Miguel Hernández es una de las voces poéticas más importantes de la literatura española del siglo XX. La repercusión de su obra no se debe sólo al estatus mítico que alcanzó el autor por su trágico destino, víctima del momento más crítico de nuestra historia reciente, sino también a su carácter universal. Su obra une lo humano y lo social, lo ético y lo estético, y puede entenderse, en definitiva, como colofón de la poesía española del primer tercio del siglo pasado, periodo definido con toda justicia como Edad de Plata de nuestra cultura. Una de los rasgos esenciales de su poesía es la síntesis entre la herencia de la poesía tradicional castellana y el aliento renovador vanguardista que impregnó todas las artes en los años 20. En las siguientes líneas examinaremos los aspectos esenciales de ese eclecticismo.
Trayectoria poética
La trayectoria poética de Miguel Hernández puede sintetizarse como una evolución desde la poesía de carácter popular y oral, a través de la imitación de los autores clásicos españoles, hasta el vanguardismo y el compromiso social en cuanto comience la guerra civil, para desembocar en sus últimas composiciones en una vuelta hacia el intimismo más humano y depurado de toda retórica.
Influencias literarias
Sus primeras influencias fueron las lecturas de las obras clásicas a las que tenía acceso en la biblioteca. Sus versos reflejan el profundo conocimiento de los autores españoles desde los inicios de la literatura castellana hasta sus coetáneos. Encontramos influencias en sus primeros poemas de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, que combina con la poesía renacentista y con la poesía pastoril. Sin embargo, la influencia más determinante en su poesía de juventud será la de Góngora, que inunda de metáforas herméticas, retorcidos hipérbatos y léxico cultista su primer poemario, Perito en lunas, singular colección de estampas de la naturaleza oriolana en clave de acertijo poético. También está ya muy presente en su primer libro el rastro vanguardista de una poesía pura, deshumanizada, especialmente a través de Jorge Guillén y del ultraísmo de Gerardo Diego. Para su siguiente obra, el surrealismo ya será una veta fundamental de su creación, aunque de una manera muy personal, conviviendo con la progresiva rehumanización del contenido, una vez que Miguel empieza a profundizar en el sentimiento amoroso. Así, en El rayo que no cesa se aprecia una fusión de surrealismo y tradición, de la que toma la métrica clásica (esencialmente el soneto, pero también la silva o los tercetos encadenados), a los que se suman también las influencias de toda la tradición poética inmediatamente anterior e incluso de sus coetáneos, desde sus venerados Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre hasta el modernismo de Rubén Darío e incluso el romanticismo del XIX.
Poesía de guerra y neopopularismo
Llegada la urgencia de la guerra, su poesía se desnuda de retórica y se consolida su rehumanización orientada a lo social. Se acentúa así, a partir de 1937, con Viento del pueblo, una influencia que ya estaba presente en su producción anterior pero que ahora se vuelve central: la del neopopularismo. Es esta una de las tendencias más preciadas por el 27 (especialmente por Lorca y Alberti), cuyos poetas practicaron con entusiasmo la reelaboración culta del romancero y el cancionero. Miguel Hernández emplea esta tendencia en su poesía social más directa y cercana al pueblo: la recitación en el frente de estos poemas de guerra, de denuncia y de solidaridad lo lleva al empleo del romance y del octosílabo. El tono y la métrica, por tanto (aunque sigan mezclándose con imágenes vanguardistas y metáforas surrealistas), beben de las raíces populares. Con Cancionero y romancero de ausencias las formas poéticas se desnudan aún más para reflejar el dolor y la desolación, ciñéndose a los escuetos esquemas de la canción tradicional o encauzándose en formas romanceriles.
Síntesis de la poética hernandiana
En síntesis, tres son las vetas esenciales que atraviesan la poética hernandiana:
- La tradición culta al completo, incluyendo casi todo su espectro, desde el Siglo de Oro hasta el Modernismo y sus propios coetáneos, pero con especial prevalencia del gongorismo.
- Los hallazgos de la vanguardia, desde la poesía pura más deshumanizada de los años 20 hasta la rehumanización surrealista a la manera de Neruda.
- Por último, el neopopularismo cultivado por el 27.
Puede atisbarse, de hecho, una evolución similar a la experimentada por los poetas del 27, ejecutada como a destiempo, unos años después, con ese carácter epigonal del que muchos críticos hablan. Pero esta suma de tradición y vanguardia no habría convertido a su autor en la voz inmortal que hoy perdura por sí sola. Las tres vetas expuestas se combinan con su personalísimo aliento vivencial, que impregnará progresivamente su producción. La teñirá primero de la experiencia de un joven pastor que observa la luna oriolana y sueña con emular a los clásicos. A continuación vendrá el despertar al amor y los sinsabores fruto del choque entre el deseo y una realidad conservadora. Llegará después el canto épico de la defensa de la libertad contra el fascismo. Por último, la amarga derrota y la desnudez trágica de su producción encarcelada. De este modo, tradición y vanguardia se unen en la voz más personal y sincera de su tiempo, en una obra que podemos considerar como el colofón de la poesía de la Edad de Plata de nuestra cultura, aquella que fue interrumpida trágicamente por la barbarie que acabaría llevándose también al genial poeta pastor de Orihuela.