Los textos poéticos castellanos del Siglo XV se recopilaron y difundieron en colecciones colectivas denominadas cancioneros.
Entre los cancioneros conservados, manuscritos o impresos, destacan los siguientes: Cancionero de Baena (1430). Reúne obras de la corte de Juan II de Castilla (1405-1454), como las de Alfonso Álvarez de Villasandino o las de Francisco Imperial. Cancionero de Stúñiga (1460-1463). Recoge composiciones de poetas de la corte de Alfonso V de Aragón (1396-1458), como Lope de Stúñiga o Carvajal. Cancionero general (1511) y Cancionero musical de palacio (1505-1520). Incluyen textos de la época de los Reyes Católicos, como los de Juan del Enzina. Esa poesía presenta dos grandes subgéneros: la canción y el decir.
La canción es una composición breve, destinada al canto y de temática amorosa, dentro de las conversaciones del amor cortés.
En las canciones castellanas se acentúan algunos aspectos de la poesía trovadoresca, lo que les confiere una personalidad singular:El uso de un léxico carácterístico, pleno de connotaciones eróticas. El yo poético aspira al encuentro carnal con la amada; este se expresa con términos como merced, galardón o muerte, que se interpreta como eufemismos del acto sexual. El carácter paradójico, contradictorio del sentimiento amoroso. Debido al desdén o la indiferencia de la dama, el galán se considera un muerto en vida, pero solo la posibilidad de servirla o contemplarla le permiten sentirse vivo. El amor es, pues, una pasión ennoblecedora y, a la vez, una fuente de sufrimiento. La religión del amor. Con frecuencia, la sumisión del enamorado a la dama se expresa por medio de la llamada hipérbole sacroprofana: La consideración de la mujer como un Dios al que se debe veneración y, como consecuencia, el empleo de un lenguaje religioso para expresar el amor profano.
El decir es un poema extenso, concebido para ser leído, que sirve, en general, como cauce para reflexiones morales, políticas o filosóficas sobre cuestiones diversas: el paso del tiempo, la variabilidad de la fortuna, la muerte…
En algunos decires se hace evidente la influencia de la poesía italiana del Siglo XIV, centuria en la que Italia tomó el relevo a Francia como centro de la lírica en lengua vernácula. Especialmente significativo es el influjo de la Divina comedia, de Dante
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Jorge Manrique escribíó medio centenar de canciones amorosas dentro de las convenciones de la poesía cancioneril. Sin embargo, su obra más importante -considerada una de las cimas de la poesía española- es la elegía Coplas a la muerte de su padre, compuesta entre 1476 y 1479. Coplas a la muerte de su padre constituye un planto dedicado a don Rodrigo Manrique, padre del autor y maestre de la Orden de Santiago. El planto (del latín plantum, <<llanto>>) o elegía funeral había sido cultivado previamente por los trovadores provenzales y, ya en castellano por Gonzalo de Berceo (Duelo que fizo la Virgen María el día de la Pasión de su fijo Jesucristo), por Juan Ruiz ( el dedicado a Trotaconventos en el Libro de buen amor) o por el marqués de Santillana. Métrica de las Coplas La obra está formada por cuarenta coplas Manriqueñas, cada una de las cuales consta de dos sextillas de pie quebrado. En ellas se combinan versos octosílabos y tetrasílabos (o pentasílabos) con rima consonante, según el siguiente esquema: 8a 8b 4c 8a 8b 4c. Estructura y temas Las Coplas a la muerte de su padre presentan un diseño estructural que se organiza de lo general a lo particular. Pueden dividirse en dos partes, cada una de las cuales se estructura a su vez en dos bloques temáticos claramente diferenciados, tal como se explica en el cuadro.