El amor y la sexualidad, junto con la vida, la libertad y la muerte son las coordenadas vitales de Miguel Hernández. El amor, que es vida y muerte, vence sobre todos los demás. Proyecta sobre todos los temas su visión violentamente sexual. Ya en “Perito en lunas” (1933), el sexo, vinculado al amor, se perfila como tema constante pero en “El rayo que no cesa” se desarrolla más claramente.
En 1934 inicia su noviazgo con Josefina Manresa, su amada esposa y madre de su hijo.
En Marzo de 1937 se ve obligado a casarse por lo civil con ella. En ese año nace su primer hijo, que muere al año siguiente. En 1939 nace su segundo hijo. En la cárcel se ve obligado a casarse por la iglesia para que ellos no fueran considerados concubina y bastardo por los fascistas.
El amor a su mujer se expresa también como sufrimiento infinito. El sentimiento de la amistad tras la muerte de Sijé también le hace ver el destino desgraciado del ser humano. El amor al dios de un catolicismo que valoraba la castidad y el castigo por encima de la caridad, deja paso al amor hacia la amada. La carencia de amor es el mal, la desgracia y la muerte.
El amor a la humanidad y a la vida se crea y recrea en él de forma continua. Sin el amor, el hombre no es más que un bruto. En algunos poemas sueltos antes de “El rayo que no cesa” encontramos las primeras manifestaciones del impulso erótico y algunos dedicados a Josefina. Sin embargo, la obsesión por el pecado le lleva a sentir vergüenza por haber sucumbido a las tentaciones, por ser impuro.
“El rayo que no cesa” es una revelación de sí mismo a través de los tormentos del amor, desnuda sus emociones y da a sus versos un enfoque profundo. Pasa del sentimiento religioso y la imagen de Dios, a la manifestación del erotismo y el amor profano. Deifica a su amada. Los motivos de la obra son la pasión y el bullir de la sangre de su mujer. Josefina es casta, esquiva al principio de la relación, pero es la alegría del autor. En esta obra canta el deseo insatisfecho, al desamor, a la soledad del enamorado y al amor como pasión devorador. Se siente culpable por sentirse así.
El libro se abre con cuartetas y se cierra con un soneto final. Incluye la Elegía dedicada a Ramón Sijé, penúltimo poema del libro. Es posterior e independiente del resto de obras, pero se inserta bien en el libro. El poema se inicia con un lamento que se desborda, y el poeta se revela contra la muerte, contra ese hachazo invisible y homicida. La tensión va en aumento, con imágenes de gran fuerza expresiva: quiero escarbar la tierra con los dientes. Tras el momento en el que quiere desamordazar y regresar a su amigo, viene el consuelo.
En los poemas sueltos posteriores busca una poesía impura, con temas amorosos y eróticos. Los escribe después de conocer a Pablo Neruda y Aleixandre.
En el “Cancionero y romancero de ausencias” la dulzura del amor nutre su tristeza. Están presentes el color de los ojos y el pelo de Josefina, mientras que se tiñe de muerte. Destacan la angustiosa búsqueda de la amada y la maternidad en medio de las catástrofes y el horror.
Frente a la libertad, la alegría y el amor, su poesía también recoge la ausencia, el odio, la sangre y la tragedia. Tras su etapa neo-gongorina, su obra es un presentimiento de su trágico final. A partir de 1934, el sufrimiento, liderado por los tormentos del amor, por la guerra y por la ausencia, se hace un hueco en su obra. La imagen del toro, presentimiento de muerte se manifiesta.
En sus primeros poemas ya está presente la muerte. En “Perito en lunas” ya hay imágenes de esta. En “El rayo que no cesa” sabe que terminará trágicamente. Además, dedica la Elegía a Ramón Sijé, como he mencionado antes.
A partir de 1935 escribe poemas trágicos, donde aparece aún más la muerte. Se lamenta por su mala suerte y su mal destino.
En “Viento del pueblo” y “El hombre acecha” sus poemas ya rezuman sangre y muerte. El primero comienza con la Elegía dedicada a Lorca, y continúa con poemas que suponen un canto elegíaco por los caídos y una oda a los vivos. El segundo trata la crueldad, el hambre, que han convertido al hombre en una fiera siempre al acecho del resto de hombres.
En 1938 muere su primer hijo y al año siguiente lo encarcelan y condenan a muerte. Después se la conmutan por 30 años. Allí escribe el “Cancionero y romancero de ausencias”, donde también está presente la muerte, pero más la suya propia. Puede ser considerado como su diario, aunque esté abierto al mundo. Pervive el fantasma de la guerra y aborrece los enfrentamientos, pues solo traen penas. Sobre un poso amargo se superpone la muerte de su hijo y la angustia por estar separado de ellos. En su soledad final, enfermo y hambriento, escribe en la pared: “Adiós, hermanos, camaradas, amigos, despedidme del sol y de los trigos”.
Como conclusión, la expresión del sentimiento amoroso evoluciona desde la desazón hasta la entrega conyugal, de la que nace su hijo. La vida y la muerte, son elementos habituales, opuestos, en su poesía y va incrementándose su presencia en la obra conforme se acerca la muerte de Miguel Hernández.