Literatura Española de Posguerra
Poesía
De 1936 a los años 40, la Guerra Civil Española provocó una ruptura en nuestras letras. Miguel Hernández es representativo de la evolución poética: compartió con los poetas del 27 ciertas vanguardias, se alejó del arte deshumanizado e inició una poesía comprometida.
En los años cuarenta, hay dos orientaciones:
- Poesía desarraigada: Los poetas más significativos son Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso, quienes publican en 1944 Sombra del Paraíso e Hijos de la ira, respectivamente, asociados al existencialismo europeo. Destaca la revista Espadaña.
- Poesía arraigada: Resucita los temas y versos clásicos con las revistas Garcilaso y Escorial.
En los años cincuenta, surge la poesía social, con la publicación de Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos, de Gabriel Celaya. El poeta se desplaza del «yo» al «nosotros», y expresa su relación con la vida y la historia. Escriben «a la inmensa mayoría» y utilizan la poesía como «instrumento para transformar el mundo», con un lenguaje a veces coloquial.
En la Generación del 50 también surge la poesía de la experiencia. Poetas como José Hierro, Ángel González o Claudio Rodríguez se interesan por lo personal. Tratan temas como el paso del tiempo, la infancia, el amor. Destaca Jaime Gil de Biedma, con Las personas del verbo.
Los años sesenta y setenta serán los de «Los Novísimos». Pere Gimferrer, Luis Antonio de Villena y el resto se sienten atraídos por la estética pop y la contracultura, los «mass media» y los mitos del cine o la televisión.
A partir de los años setenta aparece el clasicismo y el culturalismo en poetas como Antonio Colinas o Luis Alberto de Cuenca.
De los años ochenta hasta ahora vuelve la «poesía de la experiencia», que se caracteriza por diluir el yo más personal en la experiencia colectiva. Luis García Montero y Benjamín Prado son dos poetas muy renombrados. En este siglo XXI se extiende la poesía a través de redes sociales. Marwan, Rayden o Elvira Sastre son algunos de los escritores más seguidos.
Teatro
Los años cuarenta se caracterizan por un teatro ideológico que defiende los valores tradicionales; la comedia burguesa de evasión, con Jacinto Benavente; el teatro cómico y convencional y el teatro folclórico-musical.
Entre los años cuarenta y cincuenta surge la renovación por el humor, pues Enrique Jardiel Poncela (Eloísa está debajo de un almendro) y Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) se convierten en precedentes del teatro del absurdo. No obstante, chocarán con el público y la crítica.
Los años cincuenta desarrollan un teatro realista, de protesta y denuncia social. A partir de 1949 aparecen las preocupaciones existencialistas y sociales: Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo. Alfonso Sastre, con Escuadra hacia la muerte, denuncia el militarismo.
En los años sesenta y setenta los dramaturgos incorporan lo experimental y simbólico. Cobran importancia los teatros de cámara y los grupos de TEU (Teatro Español Universitario), experiencias minoritarias. También aparecen grupos de teatro independiente como «Los Goliardos» y «Els Joglars». Todos ellos han llevado a cabo una síntesis entre lo experimental y lo popular. Individualmente, destacan Fernando Arrabal, con su teatro pánico; y Francisco Nieva, con su teatro furioso.
En los primeros años de la democracia se retorna al realismo, al costumbrismo y a las formas tradicionales. José Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!), José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro) y Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano).
En los años 80, se fundaron el Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Teatro Clásico y la RESAD. Juan Mayorga es uno de sus autores más sobresalientes y representados.
En el teatro del siglo XXI, las llamadas «salas alternativas» copan lo más innovador de la escena, mediante propuestas como el microteatro. Además, conviven con teatros y/o grupos como La Abadía, en Madrid, o la Sala Beckett, en Barcelona. Cabe destacar la abundancia de reflexión en torno al teatro y el interés de algunos dramaturgos actuales en llevar a escena acontecimientos socialmente relevantes y polémicos. Historia de España en 70 minutos, de Ernesto Filardi, surgió a raíz de los movimientos antisistema del 15M y Jauría, de Jordi Casanovas, se basa en transcripciones del juicio a «la manada».
Novela
La novela de posguerra (década de 1940). Novela existencialista.
La Guerra Civil tiene un efecto devastador. Durante la inmediata posguerra la narrativa vive un período de desorientación. En las décadas de los 40 y 50 se impide la entrada de las nuevas formas narrativas y hay que esperar hasta la década de los 60. Tras la muerte del dictador y la llegada de la democracia, la novela se convierte en el género más popular y coexisten diversas generaciones, tendencias y estilos.
La posguerra está condicionada por las enormes penurias y las imposiciones del régimen. Aparecen novelistas vinculados al bando vencedor con una literatura triunfalista (Agustín de Foxá). Pero, en general, predomina un realismo convencional. Dentro de él algunas obras muestran ambientes y personajes sórdidos, aunque recurran a técnicas narrativas tradicionales. A este camino renovador pertenecen las siguientes novelas y autores:
- La familia de Pascual Duarte (1942), primer libro de Camilo José Cela, que desarrolla una historia de violencia y miseria. Su obra aporta una visión tremendista. Posteriormente publica La colmena (1951), novela coral. Después se suma a la narrativa experimental (Mazurca para dos muertos) y escribe libros de viajes (Viaje a la Alcarria). Destaca por su dominio del lenguaje, la capacidad de crear ambientes y describir tipos humanos únicos.
- Nada (1945), de Carmen Laforet, inaugura la corriente existencialista. A través de los ojos de una joven se describe el ambiente sórdido y asfixiante de una familia en la Barcelona de posguerra.
- La sombra del ciprés es alargada (1948), de Miguel Delibes, inicia la temática existencial. Desemboca en el realismo rural con El camino, con preocupaciones habituales (el mundo rural, los humildes), temas presentes en Las ratas o Los santos inocentes. También aplica el realismo al análisis de los ambientes urbanos como en Mi idolatrado hijo Sisí y El príncipe destronado. En la novela experimental destaca Cinco horas con Mario (1966), que narra el largo monólogo de Carmen, utilizando la segunda persona, ante el cadáver de su marido, Mario. La obra de Delibes se define por su compromiso ético, el dominio del castellano y la capacidad para captar tipos y ambientes.
El final de la Guerra Civil llevó al exilio a numerosos narradores como Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español), Max Aub (El laberinto mágico), Francisco Ayala (Muertes de perro), Arturo Barea (La forja de un rebelde) y Rosa Chacel (Memorias de Leticia Valle).
La novela en los años 50. El realismo social (1954-1962).
Se trata de obras realistas que reflejan la falta de libertad, la desigualdad social y la miseria del momento. En el realismo social se agrupan escritores que habían vivido la Guerra Civil como niños o adolescentes. Se pueden distinguir dos tendencias:
- Novela objetivista: Refleja de forma objetiva los comportamientos de los personajes, utiliza técnicas cinematográficas y antepone los diálogos.
- Realismo crítico: Comparte la mayoría de los rasgos del objetivismo, pero con una intención crítica más explícita, con personajes que encarnan los valores y problemas de ciertos estereotipos.
Además, esta novela se deja influir por las técnicas del cine o la novela norteamericana. Algunos autores de la Generación del 50 son:
- Rafael Sánchez Ferlosio, autor de la novela objetivista más importante, El Jarama (1955), que refleja las conversaciones triviales de la jornada dominical de unos jóvenes.
- Ignacio Aldecoa, quien destaca por sus cuentos.
- Carmen Martín Gaite, que evoca la asfixiante sociedad provinciana en Entre visillos o El cuarto de atrás (1978).
- Ana María Matute, con Pequeño teatro o Primera memoria. Su obra alterna el realismo crítico con perspectivas más fantásticas, como en Olvidado rey Gudú.
- Otros autores destacados son Jesús Fernández Santos (Los bravos), José Manuel Caballero Bonald (Ágata ojo de gato) o Juan Goytisolo.
La década de los 60 y 70. La renovación narrativa y experimentalista (1962 hasta 1975).
El realismo social se agota y los novelistas abandonan la estética social e inician un proceso de renovación basado en la experimentación formal, inspirada por los narradores hispanoamericanos del boom y por los grandes renovadores de la novela del siglo XX (Proust, Joyce, Kafka, Faulkner). Recurren a gran variedad de técnicas para presentar personajes a veces irracionales y caóticos.
Los autores más relevantes son:
- Luis Martín-Santos, autor de Tiempo de silencio (1961). Esta novela modifica el realismo e influye en todos los novelistas de la época.
- Juan Marsé, cuyas novelas sintetizan el realismo y las técnicas renovadoras, con las que retrata todos los estratos sociales de su Barcelona natal (Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí).
- Juan Benet, que experimenta al máximo con el lenguaje en Volverás a Región.
- Otros autores destacados son Gonzalo Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.), Juan Goytisolo (Señas de identidad) y Luis Goytisolo (Antagonía).