El Frente Popular
A) Formación del Frente Popular
Dos grandes coaliciones electorales, las izquierdas y las derechas, se enfrentaron en las elecciones de 1936. Los líderes más destacados de ambas coaliciones, Largo Caballero y Calvo Sotelo, anunciaron que solo aceptarían los resultados si sus respectivos partidos ganaban. En enero de 1936 se firmó el pacto del Frente Popular. Todas las fuerzas republicanas y de izquierda, para evitar un golpe de estado fascista, se unieron en un programa de gobierno que consistía en:
- Volver a poner en vigor toda la legislación reformista del primer bienio.
- Decretar una amnistía y anular todas las represalias por la revolución de octubre.
- Restablecer las garantías constitucionales.
En el Frente Popular entraron: Izquierda Republicana, ERC, PCE, POUM, PSOE y otros partidos menores. Incluso la CNT se comprometió a no pedir la abstención en las elecciones. Fue una alianza entre fuerzas obreras y burguesas cuyas metas eran incompatibles. Los republicanos y socialistas moderados, como Prieto, querían regresar al punto de partida democrático y reformista de 1931, mientras que las fuerzas obreras buscaban la aniquilación de la república burguesa y la realización de una revolución que concluyera en «la dictadura del proletariado», los soviets.
La otra gran coalición se formó entre el Bloque Nacional (derecha monárquica de ideas ya claramente fascistas, dirigida por Calvo Sotelo) y la CEDA. Sin embargo, en muchas provincias los políticos de la CEDA prefirieron pactar con otros grupos de derecha, por lo que hubo dos candidaturas de derechas. La coalición fundamentó su alianza en la negación de la revolución. El PNV y la Falange se mantuvieron al margen.
B) Elecciones y Resultados
Con una participación bastante alta (72%), el país apareció dividido en dos: el Frente Popular y las derechas. La victoria de la izquierda volvió a producirse en las grandes ciudades y las provincias del sur y de la periferia. La desunión de la derecha fue determinante; la diferencia de votos había sido de 200.000. Es ahora cuando comienza a ponerse en marcha la sublevación que estallaría el 18 de julio.
C) Gobiernos de Azaña y Santiago Casares Quiroga
En los nuevos gobiernos no quiso participar el PSOE; los ministros eran de los partidos republicanos de izquierda. PSOE y PCE apoyaban al gobierno en las Cortes. El primer gobierno fue presidido por Azaña, quien aplicó el programa pactado: se estableció el Estatuto de Cataluña y la Generalitat, se volvió a poner en vigor la Ley de Reforma Agraria, pero simplificando los trámites, lo que permitió asentar a más de 100.000 familias campesinas. Pese a la aplicación del programa electoral, la CNT organizó una escalada de huelgas «salvajes», sin control de la dirección sindical y con demandas irrealizables.
Para obligar al PSOE a entrar en el gobierno, Azaña y Prieto acordaron destituir al presidente de la República (había disuelto anticipadamente dos Cortes). Azaña ocuparía su lugar y este propondría como presidente del Gobierno a Prieto. Esta maniobra resultó un fracaso. Azaña fue elegido presidente de la República en mayo, pero, ante su sorpresa, el PSOE se negó a que Prieto fuese el jefe de gobierno. Como resultado, Azaña quedó relegado a un cargo simbólico, sin responsabilidades de gobierno.
El presidente del gobierno hubo de ser un político de segunda fila, Casares Quiroga. La actitud del PSOE se explica por la presión de unas bases muy radicalizadas y porque la actitud de la CNT estaba desbordando a la UGT por su izquierda.
La derecha no aceptó su derrota y empezó a conspirar. Acusó al gobierno de:
- Ser rehén de los rojos (necesitaba el apoyo del PSOE y PCE).
- Estar rebasado por los acontecimientos: liberación de presos, ocupación sistemática de fincas.
- No garantizar el orden público e incumplir la Constitución.
El deterioro del orden público fue grave en la primavera de 1936. El gobierno se vio cercado por los extremismos: los pistoleros de la Falange, que buscaban desestabilizar el régimen y provocar una rebelión militar, y una extrema izquierda obrera que, en vez de apoyar al gobierno, no hacía sino hablar de la revolución. Entre febrero y julio de 1936, los muertos por la violencia política oscilaron entre 270 y 350; la cifra es alta. Más importante que las cifras era la sensación de que el proceso era imparable, que no se podía detener. La táctica de la derecha era magnificar el desorden. El gobierno no supo contrarrestar la campaña de desprestigio de la derecha. Las cifras de huelgas eran una cuarta parte de las de 1933 y jamás hubo tantas huelgas en España como en 1920. Tan solo en Barcelona, en 1921, hubo 228 muertos.