Metodología de la Historia: Un Enfoque Integral


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Metodología de la Historia
Metodología de la Historia
Metodoloxía da Historia (Universidade de Santiago de Compostela)
Metodoloxía da Historia (Universidade de Santiago de Compostela)
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METODOLOGÍA DE LA HISTORIA
Profesor: Javier González García
Curso: 2023 – 2024
Belén Fraga
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TEMA 1
MÉTODO, HISTORIA, TIEMPO Y CIENCIA
1. El método
El método es la forma de hacer una tarea ordenadamente, y por tanto la metodología es la ciencia del
método. El método es importante porque nos enseña las pautas para repetir la misma forma de proceder.
Hay necesidad de establecer un método ya que hay muchas fuentes y la misión del historiador es
establecer un orden. Tiene que haber cambios en la sociedad para que cambie la visión del mundo y
por lo tanto la interpretación del historiador.
2. La historia: concepto y objeto
La historia constituye en la actualidad una ciencia humana y permite producir un tipo de conocimiento
científico cuyo estatuto gnoseológico es idéntico al de todas las ciencias humanas o sociales y
parcialmente distinto al de las ciencias naturales y formales. La historia nace a partir de la necesidad
inherente de aquellas culturas que tienen conocimiento, ya que necesitan algún tipo de forma de pensar
para homogeneizar la sociedad. Por lo que podemos decir que todas las sociedades necesitan explicar
su pasado colectivo y comunitario.
Es decir, el nieto que convive con su abuelo sabe que este fue nieto en un momento anterior y recibe a
través el bagaje de ideas, valores, ceremonias e imágenes legadas por ese pasado no experimentado en
su propia persona. Esta cultura podríamos decir que se define como la diferenciación entre otros y
nosotros y esta puede ser pacífica o bélica.
El conocimiento, recuerdo y valoración de ese pasado colectivo y comunitario, de esa duración como
grupo determinado en el tiempo y sobre el espacio, constituye la conciencia histórica. Esta constituye
un componente imprescindible e inevitable del presente de cualquier sociedad humana mínimamente
desarrollada. Dicha concepción histórica de su pasado común es, por tanto, una pieza clave para la
identificación, orientación y supervivencia de cualquier grupo humano en el contexto natural y cultural
donde se encuentra emplazado. Tanto en las sociedades primitivas como en las industrializadas
ninguna de ellas podría funcionar operativamente sin tener una concepción de su pasado y de la
naturaleza de su relación previa con otros grupos humanos coetáneos y coterráneos y con el medio
físico.
Ciertamente, esa necesidad social de contar con una concepción del pasado comunitario, con una
conciencia histórica propia, puede satisfacerse, y de hecho así se hace, con formas de conocimiento y
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de recuerdo muy diversas: mitos de creación, leyendas de origen, genealogías fabulosas, cosmogonías
y doctrinas religiosas. Pero a partir del Siglo XIX cambia la forma de la concepción histórica, que se
cubre con una investigación de la naturaleza lógica y científica. Esta pretende ser:
• Verdadera y no ficticia.
• Ni arbitraria ni caprichosa
• Materialmente verificable y comprobable
• Basada en las relaciones causa-efecto
• Inmanente al campo de las acciones humanas y no al fruto del azar
• Aproximaciones racionales, lógica, critica y no dogmática
En definitiva, si bien la Historia científica no puede predecir fenómenos ni proporcionar ejemplos de
conducta infalibles, si permite explicar los orígenes del presente e iluminar las circunstancias de su
gestación, funcionamiento y transformación. Por lo tanto, la Historia surge para:
• Contribuir a la explicación del origen, estructura y evolución de las formas de la sociedad
humana, pasada y presente
• Proporcionar un sentido crítico de la identidad de los individuos y de los grupos sociales
• Promover la comprensión de las tradiciones y legados culturales que configuran sociedades
actuales
3. Tiempo y tiempo histórico
En nuestra realidad existen diferentes concepciones culturales del significado de tiempo:
• Concepción circular del tiempo (teoría del retorno), propia de las sociedades frías
• Concepción lineal del tiempo, la cual es la típica idea de la cultura occidental de origen
judeocristiano
La percepción humana del tiempo deriva de la observación del cielo, pero podemos decir que esta
observación es desde una perspectiva cultural. La consideración del tiempo surge en el momento en el
que el hombre se da cuenta de la repetición del movimiento cíclico, de los fenómenos celestes, es decir,
de los movimientos de rotación de la tierra (rotación y traslación). A partir de este momento, cuando
surge la capacidad de ver que hay un ritmo repetido de las diferentes partes del año, se elaboraron los
calendarios, con los años de trabajo y periodos de fiesta.
También existe el tiempo social, una categoría del tiempo desde una construcción social derivado de
prácticas religiosas. La cronología ocuparía un papel importante pues permite establecer la
diferenciación entre los distintos ciclos temporales convirtiendo lo cíclico en lineal. También podemos
observar que hay una diversidad cultural dentro de la cronología:
• Egipto faraónico por reinados de faraones
• Atenas antigua por arcontados epónimos
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• Roma republicana por consulados
• Nuestro sistema a.C/ d. C.
Idea básica: el tiempo para la historia es un indicador fundamental de la conciencia de lo histórico.
Tiempo-cambio-historia constituye el trinomio que marca la percepción del movimiento social.
Por lo tanto, podemos decir que la cronología es la primera y más elemental de las técnicas y
determinaciones que regulan la investigación histórica temporal. Se trata de un método para ordenar
el tiempo y situar los eventos en la secuencia que ocurre. El tiempo cronológico es importante dado
que constituye la base y punto de partida del tiempo histórico.
3.1. El tiempo histórico
El verdadero tiempo de la historia es aquel que se mide en cambio frente a la duración. Por lo que le
tiempo histórico se configura a través de la sucesión de aquellos acontecimientos que suponen un
cambio, no mediante la repetición de acontecimientos recurrentes. El tiempo no tiene la misma
velocidad en todos los ambientes sociales. El teórico Braudel conceptualizó tres niveles:
• Larga duración: estructuras estables
• Coyuntura: estadio intermedio con cambio perceptivo
• Acontecimiento: cambio es evidente
4. Método científico y método histórico
4.1. Historia y ciencia
Dentro del ámbito de nuestra tradición cultural, racionalista y occidental, no parece dudarse que la
Historia forma parte integrante y legitima de la llamada República de las ciencias. Sin embargo, los
conceptos y vocablos de Historia y Ciencia no siempre han guardado esta relación de inclusión
asimétrica. Muy al contrario, hasta hace poco más de dos siglos ambos eran conceptos no conjugables
y absolutamente disociados. Solo con las transformaciones culturales asociadas bajo el rótulo de la
Ilustración se inició el complejo proceso que llevó a la conexión entre uno y otro y al surgimiento de
un nuevo vocablo: ciencias históricas.
Considerar la Historia como una de las ciencias constituidas exige disponer de unos criterios precisos
y rigurosos que sirvan para definir los rasgos distintivos del conocimiento científico y para discriminar
al mismo respecto a otro tipo de conocimientos muy variados y coexistentes en la actualidad como
conocimientos míticos, mágicos, etc. Estas son:
• La respuesta a esa exigencia excede claramente del cometido profesional de lo historiadores,
pues la reflexión sobre el conocimiento científico y las relaciones de las diversas ciencias entre
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sí y con otros tipos de saberes constituye el dominio de la disciplina filosófica particular: la
gnoseología o teoría del conocimiento. Las reflexiones de la filosofía de la historia han sido
una constante en el gremio de los historiadores desde su constitución como grupo profesional
a principios del Siglo XIX. Frente a esa desconfianza hacia el llamado despectivamente
“teoricismo” y consecuente predilección por el supuesto “pragmatismo”.
• Todo historiador (como cualquier otro científico) está obligado necesariamente a utilizar
conceptos, ideas, categorías y modelos teóricos en el ejercicio práctico de su actividad
profesional. Esto requiere un grado de atención a las reflexiones que sobre los mismos se
elaboran desde otras disciplinas científicas y filosóficas. En caso contrario se corre el riesgo de
caer en el uso ligero e impreciso de los términos, las ideas y los métodos, reduciendo o anulando
el valor de las investigaciones históricas.
Esos peligros son evidentes si tenemos en cuenta la vigencia y aprobación con la que cuentan en el
gremio algunas formulaciones teóricas notablemente primarias e ingenuas. Por ejemplo, la célebre
definición de la Historia como “el conocimiento científico del pasado” olvida que el pasado, por
definición, no existe, y que difícilmente puede haber conocimiento científico de algo que no tiene
presencia física actual.
En primer lugar, hay que exponer las razones que acreditan el estatuto científico de la Historia. Ello
exige, a su vez, enunciar la idea de “ciencia” que está fundamentando dicha afirmación, con el fin de
que pueda servir como criterio de demarcación (y discriminación) respecto a otro tipo de instituciones
y saberes histórico-culturales: la miología, la magia, la religión, etc.
La idea de “ciencia” en nuestro ámbito cultural occidental, recoge cuatro acepciones básicas que han
ido desarrollándose históricamente y que siguen subsistiendo:
• “Saber hacer”, una derivación evidente de la noción de sapientia propia de los oficios y cuyo
escenario de cristalización fueron los talleres artesanos.
• La idea griega de episteme. Se presenta como “sistema de proposiciones derivadas de
principios”.
• “Ciencias positivas” surgidas en la época moderna (tanto “empíricas”, la física, como
“formales”, las matemáticas) y cultivadas en los laboratorios con nuevos métodos basados en
la formulación de hipótesis, la observación y descripción de la realidad material propia de su
campo de análisis, y la práctica del ensayo y la experimentación para validar o refutar las
hipótesis y construir las teorías explicativas de los fenómenos.
• Extensión de la anterior. A prácticas, actividades y realidades que ya no son empírico, ni
abstracto-formales, sino genuinamente humanas y sociales, dando origen al vocablo de
“ciencias humanas”, “ciencias sociales” o “ciencias culturales”.
En todo caso la ciencia debe de tener dos atributos que Descartes ha reconocido como ineludibles: su
carácter necesario y verdadero. Las ciencias tienen que presentar las siguientes carácterísticas: un
conocimiento critico-racional, organizado, sistematizado y transmitido y desarrollado históricamente.
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Se diferencia, por tanto, de otro tipo de conocimientos y actividades humanas que le precedieron en el
tiempo y se mantienen vigentes en la actualidad: el conocimiento mítico, mágico, religioso,
tecnológico, etc.
Las ciencias surgidas de las practicas técnicas y artesanales enunciadas representan formas de
conocimiento y actividad de una complejidad superior, más elaborada: son el prototipo (junto a la
filosofía) de una construcción racional crítica. Esas disciplinas aparecen entonces como una institución
de un trabajo social sobre un campo de la realidad material tridimensional delimitado operativa y
pragmáticamente1. Así, por ejemplo, la geometría opera en el campo categorial de los cuerpos en
cuanto que tienen forma abstracta geométrica, pero no en cuanto que tienen peso, color o duración
temporal, que son propiedades consideradas por la física.
5. Diferencias entre ciencias humanas y ciencias naturales
La teoría de que la historia forma parte integral de la república de las ciencias es correlativa de la tesis
especial según la cual, en el seno de tal república, la historia pertenece al grupo de “ciencias humanas”
en cuanto que distintas de las “ciencias naturales y formales”. La distinción entre ambos grupos de
ciencias constituye uno de los temas más polémicos y difíciles de las investigaciones gnoseológicas
desde finales del Siglo XVIII, cuando algunas disciplinas humanísticas pasaron a convertirse en
ciencias propiamente dichas, tomando como parámetro de su cientificidad el modelo ofrecido por las
ciencias naturales y formales que entonces experimentaban un desarrollo sin precedentes.
Hay algún tipo de diferencia entre las ciencias “duras” de la naturaleza (física, química, etc.…) y
Formales (matemáticas, lógica) y el grupo de ciencia Humanas (o sociales o culturales). El intento de
establecer en términos ontológicos un criterio de discriminación ha producido diversos resultados.
Para empezar, habría que descartar los intentos de diferenciar ontológicamente ambos grupos de
ciencias suponiendo que a cada uno le corresponde un diferente objeto de estudio: la naturaleza (o la
materia inerte) y la sociedad (o el hombre como portador del espíritu animado). Primero porque, como
hemos visto, a cada ciencia le corresponde un campo categorial con una multiplicidad de términos y
1 Las ciencias presentan una dimensión social e institucional que conforma su pragmática y subraya el hecho de que son
actividades humanas colectivas, repletas de conjuntos de reglas operativas, normas de conducta, códigos y nomenclaturas
inteligibles para los que participan en dicha empresa colectiva.
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no un objeto particular. Tampoco es cierto que en las ciencias naturales “el sujeto conoce al objeto” en
tanto que en las ciencias humanas “el sujeto se hace objeto del conocimiento”.
También cabe descartar la tentativa de diferenciar exclusivamente ambas ciencias por su supuesta
capacidad metodológica para repetir bajo control (esto es: experimentar) los fenómenos materiales que
tratan de conocer y explicar: ciencias experimentales frente a ciencias no experimentales. Además,
incluso dentro de las ciencias naturales existen niveles en los que deja de ser posible la
experimentación.
Parece más conveniente ensayar. La diferencia atendiendo a los diferentes recursos operatorios que se
movilizan en ambos grupos de ciencias y las consecuencias que ello tiene en el valor del conocimiento
científico, alcanzado respectivamente. Bajo esta perspectiva, formulas del tipo “ciencias que se ocupan
del hombre, que estudian al hombre”, etc., apuntan, aunque sea de modo oscuro y oblicuo, al núcleo
de las diferencias entre las ciencias humanas.
Así, por ejemplo, en el seno de las ciencias naturales y formales no aparecen como términos de sus
campos categoriales sujetos gnoseológicos que planifican y realizan operaciones. En ellas, por tanto,
es factible la neutralización completa del científico, como sujeto gnoseológico, para descubrir y
establecer relaciones esenciales y objetivas de dicho campo. El hombre considerado como sólido grave
o conjunto de moléculas orgánicas, no es un sujeto que realiza operaciones. Dentro de estas ciencias,
las relaciones entre los términos se establecen por continuidad en sentido físico, y el sujeto como agente
operativo puede ser eliminado totalmente del campo de estas disciplinas: las rocas, los árboles, las
moléculas o los números no realizan ni planifican operaciones. Y esa posibilidad de eliminación de los
sujetos operatorios permite que las verdades de estas ciencias posean un estatuto gnoseológico
particular, dado su mayor carácter demostrativo, necesario y objetivo.
Ahora bien, en los campos categoriales de las ciencias humanas aparecen como términos unos sujetos
que planifican y realizan operaciones: los sujetos pretéritos en historia, el hablante en lingüística, el
salvaje en la etnología, el productor o consumidor en economía, etc. En estas ciencias, las relaciones
de contigüidad física no son pertinentes a la hora de dar cuenta y razón de las conductas de los sujetos
presentes en el campo. Esas operaciones tienen que explicarse por semejanza operatoria entre dos
sujetos (el estudioso y el estudiado o estudiados) que están distanciados temporal y espacialmente. El
investigador de las ciencias humanas tiene, pues, que explicar las operaciones realizadas por los sujetos
a quienes estudia mediante la reproducción o reactualización analógica de esas mismas operaciones.
Y en esta imposibilidad de eliminar y neutralizar las operaciones del sujeto del campo categorial reside
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el llamado subjetivismo de las ciencias humanas y el menor gnoseológico de las verdades alcanzadas
por esta metodología.
En otras palabras, la diferencia fundamental entre las ciencias humanas y ciencias naturales es que las
ciencias humanas están caracterizadas por la presencia de individuos mientras que en las ciencias
naturales tienen una presencia de elementos que actúan según patrones mecánicos o recurrentes y
rutinarios. Ambas, como resultado de esta diferencia, tienen distintas metodologías. Las ciencias
naturales tienen una metodología operativa que elimina o neutraliza operaciones del sujeto mientras
que las ciencias humanas tienen una metodología operativa que implica procedimientos basados en la
reconstrucción de las operaciones realizadas por sus objetos de estudio. En la imposibilidad de eliminar
operaciones del sujeto reside el llamado subjetivismo.
6. Objeto de conocimiento de la historia
En su calidad de ciencia humana, la Historia (mejor dicho, las disciplinas históricas en plural) tienen
un campo de trabajo peculiar que no es, ni puede ser, el pasado. Y ello porque el pasado, por definición,
no existe, es tiempo finito y como tal incognoscible científicamente porque no tiene presencia física
actual y material. De ahí deriva la imposibilidad radical de conocer el pasado tal y como realmente fue
y la consecuente incapacidad para alcanzar una verdad absoluta sobre cualquier suceso pretérito. Sin
embargo, el campo de la historia está constituido por aquellos restos y vestigios del pasado que
perviven en nuestro presente en la forma de residuos materiales, huellas corpóreas y ceremonias
visibles. En una palabra: las reliquias del pasado.
Esos residuos que permiten la presencia viva del pasado son el material sobre el que trabaja el
historiador y con el que construye su relato histórico: una momia egipcia, una moneda romana, etc.
Estos materiales son tan presentes y actuales como nuestra propia corporeidad. Por tanto, solo podrá
hacerse historia y lograrse conocimiento histórico de aquellos hechos, personas, acciones,
instituciones, procesos y estructuras de los que se conserven señales y vestigios en nuestra propia
dimensión temporal.
El primer acto del historiador es descubrir, identificar y discriminar esas reliquias, que pasarán a ser
pruebas o fuentes documentales primarias sobe las que levantara su relato, su construcción narrativa
del pasado histórico. Las reliquias generadas en el pasado impiden que la no-actualidad de lo que tuvo
un lugar y una fecha se identifique con su irrealidad e inexistencia absoluta, permitiendo así la
diferenciación entre el pasado histórico y la mera ficción o el mito imaginario.
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Ese acto de identificación es posible porque el investigador es capaz de percibir esos residuos
materiales como fabricados por hombres pretéritos y resultado de operaciones humanas. Y ellos porque
existe homogeneidad entre historiador y agente pretérito: ambos realizan operaciones análogas y
similares en la forma de pesar, planificar, actuar, construir, destruir, etc. Tal homogeneidad es condición
de posibilidad del conocimiento histórico, porque permite que una metodología propia de las ciencias
humanas, tratando de reactualizar las operaciones del agente cuyos restos estudia, atribuyéndoles una
razón y propósito, dando cuenta de las circunstancias y acciones que pudieron haber conducido al
surgimiento de ese residuo material, ofreciendo una interpretación del cómo y porque de ellos
acontecimientos y procesos.
Es evidente que la labor del historiador no es una mera descripción de los hechos del pasado. Su tarea
consiste en la construcción de un pasado histórico en forma de relato narrativo y a partir de las reliquias,
de las pruebas y fuentes documentales primarias legadas por el pasado histórico en forma de relato
narrativo en el cual es imposible eliminar al propio sujeto gnoseológico. Y de ello surge la
imposibilidad del investigador de prescindir en su interpretación de su sistema de valores filosóficos e
ideológicos, de su experiencia política y social, de su grado de formación cultural.
Por tanto, la verdad en historia no se refiere al pasado en sí, que es incognoscible, sino a las reliquias
que del mismo se preservan en el presente. Y la teoría interpretativa, el relato histórico, que más factible
y verosímil parezca, de acuerdo con las pruebas disponibles, será el que se considere verdadero en
tanto ninguna prueba o evidencia nueva venga a desmentirlo. En este sentido, unos relatos serán más
verdaderos que otros porque se fundamentan en un mayor número de pruebas verificables por otros
investigadores y resultan coherentes con el conocimiento acumulado como resultado de otras
investigaciones.
En resolución, la historia como disciplina académica pretende, puede y debe producir conocimiento
científico y verdades históricas (no absolutas sobre el pasado) que tienen un estatuto gnoseológico y
pragmático muy diferente al de otros conocimientos que también aluden al pasado: mítico, religioso,
mágico o legendario.
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TEMA 2
EL PASADO EN LAS SOCIEDADES ORALES
Durante las dos últimas décadas ha estallado en la comunidad intelectual de Occidente, con una rapidez
asombrosa, un debate estelar sobre el problema de la oralidad en el pasado. El año 1963 se presta a ser
visto como una fecha que marca la divisoria de aguas o, mejor dicho, como la fecha en la que parece
haberse roto un dique en la conciencia moderna. Es cierto que algunas observaciones sobre el papel
del lenguaje en oposición al lenguaje escrito se remontan al Siglo XVIII; y en fechas más recientes, los
antropólogos de campo han redactado extensos informes sobre las sociedades primitivas (sociedades
que no conocían la escritura) que señalaban indirectamente la necesidad de una categoría de la
comunicación humana denominada oralidad primaria.
¿Qué pasó en el año 1963 para desencadenar repentinamente un interés tan masivo? Efectivamente se
habían producido una serie de acontecimientos en el mundo de las letras y de la investigación que
adquieren el aspecto de un solo fenómeno que en su momento paso inadvertido, pero que marcó una
crisis en el lento proceso de toma de conciencia del problema de la oralidad.
En un lapso de doce meses, entre 1962 y primavera de 1963, salieron de la prensa de tres países
diferentes (Francia, Gran bretaña y Estados Unidos) cinco obras de cinco autores que, en el momento
en que las escribieron, no podían saber nada de ninguna relación entre ellos. Las obras en cuestión:
• “El pensamiento salvaje” de Levi-Strauss
• “The consequences of Literacy” de Goody y Watt
• “La galaxia Gutenberg” de McLuhan
• “Animal Species and Evolution” de Mayr
• “El prefacio de Platón” de Havelock
Se comprueba que las cinco obras, a menudo, sin que lo advirtieran sus autores, arrojaban luz sobre el
papel de la oralidad en la historia de la cultura humana y su relación con la escritura.
El volumen de Mayr conténía un resumen analítico de la teoría de la evolución darwiniana en su forma
moderna más sofisticada, refinada y complementada. Señala que la clave de la humanidad única de
nuestra especie es el lenguaje.
“El pensamiento salvaje” es una obra donde el autor expone la teoría estructuralista del mito y que su
propósito era establecer una relación (más bien correspondencia) entre la logia estructuralista del mito
tribal y el lenguaje hablado contemporáneo, con particular referencia a la mención de nombres propios.
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También en “La Galaxia Gutenberg” la cuestión de la oralidad se plantea de manera indirecta. El texto
de McLuhan no se centra en la oralidad primaria como tal ha sido identificada ahora, sino en la
transformación cultural que se produjo a raíz de la invención de la impresión con letras móviles. Este
acontecimiento dividíó la historia de la cultura humana en escritura (anterior a Gutenberg) y texto
(posterior a Gutenberg) e impuso una mentalidad (probablemente) europea un modo de conciencia
marcado por la imprenta.
A pesar de su estilo popular, el libro prestó dos servicios de gran importancia. Afinaba y, en gran
medida, demostraba con ejemplos el hecho de que las cambiantes tecnologías de la comunicación
ejercen un grado considerable de control sobre el contenido de lo comunicado. Además, planteaba, de
manera indirecta, la cuestión de si la mente humana (o conciencia, como se quiera describir) representa
una constante de la historia humana o si ha estado sujeta a cambios históricos.
“The consequences of Literacy” de Goody y Watt llamó la atención sobre la oralidad en cuanto tal, y
efectivamente aportaba argumentos a favor de una mayor diferencia cualitativa entre su oralidad y
escritura. Los puntos de partida de sus conclusiones fueron de naturaleza empírica. Watt como
prisionero de guerra de los japoneses tras la caída de Singapur, se había visto forzado a vivir, o, mejor
dicho, sobrevivir, durante varios años en una sociedad carente de textos escritos. Goody había
establecido contactos, en sus viajes de exploración a África, con grupos tribales que desconocían la
escritura y había estudiado su lenguaje observado su conducta social.
El estudio tenía un doble enfoque. Centraba su atención en la supervivencia de la oralidad en el mundo
moderno y en un posible modelo de oralidad en relación con la escritura que se podía hallar en
experiencia de la Grecia antigua. Watt llamo la atención sobre tres factores quizá decisivos:
• El papel esencial de la memoria personal al mantener la continuidad de una cultura oral
• La distinción formal que se debía establecer, aunque fuese de modo tentativo, entre el alfabeto
griego y sus predecesores inmediatos, las escrituras semíticas, de las cuales se habían tomado
préstamos.
• La diferencia cualitativa que separa la literatura y filosofía escritas en el alfabeto griego de las
así llamadas literaturas anteriores.
Aunque las sociedades orales nos parezcan una cosa del pasado lejano, hay que tener en cuenta que la
cultura oral sigue vigente hasta la escolarización universal. Esta tradición oral no supone que los
humanos fueran irracionales, sino que eran seres racionales en otro contexto. La lógica de las culturas
orales (pensamiento mítico) no cuenta las cosas por contar, es para dar una explicación. Es decir, su
lógica es la lógica de lo concreto, mientras que la lógica de las culturas escritas es la lógica de lo
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abstracto (por ejemplo, el concepto de bondad). El relato se tiene que contar a partir de las cosas que
se pueden contar, con la escritura detectamos el cambio.
1. Memoria y recuerdo en sociedades sin escritura
Siguiendo a Vasina podemos definir como tradición oral a todo testimonio oral, narrado, concerniente
al pasado. Las tradiciones orales pueden ser de dos tipos:
• Las cuajadas en su forma, aprendidas de memoria y transmitidas tal cual son
• Las libres, aquellas que no se aprenden de memoria y que cada individuo transmite a su manera
Dado el carácter oral de estas tradiciones, el modo en el que nos llegan son las informaciones dadas
por individuos, por testimonios, en las cuales los añadidos personales de cada informador se encuentran
mezclados con la propia tradición; las manipulaciones que se pueden producir en los testimonios
pueden ir mucho mas allá de los simples añadidos personales, llegando, por ejemplo, a la omisión de
ciertos aspectos de la tradición. Podemos, por tanto, definir al testimonio como a la tradición
interpretada por la personalidad del testigo condicionada por ella. Los motivos por los cuales los
testigos que nos reproducen la tradición oral pueden llegar a variar su testimonio son de diferente
origen y motivo, entre ellos podemos mencionar las deformaciones provocadas por interés social, que
derivan de la propia estructura de la sociedad, las que se producen por influencia de los valores
culturales y las que el propio testigo, a consecuencia de su propia psicología, introduce.
Las tradiciones orales se pueden transmitir por medio de reglas fijas o al azar. Las técnicas y modos de
transmisión tienen como finalidad la conservación fiel del testimonio entre generaciones. Para
conseguir este objetivo se puede recurrir a la formación de personas a las que se confían las tradiciones.
La formación de estos profesionales se puede efectuar por medio de la organización de escuelas en las
que se imparte una enseñanza sistemática de las tradiciones clásicas, dirigida por especialistas, como
ocurre en numerosas sociedades ágrafas.
También es frecuente la utilización de métodos mnemotécnicos que se transmiten entre generaciones,
entre ellos se pueden mencionar los recuerdos que ayudan a la memorización, la utilización de un tipo
de tradición que se graba con facilidad en la memoria, la utilización del paisaje como medio
mnemotécnico, al estar vinculadas a él ciertas tradiciones, o los cantos y los sonidos rítmicos y
musicales.
La pérdida de memoria de una tradición oral puede relacionarse, fundamentalmente, con la forma en
que es transmitida, con el grado de control que sobre ella se ejerce durante la reproducción y con la
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frecuencia con la que esta última se produce. Así, las tradiciones que se transmiten con ayuda de medios
mnemotécnicos son menos susceptibles de alteración, al igual que ocurre con las tradiciones cuajadas
que se enseñan en las escuelas de especialistas. Los testimonios sujetos a un fuerte control también
estarán menos expuestos a dichas perdidas, ya que los objetivos del control son reparar las omisiones
y enderezar las confusiones que en ellas se produzcan; sin embargo, es de destacar que los textos que
se memorizan no tienen que estar, necesariamente, menos sujetos a pérdidas de memoria que aquellos
que son libres. Con respecto a la frecuencia de la reproducción hay que decir que una baja frecuencia
favorece la pérdida de memoria de una tradición.
Otro de los problemas inherentes a las tradiciones orales es que estas con el tiempo pueden llegar a
hacerse incomprensibles para los testigos, porque su lenguaje es arcaico o porque aluden a costumbres
perdidas que son extrañas en el momento de la reproducción. Por este motivo se tiende a crear
explicaciones que contesten a los interrogantes planteados por dichas incomprensiones.
Entre los diferentes tipos de tradiciones orales podemos distinguir, sociológicamente, aquellas que son
impuestas y ratificadas por las autoridades de la sociedad, a las que llamaremos tradiciones oficiales,
y las que se transmiten por personas o grupos sin ratificación oficial alguna, tradiciones privadas.
En todo testimonio oral se puede distinguir una estructura doble:
• La estructura formal se compone de la forma del testimonio y de la de la tradición. No hay
ninguna forma especial que sea propia de la literatura oral. En lo relativo a la segunda hay que
decir que ni si quiera en las tradiciones cuajadas todos los testimonios, como parecería lógico,
la presentan de un modo idéntico.
• La estructura interna está constituida por reglas que determinan la disposición interna de los
textos orales y que se aplican sobre todo a los textos cuajados, quedando los libres no siempre
sometidos a una estructura de este tipo.
Con respecto al modo en que se originan las tradiciones orales Vansina considera fundamentalmente
tres:
• La invención total de la tradición por el primer testigo.
• Las tradiciones que se remontan a una observación directa de aquel
• Las que se remontan a un rumor, a una noticia que el primer testigo ha entendido y transformado
en testimonio.
Para realizar su tipología Vansina tuvo en cuenta los siguientes criterios:
• El objeto de la tradición
• Su significación dentro de la sociedad
• Su forma
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• El modo de transmisión
• La actitud psicológica hacia ella
• Su carácter literario
En esta tipología nos encontramos con el tipo de tradición oral que más nos interesa en el presente
trabajo: la poesía. Desde su punto de vista la interacción entre cultura oral y la escrita y por tanto entre
las poesías que en ambas se producen, es un hecho manifiesto, habiendo sobrevivido las dos durante
largos periodos de tiempo en diferentes sociedades. Por ello pensar en una poesía oral pura y no
contaminada es un mito.
Respecto a las principales teorías
formuladas sobre el origen de la poesía
oral, Finnegan encuentra en ellas gran
cantidad de errores provocados por la
generalización o por los planteamientos de
base desde los que las diferentes escuelas
realizaban sus acercamientos.
Tampoco se puede considerar como típico
de la poesía oral la memorización. Es un
hecho demostrado que en muchas de las
recitaciones de poesía oral el recitador esta
influido por su audiencia y por la ocasión, lo cual puede llegar a afectar al poema, hasta tal punto que
es necesario hablar de composición y no de repetición de una pieza memorizada. Por ello podemos
decir que cada cultura ha reconocido convenciones propias para sus formas de expresión poética,
algunas de las cuales se relacionan con la ocasión, la audiencia, el recitador o el propósito de la obra.
En lo que se refiere a los tipos de poetas orales Finnegan distingue tres: los especialistas, los expertos
y los poetas ocasionales. En estos casos de gran profesionalización de la poesía el papel del poeta es
muy especializado y conlleva un entrenamiento especifico, llegando incluso a suponer la existencia de
un riguroso aprendizaje o una diferenciación entre compositor y recitador
Un segundo tipo de poeta oral sería aquel que practica su arte independientemente. Su entrenamiento
no está organizado por la sociedad, lo cual no tiene por qué suponer una disminución de la calidad
artística. El aprendizaje se produjo por propia iniciativa personal, absorbiendo las convenciones
propias de la poesía oral por medio de la audición de esta.
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El modo en que los poetas y su actividad se encuadra dentro de las instituciones sociales, políticas y
económicas de su sociedad también varía. En algunos casos pueden ocupar un papel importante dentro
de ellas mientras que en otros su situación puede ser ambivalente o incluso marginal.
Con respecto a la relación que existe entre poeta y auditorio, puede revestir una gran diversidad de
formas. La tónica general es que la audiencia haga notar su efecto sobre la forma y el desarrollo del
poema, pudiendo llegar a encontrarse totalmente involucrada, como ocurre en el canto coral o en las
canciones de trabajo.
Algunas tradiciones sobre poesía oral tienden a relacionar tipos de poesía oral con especiales
condiciones sociales, llegando a hablarse de sociedades de Edad Heroica para aquellas en que se
manifiesta un tipo de poesía épica heroica o sociedades de baladas, para aquellas en las que ese género
alcanza un gran desarrollo.
2. Mitos, relatos orales e Historia
El mito es un relato o narración oral que sirve como mecanismo de conservación de la información y
que opera a través de la reelaboración de la naturaleza. El mito presenta unas carácterísticas y responde
a una lógica. La lógica con la que funciona no recurre a ideas abstractas, sino cuestiones concretas.
Esta lógica no es binaria, ya que juega con la analogía al margen de los procedimientos de la lógica
tradicional (introducción y deducción). Se usa un metalenguaje, uso de lengua y relato, para dar cuenta
de la información más allá del lenguaje pero que es imposible transmitir sin él, es decir, una lógica
binaria (hombre y mujer se identifican con caliente y frio respectivamente).
Entonces un mito es un sistema semiológico vinculado con una lógica de pensamiento que se activa
con una lógica distinta a la racionalidad y que es resultado directo del carácter oral de las culturas en
las que el mito se encuentra. Aspectos culturales:
• Para la ciencia y la filosofía el mito es la explicación y formulación del mundo.
• La religión y el mito están estrechamente vinculados porque explica el mundo
• Ritual: formulación en palabras de aquello que el mito plantee en términos gestuales. Ambos
dan cuenta del pensamiento salvaje
• En la literatura el mito es un relato, pero no un genero
• En la psicología el mito es la forma de plasmar un pensamiento
• Respecto a la sociedad, el mito supone una creación social y cultural concreta que une al grupo.
Las carácterísticas básicas de los relatos orales:
• No existe el texto original (salvo excepciones)
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• Se producen cambios entre las distintas representaciones del relato oral (la recitación constituye
la obra y cada versión es distinta)
• Existen versiones: el mito son sus versiones
• Importancia de nuestro punto de vista y de las versiones para conocer el relato
• No obstante, sabemos de la existencia de tradiciones orales estables, aquellas que, en muchas
ocasiones están relacionadas con actividades profesionales o técnicas
• El conocimiento de estas tradiciones no es, necesariamente, memorístico. Su conocimiento
depende de la memoria, pero, en muchos casos, no se sabe porque se ha aprendido de memoria
3. La cultura escrita
Algunos aspectos cruciales de la cultura occidental surgieron en Grecia poco después de la aparición
de una sociedad urbana rica en la que una parte sustancial de la población sabía leer y escribir, y que,
por consiguiente, la enorme deuda de toda la civilización contemporánea con la Grecia clásica debe
verse, en cierta medida, como el resultado de las diferencias intrínsecas entre las sociedades ágrafas y
las sociedades con cultura escrita.
La facilidad de la lectura y la escritura alfabéticas probablemente fue un factor importante en el
desarrollo de la democracia política en Grecia. Al parecer, en el siglo V había una mayoría de
ciudadanos libres que podían leer las leyes y tomar parte activa en las elecciones y legislación.
Grecia, por lo tanto, está considerablemente más cercana a ser un modelo de la tradición intelectual
universal del mundo letrado contemporáneo que las anteriores civilizaciones de Oriente. Tendemos a
olvidar que esto lleva consigo otros aspectos que tienen implicaciones muy diferentes y que en cierto
modo explican por qué el anhelado y, teóricamente, factible sueño de una democracia educada y una
sociedad verdaderamente igualitaria nunca se ha concretado en la práctica.
Sin embargo, no todo se ha logrado, y algunas causas de este déficit pueden encontrarse en los efectos
intrínsecos de la cultura escrita sobre la transmisión de la herencia cultural, efectos que pueden verse
con especial claridad si se comparan con sus análogos en la sociedad ágrafa.
Como dijimos, el hecho de poner por escrito algunos de los principales elementos de la tradición
cultural en Grecia permitieron tomar conciencia de dos cosas: del pasado en tanto diferente del
presente, y de las incongruencias inherentes. La perspectiva de la vida que el individuo heredaba de la
tradición cultural en su forma documentada.
Pero la incongruencia de la totalidad de la expresión escrita es tal vez menos que su enorme magnitud
y su gran profundidad histórica.
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Estas tradiciones orales, dada su escala, permitían que la parte histórica fuera fácilmente preservada
sin agobiar la memoria de la gente. No sucede lo mismo con la tradición de la cultura escrita, pues al
carecer de los recursos de la adaptación y la omisión inconsciente que existen en la transmisión oral,
el repertorio cultural no puede sino aumentar.
La sociedad con cultura escrita, por el simple hecho de no tener ningún sistema de eliminación, ninguna
amnesia estructural, impide que el individuo pueda participar plenamente de la tradición cultural total
a un grado remotamente aproximado al que es posible en la sociedad ágrafa.
El conjunto de la tradición cultural aumenta continuamente. Lo mismo le sucede, con el tiempo, a la
sociedad en su conjunto, dado que existe la tendencia de que a cada grupo social resulte particularmente
influido por sistemas de ideas correspondientes a distintos periodos del desarrollo de la nacíón; tanto
para el individuo como para los grupos que conforman la sociedad, el pasado puede significar cosas
muy diferentes.
Desde el punto de vista del intelectual, del especialista letrado, la visión de las infinitas opciones y
descubrimientos que le ofrece un pasado tan extenso puede ser una fuente de estímulo o interés. Sin
embargo, cuando consideramos lo efectos sociales de esa clase de orientación advertimos que la
situación fomenta la alienación que ha caracterizado a tantos escritores y filósofos de Occidente desde
el siglo pasado.
El individuo letrado tiene en la práctica un campo tan grande de selección personal a partir del
repertorio cultural total que es muy poco probable que llegue a experimentar la tradición cultural como
una totalidad estructurada. Desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto, la enorme
complejidad y variedad del repertorio cultural sin duda crea problemas de una magnitud sin
precedentes:
• Las sociedades letradas occidentales están incesantemente expuestas a una versión más
compleja del tipo de conflicto cultural que, según se ha sostenido, produce anomia en las
sociedades orales.
• Otra consecuencia se relaciona con la estratificación social. En las culturas protoletradas, con
sus sistemas relativamente difíciles de escritura no alfabética, existía una fuerte barrera entre
los que sabían y los que no sabían escribir. Los sistemas democráticos de escritura condujeron
con el tiempo a una amplia proliferación de distinciones más o menos tangibles basadas en lo
que la gente había leído. La capacidad de manejar las herramientas de la lectura y la escritura
son sin duda los principales ejes de diferenciación social.
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En lo que respecta a la conciencia personal de esta individualización, es indudable que también
contribuyeron otros factores, pero la escritura misma tuvo una enorme importancia. Porque la escritura,
al objetivar las palabras y hacer accesible su significado a una inspección mucho más prolongada e
intensa de la que es posible oralmente, fomentar el pensamiento privado. El diario íntimo o la confesión
escrita le permiten al individuo objetivar su propia experiencia y le proporcionan un medio de controlar
las transmutaciones que sufre la memoria bajo la influencia de los posteriores acontecimientos que se
van produciendo.
El diario íntimo es, desde luego, un caso extremo, pero los propios diálogos de Platón dan prueba de
la tendencia general de la escritura a incrementar la conciencia de las diferencias individuales en
materia de conductas y en la personalidad de quienes las exhiben.
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TEMA 3
LA CONSTRUCCIÓN DEL PASADO: DE LA PALABRA AL TEXTO
1. El origen de los relatos históricos: de la tradición oral al registro escrito.
La mayoría de los manuales sobre Historiografía acostumbran a comenzar su narración por lo que se
consideran los orígenes de la disciplina en el mundo cultural Helénico de los siglos VI y V a. C.: los
logógrafos jonios más Heródoto y Tucídides. En otros casos, los menos, se comienza señalando que
antes de ese momento germinal ya existían relatos de contenido histórico en civilizaciones previas
como la egipcia, la mesopotámica, la hebrea o la hindú.
No obstante, casi todos los especialistas coinciden en señalar que a finales del XVIII y a principios del
XIX la actividad de investigación y redacción de los relatos históricos experimentó una transformación
notable, de grado y calidad. Algunos incluso afirman que, a partir de ese momento, el ejercicio de la
Historia pasó a convertirse en una disciplina científica, bien diferente de la Historia artística y literaria
que se había venido practicando hasta entonces.
Cabría comenzar reconociendo el acto de quienes afirmaron que todas las sociedades tienen conciencia
temporal de su pasado, de una forma u otra. En efecto, el hombre es por naturaleza un ser gregario y
todos los componentes de cualquier grupo humano son conscientes de que hubo un periodo temporal
anterior a los acontecimientos vividos y recordados por cada uno de ellos individualmente. Y esto
porque el grupo social es siempre heterogéneo, anómalo, en su composición; coexisten en el mismo,
individuos de diversas edades y con distintas vivencias propias. Esta anomalía de edades, esta
presencia de generaciones dentro de generaciones dentro del grupo social es la causa material,
fenoménica, irreversible, de que todos sus componentes tengan una conciencia temporal del pasado.
En consecuencia, en su propia calidad de grupo, toda comunidad humana tiene un pasado que excede
al pasado individual, a la memoria biográfica de cada uno de sus miembros, a la que envuelve y
conforma en gran medida. Y la conciencia y concepción de tal pasado comunitario del grupo constituye
un elemento inevitable de sus instituciones, valores, ideas, ceremonias y relaciones con el medio físico
y otros grupos humanos circundantes.
Es evidente que tal necesidad funcional de una conciencia del pasado es satisfecha en las sociedades
ágrafas como en las literarias con variedad de formas: la recitación de la genealogía familiar o tribal,
el relato mítico, la fábula sobre los orígenes, la leyenda sobre el tiempo germinal, la narración religiosa
codificada en el libro revelado o los libros sagrados, etc.
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Los estudios etnográficos sobre las sociedades ágrafas existentes permiten conocer su concepción del
pasado y del tiempo (entendiendo esta categoría como la conciencia de duración y de diferencia entre
el presente y lo previo y posterior a él). Desde luego, para todas estas sociedades, el conocimiento de
su pasado es “un elemento crítico de toda la vida social” y, por ello, “el conocimiento del pasado se
convierte a menudo en un recurso político”. No en vano, del pasado proceden las técnicas, los saberes
y las tradiciones que permiten la mera supervivencia y la reproducción del grupo comunitario.
Generalmente la conciencia temporal de estas comunidades ágrafas distingue perfectamente entre el
pasado reciente (incorporado en la memoria biográfica del individuo o en la de sus inmediatos
antecesores) y el pasado distante (que alude al periodo mítico de los orígenes o de la creación).
Así pues, en las sociedades ágrafas, la concepción del tiempo como secuencia acumulativa y lineal
puede coexistir con una concepción estática o cíclica. Y ambas se manifiestan en relatos míticos
multiformes transmitidos por vía oral, con todas las limitaciones que impone la fragilidad e
inconsistencia de la memoria humana.
Durante el III milenio a. C., el crucial fenómeno histórico del surgimiento de civilizaciones urbanas y
literarias en el creciente Fértil (Egipto y Mesopotamia) fue acompañado de la aparición de un tipo de
relato escrito (papiro, cera, madera o piedra) donde se entretejían y combinaban los mitos legendarios,
los actos e intervenciones divinas y los hechos humanos seculares del pasado. Es entonces cuando
propiamente se constituyó la Historia, la literata histórica. Porque, no en vano, la escritura permitíó
superar la fragilidad de la memoria individual y dejar un registro de los hechos comunitarios
permanente y transmisible a generaciones sucesivas, si los riesgos de olvido o deformaciones
voluntarias e involuntarias que estaban presentes en la transmisión oral. La escritura, en definitiva,
posibilitó un desarrollo acumulativo en la tradición cultural de las sociedades, de modo que los más
viejos niveles de esa propia tradición se asimilaran sin caer en el olvido. Y de este modo surgíó cierta
conciencia del proceso histórico a través del mero desarrollo percibido de la tradición y del fenómeno
de los cambios en la misma.
2. Egipto y Mesopotamia
En Egipto, los textos históricos más antiguos son las listas de reyes establecidas por los escribas y
sacerdotes. La famosa Estela de Palermo es una inscripción de la IV dinastía (2350 a. C.) que recogía
la lista de reyes y algunos sucesos de cada reinado, comenzando por los predecesores del faraón Menes,
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supuesto unificador de Egipto (3100 a. C.), y continuando la relación hasta la fecha de composición
de la Estela.
Bajo el nombre de cada gobernante se inscriben varios hechos de naturaleza diversa: siempre la altura
alcanzada por la inundación anual del Nilo (medida en palmas y pies), a veces el número de habitantes
y ganado censado, frecuentemente noticias sobre festividades y ofrendas religiosas, la construcción de
templos, victorias militares, expediciones en busca de minerales, etc. Es evidente que la Estela fue
compuesta “con el fin de reflejar la gran antigüedad de la monarquía” y legitimar el poder real, garante
del orden social y político que regula el aprovechamiento de las crecidas fluviales, tan esencial para la
supervivencia de Egipto. También servían a los escribas y sacerdotes como registro ajustado de sucesos
seculares, con una finalidad administrativa y como sistema de datación cronológica.
Esa misma dualidad de funciones (propagandística y administrativa) parecer estar presente en los
restantes relatos históricos egipcios: en el canon de los reyes de Turín (una relación dinástica redactada
en el Siglo XIII a. C.), en las múltiples inscripciones ales, votivas o conmemorativas (como las grabadas
en pirámides, templos u obeliscos), en los anales de los faraones donde se registraban sus campañas y
triunfos militares, etc.
A pesar de la eclosión de la literatura histórica en Egipto, la concepción temporal correspondiente
frustró la aparición de un sentido histórico lineal y evolutivo. Los egipcios consideraban el tiempo
como parte de un orden cósmico estático e inmutable tras la creación divina. De este modo, los
incidentes históricos eran solo desordenes superficiales del cosmos o hechos recurrentes de
significación inalterable. Es decir: la civilización egipcia parecía y creía vivir en un eterno presente
siempre igual en su estructura profunda y pese a sus variaciones epidérmicas.
El tratamiento figurativo del faraón, Dios viviente encargado de mantener la armónía cósmica, expresa
esta idea de la eterna permanencia de las cosas pese a su cambio fenoménico. Del mismo modo, tal
concepción temporal se reflejó en el tratamiento egipcio de la cronología. Solo se reconocían periodos
temporales de años solares (365 días) por lo que los periodos superiores se computaban mediante los
años del reinado del faraón (cada uno empezando su reinado en el año 1). Esta ausencia de sentido
temporal, continuo y evolutivo implicaban una diferencia radical entre los ciclos anuales regulares
(claves para el culto religioso y el registro de crecidas del Nilo) y el pasado distante (que solo podía
computarse vagamente mediante las listas reales). En el siglo III a. C., Manetho, un sacerdote que ya
escribía en griego compilaría la primera lista de todos los faraones y los dividiría en grupos dinásticos,
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haciendo posible para los egiptólogos el uso de esas listas como criterio de datación cronológica
aproximada.
Al igual que en Egipto, también las culturas mesopotámicas (sumeria, babilónica, asiria…) generaron
multitud de relatos escritos en los q se encuentra esta misma mezcla de sucesos míticos, religiosos,
seculares y dinásticos. Por ejemplo, en Sumeria, desde el 2100 a. C. Se elaboraron listas cronológicas
de reyes con la misma funcionalidad dual que las egipcias: servir como sistema de datación para la
práctica administrativa y como elemento de legitimación del estado monárquico. Con este último
propósito, la lista de reyes sumerios relataba el descenso de la realeza del cielo para fundar la primera
ciudad- estado y la repetición de ese acto después de que una inundación fluvial hubiera arrasado la
tierra.
El mismo propósito de apología del poder real benefactor y protector se advierte en las inscripciones
reales votivas y conmemorativas y en los anales que narraban las campañas militares de los reyes
asirios e hititas. De las listas reales parece haber surgido posteriormente un nuevo género
historiográfico: la crónica, “una narración de sucesos políticos o religiosos ordenados
cronológicamente y fechados de acuerdo con los años de reinado de un monarca”. La famosa serie de
Crónicas de Babilonia fue compuesta en el siglo VIII a. C y destaca por la precisión y relativa
objetividad de sus contenidos seculares, en los cuales apenas hay intervención divina, implicaciones
religiosas o intención de halago al rey o al estado. Así ha podido decirse que estas crónicas “no parecen
tener otra función que la de registrar con cuidado los hechos pasados” y son producto de “una tradición
académica sin función propagandística o de glorificación monárquica”.
3. El Judaísmo
En el caso del antiguo pueblo de Israel, la preocupación por el pasado y la preservación de la conciencia
histórica colectiva es incluso un precepto de su religión recogido en el libro revelado.
Tradicionalmente, se ha venido sosteniendo que los hebreos fueron el primer pueblo de la Antigüedad
que adoptó una concepción lineal del tiempo, opuesta a la visión cíclica o estática de las otras culturas
circundantes. Esta novedosa concepción se basaría en la idea teleológica de la historia humana como
la revelación gradual del plan de Dios (desde su alianza con el pueblo elegido hasta la llegada del
Mesías); idea supuestamente reflejada en los distintos libros que componen el antiguo testamento. Tal
concepción se habría ligado al cristianismo y, a través de ella, se había constituido la base de la idea
moderna occidental del tiempo (una vez eliminada su dimensión divina).
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Sin embargo, recientemente se ha puesto de manifiesto que esa concepción lineal y consecutiva no es
privativa de la literatura hebraica y que en esta tampoco están ausentes concepciones cuasi-cíclicas del
pasado. En cualquier caso, lo que sí parece claro es que, en Israel, durante el siglo VI a. C., aparecíó
una narración histórica genuinamente secular y crudamente realista, ajena a intervenciones divinas
directas y explicativa de las causas y curso de los acontecimientos humanos relatados.
Volviendo con el tema del tiempo, es evidente que vemos diferencias entre los historiadores bíblicos y
los historiadores griegos y romanos. Encontramos cuatro diferencias principales:
La sección histórica de la Biblia es una narración continua desde la creación del mundo hasta el 400
a. C. Aproximadamente. Respecto a los historiadores cristianos como Eusebio, que comenzaban desde
antes de la Creación, incluso esto ya es un tiempo limitado. Pero respecto a las historias normales
griegas y romanas, incluidas también las historias universales, el relato bíblico es único en su
continuidad. Hubo un tiempo en el que los historiadores judíos sabían escoger periodos especiales. Por
último, prevalecíó la idea de un continuum histórico desde la Creación en adelante. A ella se
santificaron todos los otros intereses, comprendido en interés por la historia no judía. Una línea
privilegiada de acontecimientos representaba y significaba la intervención continua de Dios en el
mundo creado por Él: los hombres que obraban a lo largo de aquella línea conseguían una importancia
única por la posición en la que se encontraban.
Los historiadores judíos no adoptaban la fiabilidad como criterio para escoger y graduar los
acontecimientos, incluso en el ámbito de este continuum. No conocían la distinción entre una edad
mítica y una edad histórica. No consideraban necesario explicar cómo habían llegado a conocer la
conversación entre Eva y la serpiente. Paradójicamente, los historiadores judíos eran acríticos, no
porque no se preocupaban de los testimonios, sino porque tenían buenas razones para creer que
dispónían de testimonio fiables. Gran parte del relato bíblico se funda directamente sobre documentos
escritos. Lo que no estaba escrito residía todavía confiado a la memoria del pueblo de Israel y
especialmente de sus sacerdotes.
El judío tiene el deber de recordar el pasado. Los griegos y los romanos conservaban con mucho
cuidado los ejemplos de sus antepasados y sacaban de ellos inspiración. Pero ningún griego sintió
nunca que sus Dioses que le ordenasen recordar. La noción de un pacto explica este insistir en el
recuerdo. El historiador bíblico no consideraba nunca ser el primero en redescubrir el pasado o en
salvarlo del olvido. Solo daba una versión fiable de lo que supónía conocido por todos, mientras que
el historiador griego registraba lo que poseía el riesgo de llegar a quedar desconocido.
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El historiador judío no afirmaba nunca ser profeta. Pero las páginas de los libros históricos de la Biblia
están llenas de profetas que interpretan los acontecimientos porque saben lo que ha sido, lo que es y
lo que será. El historiador se subordina implícitamente al profeta, deriva de él los valores propios. La
relación entre el historiador y el profeta es la contraparte judía de la relación griega entre historiador
y filosofo. Pero en el pensamiento griego no podía darse una colaboración entre historia y filosofía,
como se daba en el pensamiento judío entre historia y profecía.
Desde un punto de vista histórico las pretensiones históricas cristianas eran mucho más extravagantes
que las judías, pues los cristianos, siendo más recientes, afirmaban que habían nacido con el mundo.
El influjo del componente teleológico judío se manifiesta en el caso cristiano: en la creación en un
segundo y final advenimiento (parusía) del Mesías (cristo).
Esta nueva historia pagana necesita, para dar cuenta de sus acontecimientos ms superficiales, de la
cronología pagana, de ahí la pasión cristiana por esta disciplina antigua. La historia cristiana tiene
como finalidad la construcción de un relato ordenado cronológica y cronográfica mente de los
acontecimientos del relato bíblico y de aquellos de los que cuente la historia pagana, logrando la
integración de ambos dentro de la misma narración.
La cronografía no podía comunicar en su integridad el relato de la interpretación cristiana de la historia:
• Durante los primeros tiempos del cristianismo, los evangelios sirvieron para dar satisfacción a
esta necesidad
• Para explicar el periodo temporal posterior al relato evangélico y completar su relato, los
historiadores cristianos crearon la historia eclesiástica.
La narración histórica cristiana está destinada al creyente. La noción cristiana de tiempo está articulada
en diferentes concepciones:
• Herejía pagana
• Idea judía de un continuo histórico
• Noción de una temporalidad histórica dividida en dos a partir de la Encarnación.
4. Grecia y Roma
La aparición de ese género de literatura histórica en Israel es contemporánea al surgimiento de un tipo
similar de relato histórico en Grecia, también a lo largo del siglo VI y V a. C. Esta floración de la
historiografía clásica griega fue consecuencia y manifestación de la eclosión cultural que dio origen
paralelamente a la filosofía, la Geometría y la aritmética, la tragedia y la comedia, etc. De igual modo,
dicha eclosión fue precedida y originada por la generalización de la economía monetaria y mercantil,
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la crisis del gobierno aristocrático, el surgimiento de las tiranías y democracias en las ciudades-estado,
y los cambios religiosos y rituales consecuentes.
En definitiva, la difusión del Racionalismo crítico intelectual y de la nueva conciencia cívica de la polis
griega fueron auténticos parteros de la historiografía griega. Es decir: la historiografía clásica fue un
resultado más de la progresiva trituración del mito por parte del logos que tuvo lugar en el ámbito
helénico entre los siglos VI y a V a. C.
Bajo la rúbrica de los logógrafos se agrupa un conjunto de escritores del Asía Menor griega que
anticipan a Heródoto con sus relatos de acontecimientos pasados en los que quiere estar ausente el
mito y leyenda. El más conocido de ellos, Hecateo de Mileto.
Ciertamente, la subsecuente historiografía griega va a caracterizarse por ese enfrentamiento al mito en
aras de un relato racionalista, crítico, inminentita y secular, resultado de la investigación y averiguación
personal por parte del autor que pretende ser “verdadero” y no fabuloso ni ficticio, ni imaginario. La
historia nace así como actividad instalada conscientemente en una perspectiva de logicidad y
racionalidad universal, que solo está dispuesta a admitir un conocimiento demostrativo, apodíctico y
convincente. Y surge como tal oponiéndose a las narraciones de Homero y Hesíodo en cuanto que son
mitos.
En resolución, la historia brota de la crítica racional hacia unos sistemas mitológicos esparcidos por la
Hélade y que aparecen en aquella época de transición y cambio profundo incapaces de seguir
cumpliendo su funcionalidad sociohistórica tradicional.
Heródoto de Halicarnaso (480-425 a.C.) y el ateniense Tucídides (460-400 a.C.) son los exponentes
más notables y representativos de la historiografía clásica Helénica. Ambos continuaron y acentuaron
el respeto a las dos exigencias del relato histórico establecido por Hecateo: la forma narrativa y la
pretensión de veracidad. Y con ellos quedó constituida la Historia como una categoría y género literario
racionalista y contradistinto del relato mítico y fabuloso.
Heródoto, exiliado de su ciudad por motivos políticos y tras haber viajado por Asía Menor y Egipto,
escribíó un gran relato («el primer gran libro en prosa») sobre el origen y desarrollo de las Guerras
Médicas que habían terminado en el 479 a.C. Esa narración sobre un tema político y militar casi
coetáneo (donde sólo se hablaba de “sucesos de los hombres” y no estaban presentes los dioses) se
completaba con largos excursos en los que relataba la geografía, creencias, instituciones y costumbres
de otros pueblos.
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Tituló su obra “Historias”, en el sentido entonces corriente de “investigaciones”, “indagaciones” o
“averiguaciones”, tal y como dejó escrito en su famoso párrafo proemial.
Heródoto lo aplicó a su obra porque su relato sobre un pasado cercano y crucial (no sobre un pasado
mítico, “prestigioso y lejano”) se fundamentaba ante todo en la observación personal y directa: “digo
lo que he visto”. Y si esa observación personal no hubiera sido posible, se fundamentaba en la
información proporcionada por testigos oculares y fidedignos, debidamente contrastados unos con
otros siempre que hubiera tenido ocasión y posibilidad. De hecho, a partir de Heródoto, la
historiografía griega se ocupará esencialmente de conocer y escribir sobre el pasado reciente y
contemporáneo porque éste es el único capaz de ser observado o recordado personalmente y a través
de testigos fiables. Y el recurso a ambas observaciones y testimonios se presentaba como el único
método para obtener la “verdad” sobre el pasado cercano, opuesto a los tiempos legendarios y míticos.
Pocos años después de Heródoto, Tucídides relató en “La Historia de la guerra del Peloponeso” el
dilatado conflicto entre Atenas y Esparta por la hegemonía en Grecia, en el cual había participado hasta
que un fracaso militar le obligó a exiliarse de Atenas.
Sin embargo, hay un aspecto en el que la obra de Tucídides difiere de la elaborada por el “padre de la
historia”: su relato elimina totalmente los aspectos etnográficos presentes en su antecesor y se
concentra en los aspectos políticos, militares y constitucionales de los avatares y sucesos humanos,
sobre los cuales es posible una observación directa y fidedigna que permite una narración
intencionalmente veraz. Este giro de Tucídides marcará profundamente el desarrollo posterior de la
historiografía clásica grecorromana, que versará esencialmente sobre asuntos de orden político,
diplomático y militar. Se debe en gran medida al gran prestigio de Tucídides en la Antigüedad y, luego,
entre los historiadores empírico-positivistas del Siglo XIX, como superior en fiabilidad y rigor a
Heródoto, erróneamente acusado de crédulo o incluso embustero. No obstante, debe señalarse que el
relato histórico de Tucídides, como el de sus sucesores clásicos, es más verosímil que verdadero, como
demuestra el gusto por la transcripción de discursos supuestamente pronunciados por los protagonistas
históricos en momentos claves.
Tucídides puso en boca de Pericles la conmovedora oración fúnebre por los jóvenes atenienses muertos
en combate por su ciudad que era a la par un hermoso canto al sistema democrático que regía en las
polis.
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Después de Tucídides, el cultivo de la Historia en Grecia experimentó un retroceso cualitativo,
simultáneo con la crisis de la polis como entidad estatal y cívica. Las obras de Jenofonte, Calístenes,
Éforo, Teopompo (siglo IV a.C.) y los historiadores del período helenístico (Estrabón o Diodoro de
Sicilia) constituyen en la mayor parte de los casos, en palabras de Moses Finley, una “pedestre
enumeración de sucesos”, un “vehículo de propaganda política” o un “recurso a los sentimientos”.
Como han señalado otros autores, por aquellos tiempos de crisis política la influencia de las artes retó-
ricas “se posesiónó de la historiografía” y estimuló los relatos donde se hacía “resaltar lo trágico, lo
dramático, las pasiones desatadas, tratando de “conquistar al auditorio conmovíéndolo y deleitándolo
al mismo tiempo”. Aún así, la mejor tradición historiográfica griega se perpetuó y enlazó con la romana
a través de un pequeño grupo de autores entre los que destacan Polibio y Plutarco.
Polibio (200-118 a.C.), aunque nacido en Megalópolis, fue educado en Roma junto con el millar de
jóvenes nobles griegos expatriados tras la supresión de una revuelta antirromana. Esa circunstancia,
junto con su amistad con Escipión Emiliano, le permitíó escribir su gran obra “Historias”. En ella
relata la rápida expansión de Roma hasta conquistar casi todo el mundo conocido, desde el inicio de
la Segunda Guerra Púnica (219 a.C.) hasta la destrucción de Cartago (146 a.C.). Su voluntad de
explicación es causalista y no meramente cronística.
Por su parte, Plutarco de Queronea (45-123 d.C.) cultivó el género biográfico con sus “Vidas paralelas”
una serie de biografías parejas de un héroe griego y otro romano (Alejandro y César, Demóstenes y
Cicerón …), organizando el relato según un eje cronológico y con la intención de definir el carácter del
personaje más que su contexto histórico.
Esta tradición historiográfica clásica, transmitida de Grecia a Roma, cumplía básicamente una triple
función social:
• Primeramente, constituía una fuente de instrucción moral, tanto cívica como religiosa: era una
suerte de filosofía moral enseñada mediante ejemplos.
• En segundo lugar, contribuía a la educación y formación de los políticos y gobernantes, en su
condición de magistrae viate y espejo de lecciones políticas, militares y constitucionales.
• Finalmente, proporcionaba un entretenimiento intelectual para los cultos (los pocos que leían)
y servía de apoyatura y soporte para el aprendizaje de las artes retóricas y oratorias,
absolutamente claves para el desenvolvimiento de los ciudadanos en la vida política
grecorromana.
Los cuatro grandes historiadores romanos perpetuaron los rasgos definitorios y las funciones de la
historiografía griega: Julio César (100-44 a.C.), Cayo Salustio (87-34 a.C.), Tito Livio (59 a.C.-17
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d.C.) y Cornelio Tácito (52-120 d.C.). Todos ellos, al igual que los llamados historiadores menores
(Cornelio Nepote, Suetonio, Dión Casio, Amiano Marcelino, etc.), compusieron relatos racionalistas
y verosímiles sobre temas políticos y militares contemporáneos, respetando el principio de inmanencia
causal explicativa y con un acentuado propósito ejemplarizante, educativo y legitimador.
Así, la obra de César está formada por comentarios (escritos en tercera persona) sobre su destacada
participación en dos acontecimientos claves: “La Guerra de las Galias” narra sus campañas para
conquistar esa provincia, mientras que “La Guerra Civil” relata su lucha contra Pompeyo y el partido
senatorial durante la crisis final de la República.
Salustio, coetáneo y protegido de César, es autor de “La conjuración de Catilina” (la rebelión
proyectada por ese patricio contra el Senado) y de “La Guerra de Yugurta” (la campaña romana contra
el rey de Numidia).
Por su parte, Tito Livio súperó en su obra la contemporaneidad y remontó su relato hasta los orígenes
míticos de Roma: “Ab Urbe Condita” es una historia patriótica de la ciudad desde su fundación (752
a.C.) hasta la implantación del Imperio con Augusto.
Finalmente, el aristócrata Tácito narró los truculentos avatares políticos del Imperio (con clara
nostalgia republicana) en sus dos obras maestras: “Los Anales, crónica del reinado de los emperadores
Julio-Claudios” (desde Tiberio a Nerón, 14-68 d.C.), y “Las Historias, dedicadas a los emperadores
Flavios” (desde el 69 al 96).
Los dos rasgos definitorios de la historiografía clásica, su acentuado moralismo y su nítido carácter
retórico, están plenamente reflejados en la siguiente cita de “Los Anales de Tácito”, donde se relata el
comienzo de la rebelión de las legiones romanas asentadas en Panonia (actual territorio de Hungría)
después de la muerte del emperador Augusto:
• Primeramente, presentado como un fenómeno histórico bajo un prisma moral, donde actúan
vicios y virtudes humanas o la fortuna y el destino.
• Recurriendo a las reglas teóricas para crear orden, claridad y efectividad dramática en la
narración.
5. Historia y teología en la Edad Media
En el ámbito occidental, la tradición historiográfica clásica sufríó una ruptura radical a medida que se
acentuó la desintegración política del Imperio romano en el siglo IV y a la par que el monoteísmo
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cristiano alcanzaba el rango de religión oficial del moribundo Estado Romano (312: conversión del
emperador Constantino; 380: edicto del emperador Teodosio). A partir de este momento el historiador
cristiano entenderá la Historia como “la contemplación alegórica de la voluntad divina”, como la
realización del plan preparado por Dios para la salvación de los hombres desde la Creación y hasta el
Juicio Final, pasando por el momento clave de la Encarnación del Hijo de Dios.
Esta concepción teológica del cosmos supuso:
• Relatos del antiguo testamento pasaran a anuncios y prefiguraciones de la Encarnación de
Cristo y los hechos del Nuevo Testamento
• Acontecimientos ocurridos después de la pasión y muerte de Jesús serán contemplados como
resultado de la divina providencia.
Esta apertura del ámbito de las acciones humanas a la intervención y dirección de lo sobrenatural, lo
milagroso y lo maléfico significaba en la practica la mayor ruptura cristiana respecto a la tradición
historiográfica clásica.
Bajo las nuevas condiciones históricas de la sociedad medieval europea (ruralizada, dividida entre
señores y siervos, fraccionada en reinos y principados, unificada religiosamente por la Cristiandad),
no cabía lugar para una narración política laica e inmanentista al estilo clásico, tal y como había sido
practicada por los historiadores grecorromanos. Ahora las funciones sociales de la historiografía
clásica pasaron a ser desempeñadas por la Iglesia por lo que se va a formar una teología de contenidos
histórico la cual mostraba el desenvolvimiento de la Divina Providencia. El gran sistematizador de esa
teología histórica será́ San Agustín (354-430), obispo de Hipona, en su influyente obra “La Ciudad de
Dios”. La misma fue redactada después del saqueo de Roma por Alarico (410) y estaba destinada a
demostrar que el final del Imperio ni podía achacarse a los cristianos ni supónía un revés para una
Iglesia que había sido integrada en las estructuras burocráticas imperiales.
Por lo tanto, podemos decir que el providencialismo omnicomprensivo (que hace de Dios el director
presciente de la Historia del mundo y juez supremo de las acciones humanas) será lo que marque la
Historia de la Edad Media.
Una de las consecuencias de la teología histórica cristiana fue la generalización de una idea de tiempo
lineal y secuencial, cuyos tres momentos esenciales venían dados por la Creación, la Encarnación y la
futura Segunda Venida de Jesucristo. Esa concepción temporal, junto con la necesidad de establecer
las fechas exactas de cada festividad religiosa (particularmente la Pascua), estimularon el gran interés
por la cronología y los cómputos cronológicos que refleja toda la historiografía medieval. Por otro
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lado, en consonancia con el carácter y vocación universalista de su religión, los historiadores cristianos,
básicamente monjes y clérigos, abandonaron el relato clásico sobre temas contemporáneos en favor de
la crónica universal, extendida desde los tiempos de Adán y hasta el propio presente del redactor.
El modelo indiscutido de todas las crónicas cristianas fue establecido por Eusebio (260-340), obispo
de Cesárea, en su obra “Chronographia”, escrita en griego. La Crónica de Eusebio de Cesárea estaba
formada por dos libros complementarios. El primero conténía un resumen de toda la historia universal
hasta el triunfo del cristianismo bajo Constantino, empezando con el Relato Bíblico e incorporando la
historia mesopotámica, egipcia y grecorromana. El segundo libro, llamado “El Canon”, proporcionaba
unas tablas sincrónicas de correspondencias entre las fechas bíblicas (a partir del nacimiento de
Abraham, “3184 años después de Adán, el primer hombre”: el 2016 a.C.) y los sistemas cronológicos
precristianos: las listas de reyes mesopotámicos y egipcios, las olimpiadas griegas, la serie de cónsules
romanos, etc. Y dentro de las columnas de fechas paralelas así formadas, se recogían los
acontecimientos históricos más notables de la época.
La obra de Eusebio fue traducida al latín y ampliada hasta el 380 por san Jerónimo, obispo de Milán,
y bajo ese formato (la Crónica de San Jerónimo) se convirtió en una pieza casi canónica de la
cronografía e historia cristiana. Sirvió de modelo y base de datos para los Siete libros de historia contra
los paganos del clérigo hispanorromano Paulo Orosio (418) y para la muy extendida “Chronica Mundi”
de san Isidoro (560-636), prolífico obispo de Sevilla.
Gracias a Eusebio nacen dos subgéneros: la historia eclesiástica y la hagiografía. Su “Historia de la
Iglesia” narraba la expansión del cristianismo desde los tiempos de Cristo hasta el bautismo del
emperador Constantino (hecho por el propio Eusebio), prestando atención especial a las persecuciones
y martirologios, a la lucha contra las herejías y a la sucesión de obispos. Estos dos géneros constituyen
las grandes novedades de la producción histórica medieval.
Aun así, los historiadores cristianos medievales no dejaron de practicar un tipo de relato más terrenal,
político y vagamente inspirado por los clásicos. De este modo, la desaparición del Imperio y la
institucionalización de los reinos germánicos dio origen a una serie de obras (todas en latín, lengua
franca de la Cristiandad) que narraban los avatares de las nuevas monarquías en el marco de una
interpretación cristiana y providencialista de la Historia. El obispo Gregorio de Tours (530-594)
compuso la “Historia de los francos”; su homólogo sevillano, san Isidoro, redactó la “Historia de los
godos, vándalos y suevos”; Beda el Venerable (673-735), monje del monasterio de Jarrow, escribíó la
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“Historia de la Iglesia y el pueblo de Inglaterra”; y Paulo, diácono del monasterio de Montecasino,
publicó su “Historia de los lombardos” a finales del siglo VIII.
El carácter y formato de todas esas crónicas altomedievales cristianas puede apreciarse cabalmente en
la llamada “Crónica Albeldense”, compuesta hacia el 881 en la corte ovetense de Alfonso III el Magno.
Considerada como la primera de las producidas en el reino de Asturias. Dicha crónica es también el
primer texto histórico redactado en la España cristiana después de la destrucción del reino
hispanovisigótico por la invasión musulmana.
Con las transformaciones socioeconómicas y políticas que se inician en el Siglo XII, la historiografía
medieval, sin dejar de ser cristiana, experimentó un proceso de secularización notable. El crecimiento
de las ciudades, la recuperación de la economía monetaria y mercantil, las reformas monásticas, la
fundación de las universidades, el fortalecimiento de las monarquías y la cristalización de la nobleza
cortesana y caballeresca, tuvieron su reflejo en la aparición de nuevos géneros históricos y en el
creciente uso de lenguas vernáculas como medio expresivo de la historiografía.
Así, por ejemplo, la crónica universal cristiana fue parcialmente reemplazada por crónicas sobre los
nacientes estados monárquicos europeos: en 1139 Geoffrey de Monmouth redactó la “Historia de los
reyes de Inglaterra” (origen del ciclo de leyendas sobre el rey Arturo y la Tabla redonda); entre 1270
y 1280 el rey Alfonso X el Sabio hizo componer la “Crónica General de España”.
Por lo tanto, vemos como las crónicas recuperan el sentido práctico de la producción histórica
tradicional clásica. El moralismo ejemplarizante de la cronística altomedieval se transforma en un
marcado patriotismo, que se identifica con la lealtad.
En Italia y Alemania, el auge de las ciudades-Estado impidió el desarrollo de estructuras estatales,
dando lugar a crónicas urbanas en ciudades como Génova, Padua, Venecia, Núremberg y Florencia.
Durante la Baja Edad Media, en medio de la crisis de la teocracia pontificia, surgieron relatos históricos
más seculares. Jean Froissart escribíó sobre la “Guerra de los Cien Años”, destacando los ideales
caballerescos. En Bizancio, durante un milenio, florecíó una historiografía que combinaba tradiciones
griegas y romanas con concepciones providencialistas cristianas. Grandes historiadores como Procopio
de Cesárea y Anna Comnena narraron hechos clave, como las campañas militares de Justiniano y las
invasiones musulmanas. La cultura árabe-musulmana, basada en el islam, valoraba la historia como
lección moral y fuente de ley, evidente en obras como la vida de Mahoma de Ibn Ishaq y las crónicas
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de Al-Tabari. Ibn Jaldún, con su enfoque racional y secular, destacó en este contexto, aunque su
influencia no se apreció plenamente hasta tiempos posteriores.
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TEMA 4
EN LA BASE DEL MÉTODO HISTÓRICO
1. El desarrollo de la crítica filológica y textual en el Humanismo
Durante los siglos XV y XVI, las transformaciones sociopolíticas, económicas y culturales que dieron
origen al Renacimiento en Europa posibilitaron una recuperación gradual de la práctica historiográfica
al estilo grecorromano. No en vano la expansión de la economía mercantil, las innovaciones
tecnológicas (entre ellas, el reloj, clave para una nueva concepción temporal secuencial), la formación
de los Estados modernos y los grandes descubrimientos geográficos fueron acompañados de dos
fenómenos culturales transcendentales: la recepción de obras clásicas (originales o desconocidas)
gracias a la diáspora de gramáticos bizantinos tras la caída de Constantinopla ante los turcos (1453); y
la invención de la imprenta (1455) y consecuente multiplicación y divulgación de la producción biblio-
gráfica. En su conjunto, esas transformaciones redujeron sustancialmente la influencia y poder terrenal
del Papado y significaron un debilitamiento del control eclesiástico sobre el universo intelectual de
Europa (manifiesto en el declive del estudio de las “ciencias divinas” en paralelo a la expansión del
movimiento humanista concentrado en el estudio de las “letras humanas” greco-romanas).
En ese nuevo contexto de oscurecimiento de la tutela teológica, los humanistas renacentistas
redescubrieron la cultura clásica en su forma original y, entregándose a su estudio, interpretación y
traducción a lenguas vernáculas, generaron una nueva conciencia histórica.
En definitiva, mediante sus estudios y traducciones, los humanistas empezaron a comprender que los
acontecimientos de la Historia antigua y los Bíblicos estaban separados de su propia época no sólo por
el transcurso del tiempo sino también y sobre todo por la diferencia radical en las condiciones de vida.
Y de ese modo, la experiencia intelectual del cambio de los procesos culturales a lo largo del tiempo,
la atención a la distancia temporal y al tiempo pasado como tiempo extraño, hicieron brotar la
conciencia y perspectiva histórica.
La República de Florencia fue la cuna de los primeros historiadores humanistas que reactualizaron en
sus obras el modelo clásico de relato profano, racionalista e inmanentista, bajo el nuevo paradigma
de la conciencia de perspectiva temporal y sentido del anacronismo. Por ejemplo:
• Leonardo Bruñí redacto sus 12 tomos de “Historiae Florentini populi” basándose en
documentos de archivos oficiales
• Nicolás Maquiavelo escribíó “Historia de Florencia” y su ensayo “El Príncipe”
• Francesco Guicciardini publicó “Historia de Italia” que comenzaba desde 1494.
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Podemos ver que la historiografía florentina era básicamente política, militar y diplomática, sin
pretensiones moralizantes o religiosas, pero con intención de enseñar lecciones políticas a los
ciudadanos y gobernantes y de legitimar derechos ejercidos o pretendidos por la República. A la vez
estaba escrita con esmero literario, preocupación estilística y apoyo en la documentación archivística
oficial.
El modelo historiográfico florentino tuvo su eco y reflejo entre los historiadores humanistas del resto
del continente. De este modo, imitando sus carácterísticas formales y metodológicas, surgíó una
notable producción histórica (multiplicada y difundida por la imprenta). Además, también se produjo
un cambio notable en la procedencia y composición social de los nuevos autores de historias: entre
ellos abundaban cada vez más los elementos laicos y cortesanos frente a los clérigos.
Fue en España donde el Descubrimiento y Conquista de América a partir de 1492 generó una
producción historiográfica muy parecida a la de Heródoto y los logógrafos por su incorporación de
temas geográficos, naturalistas y etnográficos en la narración histórica: la llamada Cronística de Indias.
El relato de Cristóbal Colón sobre su expedición y sus cartas informando del descubrimiento a los
Reyes Católicos (“El Diario de a bordo” y “Las Cartas”, editadas en 1493) fijaron el modelo básico y
fueron divulgadas de inmediato por toda Europa en traducción latina, italiana, francesa, inglesa y
alemana. El mismo éxito tuvieron las “Cartas de relación de la Conquista de México” escritas por el
propio Hernán Cortés (1519-1526).
La nueva conciencia temporal de los humanistas renacentistas, su sentido de la perspectiva histórica y
de la atención irrecusable debida a las circunstancias de espacio y tiempo, fue cristalizando a medida
que estudiaban los textos de autores clásicos redescubiertos y solucionaban los problemas planteados
por su interpretación y traducción a las distintas lenguas vernáculas. Y de esta paciente labor de análisis
filológico comparativo para obtener el sentido literal de los textos clásicos fue desprendíéndose la
disciplina histórica, el oficio cuasiartesanal, que habría de estar en el origen de la historia científica del
Siglo XIX: la erudición crítica documental. Suponemos que los padres de la crítica documental y de la
erudición histórico-moderna son Petrarca y Lorenzo Valla. Ambos protagonizaron los primeros
ejemplos de reconocimiento de una verdad histórica a través de la crítica documental.
2. La crítica documental y la historia eclesiástica
Las técnicas de estudio critico-filológico y documental fueron consecuencia de la reforma religiosa en
Alemania en 1517 (católicos vs protestantes). Así, un equipo de historiadores luteranos, dirigido por
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Flacius Illyricus, emprendíó la tarea de redactar una Historia eclesiástica basándose en la edición
crítica y exégesis de textos originales cristianos. El resultado fueron los trece volúMenes llamados
“Centurias de Magdeburgo” (porque el relato se vertebraba sobre períodos de cien años: origen de la
periodización secular). Se trataba de una Historia de la Iglesia que llegaba al Siglo XIII y cuya primera
edición aparecíó entre 1539 y 1546. Naturalmente, el deseo de los historiadores luteranos de recuperar
y enlazar con la tradición cristiana primitiva, antes de su supuesta corrupción por la Iglesia Romana,
tenía una intencionalidad manifiesta: demostrar la falta de base histórica de las pretensiones políticas
y dogmáticas del Papado.
La respuesta católica al desafío de las centurias fue obra del cardenal Cesar Baronio, cuyos 38
volúMenes de “Annaless ecclesiastici” constituían una historia de la Iglesia también apoyada en
documentación original contrastada y criticada. Baronio introdujo un mecanismo para aligerar el texto
principal que tendría amplio curso posterior: las notas marginales donde se dan las referencias exactas
y minuciosas sobre los documentos o citas recogidos en el texto.
En definitiva, de la controversia religiosa, coetánea con las guerras de religión de los siglos XVI y
XVII, surgíó una Historia Eclesiástica que había perdido su carácter sacro y había devenido en relato
racionalista, erudito al modo renacentista y conscientemente demostrativo y polémico. Bajo ese
modelo, los historiadores jesuitas, organizados en equipo bajo la dirección de Jean Bolland (de ahí su
apodo de bolandistas), comenzaron en Amberes la edición de las “Acta Sactorum”: relatos de las vidas
de los santos basados en un examen crítico de las fuentes disponibles y descartando los aspectos
legendarios y documentos fraudulentos.
Por su parte, los benedictinos parisinos de la congregación de Saint-Maur (los mauristas) iniciaron una
empresa similar de edición crítica de las vidas de los santos de la orden benedictina en 1668. Y sería
un benedictino maurista, Jean Mabillon quien daría impulso crucial al método histórico – crítico hasta
el punto de ser llamado el Newton de la historia. En 1681, Mabillon público su famosa “De re
Diplomática”, estableciendo las reglas de la disciplina encargada de analizar, verificar y autentificar
los documentos históricos (los diplomas) para descubrir el texto original, sus interpolaciones,
modificaciones y manipulaciones a lo largo del tiempo. Todo ello atendiendo a sus carácterísticas
gráficas, estilísticas y formales (tipo de letra, abreviaturas, vocabulario, invocaciones, formulas, etc.)
y a sus modos de datación, rúbrica y sellado. Es decir, las reglas sistemáticas para alcanzar un
conocimiento cierto y verdadero sobre el carácter histórico o fraudulento de ese material documental.
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A partir de 1681, la erudición critica, pertrechada de reglas de análisis filológico, paleográfico,
diplomático, cronológico, numismático y xilográfico, prosiguió su roturación racionalista del material
y las reliquias históricas y abríó el camino para la transformación de la historia en una disciplina
científica a lo largo del Siglo XVIII. A pesar de la vigencia y resistencia de interpretaciones históricas
generales de matiz teológica.
Ciertamente el surgimiento de la ciencia de la historia no tuvo lugar hasta finales del Siglo XVIII y
principios del XIX. Con anterioridad, como hemos visto, la tradición del género literario histórico
basado en los modelos clásicos y la nueva tradición de erudición y crítica documental se había ignorado
mutuamente.
3. El gabinete de antigüedades y el coleccionismo
• Flavio Biando: editor de “Roma instaurata” (1446), recopilación de fuentes sobre la antigua
ciudad de Roma y descripciones de los restos arquitectónicos y urbanos obtenidos mediante
visitas e inspecciones topográficas.
• Guillaume Bude: bibliotecario de Francisco I y autor de “Asse ete” que establecíó las bases de
la cronología histórica moderna
• Jean Cruter: “Corpus incriptiorum antiquarium” primer repertorio sistemático de inscripciones
latinas clásicas, para el que redacto el índice y sentó las bases de la futura epigrafia y de la
organización básica.
La labor de anticuarios eruditos se vio favorecida por una serie de cambios institucionales notables:
primera organización de los primeros archivos estables nacionales y primera formación pública o
semipública. Hacia 1450 se organiza y sistematiza para uso de la Curia Romana la Biblioteca Vaticana.
4. Ilustración e Historia
En el transcurso del Siglo XVIII, la erudición de los anticuarios se multiplicó espectacularmente en
toda Europa y generó multitud de diccionarios, repertorios y colecciones que recogían, catalogaban y
clasificaban las antigüedades artísticas, literarias y arqueológicas existentes. La Academie des
Inscriptions et belles Lettres editó entre 1723 y 1790 catorce volúMenes recopilando las ordenanzas de
los reyes de Francia. En 1732, el “Thesaurus Antiquitatum Romanorum”, de J. G. Graevius, puso a
disposición de los especialistas todo un cúmulo de fuentes clásicas latinas. A partir de 1747 comenzó
a editarse la “España Sagrada” del padre Enrique Flórez, un exhaustivo catálogo monumental,
epigráfico y documental de todas las provincias españolas. Y en Italia, entre 1725 y 1751, Ludovico
Antonio Muratori, bibliotecario de la Biblioteca Ambrosiana de Milán publicó sus veinticinco
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volúMenes de “Rerum Italicarum Sciptores”, una recopilación de fuentes literarias de múltiples
escritores sobre temas italianos.
El avance espectacular de la erudición crítica documental en el XVIII acabó por afectar a la forma de
pensar y escribir la Historia según el modelo clásico-humanista. El Racionalismo y causalismo
inmanentista que había caracterizado el relato histórico desde el Renacimiento comenzó entonces a
entretejerse y fundirse con el sentido crítico en el tratamiento y utilización de las reliquias históricas
(materiales verificables) que practicaban la erudición. El maridaje final entre ambas tradiciones
(literaria y erudita) que daría origen a la historia científica tuvo lugar a la par que la idea de Providencia
divina fue siendo paulatinamente sustituida por la idea de “Progreso” al compás de la expansión del
movimiento intelectual europeo conocido como Ilustración.
Sin duda los rasgos definitorios del complejo fenómeno cultural llamado Ilustración (entre otros:
apelación a la razón humana como único criterio de conocimiento y autoridad, crítica de la religión,
concepción pragmática del saber, carácter cosmopolita y universalista del saber, idea de la naturaleza
como ámbito ordenado y predecible, etc.) fueron a la par un reflejo y un agente de las profundas
transformaciones históricas operadas durante el Siglo XVIII. De estas últimas cabe destacar por su
importancia:
• La difusión del método científico experimental aplicado el siglo anterior por Francis Bacón,
Galileo e Isaac Newton
• La expansión de la Colonización europea por Asía y Oceanía
• El notable crecimiento demográfico y urbano continental
• El enriquecimiento y fortalecimiento de las capas burguesas
• La ampliación del público lector y de la producción bibliográfica
• El reformismo institucional de los Déspotas Ilustrados
• El inicio de la crisis política del Antiguo Régimen.
En cualquier caso, el movimiento de la Ilustración posibilitó tanto la aparición de las primeras filosofías
de la historia como el establecimiento de una nueva perspectiva científica al abordar la tarea de escribir
relatos históricos
En esta época la concepción del devenir de la historia de la humanidad se vio entonces crucialmente
afectada por el eclipse de la concepción del tiempo como ciclo reiterativo y por el paralelo triunfo de
la noción de la “flecha del tiempo”. Al desarrollar así la conciencia temporal inaugurada parcialmente
por el Humanismo renacentista, los ilustrados hicieron que el tiempo pasara a convertirse en la práctica
historiográfica en un instrumento identificado con la cronología, principio de media y clasificación por
excelencia, contra el cual el mayor delito y falta habría de ser el anacronismo (incompatibilidad de
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momentos temporales diferentes) y la ucronía (ausencia de referencias temporales). Y precisamente la
aplicación de esta novedosa concepción temporal a un relato-narración racionalista e inmanetista que
se construye sobre la crítica de las reliquias materiales existentes seria lo que habría de fundar la
moderna disciplina de la Historia científica.
Por consiguiente, es inexacta la afirmación reduccionista de que la Historia científica surgíó cuando al
tradición literaria y erudita se fusionaron e independizaron de la filosofía de la historia. Muy al
contrario, tanto la ciencia histórica como la filosofía de la historia surgieron en paralelo sobre la misma
base y contexto sociocultural: la roturación critica de material histórico realizada por la tecnología
artesanal de la erudición histórica y la nueva concepción temporal asociada a la idea de progreso.
Ambas cristalizaron en calidad de disciplinas cuyas perspectivas de trabajo y reflexión sobre la historia
son distintas y sin embargo oscuras, entretejidas y conectadas.
El influjo de la Ilustración también es perceptible en los grandes historiadores británicos del siglo
XVIII. El inglés Edward Gibbon hoy se sigue encontrando en editoriales. Todos ellos se beneficiaron
del ambiente político tolerante y liberal que se había establecido tras la definitiva victoria parlamentaria
sobre el Absolutismo Monárquico en 1688, así como de la actitud empirista y pragmática que estaba
consolidando en la sociedad un próspero desarrollo capitalista vertebrado sobre la reforma agraria y la
expansión comercial, naval e imperial. Todos ellos, coetáneos, amigos y admiradores de Adam Smith,
fundador de la economía política con su obra “La riqueza de las naciones”, participaron en mayor o
menor medida de la ideología de progreso.
En este contexto histórica y cultural tan favorable al Racionalismo y a la filosofía del sentido común,
los historiadores ilustrados británicos acertaron a combinar en sus obras una sólida erudición
documental, una exposición narrativa elegante y un enfoque filosófico racional y unitario al abordar
su respectivo tema. Y aunque ese Empirismo erudito y la preferencia por temas políticos les alejaba del
estilo volteriano, seguían compartiendo con los ilustrados franceses la idea de una historia utilitaria,
destinada a mejorar y promover la condición racional del hombre.
Al igual que en Gran Bretaña, la Ilustración también tuvo una gran influencia en la práctica
historiográfica alemana. Desde mediados del Siglo XVIII, la universidad de Gotinga (en Hanover) fue
escenario de la progresiva mutación en historiadoras de un grupo de juristas que se habían dedicado al
estudio de la variedad de leyes y derechos existentes en los múltiples principados y Estados Alemanes,
tan contraria a la supuesta unidad estática del derecho natural y solo comprensible atendiendo a su
génesis histórica. Pero interpretaron y ejecutaron esa superación en un sentido más afín a Gibbon que
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a Voltaire, buscando la fusión de la erudición anticuaria más exhaustiva con una narración histórica
bajo perspectivas cronológicas racionalistas e inmanentistas.
Para realizar sus trabajos, los historiadores de Gotinga (que pasaron a ser llamados “profesores de
Historia” en vez de “Historia y Leyes”) comenzaron a reunir y depurar críticamente una vasta colección
de datos sobre los Estados Alemanes: una prometedora empresa denominada Statisk (estadística:
descripción del estado). Y sobre ese material depurado construyeron sus relatos históricos sobre
asuntos bien delimitados cronológica y geográficamente, en una modalidad que pretendía ser tanto
narrativa como analítica, aunque al final tuviera más de lo primero que de lo segundo.
Con las labores de la escuela histórica de Gotinga, la dilatada transición en una dual Historia literaria
y erudita hacia una historia-ciencia humana entró en su etapa final y decisiva. Sobre las bases de sus
prácticas y hallazgos, los historiadores alemanes de las primeras décadas del Siglo XIX darían el paso
último en el convulso contexto creado por la Revolución Francesa y las Guerras revolucionarias
Napoleónicas.
No obstante, cabe señalar que la escuela de Gotinga tuvo también una derivación menos innovadora e
incluso contraria a los propósitos originarios de la Ilustración. La atención a la variedad cultural, legal
e histórica de los Estados Alemanes fomentó unos estudios locales que apreciaban en este
particularismo la actuación de un Volkgeist (espíritu del pueblo) adaptado a las condiciones y
necesidades singulares de cada área y época, frente a la universalidad y atemporalidad de la razón
ilustrada y su concepción individualista del hombre como sujeto desprovisto de los lazos sociales
originarios.
Como hemos de ver, el subsecuente nacionalismo político cultural germano y esa concepción
organicista de la singularidad histórica de cada época y pueblo (solidaria de un concepto de Volkgeist
como espíritu objetivo que soplaba infatigable mas allá del efímero tránsito de los individuos
terrenales) habrían de ser factores muy influyentes en la conformación de la historiografía científica
germana del Siglo XIX.
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TEMA 5
LAS FUENTES HISTÓRICAS
Cualquier análisis sobre las fuentes del historiador debe partir de una premisa: es imposible comprobar
en primera persona como sucedieron los hechos en el pasado, por lo que el conocimiento que tenemos
del él siempre será indirecto, a través de los testimonios que seamos capaces de rescatar e interpretar.
Si aceptamos que el saber histórico procede de las huellas que el pasado ha dejado en el presente (las
fuentes), debemos convenir, en consecuencia, que sin ellas no hay conocimiento posible; por muy
fragmentarias, dispersas o escasas que sean, resultan imprescindibles para elaborar un discurso
mínimamente fiable o riguroso. Dicho relato o reconstrucción requiere, por supuesto, de nuestra
habilidad para saber interrogar a la fuente. Debemos ir “al encuentro de su sentido” porque, como decía
el filólogo y antropólogo francés Paúl Ricoeur, es el historiador “quien eleva la huella a la dignidad de
documento significante y eleva al mismo pasado a la dignidad de hecho histórica”.
Por lo tanto, el buen historiador no es solo quien encuentra documentos nuevos, sino quien sabe
dominar las fuentes y es capaz de mirarlas desde un punto de vista original, necesario para sacarles
todo su jugo.
1. Definición de fuente
La idea de fuente adquiere su importancia fundamental si se repara en que todo conocimiento tiene
siempre algo de exploración de “huellas”. Fuente histórica, sería en principio, todo aquel objeto
material, instrumento o herramienta, símbolo o discurso intelectual, que procede de la creatividad
humana, a través del cual puede inferirse algo acerca de una determinada situación social en el tiempo.
Una definición de tal tipo indica ya de entrada el carácter extremadamente amplio y heterogéneo de
una entidad como la que llamamos fuente.
Por lo que, partiendo de la anterior premisa, todo puede ser testimonio histórico si el historiador sabe
utilizarlo como tal, porque es la capacidad del historiador para hacer la pregunta correcta lo que
convierte algo en fuente para la historia. Se parten de estas premisas a partir de la Escuela de los
Annales, que rechaza la idea positivista (Seignobos y Langlois en 1876) que solo consideraba el uso
de documentos de archivo como única fuente. Las aportaciones de la Escuela de los Annales junto a la
Nouvelle Histoire tuvieron como consecuencia el cambio en la forma de trabajar del historiador con
respecto a las fuentes y una nueva manera de crear Historia. El problema de los textos añadía el
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cofundador de la revista Annales, es que son textos humanos; esto es, que tienen su historia y que, por
tanto, hay que tener mucho cuidado a la hora de manejarlos como fuentes pues “suenan diferente según
los tiempos e incluso si designan objetos materiales”.
A partir de ahora las fuentes de “archivo” son una fuente más de las muchas que el historiador del siglo
XXI tiene a su alcance.
Por otra parte, conviene tener en cuenta algo tan obvio que a menudo se nos olvida: la mayoría de las
fuentes que han llegado hasta nosotros no lo han hecho de forma casual, sino todo lo contrario, porque
alguien se ha ocupado y preocupado de que se conservaran. Nuestro trabajo consiste no en acumular
la mayor cantidad de datos objetivos, lo cual resulta del todo absurdo, sino en hacer un proceso de
selección y filtrado que evalúe, caso a caso, fuente a fuente, ante qué tipo de documento estamos y
como hay que tratarlo para sacarle el máximo rendimiento, sin pretender, evidentemente, que el
documento diga algo que no dice.
Las fuentes históricas son teóricamente finitas. La cuestión es si están descubiertas o no. Sin embargo,
de ello no se deduce en absoluto que la investigación de algún momento de la historia pueda detenerse
por agotamiento de las fuentes. Ni la investigación histórica ni ninguna otra depende en exclusiva de
la aparición de fuentes de información, sino de explicaciones cada vez más reinadas.
Carecemos de una bibliografía a la altura de las exigencias actuales sobre la problemática de las fuentes
y la crítica frontal. Sin embargo, la archivística como las técnicas de la documentación, en un amplio
espectro han progresado de forma espectacular en los últimos decenios y tales progresos en forma
alguna pueden dejar ser conocidos por el historiador.
2. Tipos de fuentes
La idea tradicional de fuente debe de ser reformulada dentro del concepto de información documental,
en el que se integran todo tipo de testimonio-reliquia. La procedencia del documento es muy variada.
Nosotros tenemos asociada la idea de que los documentos proceden de los archivos históricos, pero las
fuentes no tienen exclusivamente esta única procedencia. Por ejemplo, en Historia antigua la Epigrafía
y la Numismática son fuentes.
Podemos establecer que una de las carácterísticas más notables de la utilización moderna de la
documentación radica en que cualquier tipo de documento existente puede ser una fuente para la
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historia o cualquier realidad material. A partir de la documentación histórica el historiador extrae
información histórica, los testimonios y materiales con los que el historiador elabora su trabajo.
También podemos decir que las fuentes tienen dos etapas:
• La Heurística: consiste en la búsqueda e identificación de esas huellas o reliquias del pasado
que puedan servir como documentos.
• HermenéÚtica: o fase de interpretación y exégesis del material acopiado.
Cada vez de una forma más recurrente, la Historia se ha centrado en estos últimos, privilegiándolos
sobre los otros, porque los historiadores han sabido captar que en esas huellas había, quizá, más verdad
que en las fuentes oficiales susceptibles de haber sido elaboradas con una finalidad determinada.
El propio Moradiellos establece una primera clasificación de lo que sería las fuentes primarias con las
que trabaja habitualmente el historiador, según su naturaleza:
• Fuentes textuales y escritas
• Imágenes o fuentes icónicas
• Fuentes estadísticas o numéricas
• Fuentes orales
• Fuentes materiales
Por su parte el historiador Francisco Alía Miranda ha desarrollado y argumentado una clasificación
más completa, articulada sobre la base de los distintos criterios que, según él, sirven para discernir un
tipo de fuentes de otras.
3. El criterio posicional
Se dividen en fuentes directas o indirectas o también puede interpretarse como primarias o secundarias.
La distinción entre fuentes directas e indirectas resulta bastante clásica. Pero en su forma clásica esta
distinción era aplicable a la naturaleza del testimonio contenido en ella.
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Una fuente clasificada de directa era un escrito o relato de algún testigo de un hecho, de un
protagonista, de una documentación, a veces, que emanaba directamente del acto en estudio.
Una fuente indirecta era una fuente mediata o mediatizada, una información basada, a su vez, en otras
informaciones no testimoniales. En definitiva, se trataba de un criterio clasificador aplicable a los
escritos cronísticos, a las memorias y a los reportajes.
Pero hoy la categorización directa/indirecta, sin abandonar del todo esa noción referente al grado de
“originalidad” (información, diríamos, de primera mano o no), debe atender primordialmente a la
funcionalidad o idoneidad de una fuente en relación con el tipo de estudio que se pretende. Se traslada
así el criterio de clasificación desde la naturaleza de la información al tipo de investigación que se
emprende. De esta forma, unas fuentes pueden ser directas para un determinado asunto e indirectas
para otro. Por ejemplo, las Vidas de Santos informan sobre todo el simbolismo religioso puesto que
intentan edificar al fiel, pero al mismo tiempo son fuentes inestimables sobre las costumbres de una
época.
El criterio posicional nos lleva al problema del carácter de las fuentes en relación con los periodos
históricos de los que tratamos. La teoría de las fuentes según criterios posicionales nos hace contemplar
las fuentes históricas estrechamente ligadas a la historia que se pretende investigar. Un asunto muy
clásico relacionado con la clasificación policial es el de esa posición en sentido cronológico.
La “cercanía” o “alejamiento” de un determinado tipo de fuentes con relación a la situación de la que
dan cuenta ha planteado en la historiografía tradicional el embrollo de la distinción entre
documentación y bibliografía, o entre fuentes primarias y secundarias. Y, sin embargo, esas diferencias
no obedecerían en realidad a un criterio posicional, sino más bien intencional. “Documentación” es la
información no elaborada, no discursiva. “Bibliografía” define más bien el contexto científico, el
“estado de la cuestión”, en el que nos movemos.
4. El criterio intencional
Se divide en fuentes testimoniales y fuentes no testimoniales. Para empezar, Bloch en 1949, establecíó
una división entre lo que él llamaba:
• Testimonios voluntarios: relatos deliberadamente dedicados a la información de los lectores,
que tienen la ventaja de proporcionarnos un encuadre cronológico casi normal y seguido
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• Los testigos sin saberlo: narraciones que no fueron escritas con la voluntad expresa de dejar
constancia de algo y que, sin embargo, nos interesan especialmente por lo que se nos deja
entender sin haber deseado decirlo.
A través de una hermenéÚtica nada
complicada parece fácil diferenciar la
problemática crítica que presentarían
fuentes, por ejemplo, como una
inscripción conmemorativa de algo y
las cuentas de una explotación minera.
En casi todos los aspectos atendibles en
el proceso de su producción, estos dos
tipos de fuentes muestran una
diferencia radical.
En definitiva, el mecanismo de
producción de un documento de cualquier tipo empleado como fuente de información histórica,
mecanismo en el que habría de considerarse desde la “intención” hasta el material mismo del que está
hecho el documento, es esencial en la evaluación de las fuentes.
El problema de las fuentes no testimoniales es también de otra índole. Asimismo, es menor la cantidad
de información que procura. Esto tiene dos lecturas: por una parte, exige un mayor esfuerzo de
interpretación, un esfuerzo de lectura técnica muy sofisticada, que ha de comenzar descifrando con
garantía los lenguajes en que los documentos se expresan; por otra, todas las fuentes no testimoniales
tienen mayores problemas de contextualización. La producción no testimonial está mucho menos
elaborada que la contraria. En ello reside su gran ventaja en cuanto información objetivada, o no
contaminada, pero ahí reside también su mayor dificultad técnica de manejo.
5. Criterio cualitativo
Fuentes materiales y fuentes culturales. Estamos aquí ante las clasificaciones más complejas por la
gran cantidad de tipos de fuentes que en función de su contenido, soporte, campo, etc., pueden
encontrarse en una investigación. Se trata de las clasificaciones en fuentes verbales/fuentes no verbales
o culturales/materiales. Incluso, dentro de las fuentes verbales puede establecerse otra importante
dicotomía entre fuentes narrativas y fuentes no narrativas.
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Se basa en la diferenciación del tipo de lectura que puede hacerse de una fuente. Es decir, de una fuente
pueden importar dos cosas: su propia y aparente materialidad o el mensaje que, a través de su
materialidad, se expresa. Unas fuentes interesan como objetos, otras interesan por su mensaje del que
el objeto mismo es mero soporte.
Aquellos documentos históricos cuyo valor informativo reside, en primer lugar, en su propia
materialidad, los restos arqueológicos en general, precisan, sin duda, de un tratamiento diferente de
aquellos otros cuya identidad y valor reside “en lo que dicen”, en su contenido intelectual. No es
equívoca ni difícil de establecer, por tanto, una tajante distinción entre fuentes materiales y fuentes
culturales o, si se quiere, entre arqueológicas y filológicas.
Los documentos culturales son, sin duda, un amplio tipo de fuentes donde se incluyen todas aquellas
en las que es posible separar un “soporte” de un “contenido” de la información. Las fuentes culturales
son, por tanto, prácticamente todas las existentes que no son fuentes arqueológicas, todas aquellas,
escritas, habladas, simbólicas o audiovisuales que transmiten un mensaje en lenguaje más o menos
formalizado.
Fuentes narrativas y fuentes no narrativas. Las fuentes no narrativas son una categoría muy genérica
que deja fuera sólo una categoría bastante homogénea pero extensísima: todo lo que es el relato. La
verdad es que lo mismo que la preferencia se decantará con el tiempo hacia el tipo de fuentes no
testimoniales, lo hará también hacia las seriadas y hacia las no narrativas.
La Historia tradicional se hacía esencialmente sobre fuentes narrativas: crónicas, relatos, reportajes,
memorias, que eran ya en sí mismas una “historia” en cuanto narración. El adelanto fundamental de la
moderna historiografía en materia de fuentes reside en el uso cada vez más amplio de las fuentes no
narrativas.
6. El criterio formal-cualitativo
Fuentes seriadas y no seriadas. Sin estos dos conceptos discriminatorios muchos de los progresos de
la historiografía de los últimos decenios no hubieran sido posibles.
La fuente seriada es aquella, material o cultural, que está compuesta de muchas unidades o elementos
homogéneos, susceptibles de ser ordenados, numéricamente o no. Estamos ante fuentes que se
componen de un numero plural de elementos de información o conjuntos de ellos formalmente iguales
que permiten el uso de conceptos de variable, de caso o de registro en una base de datos y que dan
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cuenta de un hecho repetido o redundante. Algunos tipos: desde un fichero policial a una contabilidad
de una empresa. Unas se presentan seriadas y otras pueden ser seriables. Las fuentes no seriadas o no
seriables serían las cualitativas.
La condición de seriadas o no seriadas alude esencialmente a la distinción que puede hacerse en las
fuentes entre aquellas que presentan, o de las que puede extraerse, un contenido expresable
numéricamente, frente a las que no tienen esa posibilidad. Nos encontramos así ante el muy tratado
tema de la existencia de las magnitudes mensurables implicadas en la investigación histórica y sus
carácterísticas
La oposición entre las fuentes cualitativas y cuantitativas hoy en día carece de sentido. Rara es la fuente
de contenido no narrativo, incluyendo desde luego las verbales de este tipo, que con los medios
técnicos hoy existentes no sean susceptibles de algún tipo de seriación. La seriación tiene relación con
la cantidad, pero lo que importa no es siempre el numero sino la repetición.
Realmente seriadas en el tiempo están todas las fuentes por lo que tal carácterística no tiene interés
taxonómico, aunque sí, obviamente, técnico en su tratamiento por parte del investigador. La seriación
de la que hablamos alude claramente al contenido. Fuentes no seriadas son las tradicionales fuentes
cualitativas generalmente escritas: crónicas y memorias, documentos diplomáticos, etc.
7. Comentario de fuentes históricas: la crítica de las fuentes.
Resulta muy sintomático que se creyese durante décadas que el método histórico se basaba en, y se
dirigía a, asegurar buenas y veraces fuentes de información. Nadie duda que esto es esencial en la
investigación histórica, pero en modo alguno agota su método.
7.1. Los progresos de la crítica frontal
Está estrechamente relacionado con los medios técnicos para dictaminar su autenticidad y su datación,
para dilucidar la historia material interna de ellas mismas y la de los soportes que la contienen. La
crítica y evaluación de fuentes ha cambiado también de forma espectacular en la misma medida en que
lo han hecho el concepto de fuente, y, por tanto, las fuentes realmente utilizadas.
Hasta no hace mucho, en bastantes repositorios documentales se dirigía entre una documentación que
era o tenía carácter histórico y otra que carecía de tal cualidad y era considerada documentación
administrativa. Una distinción de ese género es impensable hoy en día.
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El progreso de la historiografía en el Siglo XX, por tanto, no ha dejado intacto, ni podía hacerlo, el
panorama de la vieja crítica. Aquellas disciplinas históricas que más contacto han tenido con los
adelantos técnicos han podido perfeccionar hasta extremos muy considerables los recursos técnicos
para la comprobación de la autenticidad de las piezas o los textos frontales.
Pero los progresos de la crítica se deben en igual o parecida medida al progreso mismo de las
concepciones sobre la historiografía, al progreso de la relación de la disciplina con sus vecinas y afines.
Los problemas de la crítica de las fuentes han debido ser así puestos en contacto con los ámbitos
técnicos del laboratorio químico, de los análisis lingüísticos, de técnicas de análisis de textos, de los
conocimientos critico-documentales o de la estadística. La crítica de las fuentes ha dejado de ser una
labor artesanal guiada muchas veces por el buen sentido y los conocimientos comparativos, para
convertirse en una tarea tecnificada, más fácil y compleja a un tiempo que las antiguas. La rémora
consiste en que en este campo se arrastra también mucha idea obsoleta entre los que resalta la
persistente idea de que la actividad historiográfica no tiene relación con ningún otro de los
conocimientos y técnicas de trabajo en la investigación social.
7.2. El análisis documental en historiografía.
La idea de crítica de las fuentes puede ser sustituida hoy en día con mucha ventaja por la de análisis
documental. El análisis documental es algo más que la clásica crítica en sus aspectos de autenticidad,
veracidad y objetividad, en sus aspectos de crítica “externa” e “interna”, y, más aún, sustituye a la vieja
distinción entre heurística, metódica y sistemática, etc. El trabajo de preparación y manipulación
técnica de las fuentes de información se encuentra estrechamente incardinado en el proceso
metodológico normal; no es algo previo ni desconectado de las demás operaciones metodológicas. La
información desempeña un papel esencial a lo largo de todo el proceso investigatorio. El análisis
documental encaja en el proceso general de la investigación científica que considera siempre que las
fuentes equivalen al campo general de la observación en el que han de obtenerse los datos.
En la metodología historiográfica, la obligatoriedad y la necesidad técnica de la crítica y evaluación
del campo de observación o fuentes procede de cuatro principios básicos, dos de los cuales son propios
de la naturaleza específica de la documentación histórica y son estos:
• Que los hechos estudiados sólo son captables por inferencia desde los restos o huellas
• Que la información histórica se genera en fuentes de extraordinaria heterogeneidad
Existen otros dos condicionamientos que son, sin embargo, comunes a todas las documentaciones:
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• Que la búsqueda y tratamiento de las fuentes está absolutamente ligada en todo el campo de la
ciencia social al de la adecuación entre las hipótesis orientadoras de la búsqueda y el tipo de
hechos que contribuyen a hacer fecundas tales hipótesis. Es por ello por lo que la crítica de la
adecuación, a la que nos referiremos después, no contiene sustancialmente aspectos técnicos
sino epistemológicos y contextuales. En líneas generales, e ideales, toda correcta investigación
parte de un problema y no de una fuente. El problema en cuestión decide siempre la crítica de
adecuación.
• Que las fuentes por sí mismas pueden aportar un componente de distorsión de la realidad. No
la que introduce el historiador, como efecto de dificultades de método o técnica, o como efecto
de presuposiciones ideológicas, sino aquella distorsión que se encierra ya en la propia fuente y
que, como cualidad intrínseca de ella, plantea además problemas de lógica y de contenido.
Como en toda ciencia normalizada, es preciso efectuar siempre un trabajo de depuración de los datos,
lo cual constituye una de las tareas propias del contexto metodológico de la observación. Nosotros
llamaremos aquí a estas operaciones técnicas análisis de la fiabilidad de las fuentes. Pero en la Historia
hay una vertiente más que es el establecimiento del propio y adecuado tipo de fuentes a emplear. La
investigación de este aspecto es lo que llamaremos análisis de la adecuación de las fuentes. Los
objetivos de la investigación condicionan la adecuación de las fuentes. La pregunta acerca de qué
fuentes serían precisas es un problema en buena parte teórico, de una buena conceptualización previa
o de hipótesis claras. Es un problema heurístico. Mientras que el saber para qué puede servir una fuente
encontrada es un problema hermenéutico de gran interés.
En consecuencia, el análisis documental podría ser definido ya como el conjunto de principios y de
operaciones técnicas que permiten establecer la fiabilidad y adecuación de cierto tipo de informaciones
para el estudio y explicación de un determinado proceso histórico. Se entiende, pues, la estrecha
implicación entre las tareas críticas y las hipótesis sobre las que se trabaja. Todas las demás
caracterizaciones de las tareas críticas tradicionales (autenticidad/veracidad/objetividad, críticas
externas e internas) son, de hecho, cuestiones derivadas y, en cierto sentido, secundarias.
En cualquier caso, esto no significa que los viejos y clásicos criterios deban ser desterrados
bruscamente. Aunque aquí hablemos de la evaluación de todas estas cualidades en las fuentes
históricas, está claro qué cualidades de ese tipo se exigen a cualquier documentación que contiene
información sobre algo. Cada tipo de investigación requiere sus fuentes y, por tanto, su crítica.
Permaneciendo vigente la utilidad relativa de todos estos viejos preceptos, lo que, en todo caso, resulta
hoy necesario a efectos pragmáticos es que el historiador integre todas estas operaciones en la
perspectiva que el adelanto de las ideas metodológicas y de las técnicas ofrece actualmente. Esto
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potencia, además, el recurso, en los casos pertinentes, a las viejas y clásicas “disciplinas auxiliares”:
la paleografía, diplomática, epigrafía, numismática, sigilografía, etc. Y de las nuevas: documentación,
archivística, lexicografía, etc. Lo que ocurre es que la formación del historiador ha de ser hoy más
amplia en campos nuevos, más selectiva en cuanto a sus dedicaciones o, lo que es lo mismo, tiene que
ser especializada.
7.3. El proceso de análisis documental
Así, pues, fiabilidad y adecuación son las dos grandes carácterísticas que una fuente debe poseer para
poder ser considerada como tal en una determinada investigación.
La idea de fiabilidad de las fuentes sustituye ampliamente y con ventaja a las antiguas conceptuaciones
que ya hemos comentado de la “autenticidad”, “veracidad”, “objetividad”. Pero hay otra
conceptualización que importa tanto como la fiabilidad material y formal de una fuente y es la de
adecuación. La adecuación de una fuente para emitir información acerca de un determinado asunto es
algo que supera propiamente la crítica tal como la entendemos habitualmente. El problema de la
adecuación de las fuentes ha sido, sin embargo, una cuestión normalmente marginada por la preceptiva
historiográfica de origen historicista. El juicio sobre la adecuación es una decisión metodológica, pero
es más importante que la propia crítica “externa”, según la llamaban los clásicos. La manera en que el
análisis de la fiabilidad y la adecuación se relacionan puede representarse así:
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TEMA 6
LAS METODOLOGÍAS CUALITATIVAS Y CUANTITATIVAS
1. Introducción: métodos cualitativos y métodos cuantitativos
Las metodologías cualitativas (métodos cualitativos de análisis y de crítica) han sido tradicionalmente
las más utilizadas en historia.
Las técnicas cualitativas se caracterizan porque:
• No tienen como finalidad una medición de los datos
• Tienden a clasificar, generar tipos y reunir en función de su cualidad
• Siempre acaban configurando informaciones verbales
El análisis cualitativo se encarga de describir unas variables en un proceso, pero no las mide, no se
preocupa de contabilizar numéricamente los valores que adquieren esas variables, aunque puede
establecer la existencia de cambios de valor.
Las antiguas técnicas cualitativas, aquellas que se limitaban a reunir informaciones a partir de la
analogía entre ellas para configurar una mera recopilación de datos iguales, han sido superadas, en la
actualidad, por otras que pueden analizar el discurso verbal de las fuentes, con arreglo a la estructura
de su contenido, el estado de la lengua o el uso de determinadas palabras y aplicar modelos verbales a
una descripción de la información.
Existen, por tanto, grandes diferencias entre las técnicas cualitativas tradicionales y las mucho más
sofisticadas de la actualidad, como el análisis filológico, los modelos verbales, el análisis de
contenidos, etc. Las técnicas cualitativas también pueden recurrir en algún momento de su proceso de
aplicación, a la matematización. Las técnicas de análisis cuantitativo son muy posteriores a las del
análisis cualitativo. En su origen, la cuantificación fue entendida como una forma de controlar la carga
subjetiva que, para el investigador, comporta siempre el tratamiento de los fenómenos sociales.
La aplicación de técnicas matemáticas al análisis de los fenómenos sociales es antigua; no obstante,
con el paso del tiempo, algunas ciencias sociales, como la economía, se han dotado de un aparato
matemático que las ha transformado completamente. La clave de la cuantificación ha estado siempre
en la medición numérica de los valores de las variables.
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2. Naturaleza y función de las técnicas metodológicas
Las técnicas metodológicas son las operaciones que el investigador realiza para transformar los hechos
en datos. Son, por tanto, el punto de uníón entre la realidad empírica que es objeto de la observación y
la conversión de ésta en un cuerpo articulado de evidencias para demostrar una hipótesis. Se trata, en
conclusión, del elemento clave para la construcción de los datos.
Los contenidos de una documentación (legajos de un archivo, por ejemplo) se convierten, a través de
las técnicas, en los datos de una investigación (índices de la evolución de un fenómeno, tablas de
valores de precios, listas de represaliados, etc.). Los datos, así pues, no son el mero resultado de la
observación, sino hechos estructurados conceptualmente, observaciones registradas a través de una
serie de técnicas.
Las técnicas se componen de un conjunto de reglas comprobadas y repetidas, subordinadas siempre a
los principios metodológicos. Un buen método de trabajo implica, también, saber aplicar las técnicas
de trabajo más apropiadas.
Según sus carácterísticas, las técnicas se agrupan en prácticas delimitadas y coherentes, como, por
ejemplo, las técnicas gráficas, técnicas estadísticas, técnicas documentales, técnicas de archivo, de
encuesta, de muestreo, etc. Todas esas técnicas están al servicio del método, o de alguna de sus fases,
en la investigación científica.
Las técnicas, dentro del mundo de la investigación empírica, desempeñan un papel fundamental en el
proceso de recogida de la información, de observación.
3. Clasificación de las técnicas
Se puede realizar en función de criterios diversos, por ello es poco probable encontrar una clasificación
única y generalmente aceptada. La clasificación más básica es la que distingue entre técnicas
cualitativas y técnicas cuantitativas.
Las técnicas cualitativas son aquellas que trabajan con datos no expresados en forma numérica; es
decir, con conceptos agrupables en clases, pero no susceptibles de adquirir valores mensurables
numéricamente. La medida numérica es la clave de la distinción entre unas y otras técnicas, pero no
es una distinción absoluta.
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Técnicas cuantitativas son aquellas que operan con conceptos susceptibles de tomar diversos valores
o magnitudes que pueden expresarse como serie numérica. A esos conceptos normalmente se les llama
variables. La técnica que opera con datos cuantificados por excelencia es la estadística.
También podemos distinguir entre técnicas de observación documental y técnicas de observación
directa. Clasificación en la que, dentro de dichas técnicas, se englobarían las técnicas cuantitativas y
las cualitativas.
Técnicas de observación documental son las aplicables al estudio de los «documentos» de todo tipo.
Tienen como peculiaridad que siempre ofrecen una observación mediata de la realidad.
Técnicas de observación directa son aquellas que construyen ellas mismas los documentos, como las
técnicas de muestreo, entrevista, encuesta, tests, etc. Las técnicas de observación directa se pueden
agrupar en observación directa extensiva (muestreo, cuestionario repartido, encuestas) y observación
directa intensiva (tests, entrevistas, intervención u observación participante) según el mayor o menor
grado de intervención del investigador en la preparación de la documentación. Este tipo de técnicas
son las que se usan en la investigación de la historia reciente, en historia oral, el historiador puede
emplear las técnicas de observación directa. El campo técnico del historiador es el de la observación
documental, la observación mediata.
La investigación histórica se caracteriza esencialmente por la imposibilidad de construir sus
documentos. No obstante, el historiador sí que construye sus fuentes. Selecciona las fuentes que
considera oportunas y mejores para su investigación a partir de todos los documentos a su disposición.
La fuente, por tanto, es una elección del historiador a partir de los documentos existentes en los que
organiza y selecciona la información que le interesa.
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4. Métodos y técnicas cualitativas
4.1. La documentación escrita
La documentación escrita que el historiador emplea pertenece a dos grandes campos:
• Documentación de archivo
• Documentación bibliográfica y hemerográfica
4.1.1. La documentación de archivo
El análisis tradicional de la documentación de archivo enfrenta al historiador con los legajos de un
fondo documental que recogen una información de tipos muy variados. Esta documentación ofrece al
historiador la información sobre los hechos con la que construye su relato.
Los fondos archivos públicos ofrecen fuentes al historiador que ya han sido sometidas a procesos de
identificación, inventario, catalogación y racionalización a través de técnicas archivísticas que, en sus
fundamentos generales, todo historiado debe conocer.
La regla fundamental de una exploración documental de archivo viene dada por el hecho de que la
búsqueda y la explotación de la documentación se tiene que hacer a partir de una buena planificación
de la investigación que permita optimizar el trabajo para:
• Posibilitar búsquedas exhaustivas
• Permitir la reorientación de la búsqueda
• Producir una agrupación correcta de las informaciones
• Facilitar un claro control de las lagunas de la información
La técnica de exploración documental tiene como finalidad:
• La extracción de la información primaria a partir de la correcta lectura de la documentación
hallada.
• El trasvase de las informaciones obtenidas al aparato de organización de la información. El
investigador, en función de su proyecto de investigación y de su formade trabajo, construye
diversas tipologías: ficheros de contenido, base de datos, recopilación de citas, etc.
La lectura que el historiador hace de la documentación tiene que estar orientada hacia la búsqueda de
cosas concretas. Se trata de una la lectura hipotética, orientada por unas preguntas, por una hipótesis,
pues, e no ser así, no se superaría el simple nivel de la descripción.
4.1.2. La documentación bibliográfica
Es imposible llevar a cabo una investigación en cualquier ciencia social sin un correcto y suficiente
apoyo bibliográfico. Se puede acceder a la bibliografía científica específica sobre un tema a través de
repertorios variados, catálogos de bibliotecas, bases bibliográficas informatizadas, etc.
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No se puede definir un proyecto de investigación o planificar su estrategia sin un conocimiento del
estado de la cuestión científica en un determinado campo temático y en un determinado momento.
La bibliografía existente sobre un tema es la primera y fundamental fuente de información; a través de
su consulta sabemos si un tema ya ha sido tratado o no, si lo ha sido de forma insuficiente o incorrecta.
La bibliografía es, por tanto, un elemento de control imprescindible para el propio proceso de
investigación.
Las publicaciones impresas no periódicas (libros, folletos, etc.) y la documentación escrita en otros
soportes y formas (manuscritos, papiros, inscripciones, etc.) constituyen un campo esencial y muy
tipificado de la documentación de cualquier investigación historiográfica sobre cualquier época.
Los progresos de la documentación archivística y de la observación directa no han invalidado el uso,
para la construcción histórica, de los relatos antiguos, los relatos de época, los trabajos historiográficos
anteriores, los libros de memorias, ensayos y toda la bibliografía utilizable para obtener evidencias
empíricas sobre un periodo o un problema.
4.1.3. La documentación hemerográfica
Actualmente es uno de los conjuntos documentales de mayor interés en la investigación histórica en
Occidente desde el Siglo XVIII. La prensa es una fuente imprescindible para las investigaciones en
historia política, cultural, social.
Pese a su importancia, la documentación hemerográfica presenta problemas considerables en lo
relativo a la crítica de fuentes. Las informaciones de prensa necesitan una estricta y profunda
depuración con arreglo a técnicas que presentan un alto grado de sofisticación.
La documentación escrita, además de la de archivo y la hemerográfica, comprende muchos otros
géneros y tipos, como las publicaciones oficiales de las administraciones públicas, de las empresas e
instituciones de todo tipo censos, anuarios, informes, estadísticas de muy variados tipos, etc.
La documentación escrita sigue siendo la predominante dentro del aparato informativo del historiador
y, por ello, las técnicas de investigación fundamentales se orientan principalmente al trabajo con
documentación escrita. No obstante, cada vez cobran mayor importancia otras fuentes no escritas como
las visuales o iconográficas, las sonoras, informáticas, etc., que en el futuro superaran, como
documentos, a los textos escritos.
4.2. Métodos cualitativos de análisis del lenguaje
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El progreso de las técnicas cualitativas depende de la mayor elaboración de la información primaria,
es decir, de aquella información directa que se obtiene a partir de la lectura del contenido de un texto.
Para ello es preciso recurrir a técnicas que permitan organizar conjuntos de datos a través del estudio
de las codificaciones menos aparentes que también contiene un texto: la lengua, la semiótica o la
semántica de un texto pueden aportarnos contenidos subyacentes, ocultos, que la mera lectura primaria
no descubre.
Es importante que el historiador que trabaja sobre fuentes escritas de carácter textual conozca las
diversas técnicas de análisis de las codificaciones ocultas de los textos practicadas en otras disciplinas.
El recurso habitual a los procedimientos filológicos, estado de la lengua, uso selectivo de palabras,
estudios etimológicos, variaciones semánticas, se acompaña actualmente de recursos semióticos, de
referencias a los medios que el emisor del mensaje tiene para producir sentido, al uso del lenguaje
metafórico, o a la distribución del discurso en relación con los momentos sucesivos de un proceso de
comunicación.
Los cambios sociales son también cambios de lenguaje. El lenguaje adquiere su genuina forma en el
concepto y es una representación del mundo que dice casi todo sobre una época (Wittgenstein).
4.2.1. El análisis de contenido
Las técnicas que permiten obtener información adicional de los documentos escritos a través del
análisis de sus codificaciones internas las podemos llamar en general técnicas de análisis de contenido.
Pueden hacerse estudios del vocabulario de forma cuantitativa, de la semántica, de las formas de
expresión y todo ello admite y hace recomendable el estudio comparativo. Por otra parte, el análisis
sistemático de un texto desde el punto de vista de su lengua, de su semántica o sintaxis, de su
“mensaje”, necesita ya de la aplicación de ciertas técnicas numéricas: contar tipos de palabras, por
ejemplo, clasificar tipos de oraciones o de frases, analizar frecuencias de aparición de ciertas formas o
asociaciones de palabras y de ideas, etc.
El análisis de contenido (AC) resulta esencial en el análisis cualitativo de datos. Se trata de una técnica
basada en el análisis del lenguaje, pero cuyo objetivo no es conocer éste en sí mismo sino inferir alguna
otra realidad distinta a través de él. En si origen, el AC fue una herramienta de análisis de la propaganda
y del lenguaje político. Podemos definir el AC como un conjunto de técnicas de análisis de las
comunicaciones tendente a obtener indicadores (cuantitativos o no) por procedimientos sistemáticos y
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objetivos de descripción del contenido de los mensajes, permitiendo la inferencia de conocimientos
relativos a las condiciones de producción/recepción (variables inferidas) de estos mensajes.
El AC se aplica a documentos de interés cualitativo, pero puede tener una orientación cualitativa o
cuantitativa. Puede intentar hacer ostensible alguna cualidad del mensaje, su capacidad de persuasión
o su intención política, por ejemplo, o puede pretender contar la aparición de palabras para ver el estado
de la lengua.
A través del análisis del lenguaje de un documento se pretende averiguar cosas sobre quienes lo
escribieron, sus intenciones, intereses, situación o importancia en un contexto social dado. La cuestión
esencial es, pues, que el análisis de los documentos trata a éstos como indicadores, como indicios o
restos, de una realidad que se intuye, como hipótesis, y que se quiere desvelar.
Los libros de memorias, sometidos a AC, pueden ser un excelente ejemplo de lo que queremos decir.
El análisis del contenido lingüístico de un manifiesto político puede llevar a establecer su
inautenticidad por no encajar su lenguaje en una serie bien conocida de textos políticos del tipo a los
que aquél dice pertenecer.
4.3. La historia oral como técnica y las fuentes orales
La historia oral (HO) es una actividad historiográfica que comprende dos cosas distintas:
• Es un acceso a lo histórico que supone un determinando tipo de fuentes, los testimonios orales.
• Es un método de trabajo determinado que permite obtener esos testimonios orales para elaborar
un discurso histórico del mismo tipo que el que se hace con otras fuentes y otro método.
La historia oral, por tanto, se puede considerar como una técnica cualitativa practicada con un cierto
tipo de fuentes, las orales. Aquí nos interesa la primera acepción, la de la HO como una técnica o un
método cualitativo de trabajo con fuentes específicas. La investigación en HO se base en el empleo de
testimonios transmitidos de palabra al historiador, lo que ha hecho fundamental el uso de la grabadora
o magnetófono. La entrevista personal es, por tanto, básica en este contexto.
La principal peculiaridad de la HO radica en que, para hacerla, es preciso llevar a cabo un proceso de
construcción de sus propias fuentes. Por este motivo, la HO, como técnica historiográfica está muy
próxima a los métodos y modos de investigación de disciplinas como la sociología, psicología o
antropología. Este hecho la sitúa al margen de una de las carácterísticas propias de la investigación
histórica pues puede construir sus propias documentaciones.
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El tratamiento de las fuentes en HO plantea una serie de problemas. El problema crítico y técnico de
la fuente construida sobre declaración oral reside en las dificultades de su objetividad, su
exhaustividad, su transcripción correcta, la dinámica específica que se entabla entre entrevistador y
entrevistado, la complementariedad con otras fuentes, etc.
La técnica de la HO ha venido cada vez más a converger con la más limitada de la llamada historia de
vida (Life History) practicada desde antiguo por otras disciplinas vecinas. La historia de vida (HV) es
la narración de la vida de una persona hecha por ella misma. En principio es, pues, una fuente sencilla,
bien delimitada, utilizable de distintas maneras. En ocasiones se ha afirmado que no se pueden hacer
buena HO sin un fondo de HV. En la HV se complican los problemas normales de la validez
epistemológica de la fuente oral debido a la absoluta proximidad del productor y el recopilador de la
fuente. Por ello, hay corrientes que tienden a integrar la subjetividad que preside esta investigación
como una parte del método de trabajo.
5. Métodos y técnicas cuantitativas
La aplicación de métodos cuantitativos en la investigación histórica se inició, sobre todo en Francia, a
comienzos del Siglo XX, dentro del ámbito de la historia económica. Conocíó un fuerte impulso en la
segunda mitad del siglo pasado, alcanzando un gran auge desde los años setenta y ochenta, con la
implantación de la informativa y el procesado de datos que hicieron posible la gestión de grandes
masas de datos. El actual avance tecnológico e informático (Big Data, Inteligencia Artificial, etc.)
favorece el desarrollo de este tipo de metodologías y de técnicas.
5.1. Técnicas cuantificadoras: carácterísticas
Técnicas cuantificadoras son aquellas que aspiran a medir relaciones, o a descubrir nuevas relaciones
mediante la estadística.
Cuantificar las variables que intervienen en un fenómeno histórico y expresar sus relaciones a través
de medidas, ecuaciones, lenguaje matemático de más o menos alto nivel, no es el objetivo de una
investigación de este tipo. Este proceso técnico solo sirve como preparación de los datos. La finalidad
de la investigación cuantificada es idéntica que la de la investigación cualitativa: explicar al hombre,
colectivo e individual.
La cuantificación permite encontrar relaciones, explicaciones de comportamientos, que muchas veces
permanecen ocultos a una investigación cualitativa. Su gran potencial reside en su posibilidad para
establecer relaciones exactas.
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La cuantificación cumple tres importantes funciones metodológicas:
• Obliga a expresar claramente los presupuestos de los que se parte, a desarrollar con especial
precisión los argumentos e intenta alcanzar una mayor facilidad de refutación de lo que se
expone.
• La presentación conjunta de los datos cuantitativos hace más probable que la aparición de casos
no contemplados o inusuales se detecte mejor, al tiempo que sea más fácil la observación del
comportamiento de alguna cualidad a lo largo de diferentes periodos, grupos o espacios.
• El empleo del lenguaje matemático y la presentación de los datos de forma ordenada
incremente la posibilidad de comprobación, verificación o refutación, por otros investigadores,
de las conclusiones establecidas.
5.2. Elementos de medición: variables e indicadores
La medición es un medio que permite la interpretación empírica de un concepto. La medición es, en
gran medida, una consecuencia de la teoría, pues ayuda a ordenar los hechos.
5.2.1. Variables
En la medición de fenómenos sociales es clave la idea de variable. Una variable es la representación
simbólica de un atributo, de una carácterística, que posee alguna realidad. Para que una carácterística
pueda ser llamada variable tiene que adoptar valores diversos, al menos dos. La existencia de valores
diferentes para una variable implica, ya, el principio mismo de la medición.
En cualquier tipo de análisis histórico (político, cultural, económico o social) siempre encontramos
variables susceptibles de alcanzar valores diversos: los individuos pertenecientes a una determinada
asociación, el precio de los cereales, los individuos internados en prisiones, tipos de libros en las
bibliotecas. Se trata de ejemplos de realidades conceptualizadas, que son divisibles en unidades y que
se pueden medir: socios, unidades de moneda por kilo de trigo, presidiarios y libros.
El problema radica en que no todas las posibles variables conceptualizables son mensurables con el
mismo grado de dificultad. Hay conceptos que, por su naturaleza, tienen una implicación numérica
(precio, altura, producción, riqueza, etc.); la medición de otros conceptos (y su expresión numérica)
resulta difícil por su propia naturaleza (dignidad, prestigio, conflicto, violencia, etc.)
Existen variables discretas, sólo divisibles hasta un cierto nivel (el número de hijos) que no pueden
tener valores que no cambien de unidad en unidad. Otras variables son continuas, pueden adoptar
cualquier valor (la talla).
Existen dos condiciones imprescindibles para que pueda ser posible la medición:
• Una definición inequívoca de la variable, lógicamente válida
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• La existencia de una unidad de medida para dicha variable
Una variable cuya definición contenga elementos o rasgos de ambigüedad resultará difícil de medir.
La principal dificultad de esta metodología radica en su aplicación a la medición de variables del
comportamiento humano de naturaleza moral, simbólica y no material.
Existen cuatro niveles de medición de variables:
• Medición nominal es la más simple, Consiste en categorizar cosas dándoles nombre para
diferenciarlas: sexo, nacionalidad, moralidad, etc. Se trata de caracterizaciones que no permiten
operaciones matemáticas sin modificaciones previas, son simples datos nominales y, por tanto,
sólo pueden ser clasificados.
• Medición ordinal: en ella, las cosas además de ser nombradas pueden ser ordenadas. En estos
datos existe clasificación y orden. Estratos sociales, parentesco, etc., pueden tener medición de
este tipo.
• Medición de intervalo es aquella que, a partir de la ordenación y clasificación de los valores,
permite saber la diferencia cuantitativa que existe entre uno y otro. En esta medición existe una
unidad de medida común y, por ello, una secuencia ideal de magnitudes. La edad, el peso, el
coeficiente de inteligencia, etc., pueden ser medidos en este nivel.
• Medición de nivel de proporción: este tipo de medición está presente cuando se puede
establecer que el orden de magnitud de los valores que pueden aparecer contiene el grado cero.
También se denomina escala de razón. Magnitudes como la riqueza en dinero, la duración, la
producción de una materia, etc., son de ese tipo.
Poseen clasificación, orden, distancia entre ellas y posibilidad de un punto cero. Los problemas de la
cuantificación en investigación histórica no solo proceden de las técnicas precisas, siempre basadas en
la estadística, sino también de la posibilidad y el estado de las fuentes disponibles.
La investigación histórica típica intenta mostrar el comportamiento en el tiempo de los fenómenos
estudiados; por ello para el historiador son esenciales las cuantificaciones con expresión de series
temporales, a veces de gran duración; algo que, en ocasiones, las fuentes no permiten.
5.2.2. Indicadores
Ya vimos que ciertos conceptos tienen una mayor facilidad que otros para ser convertidos en variables
(traducidos a lenguaje matemático a través de la expresión numérica de sus valores). También exista
la posibilidad de introducir una escala de medida en el caso de conceptos que, de por sí, ya son
cualitativos. ¿Cómo medir la adhesión a algo? Dicha medición es posible en ciertos niveles; por
ejemplo, en el nivel ordinal, se puede establecer una escala de actitudes, tendencias, etc. Este es el tipo
de medición que aplican la mayor parte de las encuestas de opinión.
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Cuantificar es una operación que consiste en convertir conceptos de por sí no mensurables en variables
medibles, manipulables mediante una escala homogénea de medidas que tenga su unidad patrón. La
cuestión fundamental a la hora de operar con las técnicas cuantitativas, con las técnicas de medición
de cualidades de la realidad, radica en encontrar la unidad de medida.
¿Cómo medir la adhesión, la agresividad o el conflicto? Normalmente este tipo de conceptos se pueden
someter a denominaciones, clasificaciones, ordenaciones, pero no a escalas numéricas de intensidad.
El trabajo de ordenación de las variables con arreglo a escalas determinadas es ya un trabajo de previo
de cuantificación, susceptible de ser aplicado en cualquier investigación. En ocasiones, la técnica
consiste en que ciertos conceptos abstractos se introducen en el nivel de la medición estricta con ayuda
de variables numéricas especialmente relacionadas con ellas y que son mensurables. En este caso nos
movemos dentro del ámbito de los indicadores.
Los indicadores son conceptos, variables que sirven de mediadores entre el concepto definido y su
presencia real en una determinada situación. El uso de buenos coches es signo de (indica) riqueza, las
cifras de paro pueden ser signo de (indican el estado de) la coyuntura económica; el número de
incidentes callejeros es signo de (indicio de) estado de violencia. Los conceptos buen coche, paro e
incidente callejero constituyen indicadores de la magnitud de otros conceptos como riqueza (de una
persona en general), actividad económica y violencia, respectivamente.
El uso de indicadores presenta el problema planteado por la verdadera relación entre la variable a
cuantificar y su indicador (¿es el coche de alta gama un indicador directo de riqueza?). Además, en el
caso de la investigación histórica, también existe el problema de la disponibilidad de fuentes adecuadas
capaces de suministrar el suficiente número de datos sobre los indicadores.
5.3. La estadística
La técnica por excelencia en el estudio de las variables cuantitativas o cuantificadas es la estadística.
La estadística es una parte de la matemática o una técnica matemática que permite el análisis interno
de series de datos numéricos y la inferencia o inducción de las cualidades matemáticas que posee un
gran conjunto de datos a partir de un limitado número de ellos, que es con los que se opera. A esta
segunda operación se la denomina inferencia estadística.
La estadística es, por tanto, la parte y derivación de la ciencia matemática que más se utiliza como
técnica de manipulación numérica de grandes masas de datos con la finalidad de reducirlos a
presentaciones y relaciones simplificadas utilizables por la ciencia.
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Se trata de un recurso muy usado en todo tipo de investigaciones científicas; también es muy útil en
todo tipo de investigación histórica, siempre que se presenten series de datos suficientes para poder
aplicar sus técnicas. No se trata de una técnica exclusivamente utilizable en historia económica. Son
susceptibles de tratamiento estadístico todas aquellas variables que intervienen en la vida
sociohistórica a las que podamos aplicar una medida homogénea de sus valores. El único requisito para
ello es el respeto hacia todas las garantías técnicas que hacen posible que el análisis estadístico sea
serio y riguroso.
La estadística tiene dos grandes partes de distinta importancia:
• La estadística descriptiva, aquella que se usa para reducir un conjunto generalmente amplio de
datos a otro más limitado, formado por varios tipos de medidas, que da cuenta e informa mejor
de las relaciones internas entre esos datos. Su carácterística esencial es que sus conclusiones
no superan el ámbito de la serie de datos con la que se opera.
• La estadística inferencial o inductiva, aquella que opera con un número limitado de datos (o
muestra), a partir de los que se quieren obtener conclusiones de conjuntos mucho más amplios,
de los que se supone que la muestra es un reflejo.
Sus conclusiones, por tanto, no superan el ámbito del conjunto de datos con que se opera. A esta
segunda parte es la que se llama propiamente estadística matemática y su base fundamental es el
cálculo de probabilidades.
Cualquier operación estadística supone un universo de datos, es decir, un conjunto de datos numéricos,
generalmente muy amplio, cuyas relaciones quieren analizarse. La puesta en marcha de un proceso de
análisis estadístico de un universo de datos se inicia con la organización de dichos datos y su
presentación tabulada. Los diferentes niveles de medición de los valores de las variables nos designan
distintos tipos de variables: nominales, ordinales, intervalos, proporciones en que se organizan los
distintos tipos de datos. Los tratamientos estadísticos habituales se llevan a cabo con los datos de tipo
intervalo o proporción.
El conjunto de datos numéricos que representan los valores de una o varias variables se presentan en
una tabla que resume visualmente el conjunto de valores que adquiere una variable. Cada uno de los
valores que toma una variable medida en diversos momentos históricos (precios del trigo cada año) o
los que toman el número de variables que se refieren a un mismo conjunto de datos (precio de los
diversos artículos de alimentación en cada año) forman lo que se llama un caso (o un registro en
términos informáticos). Cada caso es el conjunto de los valores de las variables que lo componen. En
la investigación histórica, los casos pueden ser, frecuentemente son, los valores de las variables en un
determinado periodo de tiempo (años, meses, reinados, siglos).
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Si el conjunto de los valores de las variables se representa en un gran cuadro, en las columnas se
presenta cada una de las variables y en las filas los valores de aquellas. A este tipo de presentación se
la conoce como matriz de datos.
La matriz de datos es una representación que reúne simultáneamente todos los casos y todos los
valores. Se trata de la primera representación que se debe de hacer con el conjunto de los datos, si su
número lo permite. Otra posibilidad consiste en una presentación informática a través de una base de
datos.
La disponibilidad conjunta y rápida de todos los datos es una condición fundamental para el trabajo
cuantitativo y estadístico. La representación en forma de matriz permite captar la consistencia interna
de ese conjunto de datos. Dicha consistencia se basa en que cada fila configura realmente un caso y
cada columna contenga el mismo tipo de información. La consistencia y homogeneidad de los datos
es fundamental en todo análisis cuantitativo.
5.3.1. Análisis estadístico de los datos: estadística descriptiva
La estadística descriptiva es la primera parte de la técnica estadística, aquella que empieza a determinar
las relaciones que existen entre los datos efectuando con ellos operaciones aritméticas. Las operaciones
de este tipo más sencillas permiten conceptualizar ciertos tipos de relaciones:
La distribución de frecuencias de los valores de una variable o número de veces que se repite cada
valor, categoría u orden con que la variable se presenta. Se puede estudiar con cualquier tipo de
medición de datos (nominal, ordinal, de intervalo o de proporción).
La distribución de frecuencias porcentuales y sus subtipos: la distribución de frecuencias acumuladas
y la distribución de frecuencias acumuladas porcentuales. Las clasificaciones encontradas, las tablas
de contingencia y la representación gráfica de todos estos datos son los métodos más frecuentes para
adentrarse en la estructura interna de un universo de datos.
Los promedios y las dispersiones permiten poner en marcha el proceso de medición de la tendencia
central, es decir, de aquellas carácterísticas del universo que pueden expresar de forma más directa y
sencilla las carácterísticas básicas y las cifras de la relación más elemental entre los valores.
Entre estas medidas de tendencia central están básicamente la media aritmética, la mediana, la moda.
Que son respectivamente el valor medio de todos los datos, aquel valor que deja el mismo número de
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los demás por encima que por debajo del suyo, y aquel que más veces aparece. También constituyen
esa tendencia central las variaciones que se producen en torno al valor medio.
Tanto como las medidas de las medias, o valor medio, importan las medidas de dispersión, es decir,
las medidas de las variaciones más acusadas que se dan entre los valores extremos de los datos de un
universo y el tipo de variaciones más frecuentes que se dan entre los valores de toda la muestra.
Entre las medidas de dispersión están:
• La desviación media que consiste en sumar las diferencias de cada valor con respecto a la media
valor, que puede ser positivo o negativo, y dividir esa suma por el número total de valores (o
sea, de casos)
• La varianza: fórmula que nos proporciona la suma de todas las desviaciones (el valor de una
variable menos la media, con el signo que le corresponda) elevadas al cuadrado y divididas por
el número de valores.
• La desviación estándar que es la raíz cuadrada de la varianza.
• El coeficiente de variación que es el grado en que dos variables difieren de sus medias
respectivas.
• El coeficiente de variación de un vector de números que son valores de una variable es la
variación standard de ese vector expresada en tantos por cientos de su media aritmética.
5.3.2. La correlación
Otro ámbito del trabajo estadístico es aquel que establece la relación que existe entre dos variables y
los valores que toman o, en forma de técnicas más avanzadas y complejas, el análisis de las relaciones
entre más de dos variables o multivariables. El interés que tiene el análisis de la relación entre las
variaciones de dos o más variables puede llevar a pensar que la utilidad última en la investigación
sociohistórica del trabajo estadístico es el establecimiento de correlaciones entre variables.
La correlación expresa de forma matemáticamente elaborada la idea sencilla de la forma en que dos
variables toman valores, cada una de ellas en relación con los valores que toma la otra. Se dice que dos
variables están efectivamente correlacionadas cuando a determinados valores que toma una de ellas le
corresponden, en la otra, valores ligados a los de la primera dentro de un campo de variación fijo, cuya
amplitud se puede determinar.
La correlación puede ser más o menos estrecha. Una correlación muy íntima establecería que en los
valores de dos variables hay una dependencia estrecha de los unos a los otros. Una correlación menos
fuerte nos daría una idea de una cierta relación, pero con mayores posibilidades de variabilidad.
La correlación perfecta es la simbolizada por el número 1. A cada valor tomado por una variable
correspondería, en la otra, uno determinado y sólo uno. La correlación 0 indicaría que dos variables
no están en absoluto ligadas. La expresión de una correlación positiva entre variables discurrirá así
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entre 0 y 1; a partir del valor 0,5 se puede decir que una correlación es significativa. Puede haber una
correlación negativa: aquella que expresa qué valores no tomaría una variable al tomar la otra unos
determinados. La correlación negativa se expresa con el signo – y sus valores estarían entre 0 y -1. En
su conjunto total, los valores de una correlación entre variables van de -1 a 1.
La correlación más sencilla es la que se establece entre dos variables; la verdadera complejidad está
en el análisis multivariable que establece la variabilidad conjunta de más de dos variables.
La idea de la correlación también se expresa mediante la técnica de la regresión de una variable sobre
otra; se trata, en este caso, de llevar a cabo el análisis de los valores que una variable toma para cada
uno de otra. Esta técnica permite un análisis de las relaciones causa – efecto si se considera que una de
las variables (la variable independiente) opera independientemente induciendo a la otra (variable
dependiente o función) a adquirir valores estrechamente relacionados con los que toma la primera. Es
preciso tener en cuenta, no obstante, que el establecimiento de una correlación nunca equivale a una
causalidad.
En la investigación histórica se suele trabajar con la serie cronológica. El estudio a lo largo del tiempo
de la variación de una determinada variable o fenómeno, o de una correlación entre variables, permite
analizar el comportamiento pasado. Esta es, además, la única manera de poder decir algo sobre las
tendencias, las variaciones estacionales y las variaciones de dependencia temporal de unas variables
respecto a otras. Ciertos procesos históricos pueden explicarse mejor si se descubre que la aparición
de una cierta carácterística o circunstancia en un momento lleva aparejada la aparición de otra, o que
determinados comportamientos están influenciados, con algún grado de correlación, por la presencia
de otras realidades.
Los ejemplos de relaciones que pueden ser estudiadas y más fácilmente explicadas a través del
establecimiento de correlaciones son casi infinitos: propiedad de la tierra y natalidad, voto electoral e
intereses económicos o ideológicos variados, afiliación a partidos políticos y situación socio-
profesional, depresión económica y revuelta política, etc.
Los datos obtenidos del análisis estadístico se tienen que formalizar con arreglo a algún patrón de
clasificación. En la actualidad, el sistema por excelencia de formalización de los datos de una
investigación cuantitativa es la informática.
La representación gráfica del conjunto de los datos cuantificables de una investigación cuantitativa, de
las relaciones entre ellos y de su evolución temporal, es un recurso técnico no sólo expositivo (de
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presentación de datos) sino útil también en el proceso de la investigación, pues puede ayudar a
clarificar a simple vista bastantes carácterísticas del universo de datos.
Las representaciones gráficas tienen siempre como clave la construcción, en un sistema de
coordenadas, de la evolución de los valores de las variables. Las representaciones más sencillas son
las “curvas aritméticas”, en las que los valores se representan en una escala aritmética; también se
pueden emplear escalas logarítmicas o semilogarítmicas.
En la investigación histórica, la representación más habitual es la de la evolución temporal de un
determinando proceso (precios, votos, etc.). En ella en el eje de abscisas siempre se representa el
tiempo y en el de ordenadas los valores de la variable. La representación gráfica de fenómenos, de su
evolución temporal o de relaciones entre ellos también se puede hacer a través de otros procedimientos
de presentación: histogramas, gráficos de sectores o “tarta”; las frecuencias permiten su representación
por medio de polígonos de frecuencias. Los medios informáticos actuales facilitan y simplifican la
confección de este tipo de representaciones gráficas.
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