Antepone sus ideales al interés controlador de su madre, de ahí que se enfrente a ella y, finalmente, se suicide sacrifica para que se haga efectiva la pérdida del amor y la felicidad. Martirio, enferma de amor, termina reconociendo sus sentimientos y por ello considera a Adela no como a una hermana sino como una rival. Pese a su capacidad de sufrimiento, se siente muy afectada al reconocer que Pepe el Romano no la ama. Bernarda es la madre autoritaria, que desea imponerse sobre la vida de los demás: soberbia, orgullosa, altiva ante el conflicto sentimental y fiel a su ideal conservador, asume que la mujer ha de estar sometida al hombre. Representa la intransigencia más absoluta. Ante la rebeldía de Adela, intenta “legitimar” su visión del mundo con la violencia de una escopeta. Su frialdad intimida al resto de los personajes y su excesiva preocupación por la honra familiar (la virginidad de su hija)
Le impide exteriorizar sus emociones (“Las lágrimas cuando estés sola”). Angustias es la hija mayor, fea y sin personalidad, prometida “oficial” de Pepe el Romano, que la quiere sólo por su dinero. Los demás personajes, la Poncia, Magdalena, apenas tienen peso en este fragmento y se nos presentan sin matices. Por otra parte, Pepe el Romano, aunque nunca aparezca, es una pieza fundamental en la obra:
Implícitamente presente, esconde con hipocresía el interés por el dinero de la familia y así genera el conflicto. Al mismo tiempo, es considerado por todas las hijas como el único elemento liberador posible para ellas. A pesar de tener ambas un carácter muy fuerte, en el fondo tanto Adela como Bernarda aceptan con cierta sumisión el papel asignado al hombre como dominador. El autoritarismo de la madre, debido a las convenciones sociales de ese tiempo, impone un luto riguroso que entorpece el destino de sus hijas, a excepción de Angustias, la mayor, que “debe” casarse. Lorca no pretende equiparar la posición del hombre y la mujer ni en la sociedad ni en el seno de la familia, pero está claro que, de manera indirecta, mostrando el drama, defiende la libertad femenina y sin la tiranía de la moral pública sus deseos “naturales”. Esta es, pues, una tragedia rural cuyo conflicto parte de una concepción clásica de la moral. Quienes luchan por su amor y su derecho a la libertad encuentran un final terrible. En la España del año 36 se había extendido por todas partes un estilo de vida basado en las imposiciones. Lorca, por supuesto, intentó rebelarse contra esta situación, así que, de un modo o de otro, a través de su obra literaria, defendíó con espíritu crítico un nuevo modelo de conducta social. Por ello colaboró con el proyecto de desarrollo cultural de la II República y se manifestó muchas veces a favor de la libertad y la igualdad entre los seres humanos. Sin embargo, aunque el lenguaje poético no es tan acentuado como en obras anteriores, ciertamente se deja sentir en algunos momentos muy concretos. No escasean los recursos retóricos, como el símil (“que el pecho se rompa como una Granada de amargura”), la hipérbole (“Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga”), la personificación (“La muerte hay que mirarla cara a cara”) o la metáfora (“¡Nos hundiremos todas en un mar de luto!”). A ello habría que sumar la selección de palabras con un elevado valor connotativo y simbólico: “¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!”; “Él me lleva a los juncos de la orilla” (pensamos en el mundo campestre y, también, en la lujuria de los encuentros furtivos de los amantes). El fuego y el calor simbolizan el poder del deseo sexual: “quemándome con sus dedos de lumbre”, dice Adela. Asimismo puede representar el infierno en el que se encuentran las hijas. Por otra parte, el mar, supremo símbolo de libertad en esta obra, resulta incompatible con Bernarda, que encarna la dominación (“¡Nos hundíéremos todas en un mar de luto!”). Del mismo modo, el autor granadino explora con maestría la expresividad de las formas orales mediante el uso de oraciones exhortativas y exclamativas: “¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!” En este sentido, dado el carácter de Bernarda, el empleo de los imperativos finales cobra una especial importancia, pues sirven para restituir el orden perdido: “¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella…” Las acotaciones (indicaciones del autor para el montaje escénico) transmiten una información muy precisa sobre movimientos de personajes (“Sujetándola, con la cabeza sobre la pared…”), tonos de voz requeridos (“En voz baja”) y sonidos (“Suena un disparo; Se oye como un golpe”). La obra de Lorca supone un intento constante de depuración y de vuelta al origen, de búsqueda del restablecimiento de la pureza original de la palabra evocadora, connotativa. Como dramaturgo, su evolución muestra un proceso paralelo de simplificación formal y de contenidos, un concepto renovador que ha convertido a Lorca en el autor más conocido del Siglo XX. Esta éxito radica en que, de acuerdo a lo que buscaban los autores del 27, escribía con total libertad, equilibrando las emociones y la intelectualidad, y cultivando un estilo pulcro. Uno de los recursos literarios más usados por los miembros de esta generación fue la metáfora, que permitía insuflar creatividad al mensaje, muchas veces con carga surrealista. Lorca combinaba su interés por alcanzar un estilo moderno, renovado, con el tradición heredada de la Historia de la Literatura española.
Le impide exteriorizar sus emociones (“Las lágrimas cuando estés sola”). Angustias es la hija mayor, fea y sin personalidad, prometida “oficial” de Pepe el Romano, que la quiere sólo por su dinero. Los demás personajes, la Poncia, Magdalena, apenas tienen peso en este fragmento y se nos presentan sin matices. Por otra parte, Pepe el Romano, aunque nunca aparezca, es una pieza fundamental en la obra:
Implícitamente presente, esconde con hipocresía el interés por el dinero de la familia y así genera el conflicto. Al mismo tiempo, es considerado por todas las hijas como el único elemento liberador posible para ellas. A pesar de tener ambas un carácter muy fuerte, en el fondo tanto Adela como Bernarda aceptan con cierta sumisión el papel asignado al hombre como dominador. El autoritarismo de la madre, debido a las convenciones sociales de ese tiempo, impone un luto riguroso que entorpece el destino de sus hijas, a excepción de Angustias, la mayor, que “debe” casarse. Lorca no pretende equiparar la posición del hombre y la mujer ni en la sociedad ni en el seno de la familia, pero está claro que, de manera indirecta, mostrando el drama, defiende la libertad femenina y sin la tiranía de la moral pública sus deseos “naturales”. Esta es, pues, una tragedia rural cuyo conflicto parte de una concepción clásica de la moral. Quienes luchan por su amor y su derecho a la libertad encuentran un final terrible. En la España del año 36 se había extendido por todas partes un estilo de vida basado en las imposiciones. Lorca, por supuesto, intentó rebelarse contra esta situación, así que, de un modo o de otro, a través de su obra literaria, defendíó con espíritu crítico un nuevo modelo de conducta social. Por ello colaboró con el proyecto de desarrollo cultural de la II República y se manifestó muchas veces a favor de la libertad y la igualdad entre los seres humanos. Sin embargo, aunque el lenguaje poético no es tan acentuado como en obras anteriores, ciertamente se deja sentir en algunos momentos muy concretos. No escasean los recursos retóricos, como el símil (“que el pecho se rompa como una Granada de amargura”), la hipérbole (“Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga”), la personificación (“La muerte hay que mirarla cara a cara”) o la metáfora (“¡Nos hundiremos todas en un mar de luto!”). A ello habría que sumar la selección de palabras con un elevado valor connotativo y simbólico: “¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!”; “Él me lleva a los juncos de la orilla” (pensamos en el mundo campestre y, también, en la lujuria de los encuentros furtivos de los amantes). El fuego y el calor simbolizan el poder del deseo sexual: “quemándome con sus dedos de lumbre”, dice Adela. Asimismo puede representar el infierno en el que se encuentran las hijas. Por otra parte, el mar, supremo símbolo de libertad en esta obra, resulta incompatible con Bernarda, que encarna la dominación (“¡Nos hundíéremos todas en un mar de luto!”). Del mismo modo, el autor granadino explora con maestría la expresividad de las formas orales mediante el uso de oraciones exhortativas y exclamativas: “¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!” En este sentido, dado el carácter de Bernarda, el empleo de los imperativos finales cobra una especial importancia, pues sirven para restituir el orden perdido: “¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella…” Las acotaciones (indicaciones del autor para el montaje escénico) transmiten una información muy precisa sobre movimientos de personajes (“Sujetándola, con la cabeza sobre la pared…”), tonos de voz requeridos (“En voz baja”) y sonidos (“Suena un disparo; Se oye como un golpe”). La obra de Lorca supone un intento constante de depuración y de vuelta al origen, de búsqueda del restablecimiento de la pureza original de la palabra evocadora, connotativa. Como dramaturgo, su evolución muestra un proceso paralelo de simplificación formal y de contenidos, un concepto renovador que ha convertido a Lorca en el autor más conocido del Siglo XX. Esta éxito radica en que, de acuerdo a lo que buscaban los autores del 27, escribía con total libertad, equilibrando las emociones y la intelectualidad, y cultivando un estilo pulcro. Uno de los recursos literarios más usados por los miembros de esta generación fue la metáfora, que permitía insuflar creatividad al mensaje, muchas veces con carga surrealista. Lorca combinaba su interés por alcanzar un estilo moderno, renovado, con el tradición heredada de la Historia de la Literatura española.