La uníón dinástica de la Corona de Aragón y de Castilla se produce por el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. En matrimonio se celebró en secreto en 1469.
A la muerte de Enrique IV y tras una guerra sucesoria, asciende al poder Isabel I de Castilla. Fernando II de Aragón hereda los dominios de su padre en 1479, uníéndose las Coronas de Castilla y Aragón. Según la Concordia de Segovia firmada en 1475, ambos monarcas dispondrán de igual poder «Tanto monta, monta tanto».
La unidad dinástica no supuso la uníón política, ni la unidad de los pueblos. Fue un vínculo personal entre los soberanos, entre los representantes de dos dinastías. Cada reino conservó su organización institucional, sus antiguas leyes, sus propias formas de recaudar impuestos, y sus monedas, pesos y medidas. Así también, cada reino continuó teniendo su particular estructura económica y social, dentro del ordenamiento feudal. Incluso, en el plano legal, los súbditos de una Corona eran considerados extranjeros en la otra. Las aduanas entre unos y otros territorios certificaban esta situación de independencia.
El objetivo principal de los Reyes Católicos fue el reforzamiento del poder real y uno de sus mejores medios fue la política religiosa, concretada en las dos siguientes actuaciones: Con permiso papal crearon el Santo Oficio o Inquisición para controlar la uniformidad religiosa; y fomentaron las regalías, que supónían, entre otras cosas, un control en el nombramiento de los obispos.
La uniformidad religiosa se concretó en la expulsión de los judíos decretada en 1492 y la persecución a los mudéjares, que tuvieron que convertirse al cristianismo (moriscos).
Los Reyes Católicos crearon otros instrumentos par aumentar su poder: entre ellos un ejército permanente pagado por la monarquía, y un cuerpo de funcionarios reales.
La política institucional también se orientó para lograr una monarquía autoritaria y fuerte. Pretendían socavar los privilegios políticos de la nobleza, la Iglesia y las ciudades y reforzar el poder central. Para ello reformaron instituciones ya existentes, especialmente en Castilla: Se reorganizó el Consejo Real de Castilla, principal órgano de gobierno; se redujo el papel de las Cortes de Castilla; en los municipios se revitalizó el cargo de corregidor; se creó la Santa Hermandad (antecedente de la Guardia Civil)
La invasión musulmana de la península ibérica se enmarca dentro del proceso de expansión del Islam a partir del s.VIII. En el año 711, Tarik , lugarteniente Muza, gobernador del norte de África, cruza el estrecho de Gibraltar con unos 12000 hombres, en su mayoría bereberes. En el reino visigodo existe una Guerra Civil que dividía al reino y que enfrentaba a los partidarios de Don Rodrigo y a los partidarios de witizanos. En este contexto los musulmanes se enfrentarán a Don Rodrigo en la batalla de Guadalete, donde vencerán y provocarán la desintegración del ejercito visigodo y la del propio estado visigodo. El final de Don Rodrigo es incierto, según algunas crónicas muere en batalla y otras afirman su huida.
Tras la Batalla de Guadalete los musulmanes se dirigen hacia Toledo y el norte peninsular reforzados por otros 18000 hombres. Así, en el año 714, prácticamente toda la península estará bajo el dominio musulmán, a excepción de los Pirineos y el norte cantábrico. Es por lo tanto un proceso rápido en el que se irán controlando las ciudades y los puntos estratégicos, y en la mayoría de los casos de manera pacífica, estableciendo pactos y capitulaciones con la élite visigoda que aceptarán la autoridad de los musulmanes. La mayoría de la población, hastiada de la inestabilidad de los visigodos, acepta también casi
sin resistencia a los musulmanes, que aunque deban pagar tributos, se les permite seguir practicando su religión.
Representa una línea del tiempo desde 711 hasta 1474, situando en una fila los principales acontecimientos relativos a Al Ándalus y en otra los relativos a los reinos cristianos.
Durante siglos, con grandes diferencias según las zonas, Al-Ándalus aportó formas de vivir y producir distintas a las de los reinos cristianos de Europa Occidental.
La aportación musulmana a la agricultura fue determinante para la conformación del paisaje agrícola de grandes regiones: introdujeron el regadío (norias, acequias), una gran variedad de árboles frutales (naranja, limón, lima) y verduras (espinacas, berenjenas, zanahorias, sandías) y la agricultura intensiva que generó excedentes orientados a los mercados urbanos, especialmente.
El comercio interior aprovechaba las viejas calzadas romanas. El comercio exterior se realizaba por rutas marítimas mediterráneas gracias a una potente marina mercante y militar. Los puertos del sur, Almería, Algeciras y Cádiz se convirtieron en una zona de contacto entre Oriente, África y Europa. Allí llegaban productos de lujo orientales y especias, marfil, oro, esclavos y pieles de África y se reexportaban a Europa.
Una parte fundamental del auge de la economía se debíó al mantenimiento de una economía monetaria. Los califas centralizaron la emisión de moneda en las cecas y vigilaron con sumo interés el mantenimiento de la ley de sus monedas: el dinar de oro y el dírhem de plata. La reforma monetaria llevada a cabo por Abd-Al Rahman III fue imitada en toda Europa.
Las ciudades no decayeron como en el resto de Occidente. Eran el mercado de productos agrícolas y donde se ubicaba una activa industria artesanal (vidrio, cuero, joyas, cerámica, etc.), especialmente textil. Algunas ciudades andalusíes eran las más grandes del Occidente medieval (Córdoba) y contaban con mercados, mezquitas, alcazabas, baños, bibliotecas públicas, etc.
Además la lengua árabe (aljibe), arquitectura, las costumbres islámicas y los conocimientos aportados por su relación con territorios de Bizancio y Oriente pasaron a formar parte de nuestro patrimonio cultural.
Desde el punto de vista religioso, la mayoría de la población hispanogoda de la península acabó convirtiéndose al Islam y recibieron el nombre de muladíes.
El respeto de los musulmanes por las otras “religiones del Libro” les llevó a practicar cierta tolerancia religiosa y permitieron la existencia de minorías religiosas de cristianos y judíos; no obstante, esa tolerancia no implicó la ausencia total de conflictos religiosos.
Como en el resto de Europa, entre los siglos VIII al XIII se fue produciendo una feudalización de la sociedad hispánica. Sin embargo, el hecho de que en ese tiempo en la Península Ibérica se estuviese llevando a cabo una repoblación en las zonas fronterizas mediante el asentamiento de pequeños propietarios libres, hizo que no se siguiese el modelo francés, salvo en la zona de la Marca Hispánica, donde la influencia franca era mayor. No obstante, para el Siglo XIII prácticamente todo la sociedad del territorio cristiano peninsular estaba regida por una red de relaciones señoriales, según las cuales los nobles obténían rentas de sus propiedades y ejercían derechos jurisdiccionales, mientras los campesinos dispónían del dominio útil de la tierra, pero estaban sometidos a la jurisdicción señorial.
La sociedad feudo-vasallática estaba basada en la existencia de unos vínculos de dependencia hacia un señor a cambio de un beneficio. La debilidad económica de los reyes en esta época, los llevó a conceder a nobles y eclesiásticos señoríos territoriales (feudos) para su explotación económica, que podían llevar aparejado unos derechos jurisdiccionales sobre la población allí asentada (señorío jurisdiccional), con el fin de que éstos ejercieran el control del territorio en su nombre. Por otra parte, con el avance de la reconquista, los campesinos libres poco a poco vieron la necesidad de ponerse bajo la protección de los señores a cambio de entregarles sus tierras, convirtiéndose así en siervos.
Por otra parte, la sociedad feudal era una sociedad fuertemente jerarquizada, dividida en estamentos y de estructura piramidal. Así, en la cúspide estaba el rey, a continuación los estamentos privilegiados, nobleza y clero, que eran los propietarios de la mayor parte de las tierras, estaban exentos del pago de impuestos y gozaban de leyes especiales. Por último, en la base se encontraba el llamado estado llano formado por campesinos y la incipiente burguésía de las ciudades, todos ellos pagaban impuestos (pecheros) y estaban sometidos por relaciones de dependencia al rey o a los señores.
Al margen de esta sociedad existían dos minorías que a menudo fueron perseguidas: los judíos y los mudéjares. Los primeros vivían preferentemente en las ciudades, en unos barrios específicos (juderías o aljamas) y se dedicaban a la artesanía y al préstamo. Los mudéjares, musulmanes en territorio cristiano, se dedicaron a la agricultura y se localizaban principalmente en Navarra y la Corona de Aragón.