La Restauración del Antiguo Régimen
En diciembre de 1813 se firmaba el Tratado de Valençay, por el que Napoleón reconocía a Fernando VII como Rey de España y se ponía fin a la guerra franco-española. Mientras tanto, las Cortes abandonaban Cádiz y se establecían en Madrid, esperando el regreso del Rey para que jurase la Constitución.
Fernando VII atravesó la frontera y se dirigió a Valencia donde fue recibido por el Capitán General Elío, un absolutista que le propuso recobrar todo el poder, limitado por la Constitución, y le ofreció el respaldo del ejército. Allí, recibió el llamado Manifiesto de los Persas, firmado por 69 diputados realistas, que le reclamaban la suspensión de toda la legislación de las Cortes de Cádiz y la restauración del absolutismo. Ante este Manifiesto y contando con el apoyo del ejército y el respaldo popular, Fernando VII abandonó su miedo inicial y se propuso restaurar la monarquía absoluta.
Pero volver al pasado no era posible en todos los aspectos del gobierno, Fernando VII tuvo que hacer frente a los siguientes problemas:
- En lo que se refiere a la hacienda, en el Antiguo Régimen la hacienda estaba en déficit permanente, ya que la mayor parte de la riqueza estaba en manos de la nobleza y el clero que no pagaban impuestos. El rey quiso mantener estos privilegios. A esto se unió el hecho de que la plata americana dejó de llegar debido a la insurrección de las colonias americanas. Por todo ello el Estado quedó al borde de la bancarrota.
- En política exterior, tras la caída de Napoleón, se desarrolló el Congreso de Viena (1815). En dicha reunión se puso de manifiesto que la guerra, la incapacidad del gobierno español, la perdida de las colonias y el atraso económico unido al escaso peso en política exterior convertían a España en una potencia de segunda.
- En lo referente a la independencia de las colonias españolas de América hemos de decir que este amplio movimiento emancipador no fue comprendido en España. Los dirigentes españoles, tanto liberales como absolutistas, imaginaban que podían controlar el proceso. Para los liberales, América formaba parte de España y consideraban que la Constitución ya había reconocido a los americanos como parte integrante. Para los absolutistas y el monarca, la insurrección era una cuestión de bandidaje. Lo cierto es que España no contaba con los medios necesarios para derrotar a los independentistas. En cambio, los americanos contaron con el respaldo de Estados Unidos y Gran Bretaña. En menos de 20 (1811-1828) años España perdería la casi totalidad de su inmenso imperio colonial.
La Revolución de 1820: el Trienio Liberal
Desde la vuelta del rey Fernando VII y la restauración del absolutismo, la situación de España no podía ser peor: no se reconocían las libertades públicas, la hacienda estaba en bancarrota y las colonias estaban en plena insurrección.
En enero de 1820 se sublevó en Cabezas de San Juan el teniente coronel Riego, que mandaba un ejército que iba a ser enviado a América. Durante un mes el ejército de Riego recorrió Andalucía. Mientras, estallaban pronunciamientos liberales en Galicia y Aragón, y en numerosos puntos de la Península se constituyeron juntas que declaraban su fidelidad a la Constitución de Cádiz. Ante esta situación, la corte quedó paralizada y el monarca firmó un manifiesto en el que se declaraba partidario leal de la Constitución. El régimen absolutista se desmoronaba.
Con los liberales en el poder se restableció la Constitución de 1812, y con ella las libertades individuales de asociación, reunión, opinión y prensa. Se convocaron la Cortes y España volvía a ser una monarquía constitucional. Inmediatamente se promulgó un Código Penal moderno; se abolieron las aduanas interiores que dificultaban el comercio, se concedió la libertad de industria y se abolieron los gremios; se puso en marcha la desamortización de algunos bienes eclesiásticos; se elaboró un Reglamento de instrucción pública, estableciéndose una enseñanza pública gratuita; se inició la división administrativa del país en provincias y se afrontó el problema de la hacienda pública.
Todas estas medidas eran imprescindibles si se quería modernizar el país. Sin embargo, éstas chocaron con la oposición de sectores muy influyentes. Uno de ellos era la Iglesia, contraria a las desamortizaciones y a la supresión de la Inquisición. La abolición de los señoríos y mayorazgos también supuso un enfrentamiento con amplios sectores de la aristocracia. El propio monarca, contrario a estas medidas, se negaba a firmar los decretos. Sin embargo, el problema más grave con el que tuvo que enfrentarse el nuevo régimen fue la falta de apoyo en la opinión pública. Tan sólo en las ciudades donde había concentración de una burguesía importante se daban las condiciones necesarias para la existencia de un Estado moderno y de un régimen liberal; estas ciudades eran muy pocas y se reducían a Madrid, Cádiz, Barcelona y Valencia.
La imposición del absolutismo: la Década Ominosa (1823-1833)
En el Congreso de Verona (1822), las potencias absolutistas de la Santa Alianza decidieron intervenir militarmente en España para aplastar la revolución. El 7 de abril de 1823 entraba en España un ejército francés, los llamados Cien Mil Hijos de San Luis. El ejército liberal español se enfrentó a los franceses en Cataluña, pero el sistema defensivo español se hundió y los franceses ocuparon Madrid y se dirigieron a Andalucía donde se había refugiado el gobierno liberal, que había obligado al rey a acompañarlo.
Los franceses sitiaron Cádiz, donde se había refugiado el gobierno. Éste sin esperanza de ayuda permitió al rey desplazarse al campo enemigo para negociar una rendición honrosa, a cambio de la promesa de garantizar la seguridad personal y la libertad civil de los españoles. Pero, una vez en el campo francés, Fernando VII se desdijo de su promesa y declaró nulos todos los actos del gobierno del Trienio Liberal.
Tras el final de la experiencia constitucional, se inició un periodo de intensa represión, Riego y otros liberales fueron ejecutados; otros muchos (Goya, Mendizábal o Martínez de la Rosa) tuvieron que exiliarse.
Aplastada la oposición, se restableció el Antiguo Régimen, pero la grave situación interior forzó a los sucesivos gobiernos de Fernando VII a introducir reformas. En efecto, la situación económica era desesperada: el comercio y la producción estaban por los suelos tras dos invasiones, la pérdida de las colonias era inevitable y el Estado tenía un enorme déficit. En estas circunstancias, el gobierno tuvo que recurrir a empréstitos exteriores y realizar concesiones a la burguesía.
Hasta el final del reinado el monarca mantuvo la persecución de los liberales, muy debilitados tras el final del Trienio Liberal, fracasaron en sus intentos por acabar con el Antiguo Régimen.