Con Alfonso XII en el trono, se ponen en marcha los mecanismos previstos del sistema ideado por Cánovas. El ejército quedó sometido al poder civil a partir de la Real Orden de 1875, en la cual se establecía que su función era defender la independencia de España y no interferir en asuntos políticos. En compensación por esta pérdida de influencia, se le reconoció cierta autonomía para asuntos internos y se le dotó con un amplio presupuesto.
Terminada la Guerra Carlista, se realizó un esfuerzo mayor para acabar con el conflicto cubano. La superioridad militar de la metrópoli hizo posible la rendición de las tropas rebeldes y la Firma de la Paz de Zanjón, en la que se declaraba una amplia amnistía, la anulación de la esclavitud y el estudio de reformas políticas y administrativas para Cuba, dando lugar a la llamada «Guerra Chiquita» y, finalmente, a la independencia de la colonia en 1898.
La Regencia de María Cristina (1885-1902)
Un segundo momento clave fue la regencia de María Cristina (1885-1902), a partir de la muerte de Alfonso XII. Los dos principales protagonistas de la etapa anterior se comprometieron a apoyar la regencia, a facilitar el relevo en el gobierno cuando este perdiera prestigio, y a no echar abajo la legislación que cada uno de ellos aprobara, en el contexto del Pacto del Pardo (1885).
Durante el largo gobierno de Sagasta (1885-1890) se promulga la ley de libertad de asociación de 1887, la ampliación del sufragio electoral, el código civil y la legislación de procedimiento administrativo, mejorando el funcionamiento administrativo del Estado liberal.
Con el ministro Moret se abrieron embajadas en las principales ciudades europeas. Mención especial merece la pérdida de las últimas colonias en 1898, lo que anticipa la crisis del sistema.
El resto de fuerzas políticas, que representaban a la amplia mayoría de la sociedad española, no consiguieron durante los años en los que duró el sistema, obtener el número de votos necesarios para poder formar gobierno, quedando relegados a la oposición.
Oposición y Fuerzas Políticas al Margen del Sistema
Durante la Restauración, los republicanos luchaban por la democracia, que para ellos era sinónimo de República. Aceptaban el orden económico impuesto, aunque con matices, pues eran partidarios de un reformismo social. Creían que para lograr el progreso del ser humano, era necesario el fomento de la educación y el progreso de la ciencia; y así promovieron los Ateneos populares. De todas las diferentes opciones republicanas, Emilio Castelar fundó el Partido Republicano Posibilista.
Contrario a Castelar, Manuel Ruiz Zorrilla fundó el Partido Republicano Progresista. Nicolás Salmerón, el Partido Republicano Centralista. Pi y Margall, el Partido Republicano Federal. En las elecciones de 1886, tras la aprobación del sufragio universal, el republicanismo se alió entre sí en la Unión Republicana (con la excepción del partido de Castelar), consiguiendo una importante minoría en el congreso. Sin embargo, mucho de su electorado fue atraído por una nueva formación, con ideas mucho más modernas, basadas en el marxismo: el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en 1879 por Pablo Iglesias.
Ramón Nocedal fundó el Partido Nacional Católico, de ideología cristiana integrista.
No fue el único partido católico creado en la época. Alejandro Pidal fundó la Unión Católica, inspirada en las nuevas ideas aportadas por León XIII sobre la necesidad de que los católicos participaran en el gobierno.
Especialmente importante durante esta época es el auge de los nacionalismos y regionalismos, destacando entre ellos el catalán, vasco y gallego.
Conclusión: Descomposición y Fin de la Restauración
A pesar de sus más de 50 años de existencia, la Restauración jamás fue un sistema político popular entre su pueblo, pues estaba dominado por una oligarquía burguesa. Los intelectuales de la época le darían la espalda al sistema a partir del desastre del 98.
Con Alfonso XII se asiste a un proceso lento pero inexorable de descomposición política y social que afectará a la propia esencia del sistema debido al intervencionismo del propio rey en la acción política, a la división interna de los partidos del turno por el control del mismo una vez que mueren sus grandes dirigentes; a la progresiva pérdida de la influencia del caciquismo en la maquinaria electoral de los partidos, donde el mayor peso de las ciudades impedía unas acciones tan descaradas como en los distritos rurales; a la aparición y el crecimiento de partidos políticos ajenos al sistema, que incrementarán su fuerza electoral; el aumento de las luchas sociales y a la ineficacia y desinterés en resolver los graves problemas estructurales de España daría paso a una convulsa España con momentos clave como la Semana Trágica de Barcelona (1909), y a la crisis de 1917, que culminarán en 1923 en un golpe de Estado del general Primo de Rivera, cuya dictadura puso fin al sistema de la Restauración y cuyo mismo fracaso arrastrará en 1931, tanto al rey como a la monarquía.