Niveles de jerarquía en las partes de la oración


Sobre el tema de las >.
ériles>
Los historiadores de la lingüística coinciden en señalar que los romanos son fieles imitadores de los griegos y que no hacen aportaciones significativas en el campo de la descripción gramatical.
Robins, considera que >.
Leroy opina que los romanos > y que > formuladas por los teóricos griegos y no hicieron sino tomar y propagar sus ideas>>. Para Mounin tienen valor como transmisores de Dionisio de Tracia.

Según

Joyaux, >. Estas son algunas de las afirmaciones, generalmente compartidas por los historiadores, que se repiten inevitablemente cuando abordan el capítulo sobre la gramática en Roma.
Probablemente, si hoy existe una llamada > es única y exclusivamente porque los eruditos romanos desarrollaron la modesta y muy eficaz tarea de ser transmisores; sin ellos, es difícil de concebir la conservación de la gramática alejandrina. Por otra parte, la reiterada acusación de mimetismo no tiene sentido si tratamos de comprender cuál era la tónica dominante del trabajo en la antigüedad. Es cierto que en el siglo XX se han ón>


sucedido, a vertiginosa velocidad, las escuelas lingüísticas, incluso un lingüista o un pintor crean su propia > que singulariza de las anteriores y no será continuada por la posterioridad. Y todavía más: un mismo autor pasará, a lo largo de su vida, por diversas y muy distintas etapas creativas. Ahora bien, este modelo de producción original no parece ser un buen patrón para jugar la obra de los antiguos cuya evolución se producía, si se producía, a ritmos mucho más lentos. No hay que pensar de los antiguos escultores que estaban preocupados por revolucionar las formas y las técnicas: realizaban un arte tradicional; es decir, transmitido de generación en generación, y sólo a la larga podían apreciarse cambios sustanciales. Probablemente no fue otra la actitud de los gramáticos y mucho más si tenemos en cuenta el amplio prestigio de que gozó la obra de los alejandrinos. Es cierto que obras como las de Donato y Prisciano no resisten hoy una lectura crítica; pero ello no obsta para reconocer, en su momento, el mérito del trabajo. Los romanos no se limitaron sólo a traducir e imitar, sino que acumularon ejemplos y sistematizaron los paradigmas formales de los griegos. Ridiculizando un poco, alguien podría imaginar el Renacimiento como un resurgir de las formas plásticas de la antigüedad clásica: un día, o un viajero curioso o los propios habitantes de Roma miraron con ojos distintos y sorprendidos las viejas construcciones de la ciudad imperial y así nació una concepción de la vida diferente de la medieval. Es difícil entenderlo así porque el Renacimiento es


mucho más que la vuelta a una visión del mundo, salvando, por supuesto, las distancias entre las épocas y el modo de organización social. Y esta apropiación tuvo que elaborarse necesariamente en la lectura de las obras de la antigüedad grecolatina, lectura que fue posible gracias a esas gramáticas que sin discontinuidades, estuvieron en la base de la enseñanza y fueron, muy posiblemente, la única presencia del mundo clásico a lo largo del medioevo. Piénsese, por qué no ha habido un renacimiento egipcio. En última instancia, el resurgir del mundo clásico fue hecho posible por la gramática y su mérito debe atribuirse a aquellos que, como Donato y Prisciano, nos dejaron abierto el acceso a los textos escritos en Grecia y Roma por medio de esas gramáticas.

Varrón, un caso fuera de lo corriente


No todo fue imitación en la Roma antigua. Los historiadores están de acuerdo en señalar que Varrón fue un caso aparte y que no encaja del todo en los esquemas del trabajo gramatical que caracteriza la obra de los latinos. Hay que destacar, que Varrón fe contemporáneo de Dionisio de Tracia y que, por lo mismo, está todavía lejos de ese momento floreciente de las imitaciones que hemos de situar entre el siglo IV d.C. y unos años que van a caballo entre los siglos V y VI d.C. La obra de Marcus Terentius Varro, titulada De Lingua Latina, se calcula que fue hecha pública en el año 43 a.C. Constaba de veinticinco libros o capítulos de los que sólo se conservan seis, del V al X y con ciertas lagunas importantes. No se trata de una gramática, sino, más bien, de un muy amplio ensayo sobre la lengua latina que excede, tanto por su tono


como por su contenido, de las obras gramaticales al uso. En ella se tratan temas tales como el origen de las palabras y la etimología; los nombres de lugar y los que denotan tiempo; las palabras difíciles en los textos poéticos y cuestiones de estilística y retórica; los problemas de la derivación, declinación y conjunción; la presentación de la polémica entre analogistas y anomalistas. Es el último de los libros conservados (el X) encontramos la exposición de la gramática varroniana, inspirada parcialmente en la tradición alejandrina; pero presentada con profunda originalidad.
Suele decirse que Varrón estableció sólo cuatro partes de la oración (nombre, verbo, participio y adverbio); pero ni esto es enteramente exacto, ni suele decírsela causa de una semejante reducción. Empieza Varrón por distinguir las palabras indeclinables de las declinables nos suministra un precioso indicio sobre cuál fue su criterio a la hora de diferenciar las partes de la oración: se atuvo exclusivamente a la flexión y por eso podemos decir que sus clasificaciones fueron básicamente formales. En un segundo paso, Varrón estableció dos tipos de declinación o, mejor, variación: > u opcional y > u obligatoria. La declinación > depende del uso o costumbre. Así, un nombre como Romulus dará origen, según Varrón a otro nombre como Roma; pero en otros casos un nombre propio de persona no engendrará un nombre de ciudad. Y como este tipo de > no es sistemático, Varrón lo dejará también al margen de su consideración. En cambio, la declinación > ón>


no está sometida a la libre voluntad de los hablantes sino que deriva de la ratio, del sistema o esquema general de la lengua, y se manifiesta en la flexión estricta: Roma, Romae, Romam… son ejemplos aducidos por Varrón. En un primer paso (Varrón sigue aquí fielmente la escuela alejandrina), se distinguen las palabras que tienen flexión de caso, las que poseen marca de tiempo, las que reúnen el caso y el tiempo y las que, sin tener flexión, proceden de un nombre adjetivo. Estas son las cuatro partes que todos atribuyen al gramático latino: nombre, verbo, participio y adverbio, respectivamente. Pero acto seguido pasa a subdividir las palabras que tienen caso y las agrupa bajo dos rótulos: > y >. Los nombres podrán ser comunes y propios; los artículos, definidos e indefinidos. Esta transgresión del formalismo era bastante explicable y no empaña el valor inicial del método utilizado en la clasificación. Este formalismo, unido al objetivo de considerar sólo los fenómenos sistemáticos, hace de Varrón un gramático de primera magnitud y es de lamentar que no haya sido seguido en los siglos inmediatamente posteriores. Acaso no dejó escuela porque en lugar de imitar a los griegos se valió de ellos con gran libertad, y también porque su obra no fue esquemática y ordenada. Habrá que esperar al Renacimiento para que la figura de Varrón vuelva a aparecer y encontraremos gramáticos que, como por ejemplo Villalón, recuperen algunos planteamientos del que, sin duda, hemos de considerar como el más creativo de los gramáticos latinos.
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Prisciano y la tradición gramatical


Si dejamos ahora al margen la obra de Varrón, son dos los gramáticos latinos cuyas obras tuvieron mayor incidencia en la historia de la gramática occidental:

Donato y Prisciano

Donato, en el siglo IV d.C, escribió De octo partibus orationis ars minor, dentro de la más pura tradición nocional. Se trata de una gramática que, por su estructura y tono escolar, estaba llamada a convertirse en el libro de texto para la introducción en los rudimentos de la lengua latina. Con su sistema de preguntas y respuestas favorecía, a su modo las tareas del aprendizaje y fue muy popular en la época medieval. Donato define cada parte de la oración, expone sus accidentes y, finalmente, aduce algunos ejemplos para el análisis de las palabras. Así magister (maestro) se analiza como hic magister; genitivo, huius magistri; dativo, huic magistro; acusativo, hunc magistrum; ablativo, ab hoc magistro; y en plural, nominativo, hi magistri; etc>>. Como podemos observar, de la obra de Donato dependen tanto un sistema de análisis que se ha mantenido casi hasta nuestros días, como la confección de los paradigmas de flexión. Pero fuera de su importancia práctica, el Ars Minor de Donato no supuso avance alguno para los estudios gramaticales.
En torno al año 500 d.C, al filo de los siglos V y Vi, escribió Prisciano en Constantinopla las Institutiones Grammaticae, una de las obras que más influencia ejercieron en la historia de la educación clásica y, en consecuencia, en la


cultura occidental. Suele decirse que Prisciano fue un fiel seguidor de Dionisio de Tracia y que adaptó los hallazgos del alejandrino a la descripción del latín; pero esto no es del todo exacto. Como sabemos la Téchne no pasa de ser un esquema o borrador de gramática; mientras que la obra de Prisciano es de una extensión considerable. Por otro lado, el acento que ponía Dionisio de Tracia en el aspecto formal de las clasificaciones y definiciones deriva en Prisciano hacia el predominio del nocionalismo. Finalmente, la obra del gramático griego no remitía a las >, mientras que las Institutiones son un acervo riquísimo, especialmente por lo que se refiere a las continuas inclusiones de textos de autores latinos de la época áurea.
Prisciano fue, un gran conocedor de la tradición gramatical. En su obra son continuas las alusiones a los > y especialmente a la obra de Apolonio Díscolo, al que consideraba como maestro supremo y autoridad gramatical indiscutible. Pero también son frecuentes las referencias Dionisio de Tracia, Remio Palemón, Varrón, Donato, Quintiliano, etc… Así pues, la obra de Prisciano puede considerarse como un extenso compendio del saber gramatical de su tiempo y como el lugar de encuentro de las autoridades gramaticales grecolatinas.
Hay, otro dato que conviene no pasar por alto: las INSTITUTIONES consitutyen, como antes hemos apuntado, una especie de THESAURUS en el que se contiene una amplísima muestra de la mejor literatura latina. Así, Prisciano se nos manifiesta como el más rico antecesor de las gramáticas de auctoritates y su ejemplo marcó decisivamente la tradición gramatical occidental. Después de él, la gramática práctica se orientó decididamente hacia la descripción de la lengua escrita por los mejores autores y se produjo un total olvido de la dimesión oral del lenguaje, el dato primero, y abrumadoramente mayoritario, de todo estudio lingüñistico. Los autores latinos más citados por Prisciano son Virgilio, Terencio y Cicerón, pero también son abundantes los textos aducidos de Horacio, Plauto, Lucano, Juvenal, Ovidio, Salustio, etc. Por esto ha podido escribir Bolgar que, en la época medieval, Institutiones se encontraba, en cada momento, con que aprendía el latín de la época áurea romana y debía tomar a esos autores como modelos>>. La obra de Prisciano se articula en torno a tres grandes bloques: en primer lugar, el estudio de las unidades no significativas (letra y sílaba) que se contiene en el libro I y comienzos del II; en segundo lugar, el extensísimo tratado de las partes de la oración y de sus accidentes, reunido en los libros II al XVI; por último, el estudio > que ocupa los libros XVII y XVIII. De todo este conjunto, el segundo bloque es sin duda el que tuvo mayor incidencia en la gramática occidental. Para Prisciano, como para Dionisio de Tracia, el punto de partida para la clasificación de las partes de la oración es la palabra: zzla palabra es la parte más pequeña de la construcción oracional y debe ser entendida como un todo>>. Con estos elementos que son las palabras se puede construir la oración, que resultará ser >. A partir de aquí, Prisciano hace una breve historia de las partes de la oración y decide, a la vista de que no hay unanimidad, que >. Así se instituye, definitiva y expresamente, el criterio semántico en la clasificación de las partes de la oración. Las definiciones que Prisciano hace de las partes del discurso se encuentran en dos lugares de la obra (en un sumario inicial donde no constaba la interjección y en las líneas que encabezan la exposición de cada parte), aunque no siempre hay coincidencias estrictas entre las definiciones de uno y otro lugar. En estas definiciones predomina el criterio semántico, coo el mismo Prisciano se encarga de señalar; pero, como más adelante veremos, también se introducen elementos formales y funcionales. Así, por ejemplo, >; o bien: >. El verbo es >; y también: >. Y así con otras partes de la oración (pronombre, adverbio, interjección…) en cuyas definiciones privan las propiedades significativas; es decir, las propiamente extragramaticales. Ahora bien, no es éste el único eriterio utilizado para la clasificación: los nombres tienen >, mientras que los verbos tienen > ; los participios combinan los > con los >; los adverbios son indeclinables; etc. Con ello se hace presente la utilización del criterio formal, o atención a las marcas morfolígicas, que predominaba en la obra de Dionisio de Tracia, aunque es cierto que Prisciano lo relega a un segundo término.
También se hace patente, el criterio funcional o de comportamiento en el sintagma: el adverbio se coloca junto l verbo; la preposición se antepone a otras partes de la oración y, especialmente, a aquellas que tienen flexión casual; la conjunción une partes de la oración, sea coordinándolas, sea subordinándolas, etc. Por otro lado, las llamadas > de la oración son analizadas, tal y como hizo Dionisio de Tracia y como seguirán haciendo los gramáticos occidentales, con la enumeración de los accidentes. Así, el nombre tiene cinco accidentes: > (primitivos o derivados), > (masculino, femenino, etc.), > (singular o plural), > (simple o compuesto) y > (nominativo, etc.). El verbo tiene ocho accidentes > (singular o plural), > (activo o pasivo), > (presente pretérito, futuro, etc.), > (indicativo, imperativo, optativo, subjuntivo e infinitivo), > (primitivo o derivado), > (simple o compuesto), > (las cuatro latinas), > (primera, segunda y tercera) y > (singular y plural). La exposición de estos accidentes servirá, pues, como principio de clasificación, en la medida en que el nombre y el verbo (y también el pronombre y el participio) quedarán diferenciados por poseer, cada uno de ellos, una > de accidentes diversa. Son, pues, varios los criterios que entran en juego en la delimitación de las partes de la oración, aunque de entre ellos sea previo y predominante el que apela a la significación. También aquí Prisciano fue seguido por muchos gramáticos posteriores y su herencia llegaría hasta nuestros días. En efecto, las gramáticas prácticas de la tradición occidental operarán a partir de la misma mezcla de criterios y en sus definiciones el recurso al significado con las caracterizaciones de índole forma y funcional. Definitavemente, Prisciano confirmó las ocho partes de la oración establecidas por Dionisio de Tracia; y como en latín no existían los artículos se vio obligado a extraer las interjecciones del apartado de los adverbios, con el fin de obtener n número idéntico al que correspondía al griego. Así, Prisciano sentó las bases para una larga historia de incoherencia: la de dar a los fritos un lugar en la gramática. Afirma Robins que INSTITUCIONES GRAMMATICAE de Prisciano, la gramática más conocida en su época, corrió en más de mil manuscritos, formó la base de la gramática medieval latina y fue el sostén de la filosofía lingüística medieval>>. En realidad fue eso y mucho más: estuvo en la base misma del sistema educativo del medioevo, fue considerada como punto obligado de referencia por los modistae y también hizo posibles las gramáticas del Renacimiento. Fue el hilo que, sin discontinuidades, permitió la recuperación del mundo antiguo, y que, acaso, como antes hemos apuntado, hizo posible el Renacimiento mismo.
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gramáticas de auctoritates y su ejemplo marcó decisivamente la tradición gramatical occidental. Después de él, la gramática práctica se orientó decididamente hacia la descripción de la lengua escrita por los mejores autores y se produjo un total olvido de la dimesión oral del lenguaje, el dato primero, y abrumadoramente mayoritario, de todo estudio lingüñistico. Los autores latinos más citados por Prisciano son Virgilio, Terencio y Cicerón, pero también son abundantes los textos aducidos de Horacio, Plauto, Lucano, Juvenal, Ovidio, Salustio, etc. Por esto ha podido escribir Bolgar que, en la época medieval, Institutiones se encontraba, en cada momento, con que aprendía el latín de la época áurea romana y debía tomar a esos autores como modelos>>. La obra de Prisciano se articula en torno a tres grandes bloques: en primer lugar, el estudio de las unidades no significativas (letra y sílaba) que se contiene en el libro I y comienzos del II; en segundo lugar, el extensísimo tratado de las partes de la oración y de sus accidentes, reunido en los libros II al XVI; por último, el estudio > que ocupa los libros XVII y XVIII. De todo este conjunto, el segundo bloque es sin duda el que tuvo mayor incidencia en la gramática occidental. Para Prisciano, como para Dionisio de Tracia, el punto de partida para la clasificación de las partes de la oración es la palabra: zzla palabra es la parte más pequeña de la construcción oracional y debe ser entendida como un todo>>. Con estos elementos que son las palabras se puede construir la oración, que


resultará ser >. A partir de aquí, Prisciano hace una breve historia de las partes de la oración y decide, a la vista de que no hay unanimidad, que >. Así se instituye, definitiva y expresamente, el criterio semántico en la clasificación de las partes de la oración. Las definiciones que Prisciano hace de las partes del discurso se encuentran en dos lugares de la obra (en un sumario inicial donde no constaba la interjección y en las líneas que encabezan la exposición de cada parte), aunque no siempre hay coincidencias estrictas entre las definiciones de uno y otro lugar. En estas definiciones predomina el criterio semántico, coo el mismo Prisciano se encarga de señalar; pero, como más adelante veremos, también se introducen elementos formales y funcionales. Así, por ejemplo, >; o bien: >. El verbo es >; y también: >. Y así con otras partes de la oración (pronombre, adverbio, interjección…) en cuyas definiciones privan las propiedades significativas; es decir, las propiamente extragramaticales. Ahora bien, no es éste el único eriterio utilizado para la clasificación: los ólo>


nombres tienen >, mientras que los verbos tienen > ; los participios combinan los > con los >; los adverbios son indeclinables; etc. Con ello se hace presente la utilización del criterio formal, o atención a las marcas morfolígicas, que predominaba en la obra de Dionisio de Tracia, aunque es cierto que Prisciano lo relega a un segundo término.
También se hace patente, el criterio funcional o de comportamiento en el sintagma: el adverbio se coloca junto l verbo; la preposición se antepone a otras partes de la oración y, especialmente, a aquellas que tienen flexión casual; la conjunción une partes de la oración, sea coordinándolas, sea subordinándolas, etc. Por otro lado, las llamadas > de la oración son analizadas, tal y como hizo Dionisio de Tracia y como seguirán haciendo los gramáticos occidentales, con la enumeración de los accidentes. Así, el nombre tiene cinco accidentes: > (primitivos o derivados), > (masculino, femenino, etc.), > (singular o plural), > (simple o compuesto) y > (nominativo, etc.). El verbo tiene ocho accidentes > (singular o plural), > (activo o pasivo), > (presente pretérito, futuro, etc.), > (indicativo, imperativo, optativo, subjuntivo e infinitivo), > (primitivo o derivado), > (simple o compuesto), > (las cuatro latinas), > (primera, segunda y tercera) y > (singular y plural). La exposición de estos accidentes servirá, pues, como úmero>ón>énero>úmero>úmero>énero>


principio de clasificación, en la medida en que el nombre y el verbo (y también el pronombre y el participio) quedarán diferenciados por poseer, cada uno de ellos, una > de accidentes diversa. Son, pues, varios los criterios que entran en juego en la delimitación de las partes de la oración, aunque de entre ellos sea previo y predominante el que apela a la significación. También aquí Prisciano fue seguido por muchos gramáticos posteriores y su herencia llegaría hasta nuestros días. En efecto, las gramáticas prácticas de la tradición occidental operarán a partir de la misma mezcla de criterios y en sus definiciones el recurso al significado con las caracterizaciones de índole forma y funcional. Definitavemente, Prisciano confirmó las ocho partes de la oración establecidas por Dionisio de Tracia; y como en latín no existían los artículos se vio obligado a extraer las interjecciones del apartado de los adverbios, con el fin de obtener n número idéntico al que correspondía al griego. Así, Prisciano sentó las bases para una larga historia de incoherencia: la de dar a los fritos un lugar en la gramática. Afirma Robins que INSTITUCIONES GRAMMATICAE de Prisciano, la gramática más conocida en su época, corrió en más de mil manuscritos, formó la base de la gramática medieval latina y fue el sostén de la filosofía lingüística medieval>>. En realidad fue eso y mucho más: estuvo en la base misma del sistema educativo del medioevo, fue considerada como punto obligado de referencia por los modistae y también hizo posibles las gramáticas dl Renacimiento. Fue el hilo que, sin discontinuidades, permitió la recuperación del mundo antiguo, y que, acaso, como antes hemos apuntado, hizo posible el Renacimiento mismo.

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