Personajes de *Los Santos Inocentes*: Un reflejo de la España rural
Muchos críticos han destacado que Delibes enfrenta dos mundos antagónicos: el del orden natural, asociado con la vida rural, y el del caos, la insolidaridad y el egoísmo, asociado con la cultura urbana, de la que son portadores los personajes elevados. La estructura del latifundio, basada en unas pautas sociales semifeudales, establece una enorme distancia jerárquica entre ambos mundos, lo que implica que los personajes humildes se definan también como oprimidos y los poderosos como opresores.
Dos mundos en conflicto
Con este fondo en el que Delibes se suele mover, en Los Santos Inocentes el conflicto se plantea en principio a partir de una oposición ético-moral entre dos bloques de personajes que pertenecen a dos mundos:
Los personajes naturales, son también los oprimidos. Su característica esencial es la pureza: no están contaminados por la deshumanización del mundo moderno, tienen una estrecha relación con su medio natural, lo que les dota de una “sabiduría” primaria y natural que los arraiga en la naturaleza.
Destaca también la autenticidad: ausencia de doblez, cinismo o hipocresía. Viven en la marginalidad: son “desheredados” tanto en lo biológico como en lo social.
Personajes oprimidos
El Azarías
Es un ser primario, absolutamente “inocente”, es decir, a causa de su retraso mental, lo cual condiciona muchos de los aspectos de su conducta. Casi un anciano (sesenta y un años), es el más marginado entre los habitantes pobres de los cortijos; los amos lo mantienen por caridad. En su descripción se nos habla de su apariencia, destacando la pobreza extrema y su suciedad, y de rasgos de su carácter como su conducta instintiva y mecánica —siempre hacía lo mismo—, ignorancia y perturbación psíquica —sufre alucinaciones—. No obstante, el Azarías demuestra, más que otros personajes, un sentimiento tan poderoso como la ternura. Una ternura que demuestra en su dedicación a las milanas. Para otros personajes las milanas son “carroña”, pero en ellas Azarías encuentra la posibilidad de comunicación —él las llama y los animales le contestan rápidamente— y agradecimiento, que no encuentra en los hombres.
Paco, el Bajo
Este personaje adquiere una doble función: por un lado, es el paradigma del modo de vida de los sirvientes del cortijo, pero al mismo tiempo está muy bien caracterizado, dotado de rasgos peculiares, individuales. Lo que más destaca de su conducta es la sumisión, asumiendo de forma natural y resignada su condición de siervo. Su dependencia del amo es enorme: hace lo posible por complacerle (aislamiento de cinco años en la Raya, que su hija Nieves vaya a servir a casa del señorito Iván, el cargo de “secretario”, la humillación de las firmas del comedor, los accidentes). Tiene aptitudes que son muestra de sabiduría natural e ingenio (olfato para la caza y conocimientos del comportamiento de los animales). Posee, finalmente, detalles de indudable calidad humana. Desea con ilusión que sus hijos alcancen un futuro mejor a través de la educación; pero no lo consigue: su hija, que “tiene talento”, se pone a servir.
La Régula y la Niña Chica
En un segundo plano encontramos a la Régula, que personifica la determinación en el amor al prójimo (hacia Azarías, por ejemplo, o hacia la Niña Chica) y la disposición para el servicio. También aparece la Niña Chica, cuya “inocencia” consiste en una deficiencia profunda patente en sus rasgos físicos. Constituye la imagen más impresionante de la degradación. Quizás lo que más sobrecoge de ella es su “berrido lastimero”, que, como ha dicho algún crítico, puede “interpretarse como el quejido constante y no escuchado de los individuos que nuestra sociedad margina”.
Otros personajes
En un tercer plano, entre los siervos, aparece una amplia gama de personajes que informan de las actividades del cortijo: desde el Rogelio, que se ocupa del tractor y de su tío, el Azarías, a los porqueros, pastores, vigilantes, apaleadores, gañanes, etc. Los humildes forman una masa opaca y sin voluntad, obediente y temerosa que, con toda su bondad y su inocencia, deben rendir vasallaje a los poderosos y sufrir sus humillaciones.
Quirce: La evolución de los tiempos
La evolución de los tiempos la muestra el Quirce (hijo de Paco, el Bajo), que es el único de su entorno que manifiesta una voluntad de ruptura con la situación de sumisión en que vive su familia: no se muestra adulador con el señorito Iván, no habla con él y, para colmo, no acepta su limosna y quiere escapar de ese mundo semifeudal y arcaico de amos y siervos. Representa el deseo de medrar que llevó a muchos habitantes de la España rural de los sesenta a emigrar a las ciudades o al extranjero.