Mundo aparente o devenir es la realidad que percibimos con los sentidos


¿Me pregunta usted…?:


En este fragmento, Nietzsche señala uno de los aspectos carácterísticos de la filosofía occidental: “su odio a la noción misma de devenir”, con excepción de Heráclito, filósofo del devenir que afirmaba que todo fluye y nada permanece y que la realidad está sometida a una transformación constante.Este rechazo a la noción de devenir se observa claramente en los eleatas. Se ha de recordar que para Parménides el Ser era inmutable, eterno y el devenir era fruto del engaño de los sentidos. Se puede observar también en Platón que defendíó un dualismo ontológico, una duplicación del mundo afirmando que lo auténticamente real, el mundo verdadero era el de las Ideas, el de las realidades increadas, no sometidas al devenir. Para Platón, el devenir sólo afecta al mundo aparente, el mundo de las cosas que captamos por nuestros sentidos pero que no es auténticamente real pues constituye una copia imperfecta de la Ideas. Para Nietzsche este rechazo al devenir viene provocado por la incapacidad de aceptar el testimonio de los sentidos y la realidad como caos, como un nacer y perecer permanente, como un devenir constante. Es una actitud decadente. La metafísica ha constituido un proceso de estatización del ser.
En este fragmento Nietzsche nos señala también otros de los aspectos que han caracterizado a la filosofía occidental: el despreciar el testimonio de los sentidos y sobrevalorar el poder de la razón. Este hecho lo podemos ver en Platón y Parménides, para los cuales el conocimiento sensible es únicamente opinión y no nos permite captar la verdadera realidad sino las apariencias, mientras que consideraban el conocimiento racional como ciencia y nos conduce a captar el auténtico ser de las cosas. Esta prioridad de la razón frente a los sentidos se encuentra también en los racionalistas modernos para los que la razón era fuente de conocimiento mientras que los sentidos se consideran fuente de error. También podemos encontrarlo en Kant que, aunque tiene en cuenta los sentidos le otorga mayor importancia a los elementos a priori que la razón aporta a la hora de conocer.

La otra idiosincrasia de los filósofos…:

En este fragmento, Nietzsche señala otro de los aspectos que han caracterizado la filosofía occidental: la confusión de lo último con lo primero. Los conceptos supremos de la metafísica: el bien en sí, la verdad en sí, Dios…se conciben como causa sui y se presentan como lo de mayor rango ontológico, como lo primero, cuando en realidad son los más alejados de la realidad, lo último. El caso más extremo es el del concepto
Dios al que se ha considerado causa de sí mismo y del resto de las cosas, creador de universo, como ente realísimo cuando realmente es un concepto vacío, lo más alejado de la realidad. El lenguaje hace verdaderas las ficciones metafísicas. Bajo los conceptos universales, intemporales e indiscutibles, se ocultan instintos, bajos instintos. Todos los conceptos de la metafísica son meras ficciones que son tratadas como verdaderas realidades. Lo bueno, incondicionado son ficciones vacías. Los conceptos metafísicos son momias conceptuales.


Contrapongamos esto…:


Nietzsche realizará una crítica a la filosofía a través de la crítica al lenguaje. El hombre cree tener el conocimiento del mundo en palabras, en conceptos. Toda visión del mundo se encuentra enmascarada por una gramática determinada. A través del lenguaje se convierte lo ficticio en real: «La «razón» en el lenguaje: ioh, qué vieja hembra engañadora». Tomemos un ejemplo, el concepto árbol. Con él nos referimos tanto a un olmo, como a un alcornoque, como a un pino lo que nos conduce a creer en la existencia de la esencia o universal árbol, a creer que existe en la realidad esta esencia cuando ello no es real:» Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje». Las entidades metafísicas han sufrido un exceso de condensación, se han rellenado tanto estos conceptos que se conciben como entidades reales cuando nada nos garantiza su existencia. Para Nietzsche, es fundamental liberarnos de la seducción de las palabras, es necesario desconfiar del lenguaje. El lenguaje hace verdaderas las ficciones metafísicas. Bajo los conceptos universales, intemporales e indiscutibles se ocultan instintos, bajos instintos. Todos los conceptos de la metafísica son meras ficciones que son tratadas como verdaderas realidades. El «yo», la «cosa en sí», «substancia», «Dios» son ficciones vacías». Tomemos el concepto «yo». Descartes a partir del hecho de pensar establecíó que el yo es una sustancia, un ser: «cree en el «yo», cree que el yo es un ser, que el yo es una sustanciay aunque lo sentimos como algo cambiante y fluyente, sin embargo, nos es necesario para vivir cultivar la memoria de los hechos y de las experiencias pasadas y atribuirlas a un yo único e idéntico, a un yo permanente. Al igual ocurre con el concepto «ser». El lenguaje nos hace considerarlo como algo permanente, inmutable y es así como lo entendieron los eleatas, recordemos a Parménides que afirmaba la inmutabilidad del ser, pero incluso en sus oponentes, los atomistas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo pues también sostuvieron su inmutabilidad aun cuando los sentidos nos muestran el devenir permanente de las cosas. Los conceptos metafísicos, por tanto, son meras «momias conceptúale« a las que es necesario golpear con la « filosofía del martillo» y ver que suenan a hueco.

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