La obra
La Fundación se estrenó en 1974, en los últimos años de la dictadura franquista. La censura estaba más debilitada pero seguía manteniendo el control sobre los medios de comunicación. Para esquivar los rigores de la censura, Buero recurríó al simbolismo y a la reflexión histórica. Eran años de grandes conflictos mundiales y de cambios sociales importantes. España sufría los últimos coletazos del régimen de Franco: por una parte, los partidos políticos en la clandestinidad inician movimientos para situarse tras la muerte de Franco; por otra, los defensores a ultranza del régimen quieren endurecer los elementos de represión.
ETA comienza la escalada de asesinatos y se ejecuta a algunos de sus miembros condenados a muerte, lo que provoca fuertes reacciones en el exterior. Parte del éxito de La Fundación se debe a que recoge sentimientos e inquietudes de la sociedad de aquellos momentos. Todos esos aspectos de la cosmovisión trágica de Buero muestran que, aun siendo un autor que gusta de arraigarse a los problemas de su época, no escribía tan solo para su época. Buero ataca a los sistemas políticos que ciegan a sus ciudadanos con el confort material, haciéndoles olvidar que no son libres.
En La Fundación, la música nos lleva a la conciencia de una presencia misteriosa que nos rodea. Buero asocia La Pastoral con el paisaje idílico que inventa Tomás en La Fundación. El drama se abre y se cierra con La Pastoral, y esta se escucha también en la última aparición de Berta. En los aspectos escenográficos, solo la iluminación y el paisaje del ventanal toman protagonismo para recordarnos que el decorado de la obra es funcional, es decir, el escenario adquiere valores simbólicos. La obra se inicia con una luz clara que va oscurecíéndose progresivamente hasta llegar al final a la tenebrosa oscuridad de la cárcel.
Cuando ese mismo oscurecimiento afecte al paisaje, que desaparece junto con Berta, entendemos que se ha esfumado el último vestigio de evasión, pero también de esperanza. En ese momento Tomás habrá concluido su viaje de regreso a la terrible realidad, pero es también cuando se habrá convertido en un ser humano que puede luchar por su libertad.
Desde el inicio, Buero quiere que la acción transcurra en un lugar indeterminado donde se haya sufrido o se sufra persecución política, represión social y cárcel por motivos ideológicos. Buero no concreta el lugar donde se desarrolla la obra, posiblemente, porque busca superar las circunstancias concretas de una obra que sí se estrenará en un lugar determinado y que los espectadores podrás relacionar con su espacio y tiempo. De esta forma el autor, evitando la censura, plantea la acción en un país desconocido, pero al mismo tiempo consigue universalizar su objetivo: criticar el poder de los gobiernos autoritarios, la represión, etc. En La Fundación, los cinco protagonistas son reunidos por el autor en un espacio escénico que se va transformando a nuestro alrededor a medida que progresa la acción. Los espectadores vemos el escenario tal y como lo percibe Tomás. Creemos encontrarnos, al principio, en una confortable habitación dominada por un ventanal desde el que se contempla un maravilloso paisaje. A pesar de los electrodomésticos, el mobiliario, las figuras decorativas, los libros y el menaje exquisito, se aprecian ya algunos elementos discordantes: la sensación de angostura, los muros grises, el suelo de cemento.
En esta presentación inicial es muy importante el ventanal a través del cual se divisa un paisaje agradable. Del Locus amoenus con que la obra se inicia, al espacio carcelario con que la obra acaba, se suceden varios intermedios, que van revelando el anuncio de la realidad. La escenografía irá variando a medida que la percepción del mundo del protagonista evolucione de la ficción a la realidad. A medida que van desapareciendo elementos del escenario, se observan cambios en Tomás. En la parte segunda, siguen desapareciendo los elementos asociados al lujo y al confort, en la acotación del segundo cuadro desaparece el ventanal, y el paisaje se sustituye por un corredor lleno de celdas. Finalmente, desaparece la cortina del baño y aparece el retrete sin tapadera. Cuando el espacio escénico queda vacío al final, la celda se transforma de nuevo en la hermosa habitación de una Fundación.
En esta, como en tantas obras de Buero, se emplea una técnica denominada “efecto de inmersión”. Se trata de un recurso teatral que busca que el público participe, aunque no lo desee, de los problemas y de la situación anímica de alguno de los protagonistas para lograr así la catarsis tan buscada por Buero. En La Fundación se provoca la identificación del espectador con el punto de vista del protagonista Tomás. Cada transformación del espacio escénico revela que un nuevo fragmento del mundo real ha logrado ocupar su sitio en el cerebro del personaje. Todo este proceso de subjetivización sitúa al autor en línea de los grandes dramaturgos contemporáneos que buscaban la superación de la objetividad. El público ve, pues, lo que ve el personaje, que impone un punto de vista subjetivo de primera persona a todo el universo escénico.
La obra se constituye como un continuado proceso de acercamiento desde la locura a la realidad. Esta inmersión en la mente del protagonista es el único modo de poder presentar directamente la sucesiva vuelta a la normalidad de Tomás. Solo al final del cuadro primero de la segunda parte, el escenario se presenta como lo que es de veras: la celda de una cárcel, y a partir de ese momento el espectador descubre que su percepción de lo que estaba ocurriendo en el escenario era tan falsa como la del protagonista. El efecto de inmersión apunta hacia el mundo como algo engañoso. Los hologramas suponen una reflexión sobre la naturaleza de la realidad.
La nómina de personajes resulta reducida; la trama se centra en los cinco condenados, entre los cuales distinguimos un verdadero protagonista, Tomás, que encarna la idea de que para poder luchar por la libertad, hay primero que ser consciente de la falta de la misma. Tomás, como mecanismo de defensa por haber traicionado a sus compañeros bajo tortura, pierde la rezón y se inventa la fundación en la que está inmerso. Una vez que ha sanado, Tomás pasará de la pasividad y el autoengaño al compromiso y la denuncia. Al final de la obra habrá aceptado su lugar en el mundo y asumido la obligación de luchar por huir de la cárcel y liberar a todos sus compañeros. Asel es un personaje que representa la fuerza de la ideología y ejerce un claro liderazgo sobre el resto. De él parten los hilos que impulsan la acción dramática: la curación de Tomás y el proyecto de fuga de todos ellos. Max viene a ser el contrapunto de Asel, ya que representa la corrupción, la indignidad y la ruptura de unos ideales. Defiende a Tomás al principio, pero cuando todos sospechan que Tomás es el delator empieza a atacarle. Fue quien traiciónó a sus compañeros por un poco de comida y algunas comodidades.
En el desenlace de la obra Lino lo asesina tirándolo al vacío. Lino es el personaje menos comprometido, pero pasará de una actitud pasiva a una activa, de hecho será quien decida matar a Max para salvar a los demás. Tulio es el que peor convive con su condición de condenado a muerte, de ahí a su oposición inicial a las alucinaciones de Tomás. Antes de que Tomás asuma su situación, se lo llevarán para ejecutarlo. Berta es un personaje atípico, pues es fruto de las alucinaciones de Tomás. Todo lo que expresa es lo que Tomás empieza a intuir o temer. Por último aparecen algunos personajes figurantes: el encargado, el ayudante, los camareros y el Hombre, que adquiere un cierto protagonismo especial.
Buero define su obra como fábula de carácter aleccionador, aunque también se asocia un significado de historia inventada. El lector ingresa en el argumento de la obra in media res, es decir, cuando ya han sucedido gran parte de los acontecimientos. Cinco personajes varones son reunidos por el autor en un espacio escénico que se va transformando a medida que progresa la acción. Creemos encontrarnos, al comenzar el drama, en una confortable habitación con vistas a un hermoso paisaje, y nos encontramos, al final de él, en la celda de una prisión. Los cinco inquilinos de un centro de investigación moderno, al que llaman la Fundación, se nos transforman paulatinamente en cinco condenados a muerte. Si en la primera parte de esta fábula nos aparecen incomprensibles las palabras y conductas de los otro cuatro personajes, que no encajan en el espacio escénico de que da fe Tomás, cuando éste empieza a transformarse comenzamos a perder la fe en nuestra visión y en la de Tomás y cuando la transformación ha terminado, y no nos cabe duda de que estamos en la celda de una cárcel, y no en la habitación de una fundación.
Tomás, que, sometido a la tortura, no supo resistir y delató a sus compañeros, encerrados por su culpa, prefirió negar la verdad creando un nuevo mundo de felicidad y de belleza. Al final del drama, la celda se transforma de nuevo en la hermosa habitación de una Fundación, lista para acoger a nuevos inquilinos. El drama es una dura reflexión sobre la condición humana: todos somos prisioneros. Estamos ante una nueva muestra teatral del viejo tema literario del “engaño a los ojos”, oposición entre apariencia y realidad. Esa locura que hace ver lo que no es ha de ser superada, porque el hombre debe encararse con los aspectos más duros de su situación real, por amargos que sean.