Para explicar la poesía que se escribe en España en la inmediata posguerra debemos hacer referencia al marco histórico del franquismo. La Guerra Civil Española (1936-39) termina con la victoria del bando nacional y se instaura la dictadura del general Francisco Franco, que se prolongará en el tiempo cuarenta años, hasta la muerte del dictador en 1975.
La literatura y la poesía durante el franquismo se ve condicionada por una serie de factores:
-El descabezamiento de las élites intelectuales de la literatura: a la muerte de Unamuno, Valle-Inclán y Machado, hay que sumar el asesinato de Lorca y la marcha al exilio de muchos otros.
-Lo mismo sucedíó en el resto de las artes y el pensamiento.
-La represión de aquellos que habían participado en el bando republicano de la guerra: el poeta Miguel Hernández murió en la cárcel en 1942.
-Las restricciones de las libertades básicas: de expresión, de prensa, de asociación, de culto…
-La presencia de la censura, es decir, las obras literarias y artísticas tenían que contar con el beneplácito de las autoridades y, por otro lado, la autocensura que muchos autores se aplicaban a sí mismos.
Aunque de los factores anteriores no debe deducirse que la cultura durante el franquismo queda reducida a un páramo, es indudable que la literatura española, desgarrada por el exilio, sometida a la censura y cerrada, se desarrolló en una situación de anomalía o excepcionalidad en relación con los países de su entorno.
Merece una mención especial la obra poética de Miguel Hernández (1910-1942), coetáneo de los poetas de los años 40. Su obra se verá truncada por su temprana muerte. En su trayectoria poética, estrechamente ligada a su biografía, se reconocen tres hitos fundamentales:
-El rayo que no cesa (1936). Tras Perito en lunas (1933) -influido por las vanguardias-, Hernández abandona su Orihuela natal y se traslada a Madrid, donde escribe El rayo que no cesa. El autor experimenta una aguda crisis personal:
rompe con su novia Josefina Manresa e inicia una relación amorosa con la pintora Maruja Mallo. Además, se aleja de su amigo Ramón Sijé (tradicionalista y católico) y entra en contacto con Rafael Alberti y Neruda, lo que le lleva a una evolución ideológica desde el conservadurismo hasta la militancia de izquierdas. En este poemario la voz poética expresa una pasión amorosa arrebatada, violenta, que se asocia metafóricamente al rayo o al toro.
-Viento del pueblo (1937). La amistad con Neruda y el estallido de la Guerra Civil llevan a Miguel Hernández a cultivar una poesía militante.
-Cancionero y romancero de ausencias (1939-1942). Condenado por su adhesión a la república, Miguel Hernández cumplíó casi tres años de prisión antes de morir de tuberculosis. Allí escribíó su último libro (Cancionero y romancero de ausencias), publicado póstumamente. Los temas dominantes son la paternidad y el amor como formas de trascender el sentido trágico de la existencia y la ausencia de sus seres queridos.
En 1944 se publican en España dos poemarios fundamentales que constituyen el arranque de la poesía de posguerra: Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira de Dámaso Alonso. La poesía de los años 40, marcada por las inquietudes existenciales y religiosas, se ha organizado tradicionalmente en dos tendencias: la poesía arraigada y la poesía desarraigada.
La poesía arraigada es un tipo de poesía que escriben unos autores del periodo que tienen una vivencia armónica y reconciliada con el mundo y con la vida humana. Se incluyen en este grupo los poetas de la Generación del 36, vinculados igualmente a la Falange y a la revista Escorial, nos referimos a los siguientes autores: Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero. Y además, están los poetas garcilasistas, que publican en la revista Garcilaso. La poesía que escriben estos autores es una poesía intimista, caracterizada por la búsqueda de la perfección formal y el regreso a estructuras métricas clásicas (en particular, al soneto) y cuyos temas carácterísticos son la figura de un Dios protector, el tema del amor (un amor sereno y doméstico, que encuentra su plenitud en el ámbito de la familia)
La poesía desarraigada, por otro lado, sigue la estela de Hijos de la ira de Dámaso Alonso y sus obras presentan una visión pesimista y angustiada de la existencia. En ellas, el mundo regido por un Dios arbitrario y cruel, se entiende como un caos carente de sentido. Estos autores expresan así una profunda disconformidad con la realidad, aunque no hacen referencia explícita a la situación política o social de España.Entre las manifestaciones de la poesía desarraigada destacan los primeros poemarios de Blas de Otero, José Hierro o Gabriel Celaya. Blas de Otero en sus obras Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951) se interroga sobre el sentido de la existencia del ser humano, condenado a ansiar lo eterno, pero abocado a la soledad y a la mortalidad.La línea dominante de la lírica española en los años cincuenta es la llamada poesía social. Las principales carácterísticas de la poesía social, hacia la que evolucionan algunos autores de la poesía desarraigada, son las siguientes:La literatura se concibe como un instrumento de transformación política y social, cuya finalidad principal es dar testimonio crítico de la realidad de la época,La denuncia de la injusticia y de la falta de libertad se convierte en el eje de la composición,La voluntad de escribir una poesía útil que llegue a la inmensa mayoría se traduce en el empleo de un lenguaje claro.Algunos factores que contribuyen al desarrollo de este tipo de poesía son la lenta y progresiva flexibilización de la censura. Esta poesía comprometida se cultiva en las distintas lenguas peninsulares.Gabriel Celaya en su poemario Cantos iberos (1955) muestra una concepción instrumental de la poesía y un compromiso sociopolítico explícito. En él se incluye el poema “La poesía es un arma cargada de futuro”, que alcanza el rango de manifiesto de la poesía social..En conclusión, en el árido panorama cultural de la inmediata posguerra española destaca la obra poética de Miguel Hernández, y además, surgen dos tendencias poéticas: la poesía arraigada, la cual defiende la ideología del bando nacional y expresa una sensación de reconciliación con la vida; y, por otro lado, la poesía desarraigada que expresa el sufrimiento causado por una devastadora Guerra Civil y una gran angustia vital. En los años 50 la poesía desarraigada desembocará en la poesía social, un tipo de poesía que propone la palabra como un instrumento para transformar la realidad y cuyos máximos representantes son Gabriel Celaya y Blas de Otero.