompe por completo los ideales de armonía y equilibrio. Así, la imagen de este David, es la del Hombre poderoso y vencedor, la del Hombre invencible, la del Hombre superior. Un héroe por tanto, atleta perfecto y personalidad dominadora, y por ello mismo también, mucho más que un personaje bíblico e incluso algo más también que el símbolo del poder de la inteligencia que constituía su referente renacentista.
MOISÉS DE MIGUEL ÁNGEL
Representa el momento en el que Moisés, viendo como su pueblo ha traicionado a Dios, enfurece y se dispone a romper las tablas que porta en sus brazos. Es una escultura sedente de más de dos metros, con una tremenda anatomía de grandes piernas y brazos. La postura girada proporciona mayor realismo y emoción. Su fuerza interior se plasma en el rostro enfurecido, su mirada y su barba que definen mejor que ninguno de sus trabajos, esa terribilitá. Representado con los dos cuernos, símbolo de Moisés, se encuentra en la iglesia de San Pedro in Vincoli de Roma, donde M.A. ideó un pequeño mausoleo adosado a la pared para Julio II, mucho menos ambicioso que el inicial del Vaticano. El modelado es perfecto; Miguel Angel ha tratado el mármol, su material predilecto, como si fuera la más dócil plastilina. El estudio anatómico es de un naturalismo asombroso. El mármol blanco pulido deja resbalar la luz. Las ropas caen en pliegues donde juegan luces y sombras dando a la figura volumen.
La composición, muy estudiada, es cerrada, clásica; se estructura en un eje vertical desde la cabeza hasta el pliegue formado entre las piernas del profeta, cuya figura queda enmarcada por dos líneas rectas verticales en los extremos.
Existe un ligero contrapposto marcado por el giro de la cabeza y la simétrica composición entre brazo izquierdo hacia arriba y derecho hacia abajo, así como pierna izquierda hacia fuera y derecha hacia dentro
Las líneas rectas quedan dulcificadas y compensadas por dos líneas curvas paralelas: la que forma la larga y ensortijada barba hasta el brazo izquierdo, y la iniciada en el brazo derecho estirado hasta la pierna izquierda. Podemos ver en esta escultura las características del estilo renacentista.
LA TRINIDAD DE MASACCIO:
La obra representa a la Santísima Trinidad en el momento posterior a la muerte de Cristo. El Padre acoge a su Hijo y entre las cabezas de ambos una paloma representa al Espíritu Santo. La cruz se levanta sobre una pequeña colina que simboliza el Gólgota, A ambos lados se encuentran la Virgen, señalando con la mano a su Hijo, mientras dirige su mirada al espectador, y el apóstol San Juan contemplando con devoción a Cristo. En un nivel inferior están representados de rodillas los donantes, un hombre y una mujer ancianos, que se igualan así a los personajes divinos. En la zona inferior se simula una mesa de altar en cuyo interior aparece un sarcófago con un esqueleto, representando tal vez la tumba de Adán que la tradición situaba en el Gólgota. Sobre él figura una inscripción en italiano antiguo con una clara alusión a la fugacidad de la vida. La escena se desarrolla en un marco arquitectónico ficticio. Un arco de medio punto sobre columnas de orden jónico da acceso a una capilla simulada, cubierta por una bóveda de cañón decorada con casetones. Dos pilastras de orden corintio sobre las que descansa el entablamento cierran esta arquitectura. Se trata de la primera obra pictórica en la que se aplica el uso de la perspectiva lineal, lo que la ha convertido en un verdadero manifiesto de la pintura renacentista. Se crea así una falsa sensación de profundidad, reforzada por la articulación de la escena en tres planos diferentes.
El nacimiento de Venus (1484). SANDRO BOTICELLI:
El nacimiento de Venus es la primera pintura de tema mitológico que nos encontramos desde la Antigüedad. Botticelli representa en esta célebre obra no el nacimiento de Venus (Afrodita) como indica el título del cuadro, sino el momento en que la diosa flotando en el mar sobre una concha llega a la playa, empujada por Céfiro, viento del oeste al que abraza su esposa Cloris, entre una lluvia de rosas (la flor sagrada de Venus). Su soplo la empuja hacia la isla de Citerea, consagrada al culto de la diosa. En la orilla la Primavera, una de las Horas (divinidades de las estaciones) que junto a las Gracias forman parte del séquito de Venus, acoge con un manto bordado de flores a Venus. Venus, con expresión ensimismada, aparece representada como Venus Púdica, cubriéndose con sus largos cabellos. Según la tradición el rostro de Venus es el de Simonetta Vespucci, una de las mujeres más hermosas de su tiempo. El eje de la composición lo marca la figura de Venus.
La Virgen de las Rocas (1483-1486). LEONARDO DA VINCI:
Dos son las versiones de esta obra: una conservada en el Museo del Louvre y la otra en la National Gallery de Londres, cuya atribución a Leonardo es más controvertida. La del Museo del Louvre se considera la primera pintura realizada por Leonardo en Milán. La obra representa a la Virgen María arrodillada protegiendo dulcemente a San Juan, quien, también arrodillado, está adorando al Niño Jesús. Este bendice a su primo mientras tras él un ángel nos mira y señala a San Juan. La Virgen con su mano izquierda parece amparar o manifestar respeto a su Hijo Divino. La escena se desarrolla en una extraña gruta y está envuelta en una atmósfera de cierto misterio. La composición de la obra encuadra a las figuras en un triángulo equilátero, cuyo vértice es la Virgen. Las cuatro cabezas pueden inscribirse en un círculo, lo que crea una sensación de sutil movimiento, reforzada por los gestos de las manos mediante los que se comunican los personajes. En cuanto al uso del color destaca en primer término la vestimenta roja del ángel, mientras que al fondo los tonos fríos nos transmiten sensación de lejanía. La luz modela los cuerpos produciéndose una suave gradación de las zonas iluminadas a las zonas oscuras, lo que se conoce como sfumato, rasgo característico de la pintura de Leonardo.
CAPILLA SIXTINA MIGUEL ANGEL:
La Capilla Sixtina fue construida por Sixto IV, del que recibe el nombre, a fines del siglo XV y estaba destinada albergar la reunión del cónclave para la elección del Papa. La decoración corrió a cargo de Perugino, Ghirlandaio, Botticelli y Signorelli. En las paredes se representan escenas de la vida de Moisés (la Ley Antigua) y escenas de la vida de Cristo (la Ley Nueva o la Gracia), así como imágenes de los primeros Papas. En la bóveda estaba pintado el cielo en azul oscuro con estrellas doradas. En 1505 Miguel Ángel se traslada a Roma para trabajar al servicio de Julio II, que acababa de ser nombrado Papa y que llevó a cabo una audaz política militar y un amplio programa de mecenazgo artístico, para el que contará con artistas de la talla de Bramante, Rafael y el propio Miguel Ángel. Julio II le encarga que vuelva a pintar la bóveda de la Capilla Sixtina, encargo que Miguel Ángel asume a regañadientes ya que se considera fundamentalmente escultor y su experiencia en pintura al fresco era casi nula.Miguel Ángel debe levantar enormes andamios desde el suelo, a 20 m de altura, para poder realizar los frescos, rechazando los andamios colgantes sugeridos por Bramante. Realiza casi en solitario una obra verdaderamente descomunal, unos 1.000 metros cuadrados de superficie con 300 figuras, lo que supondrá un extraordinario esfuerzo físico, al tener que trabajar siempre con la cabeza y los brazos hacia arriba y con poca luz, que le llevará hasta el agotamiento. Una de las escenas más célebres de todo el conjunto es, sin lugar a dudas, La creación de Adán, en la que logra captar magistralmente la magnética intensidad del instante en que Dios va a insuflar la vida a un Adán anhelante. La composición en elipse lleva nuestra mirada hacia el gesto de los dedos, que no llegan a tocarse, y que se convierte en el punto focal de la bóveda.