Para hablar del problema del conocimiento en Descartes es necesario explicar que fue (establecido por Hegel)
el primer autor modernista, que en su continua búsqueda de la verdad no se estancó en sus dos primeras
navegaciones (los estudios monacales y lo que aprendíó recorriendo el mundo)
Sino que fue más allá y se
Sino que fue más allá y se
quedo con la tercera, con el viaje por su conciencia, con la filosofía. De esta manera, Descartes tras emplear
muchos años de su vida dedicado al estudio se dio cuenta de que todo lo que le enseñaron no servía para
nada, que solo había tomado conocimientos por verdaderos sin comprobarlos personalmente. Salíó de la
escuela con un profundo desengaño hacia casi todas las ciencias menos hacia las matemáticas, a él le
parecía que el sistema que utilizaban era el que le hacia falta a la filosofía para ganar la rigurosidad que le
faltaba y por eso mismo, basándose en ellas, desarrolló el método cartesiano (caracterizado por el innatismo y
la intuición).
El objetivo principal de este método era distinguir la verdad (clara y distinta)
, o en el peor de los casos, evitar
, o en el peor de los casos, evitar
tomar un conocimiento falso por verdadero. Así, este proceso comienza con la duda, una duda que es
universal (porque afecta absolutamente a todo), que es metódica (ya que es un instrumento para alcanzar la
verdad) y que es teorética (es decir, que no debe extenderse por las creencias o los comportamientos éticos).
Para lograr su objetivo, Descartes duda de cuatro cosas: de los sentidos, estos son engañosos y nunca
debemos fiarnos de ellos; del mundo exterior, ya que no podemos estar seguros de que la realidad no sea
más que un sueño; de los propios razonamientos, porque nuestro entendimiento se puede equivocar, incluso
en las matemáticas; y por último de él mismo, porque es posible que exista una especie de espíritu maligno
que nos induce al error (duda hiperbólica).
De igual modo, para asegurar el perfecto funcionamiento del método, este pensador establece una serie de
reglas que se tienen que seguir en orden para que junto a los razonamientos intuitivos y concretos lleguemos
a la verdadera certeza. La primera de todas estas reglas es la evidencia, no se puede admitir nada que sea
dudoso, solo aquello que se presente clara y distintamente a nuestra inteligencia. Después tenemos el
análisis, que nos dice que solo serán evidentes las ideas simples, por lo que las que estén compuestas se
deben reducir y después comprobar su evidencia por separado. La siguiente es la síntesis, la reunificación de
las ideas simples para en este estado volver a comprobar si son claras y distintas. Por último, encontramos la
enumeración, que constituye la revisión de que las otras tres reglas han sido cumplidas, esta es la fase que
proporciona tanta perfección e infalibilidad al método cartesiano.
Tras llevar a cabo el proceso y después de poner en duda toda opinión y afirmación, Descartes llegó a la
conclusión de que la única certeza que soporta todos los ataques de duda, es el hecho de que mientras he
estado dudando, he pensado, y no puedo dudar de que soy yo mismo quien ha pensado estas ideas puesto
que soy un ser pensante. Por tanto “cogito ergo sum”. Aquí es donde encuentra el autor el principio
indubitable sobre el que asentar su nueva filosofía. Este principio se compone de dos elementos claros: por un
lado está el pensar que para el filósofo es un conjunto de elementos (“soy una cosa que piensa, es decir, que
duda, afirma, niega, conoce unas cosas, ignora otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere y que también
imagina y siente”), con lo que da a entender que somos seres libres y con voluntad. Y por otro lado está
también el existir. Pero además, el cogito, es una intuición mental, una idea clara y distinta que ya es evidente.
De esta manera, otra de las afirmaciones que nos trae Descartes es la de que “ego cogito cogitata”, es
decir, yo pienso ideas. A estas las divide en tres categorías: las adventicias, que son las que parecen
proceder del mundo exterior; las facticias, que se construyen con imaginación y voluntad; y por último las
innatas, que son las más importantes, y las que el entendimiento posee por sí mismo, estas son tres: la idea
de pensamiento (YO, res cogita), existencia (MUNDO, res extensa) y perfección (Dios).
Asimismo, como resuelve el método, el conocimiento se encuentra en nuestro interior, no es adquirido ni
aportado por nadie sino que es innato, y por ello es la luz natural de la razón (sentido común), la que ilumina
nuestro entendimiento y que junto a la intuición sirve de guía hasta el saber de las ideas claras y distintas.
Además, esta afirmación nos lleva al solipsismo, a la idea de que la evidencia plena de mis pensamientos
solo lo es a nivel de conciencia, no podemos estar seguros de si existen más allá de ella sin la presencia de
Dios. Aquí aparece el primero de los errores que paga Descartes, este argumento de que Dios es el único que
nos puede asegurar que la realidad existe deja atrás la defensa de las ideas claras y distintas.
Este gran pensador modernista al final de su vida, en la tercera de sus meditaciones escribíó y afirmó que,
después de toda una vida dedicándose al estudio y a buscar la verdad, ser un ser pensante con todo lo que
implica era lo único que podía establecer como evidencia. Con esto y a pesar de que su teoría del
conocimiento es de las más perfectas que se han desarrollado en toda la historia de la filosofía, para poder
mantenerla y manifestar su defensa de la libertad del hombre en un mundo dominado por absolutistas, pagó el
precio de ver rebajada su posteriores teorías a argumentos inciertos, imprecisos y mediocres, bastante
alejados de la rigurosidad matemática que le caracteriza