Filemón y Baucis: Hospitalidad Divina
El cuadro representa el mito de Filemón y Baucis en el momento en que el matrimonio de ancianos está ofreciendo su hospitalidad a Júpiter y Mercurio. Los dioses están a la izquierda con la apariencia que les caracteriza: Júpiter es un hombre maduro, barbado y fornido, mientras que su hijo Mercurio aparece como un hombre joven con sombrero.
Baucis se presenta en el momento de intentar capturar a su ganso para ofrecérselo a sus comensales. Un día, Júpiter y Mercurio llegaron a una aldea de las montañas de Frigia disfrazados de simples mortales, en forma de viajeros que buscaban la hospitalidad de los vecinos para pasar la noche. La sorpresa de los dioses fue que ninguno de los ciudadanos quiso alojar a los dos mendigos. El enfado de los dioses era más que evidente; no obstante, una pareja mayor, Filemón y Baucis, les ofrecieron su humilde cabaña, quizá una de las más humildes de todo el pueblo.
Los ancianos les ofrecieron todo lo que tenían, pero se dieron cuenta de que la crátera de vino no se vaciaba por más que servían, por lo que sospecharon que sus huéspedes no eran simples mortales, sino dioses. Por ello, se dispusieron a matar el único ganso que tenían para honrar a sus invitados, pero el animal escapaba de ellos, quienes, al ser tan ancianos, no podían alcanzarlo. Entonces los dioses les prohibieron que lo mataran y, tras revelarles su verdadera identidad, les dieron un aviso: iban a castigar a todo el pueblo menos a ellos, por lo que debían seguirlos hasta la cima de la montaña.
Cuando casi habían alcanzado la cima, se volvieron para mirar y vieron el pueblo inundado, excepto su choza, que se había convertido en un templo de mármol.
Después de castigar a sus vecinos, Júpiter quiso recompensar a Filemón y su esposa y les preguntó qué deseaban. Ellos respondieron que deseaban ser sacerdotes en el templo y custodiarlo hasta su muerte, y que cuando llegara ese momento, murieran los dos a la vez para que uno no tuviera que enterrar al otro.
Ese día llegó tiempo después, mientras la pareja estaba sentada frente a las gradas del santuario. Ambos comenzaron a convertirse en árboles, con el tiempo justo de despedirse uno del otro, quedando como guardianes del templo para siempre: uno en forma de encina y el otro de tilo.
La Muerte de Dido: Amor y Tragedia en Cartago
El cuadro representa la muerte de la reina Dido, en el centro, herida con la espada de Eneas por su propia mano. A la derecha, su hermana y confidente, Ana, trata de retener la sangre con sus manos, y la nodriza de su difunto esposo Siqueo, Barce, también atiende a la moribunda. Tras ellas se observa a los ciudadanos de Cartago que ven morir a su reina, mientras la nave de Eneas se aleja al fondo.
Según la Eneida de Virgilio, los troyanos, huyendo de su ciudad destruida, en su viaje por el Mediterráneo, llegan a Cartago desviados de su rumbo por una tempestad provocada por la diosa Juno. Allí los recibe Dido, a quien Eneas solicita hospitalidad. Venus (madre del héroe), para que esta acceda y no le traicione, envía a Cupido para que Dido se enamore de Eneas. Ella había jurado mantenerse fiel a su difunto esposo Siqueo, pero no puede hacer nada, alentada por su hermana Ana y rendida por la intervención de Cupido, que se sienta en su regazo adoptando la forma de Ascanio (hijo de Eneas) para poder clavarle sus flechas.
Juno, que no quiere que el héroe cumpla su destino por su odio a los troyanos, provoca que en Cartago se organice una cacería durante la cual desata una tormenta que obliga a Dido y Eneas a cobijarse en una cueva. Esa noche yacen juntos, momento a partir del cual se entregan a los placeres del amor. Ante el retraso que ello ocasiona, Júpiter envía a Mercurio para que le recuerde a Eneas que no son esos los designios del hado, sino que debe partir hacia Italia. El héroe, pese al dolor que le ocasiona y sin decirle nada a la reina, obedece la voluntad divina y deja Cartago.
Al verlo partir, Dido ordena levantar una gigantesca pira, donde hace disponer la espada del héroe, su armadura, algunas ropas suyas que habían quedado en palacio y el tronco del árbol que custodiaba la entrada de la cueva donde se amaron por primera vez. Al amanecer sube a la pira y se hunde en el pecho la espada de Eneas, mientras maldice a los troyanos que se alejan en sus naves. Tras pedir a la nodriza Barce que haga venir a su hermana, muere, y será Ana la que prenda la pira de la reina.
La Intervención de las Sabinas: Paz y Unión en Roma
En la imagen vemos a Hersilia, hija del rey sabino Tito Tacio, que se había casado con Rómulo, entre su padre y su marido (al que reconocemos por el emblema de la loba capitolina en su escudo), al tiempo que pide a los guerreros de ambos bandos que no separen a las mujeres de sus esposos o a las madres de sus hijos. Otras mujeres sabinas se le unen en sus ruegos. La escena está ambientada a las afueras de la ciudad de Roma.
Después de haber fundado Roma, Rómulo se dio cuenta de que, para que su reino pudiera incrementarse manteniendo un sólido futuro, debía asegurar a la ciudad una descendencia segura y duradera. Para ello, envía mensajeros a las poblaciones vecinas con el encargo de establecer nuevas alianzas, garantizando de ese modo matrimonios seguros. Sin embargo, ninguno fue recibido benévolamente, ya que las ciudades vecinas temían a la futura potencia en la que se convertiría Roma. Así pues, Rómulo decidió organizar fiestas solemnes en honor de Neptuno e invitó a los sabinos y a las poblaciones de los alrededores. Durante las celebraciones, a una señal convenida, los jóvenes romanos raptaron a las muchachas sabinas, expulsando a sus familiares. Semejante gesto provocó la inevitable reacción de los sabinos, que declararon la guerra a Roma.
Sin embargo, durante una sangrienta batalla, las mujeres sabinas, no queriendo perder a sus maridos ni a sus padres y hermanos, se interpusieron entre los dos bandos enfrentados, implorando la deposición de las armas y el establecimiento de un acuerdo de paz. Sus plegarias fueron escuchadas y los dos pueblos se fundieron en uno solo, con Roma por capital. Rómulo y Tito Tacio, rey de los sabinos, reinaron juntos en una diarquía hasta que este último fue asesinado en extrañas circunstancias.
Lucrecia y Tarquinio: El Fin de la Monarquía Romana
En la escena se observa a Lucrecia en primer plano dirigiendo una mirada acusante hacia su agresor, Tarquinio, que lleva su brazo hacia el sexo de la mujer. En segundo plano aparecen Cupido, con una mirada de aprobación, y la Furia, representada como una mujer anciana.
Lucrecia era una matrona romana de excelentes virtudes y estaba casada con Colatino, quien se encontraba emparentado con la familia real de los Tarquinios. Durante el asedio a la ciudad de Ardea, donde los jóvenes de la realeza también participaban, surgió una disputa por saber quién poseía a la esposa más destacable dentro de los cánones de la época. Colatino destacaba las virtudes de su esposa Lucrecia y aseguraba que ella superaba a las demás mujeres. Para comprobarlo, los jóvenes deciden marchar y verificar cuál era la realidad. Sorprendieron con su llegada a las nueras del rey en medio de un festín, mientras que a Lucrecia la encontraron trabajando la lana rodeada de sus esclavos.
De esta manera, Lucrecia ganó este mérito. Mientras tanto, en Sexto Tarquinio, hijo del rey, se despertó un gran deseo por poseer a una mujer como ella. Para ello, días más tarde, regresó sin avisar a la casa de Colatino y fue bien recibido como huésped. Fue por la noche cuando concretó su plan y violó a Lucrecia, amenazándola de que, si se negaba, la mataría con un puñal junto con un esclavo y los dispondría sobre la cama para montar una escena de adulterio. Ella, al día siguiente, mandó llamar a su padre y a su esposo y, tras narrar el suplicio por el que había pasado y cómo su honra había sido mancillada, les hizo jurar venganza y se clavó un puñal en el pecho, provocándose la muerte. Junio Bruto, sobrino de Tarquinio el Soberbio, que había presenciado la escena, provocó revueltas que terminarían con la expulsión de la última familia real, la de su tío, dando paso a la República, de la que él mismo y Colatino serían los dos primeros cónsules.
Eneas Huye de Troya: El Viaje Hacia un Nuevo Hogar
El cuadro representa una escena en la que Eneas (en el centro), junto con su esposa Creusa y su hijo Ascanio, abandonan Troya en llamas. El héroe intenta protegerse del fuego que ha engullido el edificio del templo representado en el fondo. Eneas lleva a hombros a su padre Anquises, que sostiene en sus manos una pequeña estatua de dos Penates, que en la antigua cultura romana se consideraban los dioses guardianes y protectores del hogar.
Cuando Troya estaba siendo destruida por los griegos, tras haber tomado la ciudad gracias a la estratagema del caballo de madera, Eneas, hijo de la diosa Venus y de un noble troyano, Anquises, abandonó su hogar acompañado por un grupo de compatriotas en busca del lugar indicado por los dioses para fundar una nueva Troya. El héroe, que pertenecía a la familia real, pues estaba casado con Creusa, hija del rey Príamo, huyó llevando consigo a su familia: su hijo Ascanio, también llamado Julo; su padre, que ya estaba anciano, por lo que tuvo que cargarlo a hombros; y su esposa, que finalmente no pudo escapar, pues se perdió entre el caos de la batalla y el incendio de la ciudad.
Su padre, cumpliendo con la tradición, se llevó las estatuas de sus Penates, pues los dioses de la abundancia del hogar debían acompañar a cualquier persona cuando cambiaba de residencia.
Según nos cuenta Virgilio en su Eneida, el héroe emprendió un viaje por el Mediterráneo que acabaría con su llegada al Lacio, donde terminará reinando tras vencer a Turno, rey de los rútulos, y casarse con Lavinia, hija del rey Latino.
Rómulo y Remo: La Fundación Mítica de Roma
La escena representa el momento en que el pastor Fáustulo, a la derecha, encuentra a los niños, que están siendo amamantados por la loba. La mujer joven que aparece a la izquierda es Rea Silvia, madre de los gemelos, y el anciano que aparece a su lado es una representación del río Tíber, puesto que se encuentra apoyado sobre una vasija de la que brota el agua.
Amulio y Numitor, hijos de Procas, rey de Alba Longa, descendientes de Eneas, sucedieron a su padre. Sediento de poder, Amulio expulsó a su hermano y obligó a Rea Silvia, única hija de Numitor, a permanecer virgen convirtiéndola en sacerdotisa vestal, pues estas debían guardar su castidad durante treinta años. Pero el dios Marte yació con la muchacha, quien dio a luz a dos gemelos. Por ello, Amulio encerró a Rea Silvia en prisión y ordenó a un siervo abandonar a los recién nacidos en las aguas del Tíber. Sin embargo, la cesta en la que los niños fueron colocados se quedó enganchada en la orilla y los pequeños fueron amamantados por una loba. En ese lugar habitaba el pastor Fáustulo, quien los encontró y confió al cuidado de su mujer. Al hacerse mayores, Rómulo y Remo conocieron su origen y, tras matar a Amulio, devolvieron Alba Longa a Numitor. Luego fundaron una nueva ciudad en el lugar en que habían sido abandonados. Posteriormente surgió una disputa entre ambos y Rómulo, después de haber matado a su hermano, concluyó la fundación de la ciudad.