asientos secos, o sería que los empleados acababan de volver a ponerlos no hacía mucho.
Algunas mesas estaban ocupadas y hasta el sol pugnaba por salir rápidamente por entre
las nubes más pertinaces.
Cuatro estudiantes ociosos de una de las mesas cubrieron a Sofía con cuatro densas
miradas. Por sus caras adiviné sus pensamientos. Yo también había jugado a eso siendo
más jovencito. Luego me miraron a mí, valorando qué tenía yo para estar con una chica
tan guapa. Volvieron a lo suyo, aunque de todas formas me puse de espaldas a ellos. El
efecto «catártico» de las modelos, aunque a lo mejor nadie sabe que lo son al verlas, es
bastante sorprendente. Bueno, Sofía simplemente era atractiva. Tal vez no fuera el morbo
interno de toda modelo o candidata a serlo.
Aún no habíamos hablado cuando ya se nos acercó el camarero. Yo solamente quería
tomar una cerveza; pero, dada la hora, no me sorprendió que Sofía pidiera un bocadillo.
—Podíamos haber ido al lado —le sugerí, señalando el restaurante contiguo, La Tramoia,
especialista en tapas rápidas pero buenas.
—Te debo una cena, ¿vale?
Algo
me dijo que vivía muy a salto de mata, y que era un nervio activo no siempre tensado en
—¿Algo de tu trabajo?
Estoy investigando lo que pudo ser de una famosa modelo de hace diez años:
Me enseñaron fotos de ella en la academia.20
—¿Fuiste a una academia de modelos?
—Ya —no pareció estar muy de acuerdo con mi apreciación, aunque me parece que sabía
que era verdad, porque después le cambió la cara de fastidio a resignación, como si no
No se ha vuelto a saber nada de ella, ¿verdad?
Murieron sus dos amigas, Cyrille y Jess Hunt; el novio de esta
última mató al dueño de la agencia que las tenía contratadas; después, a su vez, murió él,
—¡Jo, no me extraña!
—¿Tienes alguna teoría?
—¿Llevas mucho con el tema?
—¿Y cuánto tiempo dedicas a investigar algo como eso?
Sabía que después de dejarla compraría Zonas Interiores para buscar algo que hubiese
Y sabía que no tardaría en averiguar que me llamo igual que la directora y
Pero también la suerte de ser bueno, de ser hijo
de dos grandes profesionales del periodismo y la fotografía de los que aprendí, y de que
Eso es lo que llamo yo tener
¿Y tu padre?
¿Tienes hermanos o hermanas?
—Yo tampoco —me miró a los ojos de una forma especial—, y mi padre también murió
—Oye, ¿tú crees lo que dijo John Lennon, que crecer sin padre te hace paranoico?
—Un poco raros sí somos, ¿no?
¿Cómo es tu madre?
—¿Vives con ella?
Compartimos un pequeño piso de dos habitaciones y paredes de
Tampoco es que me21
«Dándome la
—¿Cómo decidiste ser modelo?
—Tenía doce años cuando hice el cambio, me estiré, me salieron todas estas cosas —
movió la mano con desparpajo por delante de sí misma—, y todo el mundo decía lo
típico, que si estaba muy buena y que si era muy guapa y que si esto y que si lo otro y que
Naturalmente lo que dijo mi madre era que a ver si pillaba un novio con
O sea, que ser guapa me serviría para eso, ¿captas? Como
Lo que intenté fue buscarme la vida, pero también ser
No tener que depender de nadie salvo de mí misma, hacer
¿No decían que estaba buena? Pues fui a una academia y me
—¿Qué edad tenías?
Ya sé que empecé tarde, pero mi madre
Tuve que
No me ha sido fácil, ¿sabes?
Pero por lo menos estoy en ello, tengo algunas
No creo en la
La suerte y conocer
Con mis años, ya soy
—¿Diecinueve?
?
Que si acabaría siendo una puta, que aunque lo lograra a los treinta
Claro que aún tiene la esperanza
—¿Qué harás si no te sale bien?
—¿De verdad?
Aunque si sigo así, no podré ir
Por eso meto la nariz donde puedo, y hago pruebas para lo que
Pero en cuanto te apuntas a un casting, te das cuenta de que hay cincuenta, cien,
doscientas que están como tú de buenas, y encima mejores, o se dejan hacer lo que sea
—¿Trabajarías en alguna otra cosa?
Pero por lo menos habría de ser algo que me
gustase.22
—¿Quién dijo eso?
¿Eres buen fotógrafo?
El camarero se acercaba ya con el pedido, atravesando la calzada
Dejé mi desordenado apartamento a la carrera —es tan pequeño que cualquier cosa fuera de sitio ya crea sensación de desorden y caos— y llegué a la redacción pasadas las diez y media, porque no quise saltarme ningún semáforo pese a preferir la moto por razones obvias.
Sentada allí era una diosa, la dueña de un pequeño, muy pequeño reino, pero diosa a fin de cuentas, con un prestigio ganado a pulso.
Los premios que llenaban aquellas paredes, algunos de mi padre, pero la mayoría de ella, no eran gratuitos.
II ¿Quién tiene la oportunidad de buscar a la chica que le hizo soñar durante la primera adolescencia, y encima que le paguen por ello? Amo mi trabajo.
Pasé la mañana haciendo una primera selección de material, desechando lo conocido o lo tópico, y el resto, a casa.
Ahí estaban las tres, en Sports Illustrated, con aquellos trajes de baño tan sexys, y ellas tan jóvenes, tan hermosas, tan distintas.
Vania, con su largo cabello negro, sus ojos grises, profundos, dulcemente tristes siempre, la nariz recta y afilada, el mentón redondo, los labios carnosos, su imagen de perenne inocencia juvenil que tantos estragos había causado entre fans y admiradores.
Jess Hunt, rubia como el trigo, cabello aún más largo y rizado con profusión, ojos verdes, siempre sonriente, chispeante, con su enorme boca abierta y sus dientes blancos como una de sus muestras de identidad, mandíbulas firmes, frente y pómulos perfectos.
Y Cyrille, negra y de piel brillante como el azabache, cabello corto, ojos de tigresa oscuros y misteriosos, boca pequeña, labios rojos de fresa, rostro cincelado por un Miguel Ángel africano capaz de consumar una obra maestra.
La delgadez que las llevó primero al éxito, que incluso les dio un nombre, y que, finalmente, las acabó matando.
Conocía los datos, pero los detalles se me habían hecho borrosos en la mente por el paso de los años; así que en casa estuve hasta pasadas las dos de la madrugada leyendo y rememorando todo aquello.
Con quince años y caminando por los Campos Elíseos, Jean Claude Pleyel, cazatalentos y dueño de una de las mejores agencias de Francia, supo ver en ella lo que muy poco después verían millones de ojos en el mundo: que era especial, capaz de enamorar a la cámara y de vender lo que se pusiera encima, ya fuera ropa o un perfume.
Por voluntad propia, porque quería ser modelo, se matriculó en una agencia para aprender siendo una niña, y pasó por todos los grados de la servidumbre antes de dar el salto.
Después de andar con un noviete a los dieciséis años, noviete que por supuesto salió a la luz más tarde para sacar tajada del tema, a los diecisiete le había llegado el éxito internacional por aquella portada.
Y a los veintitrés, su boda inesperada con un marchante de arte neoyorquino, seguida de un divorcio rápido; todo ello en plena cumbre profesional.
No era la primera vez que debería hacer de detective privado siguiendo una pista, buscando un dato o guiándome por entre vericuetos impensables, con el objeto de dar con lo que necesitaba para un reportaje.
Mi madre opina que «me hago querer» por las mujeres, que la mayoría «quiere adoptarme» nada más me ven, porque les despierto de forma fulminante su «instinto maternal».
Después del juicio por el asesinato de aquel hombre, estuvo en una clínica para combatir su anorexia antes de que fuera tarde, y tras eso…
De pronto un día me llamaron a mí, por ser su único familiar legal ya que su padre no contaba, y me dijeron que tenía que recoger las cosas que ella había dejado en su piso.
A veces las estrellas, del tipo que sean, se cansan de su fama; pero tarde o temprano todas vuelven a ella.
Una portera de las de antes, rolliza y majestuosa, me preguntó cuál era mi destino, aunque por mi aspecto ya sabía más o menos que iba al estudio fotográfico.
El fotógrafo que le hizo aquella primera gran sesión y las fotos que le abrieron camino, el noviete de los dieciséis años, su padre…
todos eran ingredientes superfluos en la parte final de la historia, la desaparición de Vania, pero esenciales en un reportaje que hablara de ella desde el punto de vista de su vida, su carrera, su persona.
Sería entrenador de fútbol.13 Carlos Sanromán rondaba los sesenta años, y me abrió la puerta armado de una espectacular Nikon de las de antes.
El conjunto hacía las veces de sala de estar, salón de maquillaje —porque había un gran espejo lleno de luces— y, por supuesto, vestidor.
Las fotografías siempre eran pequeños espacios14 acotados en los que todo estaba en su sitio, igual que en las películas.
Se preciaba de hacer la única revista sin el morbo del sensacionalismo, o sea, sin nada «amarillo» en sus páginas, de la prensa libre española.
En aquellos días el culto al esqueleto más que a la forma femenina se hizo religión oficial.
Te podría decir la clásica frase de que era una mujer atrapada en un cuerpo de niña y bla, bla, bla, pero era más.
La modelo, ya vestida de calle, con unos vaqueros, una blusa y una cazadora, mucho más normal y discreta pese a que a mí seguía pareciéndome una monada, ni siquiera se acercó a nosotros.
En segundo lugar, acerté al desviarme en busca de un camino más largo pero también menos conflictivo.
A los diecinueve o veinte años, muchas eran veteranas en un negocio que cada vez las exigía más jóvenes y las quemaba antes.
¿Por qué la afortunada vencía y se18 convertía en la nueva top del año, la promesa del futuro? ¿Era aquello de lo que había hablado Carlos Sanromán, ese algo indefinible que tiene una entre un millón, casi mágico, que te atrapa y te enamora, seas de donde seas, tengas la edad que tengas y hagas lo que hagas, mientras seas un ser humano con emociones? Trece, catorce, quince años.
Por un lado estaba la cola, todavía una docena de monadas con sus carpetas de fotos y sus currículos profesionales, y por el otro los que tomaban los datos y los que hacían las pruebas, cámara en ristre, en una habitación cuya puerta se abría y cerraba a una velocidad de vértigo y que apenas si intuí.
Para la mayoría, todo consistía en intentarlo, y esperar un milagro, un golpe de suerte, que el productor o el director descubrieran algo que nadie había descubierto todavía.
Pese a lo cual, cada año, una generación de nuevas adolescentes que se convertían en aprendices de mujeres soñaban con ser modelos, con lucir hermosos vestidos en las pasarelas, viajar, ser famosas, ir a fiestas, ganar cinco millones de pesetas por día, y enamorar a cantantes de rock o por lo menos a modelos masculinos tan de película como lo pretendían ser ellas.
—¿Cómo decidiste ser modelo? —Tenía doce años cuando hice el cambio, me estiré, me salieron todas estas cosas — movió la mano con desparpajo por delante de sí misma—, y todo el mundo decía lo típico, que si estaba muy buena y que si era muy guapa y que si esto y que si lo otro y que si lo de más allá.
Pero en cuanto te apuntas a un casting, te das cuenta de que hay cincuenta, cien, doscientas que están como tú de buenas, y encima mejores, o se dejan hacer lo que sea para conseguirlo.
VII Mi puente aéreo con destino a Madrid salió veinte minutos tarde, lo cual, aun siendo habitual, era como para respirar aliviado después de los últimos retrasos de hasta una hora de la semana anterior.
Y el reportaje debía hablar de esas muertes, de cómo unas chicas jóvenes, ricas, famosas y deseadas habían muerto en la cumbre, justo por aquello por lo que habían luchado siempre.
Me pareció casi desesperada, llena de rabia, como si el mundo le hubiese prometido algo que después le hurtó, le escamoteó sacándole la lengua.
Todos los hijos ilegales que se hicieron famosos, y pienso que también los que no se hicieron famosos, por propia inercia humana, en un momento u otro buscaron a ese hombre que un día hizo lo justo, lo mínimo, para darles la vida, aunque después les dieran la espalda.
De pronto me di cuenta de que la sala era una especie de mausoleo, llena de fotografías por todas partes, en la repisa de la chimenea, en dos mesitas, en el piano —porque había piano—, y hasta en una de las paredes.
Fue lo último que dije, además de: «Al aeropuerto, terminal 3», al taxista que me recogió, antes de llegar al puente aéreo de Barajas, para volver a tomer un avión que me devolviera a Barcelona.
¿Qué pasó? Por un lado, la muerte de sus dos mejores amigas, dolor para empezar y soledad para terminar; por otro, el juicio por el asesinato de Pleyel, que la enfrentó a la opinión pública, la situó en el ojo del huracán y acabó de destrozarla anímicamente; en tercer lugar, el peligro que suponía su anorexia.
Tiene todos los ingredientes para hacer lo que hizo: colgar los hábitos y largarse al último rincón del mundo.
Esta vez escuché hasta tres zumbidos antes de que al otro lado alguien atendiera mi llamada.
IX El primer amor serio de Vania, pese a que por entonces, a los dieciséis años, ya iba directa a la fama, había sido de lo más vulgar.
Lo mismo que el primer oscuro marido de Marilyn Monroe se buscó la vida, a él no le importó ser lo mismo, el oscuro primer novio de la más famosa de las tops nacionales de su tiempo.
Será porque me parecen gigolós encubiertos, o chulos con licencia para ejercer, o depredadores de la noche cuyo único propósito es meter gente en el local que les paga y, de paso, sacar la mejor de las tajadas, en dinero o en carne.
Treinta y ocho años, cabello alborotado y agitanado, pelín largo, torso peludo, un tatuaje hortera en cada brazo, un29 poco más abajo de los hombros, cuerpo trabajado por lo menos con un par de horas de gimnasio al día, mandíbula cuadrada.
—¿Puedo hablar con usted? —me negué a tutearle, aunque a mí todo el mundo me tuteaba.
Conocí a Vanessa, nos enamoramos, perdí el culo por ella; ella creo que por mí, aunque después lo negó, y vivimos uno de esos amores que dejan huella.
«No me aprietes los brazos que me dejas marcas.» «Cuidado con el cuello que se queda rojo y después se nota.» «Ahora no…» Ya tenía ganas de irme de allí, pero le hice aquella pregunta: —¿Qué pensó al verla convertida en una de las chicas más admiradas del mundo? —¿Qué querías que pensara? Pues que por lo menos yo había sido el que la estrenó.
Primero estuvo en algunos grupos de Bilbao, tocando la guitarra, hasta que formó el suyo propio, KaosTia, y se erigió en cantante y líder absoluto del mismo.
De su primer álbum en esa nueva etapa vendió más de medio millón de copias, que se dice pronto.
Habría querido matar a Tomás Fernández por haber estado con una mujer a la que había amado siendo adolescente y, en cambio, respetaba y admiraba a Nando Iturralde, cuando también había estado con ella.
¿De qué otra forma pueden enamorarse un cantante y una modelo que se encuentran una noche y que, después, a lo peor ya no vuelven a cruzar sus destinos? Lo normal era eso: conocerse, mirarse, saber lo que iba a pasar, y ya no hacerle ascos.
—Nando —me acerqué a la mesa para ser más convincente—, no pretendo destruir su imagen ni su recuerdo, pero en aquel tiempo casi todas las modelos superdelgadas estaban en manos de la heroína.
Caras lánguidas, aspectos enfermizos, cuerpos esqueléticos —iba a recordarle que Jess Hunt murió de una sobredosis, y que Cyrille se contagió de sida por lo mismo, no por una causa sexual, pero no me dejó acabar.
Y es lógico que fuese así: Vania era hija ilegítima, tenía un padre que no quería saber nada de ella y dos hermanastros que ni conocía.
Pero Sofía, por desgracia para ella, pertenecía a las miles y miles que sólo pasarían por algunos catálogos baratos, que harían algunas cosas con las que subsistir, tal vez incluso ganarse la vida decentemente, o que acabarían de azafatas o bustos en programas de televisión.
—¿No te hablé de Cyrille, y de Jess Hunt, o de la propia Vania? Pagaron su precio, ¿sabes? —Mira, Jon: hay un millón de tías en el mundo que darían media vida por ser ellas, y yo la primera.
—¿Tú crees? —¿Estar arriba como estuvieron ellas durante siete u ocho años, cuando eres joven, viajar, conocer gente, tener poder, ser admirada, ganar la pasta que ganan? ¡Vamos, Jon! ¿Estás de broma? ¡Claro que vale la pena! —Seguro que cuando Cyrille se suicidó, o cuando Jess Hunt supo que iba a morir a causa de aquella sobredosis, pensaron: «¿Ya está?
Y si mi madre me dice que cuando se está mejor es a los treinta, y a los cuarenta y a los cincuenta, la creo.
—¡Eso lo dice porque ella ha pasado los treinta, y los cuarenta, y está en los cincuenta, por Dios! —Entonces debe de ser porque pienso que el mundo de las supermodelos está viciado, y que juega con los sueños de sus protagonistas tanto como con los de las millones de adolescentes que las imitan.
Siempre he sabido reaccionar de forma cauta ante los hechos inesperados, las situaciones de emergencia o aquellas en que hay que tomar decisiones rápidas.
¡Unos llevan una botella de vino cuando van a cenar, y yo pensaba que…! —me miró como si de repente fuese un violador, con asco, y suspiró incrédula—: Eres increíble.
El billete de diez mil pesetas seguía en el suelo, en el mismo lugar donde se cayó la noche anterior.
No abrí la bolsa de mano hasta que el vuelo con destino a Orly estuvo en el aire.
Se llamaba Evelyn Nesbit, y en 1901 llegó a Nueva York, a los quince años, acompañada de su inevitable madre —todas tienen una madre celosa y protectora, hasta que ellas mismas se independizan, cansadas de su celo—.
Se pusiera lo que se pusiera, y la fotografiaran con lo que la fotografiaran, el resultado era inmediato, y el éxito, seguro.
Joel Fender fue el fotógrafo que la lanzó al estréllate en la ciudad de los rascacielos, utilizándola como modelo para lucir sombreros, zapatos, vestidos, etc.
Una top ha de tener nervios de acero, ser camaleónica, parecer siempre distinta aún siendo ella misma, mostrarse vulnerable pero también altiva, y mezclar sentimientos como la tristeza con la desvergüenza, el carácter de una diosa con la ternura de una novia.
Se supone que tienen cuerpos perfectos, moldeados por la madre naturaleza en una sutil combinación de armonía y estallido de los sentidos.
Por eso ellas hoy se operan la nariz, los pómulos, los labios, se hacen ampliar la frente, se quitan los dientes del juicio o los molares inmediatos a ellos para que sus rostros sean más chupados y, por encima de todo, potencian esa palabra que antes he citado aparte: deseo.
¿Por qué hoy ha cambiado esto? ¿Por qué hoy muchas modelos parecen muñecas frágiles, a punto de romperse, y lo que potencian es su imagen lánguida, débil, triste y hasta ojerosa? ¿Por qué lo que podríamos llamar «el efecto Auschwitz»?
vulnerabilidad —ésa es una de las claves—, tanto como fuertes emociones que van desde la posesión hasta, por asociación, la enfermiza idea de la muerte, que, no lo duden, continúa siendo un poderosísimo reclamo social.
La azafata, una morenita no precisamente delgada y sí muy consistente, me tendía la bandeja con mi comida envuelta en una sonrisa.
Esas niñas tuteladas o no por madres ansiosas, carecen de supervisión psíquica, no van a la escuela, trabajan quince horas diarias, tienen el jet lag —cambios de horarios entre continentes— perpetuamente instalado en sus vidas, y su tensión les provoca un estrés que cuando se inicia no cesa.
A comienzos de los noventa se impuso el Heroin chic look, es decir, la imagen chic, de moda, creada por la adiccion a la heroína o inspirada por ella.
La muerte por sobredosis del fotógrafo Davide Sorrenti, en primavera de 1997, hizo que hasta el presidente Clinton alertara desde la Casa Blanca sobre los peligros del Heroin chic look, advirtiendo a los fotógrafos, los diseñadores y las revistas de moda, que no potenciaran la muerte a través de sus páginas, porque las modelos superdelgadas incitaban a ser imitadas a cualquier precio, especialmente por las adolescentes.
Lo curioso es que esas mismas agencias acusaron en su momento a los fotógrafos, los estilistas, los directores de arte y los editores, tanto como a los diseñadores, de crear una imagen positiva de la heroína en sus pupilas.
La célebre protagonista de Cuatro bodas y un funeral, la actriz Andie MacDowell, reconoció haber tomado primero pastillas para adelgazar, y cocaína después para mantenerse delgada.
También tenemos el famoso Alprazolan, el tranquilizante de moda para las chicas de la pasarela, que ayuda a contrarrestar el estrés.
»Muchas modelos, con unos kilos de más, perderían su estatus —el mismo contrato de Miss Universo estipula que si la ganadora del certamen engorda un 5% de su peso durante el año de reinado, perderá la corona—.
Y no hay cuerpo que en la adolescencia no sufra cambios, ni cuerpo que en diez años no experimente una mutación, un ligero aumento de formas…
Tres de cada cuatro jóvenes de entre catorce y veinticuatro años de edad han seguido algún régimen.
Muchas de esas preocupadas chicas acaban en brazos de la bulimia o la anorexia, que les deja huellas irreversibles, cuando no las conduce a la muerte.
Frederick Dejonet había sido playboy y aventurero, «profesiones» que no estaba seguro de si seguían siendo válidas a su edad, aunque visto su buen aspecto…
Lo sorprendente fue que me recibiera sin más, con sólo darle mi tarjeta al mayordomo, o lo que fuera, que me abrió la puerta.
Frederick Dejonet vestía un traje impecable, americana azul oscuro, pantalones blancos, camisa azul cielo abierta, pañuelo en el cuello, zapatos, también blancos, sin calcetines.
Apareció ante mí, en casa de mi buen amigo Harry MacAnaman, y fue como si diez mil años de historia de África se concretaran en su cuerpo y en su imagen.
Cada año, en diciembre, mientras una parte del mundo celebra la Navidad; en otra parte, a miles de niñas se les amputa el clítoris para anularles el deseo, para que no sientan el placer sexual, para convertirlas tan sólo en máquinas reproductoras.
Ese cabrón les daba heroína y cocaína a sus chicas, para que siempre estuviesen delgadas, para que no engordaran y también para tenerlas en un puño.
lo de las Wiregirls fue un invento del propio Pleyel, así que tenía que mantenerlas esqueléticas para seguir con esa leyenda.
Todo el mundo acabó incluso más convencido de que había sido él; pero si le hubiera conocido.
XIV La hemeroteca del Liberation estaba debidamente informatizada, así que me costó poco encontrar todos los datos relativos al suicidio de Cyrille, la muerte de Jess Hunt, el asesinato de Jean Claude Pleyel, la detención de Nicky Harvey, el juicio y finalmente la muerte del novio de Jess debido a otra sobredosis.
La famosa top había sido encontrada en su apartamento parisino por su asistenta, ya cadáver, después de haber ingerido la noche anterior un cóctel de pastillas y fármacos diversos.
En primer lugar, la autopsia demostró que no pudo haber tomado todo lo que se tomó por accidente.
Los dos meses anteriores a su muerte los había pasado sin trabajar, hecha una ruina, y dos días antes del fatal desenlace ella y Nicky Harvey habían decidido ingresar en una clínica de desintoxicación.
Pero Nicky Harvey, pese a no tener coartada alguna —aseguró que, afectado por la muerte de Jess, se había refugiado solo en una cabaña a las afueras de París—, juró y perjuró que él era inocente, que no había matado a Pleyel.
Su insistencia se mantuvo hasta el día del juicio, pero el fiscal logró reunir no pocas pruebas incriminatorias en su contra: declaraciones de odio hacia la víctima, antes y después de la muerte de Jess, una amenaza telefónica confirmada por la recepcionista de la Agencia Pleyel y una visita furibunda a su casa, de la que fue testigo la esposa del asesinado, Trisha Bonmarchais.
Según el médico, Jess tenía todavía algunas dudas, pero Nicky Harvey, padre de la criatura, la obligó a hacerlo, y ella, sin voluntad apenas por su dependencia de las drogas, lo aceptó.
Recordé las palabras de la tía de Vania y de Nando Iturralde: aquella era la criada, asistenta, secretaria, amiga, consejera y casi madre de la modelo.
La mujer negra protegía a Vania, la amparaba, la conducía, impedía que se le acercaran los fotógrafos, desarrollaba una suerte de energía total y absoluta.
El desfile era incesante, y con ellas o ellos, pero básicamente con ellas, el del ejército de adláteres y acólitos que los acompañaban, desde estilistas a fotógrafos, pasando por peluqueros, maquilladores,49 amantes, periodistas o simples devotos.
A través de algunas puertas vi a la consabida fauna y flora interna, los bookers, el personal de cada equipo de selección o de lo que fuera, y mesas atiborradas de papeles, ordenadores, diapositivas, fotografías y rostros de mujeres imposibles, cientos, miles de rostros.
Conservaba muchos de sus rasgos de top model, y había acrecentado esa personalidad con los años y su nuevo estatus de poder, especialmente desde que contrajo matrimonio con el dueño de la agencia.
Lo abrí y pasé varias páginas con bolsas de plástico, en cada una de las cuales había una portada de una revista o una fotografía publicitaria.
Son adultas a los trece o catorce años, mujeres a los quince y diosas a los veinte.
No sé cómo lo hizo, pero antes de llegar a ella, ya apareció su secretario, dispuesto a satisfacer sus exigencias y darme lo que necesitaba.
Nunca había estado en la trastienda de un desfile de modas, con un enjambre de bellezas en la peluquería, viendo cómo se transformaban, y después en la antesala de la pasarela, siendo testigo del trajín, el vértigo, la locura que permitía que luego, ellas, caminaran frente al público, los fotógrafos y las cámaras de televisión como si el mundo se detuviera a su paso, sonrientes, firmes y seguras.
a tu aire, sin problemas —me saludó el peluquero por cuyas manos pasaban las cabezas de las bellas—.
¡Es la última sensación! Me contó que las modelos llevaban desde las diez de la mañana en el lugar del desfile, una antigua estación reconvertida como por arte de magia en pasarela de la moda, en Neuilly.
Y me quedé bastante impresionado.57 No sólo una buena parte de ellas era de lo más normal, dentro de los cánones de la belleza, sino que algunas, por lo menos dos, eran incluso…
Creía que enloquecería mirando a tantas diosas juntas, el mayor número de mujeres hermosas por metro cuadrado reunidas ante mí a lo largo de mi vida, pero el primer golpe de vista fue demoledor.
Cabellos largos, cabellos cortos, ojos de mirada intensa, labios carnosos sin faltar en ninguna, pechos apenas existentes en la mayoría, manos de largos dedos…
Entramos en el autocar, modelos y legión de peluqueros y peluqueras armadas con sus aperos de trabajo, y tuve suerte: me senté al lado de una de las modelos, solitaria y taciturna.
En los aeropuertos, aunque vayas normal, los hombres saben que eres modelo y te asaltan.» «Nos lo contamos todo, es importante.
Hemos de protegernos unas a otras.» «¿Por qué siempre nos casamos con gente mayor, de dinero o famosa? Será porque no se acercan a nosotras chicos normales, o porque maduramos demasiado y muy rápido.
Ahí pude ver, en global y muy de pasada por la rapidez con la que lo hacían todo, sus cuerpos, delgados, algunos en exceso, como en su día lo fueron los de Vánia, Jess y Cyrille.
Marcia Soubel, que a sus catorce años no podía entrar a ver según qué películas, llevaba uno de los más descarados: dos pequeños taponcitos en sus pechos y un triángulo entre las piernas, con un tul blanco y transparente por encima.
¡Ya sé que puedes caerte! ¡Pero hazlo, y recuerda: pasos cortos, caderas fuera, movimiento! ¡Mucho movimiento para contrarrestar los pasos cortos! Era Michel de Pontignac, cabello tintado en verde, una camiseta ajustada y dorada, hasta un poco más arriba del ombligo, pantalones rojos y zapatos con tacones y alzas de cinco centímetros.
A través del monitor interior, el director artístico contempló la sala, rebosante de gente, con las cámaras de los fotógrafos y las televisiones al fondo, y las primeras filas, a ambos lados de la pasarela, con la gente bien del momento, el «todoParís», o el «todotodo» en el mundo de la moda internacional.
Y durante veinte minutos, puede que veinticinco, ellas salieron, caminaron, alucinaron al personal, regresaron, se cambiaron, mientras las siguientes lucían sus palmitos y sus ropas, y de nuevo salían las primeras, y así, sin solución de continuidad.
Los trajes más llamativos, al final, incluido un imposible traje de novia en gasas multicolores transparentes con bragas y sujetadores blancos.
Sólo entonces, cuando todo pasó, cuando la pasarela cerró la luz y el mundo de la trastienda se aisló de nuevo del exterior, vi cómo tres de las chicas hablaban con tres de los modelos, y cómo otra le hacia una seña a un cuarto indicando que luego se verían.
Oí algo de «me está esperando mi novio», y «me voy a dormir, que mañana salgo para Milán», y «tengo una cena con…» Volvían a ser hombres y mujeres, vivos, humanos, con instintos.
Salí de allí, de la estación, en Neuilly, solo, y caminé por París, sin rumbo aunque en dirección al centro, a la plaza de Charles de Gaulle en la que comenzaban los Campos Elíseos, hasta que me metí en un restaurante, y anoté mis impresiones a lo largo de una61 hora.
Ya era tarde, así que me acosté, y antes de tomar el vuelo ParísNueva York por la mañana, pasé por allí.
Subí a un taxi en el aeropuerto después de jurar en mi declaración de entrada que no pensaba matar al presidente de los Estados Unidos y de convencer al de pasaportes de que a pesar de que mi vuelo de vuelta no estaba cerrado, no pensaba quedarme allí a trabajar.
XIX De Nueva York a Los Ángeles, de costa Este a costa Oeste, hay cinco horas de vuelo, pero nuevamente contra el Sol; así que a las seis horas de diferencia con relación a Europa, tuve que sumarle otras tres de diferencia entre costas.
La suma representaba que yo llevaba algo así como un día y medio sin dormir desde que amanecí en París, y que eran las nosécuántas de la madrugada o prácticamente el amanecer, aunque en Los Ángeles fuese poco menos de media noche.
Empecé a dar vueltas en la cama y tuve que tomarme una aspirina, que es el mejor de los calmantessedantessomníferos que conozco.
XX La mayoría de las series de televisión americanas, las populares sitcoms, es decir, series de situación, con una duración de media hora y filmadas íntegramente en estudios, se realizan en Burbank.
No es que Barbara fuese la estrella de la serie, sino uno de los personajes secundarios; pero sabía que era inútil probar.
Claro que todo aquello eran suposiciones, lo poco que sabía yo, lo poco que había averiguado Carmina y lo poco que se había escrito después de la muerte de Jess.
Agatha Hunt me recibió en cinco minutos, después de que una criada con rasgos mexicanos me abriera y me hiciera entrar dentro llevándose mi tarjeta.
Di por sentado que Palmer Hunt no estaba en casa por motivos laborales.66 La mujer que un día le dijo a su hija mayor: «Dios te hizo hermosa para algo; de lo contrario te habría hecho como a cualquier otra mujer.
—Barbara regresará dentro de veinte minutos, media hora como mucho, aunque en el estudio suelen acabar puntuales, y más hoy, que es viernes y todo el mundo se escapa.
Ya sabíamos que Jess se había escapado, que estaba fuera de control; pero creíamos que recordaría nuestras enseñanzas, el valor de la vida, todo lo que hace de este mundo algo importante por lo que luchar.
? —No deja de ser extraño que en una familia de tan profundas convicciones religiosas como ustedes surjan dos estrellas, una de la moda y otra de la televisión y, posiblemente, del cine.
No hace mucho se cumplieron los diez años de la muerte de mi hija, y hubo algunos artículos aquí, en la prensa americana, en Ohio, de donde provenimos, en Nueva York, San Francisco y Los Ángeles.
Si se hubiera hecho esa película, no habría sido más que carnaza para amantes de las sensaciones.
Oímos un coche en el exterior, un claxon que sonó dos cortas veces y un ruido procedente de la entrada: la criada, que iba a abrir la puerta.
Esperaba que no quisiera hablar conmigo, que dijera que estaba cansada, que me pidiera que llamara a su agente para concertar una cita, o que incluso pusiera esa cara tan americana de los que preguntan: «¿España?», y evocan un mapa de Suramérica preguntándose dónde diablos caerá eso.
Ya le había dicho que su serie no se emitía en España, pero que se emitiría muy pronto y que por eso estaba yo allí.
Con el paso del tiempo, han crecido las especulaciones; pero no son más que eso:70 especulaciones.
Hay quien piensa que ha muerto y la noticia no ha trascendido, y hay quien piensa que vive, pero que, por alguna razón, está apartada de todo.
Eso de nacer la última y descolgada del resto de la familia es bastante rollo, ¿sabes? —¿Te llevas mucho con tus hermanos? —Palmer Júnior nació dos años después que Jess, y Richard tres años después que Palmer Júnior.
La echo mucho de menos.71 El resto de la habitación lo formaban muebles y armarios, libros y CD ‘s, un ordenador, un par de guitarras, objetos diversos y propios del mundo de alguien como Barbara.
Naturalmente fue desestimada, pero se habló mucho del tema, de la influencia que las personas importantes, o presuntamente importantes, famosas, populares, ejercen sobre los demás.
Si mi personaje en la serie de televisión se suicida y una chica lo imita, ¿van a demandar a la serie, al guionista, a mí? Cuando alguien se encuentra enfermo, los demás no tenemos la culpa.
XXIII Me desperté muy tarde, tardísimo, y tuve el tiempo justo de ducharme y salir de la habitación con la bolsa ya hecha.
Comí en los alrededores de Bakersfield y ya no paré hasta entrar en Frisco, como lo llaman ellos, por el sur, a través del Silicon Valley.75 Al anochecer, un poco cansado después de la noche de marcha, y todavía con el cambio y el desfase horario afectándome, aterricé en la más hermosa —por europea— de las ciudades americanas.
Cené; paseé por el muelle 39, que es una suerte de Maremagnum barcelonés sólo que con la tradición de su historia; compré algunos regalos en las tiendas abiertas aún para los turistas, ya que no había comprado nada para mamá, Elsa, Carmina…
y después ya no jugué al turista típico, a pesar de ser sábado noche: un taxi me devolvió al motel.
Devolví el automóvil de alquiler en las oficinas de la agencia del aeropuerto, y tres horas después subía a un vuelo directo a Londres —sólo quedaba primera—, con la única duda sobre el enlace de Iberia para Barcelona, todavía pendiente y en lista de espera a confirmar a mi llegada a la capital del Imperio Británico, o lo que quedase de él después de los Beatles.
Me levanté, aunque me hubiera dado la vuelta con gusto para dormir dos o tres horas más, y me metí en el baño.
Se detuvo a menos de un metro, se cruzó de brazos y me miró fijamente, con una leve sombra de ternura y envidia en los ojos.
Tú buscas el éxito, y te da rabia no lograrlo; ver cómo la fama y el dinero son para otros.
Como decía la canción: «Todo el mundo necesita a alguien.» Cadafalch repitió su expresión de disgusto de la primera vez al verme plantado en la puerta de su casa, esperándola.
Por Dios, si no era más que la criada.82 ¿Le decía que era la mejor y única amiga de Vania, y más después de la muerte de Cyrille y de Jess? ¿Le decía que allí donde ella, pese a ser su tía carnal, nunca había llegado, sí lo hizo el corazón y la ternura de una mujer de Araba llamada Noraima? ¿Le recordaba que era una mujer solitaria y amargada, tal vez marcada por la belleza de su hermana menor, o por su desliz al quedarse embarazada de un hombre casado, o celosa de su maternidad pese a ello, o con un cierto desprecio hacia Vania por tratarse de…
También había recuerdos típicos de cualquier persona: algunos posavasos de lugares diversos, entradas de cine, teatro, objetos tan dispares como unas gafas de sol, un viejo reloj ya83 detenido en unas pretéritas siete y veintinueve minutos, dos figuritas de porcelana, unos anillos baratos, unas cajitas con llaveros…
¿Por qué se escribía a sí misma? Se me ocurrían dos únicas razones: que coleccionara postales y de esta forma le llegaban después de su estancia en aquellos lugares, usadas y a través del correo, o…
Y mi mano tembló, mitad excitada, mitad feliz, cuando finalmente encontré una con sellos de Aruba; aunque me sentí menos feliz cuando vi que en el remite únicamente aparecía el nombre: «Noraima Briezen.» Ninguna dirección.
Entonces me di cuenta de que llevaba una hora sentado con el contenido de aquellas cajas, y a solas, en la salita de la casa de Luisa Cadafalch, sin que ella me hubiese interrumpido para nada.
Sabía, por ejemplo, que el baile típico es el limbo, y que se habla el papiamento, un idioma que mezcla el español, el holandés, el inglés y el portugués; aunque el idioma oficial es el holandés.
Ni se dieron cuenta de que existía hasta que les dije que tenía que ir al lavabo.
¿Cómo podía definir todo aquello? ¿Pastel de fresas? ¿Color Made in Colonialismo Caribeño? El impresionante Royal Plaza Malí, por ejemplo, tiene una cúpula dorada, y el edificio que la rodea está pintado de rosarosa, con balaustradas blancas, toldos azules y mucha «alegría» visual.
El detalle diferencial es que tiene una isla propia, a la que se llega en canoa desde el mismísimo corazón del hotel, junto a la recepción.
No podía ponerme a buscar la casa de noche, por lo cual decidí no precipitarme ni ponerme nervioso.
Me lo dijo en papiamento, porque no me enteré de nada, salvo de que allí no había ninguna Noraima.
Desayuné y88 salí con el coche dispuesto a buscar la casa pintada de amarillo, con tejas rojas, valla blanca y jardín con árboles y flores.
El faro de California era mucho más hermoso y visible que su primo hermano de abajo, blanco, redondo, con cuatro ventanas verticales en cada uno de los cuatro «lados» y una base octogonal.
Noraima Briezen tendría unos cincuenta y algunos años, aunque si ya es difícil a veces calcularle la edad a una persona blanca, más lo era para mí calculárselo a ella, que era negra; no mulata, negra.
Creó un pequeño mito fugaz, y un día reconoció que lo único que deseaba era volver a ser Vanessa; pero para entonces ya era tarde.
Vania se encontró sola frente al mundo, y lo que era peor: la muerte de dos de las Chicas de Alambre la dejaba a ella desnuda y desguarnecida frente a ese mundo.
Estuve a punto de tener un accidente a la94 salida de Malmok, y después aceleré en exceso por la 2A.
Se juzgaba la belleza, se juzgaba la fragilidad, se juzgaba el hecho de que millones de adolescentes en el mundo quisieran estar delgadas, se juzgaba el hecho de que ella fuese distinta.
No había nichos, sólo pequeños mausoleos, individuales algunos y de dos pisos otros, todos pintados con los mismos colores vivos que se utilizaban en la isla.
Temía que la mujer me viese o algo parecido, pero nada se movió en su interior ni en los alrededores.
Por último, volví a la iglesia de Santa Ana, saqué de nuevo las cámaras y fotografié el templo desde todos los ángulos, la placa de la entrada, el interior, la estatua de la plaza y el exterior del cementerio.
Por encima de la tristeza que me producía aquel hecho, por otra parte lógico pese a todo, debía sentirme feliz, satisfecho, orgulloso.
Como cuando ponen una imagen subliminal en una película y tú no la ves pero tu subconsciente sí, y tu cerebro aún más.
Acabé nervioso, irascible y mucho más inquieto; así que puse en marcha el motor y regresé a Oranjestad.
Las iguanas se paseaban a mi lado mirándome de reojo, y los pelícanos caían del cielo para engullir peces del supermercado marino como si tal cosa.
La isla, alargada, con protecciones para amortiguar las olas, que llegaban mansas a sus tres playas, era un microuniverso natural, y nosotros, los turistas, los alienígenas depredadores.
Aparqué, entré en el restaurante, uno llamado Buccaner, a la derecha en dirección a Noord, y esperé a que la camarera me iluminara con su sonrisa, que era abundante y generosa.
Sus ojos seguían siendo grises, profundos; pero aquella dulce tristeza de antaño había dado paso a la mirada inteligente de la naturalidad y la primera madurez.
Mantenía también su nariz recta y afilada, el mentón redondo, los labios carnosos pero aún más marcados y seductores que entonces.
Era como tantas mujeres de treinta y cinco años, parecía estar en su punto; aunque su punto fuese el heredero de los años en los que fue una reina de las pasarelas.
¿Ir a por mis cámaras y portarme como lo que nunca había sido, un vulgar paparazzi capaz de robar la intimidad a las personas? ¿Largarme feliz aunque atrapado por aquel secreto? ¿Entrar y pedir la exclusiva de mi vida? O simplemente llamar y…
—¿Qué es lo que quieres, una exclusiva? Me lo preguntó cuando estaba bebiendo, así que tuve que tragar el agua antes de responder.
—Dos personas me dijeron que lo más seguro era que te hubieras cansado de cuanto sucedió entonces, y que debías de estar en cualquier parte, viviendo muy tranquila, sin resentimientos, como otra persona.
Supongo que da para un buen artículo y para recordar que una vez hubo tres chicas que alcanzaron la Luna pero se quemaron con el Sol, pero nada más.
—¿Cómo está mi tía? Se lo dije, y durante los siguientes minutos seguimos hablando, como viejos amigos, mientras Noraima, que apenas si se creía lo que estaba viendo y oyendo, acababa sentándose en una silla, con los ojos muy fijos en ambos, tratando de entender qué estaba pasando.
—Sería un libro muy útil para las miles de adolescentes que cada día anhelan ser modelos.
Me parece que no son tan tontas; saben que es duro, que cuanto más arriba quieres llegar más te cuesta y más has de pagar.
Me dijo que el trabajo ya era suyo, que a mi madre le había encantado y que le auguraba un buen porvenir, porque le notaba casta.