La casa de Bernarda Alba es, como bien indica el subtítulo de la obra, un «drama de mujeres en los pueblos de España», es decir, refleja la situación en la que viviían las mujeres de cualquier pueblo de España en los momentos previos a la Guerra Civil. (1936). Federico García Lorca, autor de la obra, elige unos nombres cargados de profundo simbolismo para reflejar mejor el carácter de las protagonistas.
Los personajes principales de la obra son:
Bernarda, madre y dueña de la casa. Su nombre significa «con fuerza de oso». Su apellido, Alba, hace alusión a su permanente preocupación por la limpieza material y espiritual (honra): «Mi hija ha muerto virgen». Tiene 60 años, es autoritaria, intransigente, clasista e hipócrita. Representa la represión, la autoridad y el poder: «Hasta que no salga de esta casa con los pies por delante, mandaré en lo mío y en lo vuestro». Es mandona, dominanta y tirana, según sus propias sirvientas, y va acompañada de un bastón, que es más símbolo de poder que de vejez.
Angustias tiene 39 años y es heredera de una gran fortuna, que atrae a Pepe el Romano. Pese a ser una mujer fea, es consciente de que es mejor ser rica que hermosa: «Más vale onza en el arca que ojos negros en la cara».
Magdalena es sumisa, afirma la realidad de su situación y reconoce que le hubiera gustado ser un hombre, pese a ser la que mejor borda y cose: «Malditas sean las mujeres».
Amelia es resignada, sumisa, triste y temerosa de la autoridad materna. ES consciente de la realidad que conlleva ser mujer: «Nacer mujer es el mayor castigo».
Martirio es enfermiza y deforme, podría haberse casado con Enrique Humanes, pero su madre se opuso porque no era de su clase. Vive reprimida por el deseo sexual y afirma tener miedo de los hombres: «Desde niña les tuve miedo». Tiene celos de Angustias y le roba el retrato de Pepe el Romano.
Adela, de 20 años, es la más joven y la más hermosa de las hermanas. Representa la fuerza de la pasión, la rebeldía: «Mi cuerpo será de quien yo quiera» y el deseo de libertad, por eso se atreve a vestirse de verde para que la vean las gallinas mientras las demás van de luto. Se deja arrastrar por su amor hacia Pepe: «Por encima de mi madre saltaría para apagar el fuego que tengo levantado por piernas y boca». El momento simbólico de rebeldía aparece cuando rompe el bastón de Bernarda. Cuando ve que su rebelión fracasa, se suicida.
Poncia, cuyo nombre se relaciona con Poncio Pilatos, es la gobernanta de la casa y cuando surge algún conflicto se lava las manos. Al igual que Bernarda, tiene 60 años y trabaja y obedece como un perro para ella, aunque la odia: «Treinta años lavando sus sábanas, comiendo sus sobras,… ladro cuando me lo dice…, pero un día me hartaré». Interviene en las conversaciones, da consejos, pero aun así no siente cariño por las hijas: «No os tengo ley a ninguna».
Maria Josefa tiene 80 años y representa la vejez, la locura y un constante anhelo de libertad: «quiero casarme a la orilla del mar». Se enfrenta a su hija Bernarda diciéndole: «No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por su boda, haciéndose polvo el corazón».
Pepe el Romano, de 25 años, no aparece en ninguna escena. Su papel es muy importante para la obra y al final de ésta se deja ver como un personaje cobarde y ruin, todo lo contrario a durante, donde había sido descrito como un gigante o un león. También hay personajes secundarios que aparecen en escena de forma esporádica o tienen intervenciones puntuales como la criada, la mendiga, Prudencia (vecina), muchacha, mujeres 1ª,2ª,3ª y 4ª, y personajes aludidos: Antonio Benavides (difunto marido de Bernarda), Enrique Humanes (pretendiente de Martirio), Paca la Roseta (prostituta), la hija de la Librada (lapidada), los segadores (representan la libertad de los hombres).
Frente a la libertad, la alegría y el amor, su poesía también recoge la ausencia, el odio, la sangre y la tragedia. Tras su etapa neo-gongorina, su obra es un presentimiento de su trágico final. A partir de 1934, el sufrimiento, liderado por los tormentos del amor, por la guerra y por la ausencia, se hace un hueco en su obra. La imagen del toro es la muerte, que se manifiesta.
A partir de 1935 escribe poemas trágicos, donde aparece aún más la muerte. Se lamenta por su mala suerte y su mal destino.
En «Viento del pueblo» y «El hombre acecha» sus poemas ya rezuman sangre y muerte. El primero comienza con la Elegía a Lorca, y continúa con poemas que suponen un canto elegíaco a los caídos y una oda a los vivos. El segundo trata la crueldad, el hambre, que han convertido al hombre en una fiera siempre al acecho del resto de hombres.
En 1938 muere su primer hijo y al año siguiente lo encarcelan y condenan a muerte, que será conmutada por 30 años. Allí escribe «Cancionero y romancero de ausencias» donde también está presente la muerte, pero más la suya propia. Puede ser considerado como su diario, aunque esté abierto al mundo. Pervive el fantasma de la guerra y aborrece los enfrentamientos, pues solo traen penas. Sobre un poso amargo se superpone la muertede su hijo y la angustia por estar separado de ellos. En su soledad final, enfermo y ambriento, escribe en la pared: «Adiós, hermanos, camaradas, amigos, despedidme del sol y de los trigos».
Como conclusión, la expresión del sentimiento amoroso evoluciona desde la desazón hasta la entrega conyugal, de la que nace su hijo. La vida y la muerte son elementos habituales y opuestos en su poesía, y va incrementándose su presencia en la obra conforme se acerca la muerte de Miguel Hernández.