Modelos de crecimiento económico en el siglo XX: Transformaciones y Desafíos


Modelos de crecimiento económico en el siglo XX

1. Ciclos económicos, coyunturas y crisis

Teorías económicas sobre ritmos, fases y modelos de crecimiento

En una visión de conjunto, hay dos detalles importantes. En primer lugar, durante el siglo XX el crecimiento se aceleró en todas las regiones y, al mismo tiempo, se extendió por amplias áreas geográficas. Obviamente, con importantes diferencias regionales, pues si bien es cierto que en todos los lugares el crecimiento ha presentado mejores resultados, no lo es menos que durante los últimos cien años la diferencia entre los países ricos y pobres se ha agrandado.

En segundo lugar, hubo un desplazamiento en el liderazgo económico mundial, de Gran Bretaña hacia Estados Unidos, como consecuencia de una combinación de causas que hacen del nuevo líder un nuevo ejemplo de excepcionalidad histórica:

  1. Crecimiento de la población: 4 millones en 1790, 31,5 en 1860 y 97 en 1913
  2. Geografía de grandes dimensiones. Abundancia de tierra y variedad de recursos naturales: minerales, fuentes de energía, etcétera.
  3. La escasa población, sus altas rentas y sus altos salarios promovieron un cambio técnico intensivo.
  4. Gran esfuerzo inversor. Primero, procedente de Gran Bretaña, después, propio.
  5. Industria especializada en sectores grandes y con grandes empresas, muy intensivas en capital y con procesos de producción en masa
  6. Tradición liberal, sin necesidad de romper con estructuras feudales previas
  7. Ausencia de guerras sobre su propio territorio.

Por otro lado, en su descripción de las etapas del capitalismo del siglo XX, Maddison agrupa el periodo 1913-1950 en una única fase, caracterizada por la ruptura de la confianza y por la liquidación definitiva del laissez-faire. A partir de ahí, la segunda mitad del siglo comienza con la reconstrucción tras la IIª Guerra Mundial, continúa con la llamada “edad de oro” del capitalismo, y entra en un nuevo periodo a partir de la crisis del petróleo.

Pero si tuviéramos que buscar un rasgo de identidad común a todo el siglo XX, posiblemente tendríamos que recurrir a la descripción de G. Tortella, que a su énfasis en las políticas monetarias suma una intuición de amplio calado: la cancelación del liberalismo y su sustitución por la democracia:

Las fuerzas dinámicas del crecimiento

1. Los recursos naturales

Hoy no parece que haya mucha relación entre disponibilidad de recursos y el nivel de PIB per cápita. El desarrollo del comercio mundial gracias, entre otras causas, a las nuevas tecnologías de transporte, han facilitado el acceso a las materias primas y a la energía y han hecho que la disponibilidad en el propio territorio de recursos estratégicos tenga menos importancia en la determinación del ritmo de crecimiento nacional.

En todo caso, se han producido dos grandes cambios a lo largo del siglo XX, que son la consumación de trayectorias previas: por un lado, la cancelación definitiva de la agricultura tradicional, con todo lo que ello ha significado, tanto desde el punto de vista productivo, como desde la óptica ambiental; por otro, gracias a la electrificación y el motor de explosión (electricidad y petróleo) ha sido posible contar, desde el punto de vista energético, con una mayor diversificación de fuentes de energía, lo que ha reducido la importancia de la dependencia del carbón.

2. El trabajo (I) Cambio demográfico y oferta de mano de obra

La población mundial no ha dejado de crecer, provocando, al mismo tiempo, cambios en la estructura de la población. El principal motor del crecimiento demográfico ha sido la caída generalizada de la mortalidad, que ha compensado de sobras la caída correlativa de la natalidad, de manera que la oferta de trabajo global (población entre 15 y 64 años de edad) ha aumentado desde el 60 al 67 por 100 en los países ricos.

Pero también la mortalidad en el Tercer Mundo ha descendido con fuerza durante la segunda mitad del siglo XX, lo que, junto a la persistencia de las altas tasas de natalidad que mantienen los países subdesarrollados, explica el hecho de que a partir de 1940-1950 la parte principal del crecimiento demográfico mundial haya provenido precisamente de éstos.

Centrándonos sólo en los países ricos, la disponibilidad de mano de obra ha aumentado, pero, al mismo tiempo, se ha alterado profundamente su composición. Por un lado, se ha reducido la oferta de trabajo por dos factores: 1). La vida laboral de los trabajadores ha experimentado un recorte sustancial; y 2). el número de horas de trabajo por persona ha descendido sostenidamente.

Sin embargo, la oferta de trabajo total ha aumentado: 1). En primer lugar, por el crecimiento demográfico. 2). En segundo lugar, por la decidida incorporación de la mujer al mercado de trabajo, que hoy mantienen tasas de actividad en torno al 60 por 100, cuando en torno a 1870 era raro el país en el que sobrepasaba el 25 por 100.

3. El trabajo (II) Capital Humano

Ahora bien, la disponibilidad “bruta” de mano de obra nos dice poco acerca del crecimiento. Mucho más significativa es la evolución del “capital humano”, es decir, de la mano de obra con un nivel de formación medio capaz de dotar al simple trabajo de un valor añadido cualitativamente diferente.

4. El capital. El progreso técnico.

En el siglo XX ha habido una gran propensión a arriesgar capital en técnicas nuevas que prometen una mejora de los beneficios, que contrasta con la precaución de las sociedades preindustriales. Pero la clave es la institucionalización del progreso técnico, que ha pasado a ser un elemento endógeno del proceso de crecimiento.

5. Los cambios estructurales.

Además de la contribución de los factores de producción —tierra, trabajo y capital— al crecimiento, hay que contar con otras “fuerzas dinámicas” que también han desempeñado a lo largo del siglo XX un importante papel en la determinación del desarrollo. Los cambios estructurales han sido una fuerza de primera magnitud.

  1. Estructura del gasto: alimentos y vestidos representaban en 1820 el 66 por 100 del consumo privado; a finales de 1980 sólo eran el 25 por 100. Esto ha liberado una enorme cantidad de gasto para incrementar la demanda de múltiples bienes y servicios.
  2. En consecuencia, la estructura de la producción ha podido reaccionar a tales estímulos, diversificando la oferta y haciéndola más compleja.
  3. Finalmente, se ha consumado la transformación de las estructuras de producción en un sentido modernizador. Como se ve en el siguiente cuadro, los países más adelantados dedicaban casi la mitad de su población a la agricultura en 1870, pero a mediados de los ochenta el porcentaje había caído hasta el 6 por 100. Este simple hecho supone un crecimiento adicional derivado de las ganancias de productividad asociadas.

6. El comercio internacional

La prosperidad generada por el comercio ha sido crucial durante el periodo de las dos globalizaciones, en la segunda mitad del siglo XIX y en la segunda mitad del XX. En este sentido, el siglo XX ha tenido dos fases bien delimitadas:

  1. 1913-1950: recaída en el proteccionismo. Políticas discriminatorias, subida de aranceles, restricciones cuantitativas, controles de divisas…
  2. 1950 en adelante: restauración de los regímenes de comercio liberales: negociaciones del GATT, formación de la CEE, etcétera = segunda globalización.

7. El papel de los gobiernos

Durante la etapa del capitalismo liberal, el Estado pretendía ser “neutral”, o al menos, mantener la ficción de que lo era. La confianza en el mercado inspiraba esa voluntad y reservaba al Estado un papel mínimo. Sin embargo, con la extensión del sufragio universal, es decir, a medida que los estados liberales fueron dando paso a estados democráticos a raíz de los avances sociales conquistados por la lucha de los partidos y organizaciones obreras, el Estado se hizo más inclusivo: ahora los parlamentos defendían intereses más amplios y diversos, de manera que la clase política estaba obligada a velar también por los intereses de las clases trabajadoras, forzando un pacto entre capital y trabajo. El sistema se hacía más confortable, la lealtad de la población se ampliaba y los radicalismos perdían crédito. Como había dicho el canciller Bismarck en 1884, «si no hubiera un partido socialista ni muchas gentes asustadas por ese partido, no existirían los pocos avances que hemos realizado en el campo de las reformas sociales».

El “Estado mínimo” del laissez-faire liberal se diluía en dos fases:

  1. 1914-1950. Intervención por necesidad. Durante la Iª Guerra Mundial, por primera vez y de forma generalizada, el Estado tuvo que convertirse en un agente activo en todas las economías de los países involucrados. Algo parecido sucedió en los años treinta con una crisis económica de proporciones inéditas. Y más todavía durante la IIª Guerra Mundial y la reconstrucción posterior. A regañadientes, pero sin alternativas, no quedó más remedio que intervenir de forma constante durante medio siglo. En cada uno de estos momentos se iban generando inercias difíciles de romper.
  2. 1950-1980. La intervención por convicción. Durante la Edad de Oro, la construcción del Estado del Bienestar dio alas a la intervención, pero no ya como respuesta a situaciones más o menos graves, sino como estrategia económica, respetada, defendida y sin apenas detractores.

A partir de ahí, el Estado ha pasado a convertirse en un actor económico fundamental en varios sentidos:

  1. Conforme el Estado crece en funciones y en complejidad, también crece en empleados, hasta el punto de convertirse en muchos casos, en la principal “empresa” de muchos países. Como consecuencia, las políticas salariales y de empleo público son capaces de dirigir, hasta cierto punto, el rumbo de una economía.
  2. La empresa pública también ha tenido fases de desarrollo, más en unos países que en otros y con distintas intensidades. Hoy, sin embargo, después de veinte años de ideologías privatizadoras en el poder, está en franca recesión cuando no ha desaparecido.
  3. La vía de intervención más importante de los Estados modernos es el gasto, que en promedio alcanza cifras (1987 y 1992) que superan el 45 por 100 del PIB:

Si el gasto público ha aumentado en todos los países, lo ha hecho por el impulso de los compromisos modernos: pensiones, sanidad, educación, etcétera. Es decir, gastos característicos del Estado Social. Las consecuencias han sido muy importantes en todos los órdenes. En primer lugar, desde el punto de vista del crecimiento, no cabe duda, como dice Maddison, de que «la actuación del Estado ha beneficiado a las fuerzas que contribuyen al crecimiento y la estabilidad de la economía». En segundo lugar, el Estado ha reducido la pobreza, ha aumentado la igualdad de oportunidades, ha disminuido la incertidumbre y la inseguridad de amplias capas de la población, ha desempeñado una acción anticíclica —proporcionando cierta estabilidad automática a la economía, mitigando las penalidades de las recesiones—, y ha dado una gran legitimidad al sistema capitalista.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *