La Revolución Industrial consistíó en un proceso de crecimiento continuo y acelerado de la economía que transformó todos los ámbitos de la vida humana como no lo había hecho ningún otro acontecimiento desde el Neolítico. No fue un proceso aislado, sino que vino acompañado de otras revoluciones, como la agraria y la demográfica.
Además de las transformaciones en la agricultura y la ganadería, en Gran Bretaña se produjeron una serie de reformas legales que serían determinantes en la modernización de la agricultura.
El Parlamento aprobó leyes que permitían a los grandes propietarios apropiarse de los terrenos comunales y cercarlos. Estos grandes propietarios tenían una mentalidad práctica y emprendedora que los impulsaba a modernizar sus explotaciones con el fin de obtener el máximo beneficio.
Las consecuencias inmediatas de estas transformaciones fueron nefastas para el campesinado, que se vio privado de los pastos comunales por los cercamientos, y de trabajo por la mecanización del campo.
De este modo, muchos campesinos se vieron obligados a emigrar a la ciudad, donde la naciente industria demandaba mano de obra barata y no cualificada. Esta migración se conoce con el nombre de éxodo rural.
La diferencia básica entre la economía preindustrial y la industrial es que en la primera la energía principal es la fuerza muscular (humana o animal), mientras que en la segunda el trabajo se efectúa con máquinas que consumen otras fuentes de energía, como el carbón, la electricidad o el petróleo.
Desde el Siglo XVII, en Gran Bretaña se venían produciendo una serie de cambios que, además de los ya citados, contribuyeron al origen de la Revolución Industrial. Estos factores fueron:
La existencia de abundantes yacimientos de carbón y de mineral de hierro. El carbón era la fuente energía más utilizada, mientras que el hierro se constituyó en la base para el desarrollo del ferrocarril y la construcción de maquinaria.
La expansión del comercio. Gran Bretaña era, desde la derrota de Napoleón, la dueña de los mares. Dominaba las rutas transoceánicas y podía transportar mercancías por todo el mundo. En la propia isla, se construyeron canales de navegación. Los comerciantes se enriquecieron y se buscaron instrumentos de producción que permitiesen fabricar cada vez más barato.
La disponibilidad de suficientes capitales. La industrialización requería grandes inversiones de capital, que fueron obtenidos por los beneficios agrarios y comerciales.
Los cambios en las teorías económicas. Los principios en los que se basaba el liberalismo económico, como el libre comercio, la propiedad privada y la no intervención del Estado en la economía, posibilitaron la consecución de grandes beneficios empresariales.
La Revolución Industrial vino acompañada de un nuevo sistema económico conocido como capitalismo.
El sector siderúrgico estaba íntimamente ligado a la producción de carbón. Nuevos procedimientos técnicos, como la fabricación de acero, ayudaron a obtener materiales de mejor calidad. La expansión de la máquina de vapor y la construcción de ferrocarriles proporcionaron a la industria siderúrgica una demanda creciente de hierro y de acero.
Junto a la industria siderúrgica, el sector que sufríó una transformación mayor en los comienzos de la Revolución Industrial fue el textil.
Nacieron de esta manera las primeras factorías, en las que un elevado número de obreros, sobre todo mujeres, manejaban máquinas que producían enormes cantidades de paño a un precio tan bajo que ningún producto tradicional podía competir con él.
Las transformaciones empezaron con la construcción de canales y la mejora de las carreteras; sin embargo el cambio más radical fue el ferrocarril, es decir, la aplicación de la máquina de vapor al transporte.
Hacia mediados del siglo xix, solo se podía hablar de industrialización en Gran Bretaña y en Bélgica y en algunas zonas aisladas de Francia, Alemania, Italia o España. La industria predominante era la textil.
Sin embargo, en el último cuarto del siglo se entró en la llamada segunda fase de la Revolución Industrial, con cambios importantes en el tipo de industrias, en los transportes y en el modo de comportarse el capital.
Si la industria textil había sido la predominante en la primera fase de la Revolución Industrial, ahora crecía la siderúrgica.
Al mismo tiempo, al carbón como fuente de energía principal se añadieron otras nuevas como el petróleo o la electricidad.
En cuanto a los medios de transporte, se extendíó enormemente la red de ferrocarriles, se incorporó el vapor de forma generalizada a la navegación y aparecieron las locomotoras eléctricas, el automóvil y el avión.
Las nuevas formas de organización del trabajo. Se redujeron los costes de producción mediante la fabricación en serie. Como por ejemplo, el taylorismo, método que divide el proceso de fabricación en tareas cronometradas.
La tendencia hacia el proteccionismo El librecambismo, o libre comercio, es decir, el intercambio de bienes y materias primas entre países sin restricciones aduaneras o aranceles que había caracterizado la primera fase, fue paulatinamente sustituido por una política económica proteccionista. Mediante aranceles a la importación, cada país intentó proteger sus productos frente a la competencia de las industrias extranjeras.
La Revolución Industrial se inició sobre la base de que los medios de producción (máquinas, fábricas, etc.) pertenecían a quien ponía el capital, y era a este al que irían a parar todos los beneficios. El obrero ofrecía su fuerza de trabajo y, a cambio, recibía un salario.
El nuevo sistema capitalista dividíó la sociedad en dos clases sociales:
Burguésía. Dedicada a los negocios y a las profesiones liberales; ocupó el lugar de las clases altas que antes había pertenecido a la nobleza.
Proletariado. Este término se aplicaba a quienes trabajaban en fábricas o minas; estos obreros compartían la categoría de “clases bajas” con sirvientes domésticos y pequeños comerciantes.
En las ciudades había una diferenciación social por barrios: los burgueses residían en los ensanches y los obreros en suburbios situados a las afueras y cerca de las industrias.
Se entiende por movimiento obrero, la actividad social, política y organizativa de los obreros y campesinos encaminada a mejorar su situación respecto de la burguésía consolidándose a través de las revoluciones industriales y agrarias.
El primer gesto de protesta de los trabajadores fue el ludismo, un movimiento surgido en Gran Bretaña a comienzos del Siglo XIX que tenía por objeto destruir las máquinas a las que consideraba culpables de quitarles el trabajo. (El nombre del movimiento se debe a un personaje llamado Ned Lud, que firmaba las cartas de amenaza a los patronos, pero que, al parecer, nunca existíó).
También en Gran Bretaña se formaron los primeros sindicatos, llamados Trade Unions (‘uniones de oficios’).
El principal medio de presión de los trabajadores fueron las huelgas, prohibidas y reprimidas duramente por el ejército al servicio de los patronos.
No solo los proletarios consideraron que el capitalismo los explotaba. También hubo intelectuales que tomaron partido por ellos. Entre los primeros estaban los llamados socialistas utópicos, que tenían propuestas bienintencionadas pero irrealizables.
Los más destacados fueron tres:
Henri de Saint-Simón. Abogaba por un Estado que planificara la economía y apoyó la reforma racional de la producción para atajar las desigualdades sociales.
Robert Owen. Denunció las duras condiciones de trabajo de la clase obrera. Propuso formar cooperativas de obreros que tra-bajarían y vivirían en ciudades ideales de colaboración y mutuo apoyo.
Charles Fourier. Era muy crítico con la nueva sociedad industrial. Estuvo a favor de la libre asociación, que trató de poner en marcha con los llamados falansterios.
Las propuestas del socialismo utópico no fueron más allá de algunos experimentos aislados.
Las huelgas pretendían conseguir mejoras en las condiciones de vida y de trabajo de los obreros.
La Factory Act, de 1833, es la 1ª ley de protección del trabajo en Europa, por ella:
Los menores de 12 años no podrán trabajar más de 8 horas (lo habitual era trabajar desde las 5:00 a.M. Hasta las 7:00 p.M.)
Para los menores de 18 años la jornada laboral se fija en 12 horas.
Se van a crear las primeras inspecciones de trabajo
El socialismo científico es el nombre con el que se buscó distinguir al marxismo, del filósofo alemán Karl Marx, del resto de las corrientes socialistas existentes en el siglo xix, que, por incluir soluciones no científicas, son denominadas socialismo utópico. Marx propuso llevar a cabo un estudio científico de la economía y de la sociedad que debía concluir con un cambio total en el modo de producción.
Según el marxismo, en todas las sociedades históricas había existido una clase oprimida y una clase opresora entre las cuales se había desarrollado la lucha de clases. En las sociedades antiguas, el sistema que predominó fue el esclavista (amos y esclavos); en la sociedad medieval, el feudal (señores y siervos); en las sociedades modernas, el sistema era el capitalista.
En el sistema capitalista, la burguésía era la clase opresora, y el proletariado, la oprimida. Según Marx, se debería arrebatar a la burguésía la propiedad privada de los medios de producción y convertirlos en colectivos; de este modo se llegaría a una sociedad sin oprimidos ni opresores. La revolución social era el único camino para conseguirlo.
El Manifiesto Comunista de 1848, escrito por Marx y Engels, expone las directrices de la teoría y la práctica revolucionarias, a saber: el reconocimiento de la lucha de clases como ley y motor fundamental de cualquier sociedad; la misión del proletariado en el derrocamiento final del capitalismo; la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y el establecimiento de la propiedad colectiva; y la crítica a las corrientes del socialismo no marxista.