La Voluntad de Poder y la Crítica de la Metafísica en Nietzsche


La Voluntad de Poder en Nietzsche

Vida y Voluntad de Poder

Aparece la noción nietzscheana de vida. Vida es energía, potencia, fuerza. Ambas nociones se igualan: la voluntad de poder aspira a afirmar la vida, es un instinto de vida, y cualquier ser vivo pretende crecer y superarse, tiene como objetivo la elevación de la vida.

Vida Ascendente, Vida Descendente

A una voluntad de poder más fuerte le corresponde una vida más fuerte, a una voluntad de poder débil le corresponde una vida débil. Nos encontramos, pues, con dos formas diferentes de afrontar la vida: la ascendente o la descendente. ¿Cómo podemos diferenciar una voluntad fuerte de una débil, una vida ascendente de una descendente?

Por su afán de superación:

Por su capacidad de ganar las fuerzas que se le resisten. La vida descendente es aquella que actúa de forma reactiva, a la defensiva. Se siente incapaz de oponer resistencia, se encuentra agotada, sin fuerzas, quiere paz, descanso. Niega todo deseo y rebaja el sentido vital al mínimo, se vuelve contra sí misma. Pero no hay contradicción, sigue siendo una protección de vida. Quiere debilidad porque es débil.

Por su relación con el dolor:

El mismo dolor puede ser visto de forma diferente según la vida que se posea, según la fisiología que se tenga. La vida descendente puede morir por un veneno que tomado por una vida ascendente serviría como reconstituyente. Para la vida descendente, el dolor es insatisfacción, depresión, tristeza. Su propuesta será aliviar el dolor a costa de negar la vida.

Por su trato con los instintos:

Los instintos son fuerzas de energía muy potentes que pueden con facilidad destruir al ser humano, pero también pueden servir para dar más potencia. Ante este dilema la vida descendente elimina toda electricidad. La vida ascendente sería asumir el riesgo y reconducirla a un mismo fin: nuestra autoafirmación, para así aprovecharse de su energía.

Nietzsche Vitalista

La voluntad de poder marca la altura de vida y sus posibilidades de actuación. Todos los demás valores defendidos mediante argumentos son solo un reflejo de estos valores fisiológicos. La vida se convierte en el criterio para valorar las acciones humanas. Por eso podemos calificar la teoría de Nietzsche como vitalismo. Es la energía vital la que permite diferenciar y establecer jerarquías entre los seres humanos, la que explica los motivos de las construcciones espirituales humanas. El sentido de la vida no es trascendente, se encuentra en el cuerpo mismo. El vitalismo es la conclusión que se deriva de un pensamiento que propone como premisa la voluntad de poder, la fuerza vital.

Conocimiento y Verdad

Ser/Devenir. Mundo Verdadero/Mundo Aparente

La realidad se nos presenta como caos, como diferencia, nada hay igual, eterno y permanente en ella. La realidad no es, deviene. Su aliento constante hace que todo se renueve a cada instante. No podemos percibir nunca la misma hoja porque no hay una “misma hoja”, la hoja se renueva al igual que nuestra forma de percibir la realidad en cada nueva percepción. La realidad es un enigma indescifrable, pero, si es así, cualquier intento de conocerla está destinado al fracaso. La realidad es inaccesible al conocimiento humano, podemos experimentarla, pero no conocerla. No hay ningún hecho, todo es fluido, inaprensible, fugaz. El devenir es enigma y, como todo enigma, nos desconcierta, por eso incluso podemos llegar a odiarlo.

La realidad que nos muestran, la del devenir, es pura apariencia, tras ella se encuentra la verdadera realidad, la auténtica, aquella que alcanzamos gracias a la razón. Bien sea mediante la dialéctica, la fe, las categorías del entendimiento o la razón práctica la razón nos abre al mundo de “objetos” que permanecen sin variar y que permiten el conocimiento verdadero. Ese mundo de objetos es lo que llamamos metafísica, a cuya base está la creencia en una correspondencia a priori entre realidad y razón. Ese mundo creado por la metafísica es, para ella, real, incondicionado y estable, aunque no está al alcance de la percepción. Hemos duplicado el mundo: por un lado tenemos el mundo del devenir, pura apariencia, por el otro el mundo del ser, el auténtico, el que vale la pena. El dualismo ontológico de Platón se mantiene con diferentes matizaciones a lo largo de la historia de la filosofía, pero siempre asentado en dos principios:

  • Lo que permanece tiene un valor superior a lo que cambia.
  • La razón es el camino para descubrir y conocer el mundo verdadero.

Los encargados de combatir la apariencia y el cambio son los filósofos que, por analogía a lo que los egipcios hacían a sus muertos, Nietzsche llama filósofos-momia. Unos filósofos que confían en los conceptos abstractos tanto como desconfían de los sentidos.

Nietzsche ante el llamado “mundo verdadero”

Responderá Nietzsche: Solo hay un devenir. Lo aparente lo puedo experimentar, pero lo “verdadero” no es más que una construcción de la razón, y la razón no es más que una forma grosera y simplificada de lo inconsciente. Por lo tanto, lo real es la multiplicidad y el cambio. Si todo es devenir, entonces sustituiremos los dos principios anteriores por estos dos:

  • No hay ningún sentido escondido por debajo o por encima del devenir.
  • No hay sentido alguno porque el devenir no da sentido.

Punto y final al dualismo de realidades. El mundo aparente solo tiene sentido en relación con el verdadero. Si este desaparece, no podemos llamar al otro aparente, pues no es apariencia de nada. Desenmascarado el “mundo verdadero” la única realidad que nos queda es el llamado “mundo aparente”, es decir, el del devenir.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *