BLOQUE 7: El régimen de la Restauración. Carácterísticas y funcionamiento del sistema canovista. Guerra colonial y Crisis del 98 (1874 – 1902) Índice Introducción 1. La Restauración Borbónica 1.1. El retorno de los Borbones 1.2. Las bases del sistema canovista 2. El funcionamiento del sistema político
2.1. Un sistema parlamentario “falseado” 2.2. Los grupos políticos de oposición 3. El conflicto colonial 3.1. Causas de la guerra
3.2. Guerra hispanoamericana 3.3. Consecuencias del “Desastre” Conclusión
Introducción
El tema que vamos a tratar abarca desde la caída de la I República hasta la proclamación de Alfonso XIII como rey en 1902. La restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII supone una etapa de estabilidad que durará hasta finales del Siglo XIX. Esa estabilidad estará propiciada por la Constitución de 1876, el sistema bipartidista creado por Cánovas, y una cierta prosperidad económica. Pero estos logros no ocultan grandes defectos del sistema: fraude electoral y caciquismo que deja a las masas fuera del sistema, marginación de los partidos que están fuera del sistema (republicanos, movimientos obreros, nacionalismos…). A la vez, afloran en las regiones periféricas los primeros movimientos regionalistas y nacionalistas que aspiran a conseguir un cierto grado de autonomía en un estado fuertemente centralizado. Pero el gran mazazo para el sistema será la crisis del 98, año en el que se pierden las últimas colonias, a partir de ahí España se replantea la razón de su ser y las medidas a llevar a cabo para su modernización. El sistema político de la Restauración, que más o menos ha funcionado en el XIX, se continúa en el XX, pero ya está obsoleto y acabará saltando por los aires en los años treinta con la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la II República en 1931.
1- La Restauración Borbónica
1.1- El retorno de los Borbones
Tras la abdicación de Isabel II en su hijo, y por consejo de Cánovas, el príncipe Alfonso fue a estudiar a la academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. Con ello se perseguía un doble objetivo: Alfonso se educaba en un ambiente militar, y se familiarizaba con el funcionamiento del sistema político británico, basado en la monarquía, el Parlamento y la alternancia de dos partidos en el poder: un sistema estable y admirado.
Desde allí, Alfonso hizo público el Manifiesto de Sandhurst, dirigido al pueblo español (Diciembre de 1874) donde se comprometía a ejercer la monarquía de manera conciliadora y liberal. Cánovas del Castillo pretendía que la restauración borbónica en el trono español se produjese de forma pacífica y apoyada por la mayoría de españoles. Eso no impidió que, días
después del Manifiesto, el general Martínez Campos actuase por cuenta propia y proclamase a Alfonso como rey de España. El gobierno republicano no ofrecíó resistencia al Golpe de Estado y, así, comenzó una nueva etapa en la historia española: la Restauración.
El nuevo régimen obtuvo dos éxitos importantes en sus inicios: en 1876 finalizó la tercera guerra carlista, con la definitiva derrota del carlismo. Cánovas impuso la abolición de los fueros (leyes tradicionales) que habían mantenido el autogobierno de las áreas vasco-navarras durante siglos; sin embargo, respetó el concierto económico. Esto implicaba que la recaudación de impuestos allí quedaba en manos de las instituciones provinciales vascas y navarras, que negociaban con el gobierno central una cuota que tenían que pagar. El otro gran éxito vino con la pacificación (momentánea, como veremos después) de la isla de Cuba, cuya primera guerra de independencia acabó en 1878 con la Paz de Zanjón.
1.2 – Las bases del sistema canovista
Los terratenientes castellanos y andaluces, la burguésía industrial catalana y vasca, y las altas jerarquías eclesiásticas fueron los principales apoyos del nuevo régimen. Estos sectores conservadores vieron con buenos ojos la vuelta de la monarquía, porque garantizaba el retorno a un sistema de orden que alejaría el peligro de la Revolución de las clases bajas.
No obstante, Cánovas sabía que no era posible, a esas alturas, volver a los tiempos anteriores a la Revolución Gloriosa de 1868 como si nada hubiera pasado. La nueva monarquía necesitaba el apoyo de políticos y sectores sociales que habían participado en el Sexenio Democrático. Por tanto, no era posible retomar la vieja Constitución moderada de 1845, sino que era necesario redactar una nueva que incorporase algunas de las novedades del Sexenio y lograr así el máximo consenso posible.
La nueva Constitución, promulgada en 1876, venía a ser una síntesis de las constituciones del 45 y del 69. Se ratificaban en ella muchas de las libertades ya reconocidas en 1869. Se volvía al concepto de soberanía compartida del rey con las Cortes (en contraposición de la soberanía popular de las constituciones progresistas), por lo que se manténía un fuerte protagonismo del rey en el juego político. El poder legislativo residía en las Cortes, formadas por Congreso y Senado. Inicialmente, la ley electoral establecíó el sufragio censitario, pero en 1890 se introdujo el sufragio universal masculino, bajo el gobierno de los liberales. En cuanto a la cuestión religiosa, se dio un retroceso con respecto a la constitución del 69, ya que no se reconocíó la libertad religiosa, aunque se daba una situación de tolerancia hacia otras religiones siempre que fueran profesadas de forma privada. El Estado era confesional católico.
Un gran mérito de Cánovas del Castillo fue crear un sistema político de base social civil, por lo que los militares perdieron protagonismo en la vida política aunque continuaron ejerciendo gran influencia. La tercera pieza del sistema canovista (ya hemos visto la monarquía parlamentaria, y la Constitución del 76) era la existencia de dos partidos dinásticos. Se llamaban así porque apoyaban la monarquía borbónica. Se trataba del Partido Conservador, y el Partido Liberal; ambos se alternaban en el gobierno del Estado (turno pacífico) y era el monarca quien decidía cuándo se tenía que producir el relevo.
El Partido Conservador, liderado por Cánovas, agrupó a viejos moderados, y era apoyado por los terratenientes, la alta burguésía y la Iglesia Católica. Era un partido favorable al proteccionismo
económico (imponer impuestos aduaneros a los productos extranjeros para favorecer la exportación de la producción industrial nacional) y al catolicismo. El Partido Liberal, dirigido por Sagasta, se nutría de antiguos progresistas y demócratas, con base social en la pequeña y mediana burguésía. La alternancia pacífica entre ambos fue especialmente importante tras la temprana muerte de Alfonso XII (1885), sustituido por su mujer María Cristina como regente hasta que el príncipe Alfonso XIII alcanzase la mayoría de edad.
2 – El funcionamiento del sistema político
2.1. Un sistema parlamentario “falseado”
A diferencia del modelo británico en el que se inspiró el sistema canovista, en España los gobiernos no eran fruto de la libre elección de los votantes. En el régimen de la Restauración la mayoría parlamentaria solo dejaba de gobernar cuando perdía la confianza del rey. Entonces, un nuevo presidente de gobierno nombrado por el rey disolvía las Cortes, convocaba elecciones, y su partido las ganaba fácilmente. La alternancia existía así de forma artificial, porque no era reflejo de la voluntad de los electores, sino del turno pacífico que se quería para el sistema. ¿Cómo sucedía tal cosa? Se trataba un sistema electoral falseado continuamente y aceptado por ambos partidos, que si pasaban a la oposición esperaban a que, por algún cambio en la situación o alguna crisis política, el rey convocase nuevas elecciones y entonces volverían al gobierno. Los medios para lograr el falseamiento eran el ministerio de Gobernación y los caciques locales. Con el turno de partidos se pretendía: a) poner fin al exclusivismo o monopolización del poder por un partido
B) evitar que cada partido impusiera su propia Constitución
C) evitar la identificación del rey con un partido
e) aparentar un sistema democrático El turno se realizaba de la siguiente manera: a) el Rey nombraba Presidente del Gobierno al jefe de la oposición
B) el Rey disolvía las Cortes
c) el nuevo Gobierno convocaba elecciones y las amañaba mediante el encasillado (reparto y negociación de los distritos electorales, decidiendo los candidatos que debían ser elegidos, incluyendo los de la oposición –entre estos podía haber algún republicano domesticado como Castelar-) y el pucherazo (fraude electoral, controlado desde el Ministerio de la Gobernación, los gobernadores civiles en las provincias y los caciques rurales – en los municipios, en ese orden)
d) el Parlamento se reunía con una mayoría del partido del Gobierno que había convocado las elecciones .
Los caciques era Jefe político de un distrito electoral, municipio o localidad, que milita en el partido conservador o en el liberal; por lo general, terrateniente o
representante/administrador de un terrateniente, de quien dependen los principales trabajos, y por tanto los trabajadores, del territorio que controla de manera exclusiva y en el que está arraigado. ¿Qué hacía? Otorgaba favores al partido que más le interesaba, a cambio de recibir beneficios para sí mismo, sus amigos o su localidad, o de impedírselos a otros (recomendaciones, infraestructuras, mejoras…),organizaba el fraude electoral y coaccionaba a los trabajadores. Las consecuencias para el sistema fueron a) falseamiento del mecanismo constitucional: el Gobierno era el que, desde arriba, fabricaba las Cortes, no al revés: éstas no se creaban desde la soberanía nacional.
B) el Parlamento no respondía a la realidad del país, sino a los intereses de los partidos dinásticos
C) el Rey, árbitro entre los dos partidos constitucionalistas, no se atenía a la opinión pública
d) desprestigio del sistema electoral y democrático, el cual con este falseamiento electoral y la acumulación de funciones en el soberano, poco tenía que ver con el modelo británico.
E) aparece la figura del cesante (funcionario que debe cesar con el cambio de gobierno)
2.2 – Los grupos políticos de la oposición
En 1881, el primer gobierno liberal, dirigido por Sagasta, legalizó todos los partidos políticos. Esto los animó a presentarse a las elecciones, a pesar de estar amañadas. En la izquierda política, los republicanos estaban divididos en diversas vertientes (unitarios, federalistas, etc). Todos ellos reivindicaban, además de la República como sistema de gobierno, el sufragio universal masculino y el Estado laico. Más a la izquierda estaba el PSOE (P. Socialista Obrero Español), dirigido por Pablo Iglesias. Se trataba de un partido obrero de ideología marxista, con grandes apoyos en Madrid, Asturias y algunas zonas industriales de Cataluña. No logró su primer diputado en las Cortes hasta 1910.
En la extrema derecha se situaba el carlismo, derrotado en 1876 pero manteniendo fuerte presencia en la zona vasco-Navarra y algunas áreas rurales de Cataluña y Aragón.
En los territorios históricos de España surgieron movimientos regionalistas y nacionalistas que aspiraban a conseguir el reconocimiento de su identidad a través de un cierto nivel de autonomía política. En Cataluña surgíó así el catalanismo, que en sus raíces (en torno a 1830, la llamadaRenaixença ) fue un movimiento de recuperación de la lengua y la cultura catalanas. Reclamaba asimismo proteccionismo económico: de esa forma, los productos industriales catalanes tendrían mejores condiciones para competir contra otros extranjeros en la exportación. Todas las agrupaciones catalanistas se unieron para reclamar una amplia autonomía para Cataluña dentro de España (Bases de Manresa, 1892).
En Galicia, el nacionalismo fue obra de algunos intelectuales liberales y tradicionalistas, pero la pobreza de gran parte de la población y la falta de una clase burguesa poderosa impidieron su proyección política.
En las Provincias Vascas, la pérdida de los fueros tradicionales tras la derrota carlista dio lugar a la aparición de un fuerte movimiento nacionalista que reclamaba el retorno al antiguo ordenamiento jurídico, anterior a las medidas centralistas de los gobiernos liberales. En 1895, Sabino Arana fundó el PNV (P. Nacionalista Vasco), basado en la defensa de los valores católicos, la raza y las costumbres vascas, y la aspiración a la independencia de lo que él llamó Euzkadi.
3 – El conflicto colonial
A finales del Siglo XIX, las principales potencias occidentales llevaron a cabo una gran expansión colonial: es la llamada época del imperialismo. España conservaba, en ese contexto, los restos del viejo Imperio que la monarquía había construido desde el Siglo XVI. Pero en el Siglo XIX la debilidad política, militar y económica de España era tan grande que las potencias imperialistas codiciaban repartirse sus colonias.
3.1- Causas de la guerra colonial
En Cuba, la soberanía española estaba muy discutida. Ya en 1868 había estallado una primera guerra entre los independentistas cubanos y la metrópoli, con victoria de esta última (Paz de Zanjón, 1878). Pero las autoridades españolas no iniciaron un programa de reformas ni concedieron autonomía a la isla. Por lo demás, Cuba era una de las colonias con mayor potencial económico de América. El motor económico de la isla era la producción de azúcar, cada vez más controlada por capital norteamericano. Por otra parte, la política de aranceles (no existía librecomercio) impuesta por el gobierno español perjudicaba los intereses de los criollos cubanos (descendientes de españoles). Además, la corrupción de la Administración colonial y la negativa a concederles autonomía condujeron a una nueva y definitiva guerra que estalló en 1895.
El movimiento independentista estaba liderado por José Martí y contaba con un amplio apoyo del campesinado, sobre todo en la parte oriental de la isla. España envió un ejército de 200.000 hombres, al mando del general Weyler, que recibíó órdenes de iniciar una dura represión sobre las zonas rebeldes. Esa represión incluyó el despoblamiento masivo de aldeas y el establecimiento de campos de concentración, medidas que provocaron la muerte de miles de cubanos por inanición. Esto radicalizó aún más el conflicto y desprestigió a España ante la opinión pública en Estados Unidos.
3.2 – La Guerra Hispanoamericana
Paralelamente, en 1896 estalló en las Islas Filipinas un movimiento independentista que el ejército español tuvo que sofocar. Por su parte, Estados Unidos, camino ya de ser la primera potencia económica del mundo, vio la oportunidad de aprovechar la debilidad de España para ampliar su Imperio. Era previsible una intervención militar en Cuba y Puerto Rico, tan cercanas a las costas estadounidenses, desde donde salía propaganda y armamento de forma clandestina para fortalecer el movimiento independentista.
Las relaciones entre EEUU y España eran cada vez más tensas, y al fin llegó el incidente que provocaría la guerra entre ambas. En 1898, el acorazado norteamericano Maine , anclado en el puerto de La Habana, estalló misteriosamente. EEUU acusó a los españoles de haber hundido el barco, en cuya explosión murieron 261 marineros. En paralelo, una agresiva campaña de prensa en EEUU despertó en la población una opinión favorable a intervenir en la guerra de Cuba. Finalmente, EEUU declaró la guerra a España en Abril. Las investigaciones más recientes apuntan a una explosión accidental, a pesar de que en su momento sirvió de detonante para iniciar la guerra.
La guerra fue breve. EEUU derrotó a los españoles en los tres frentes: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. En Mayo, la flota española del Pacífico ya había sido casi totalmente destruida por los norteamericanos. En Junio, desembarcaron en Cuba,
y en Julio la flota española del Caribe fue hundida. La llegada del ejército americano a Manila, capital de Filipinas, puso fin a la guerra. España había perdido sus últimas colonias americanas y asíáticas.
3.3 – Consecuencias del “Desastre”
El impacto de la guerra hispanoamericana fue tan grave para España que algunos políticos e intelectuales calificaron la derrota como “el desastre del 98”. Si hablamos de costes humanos, España perdíó en la guerra en torno a 50.000 hombres, la mayoría muertos por enfermedades tropicales. El coste económico fue negativo y a la vez positivo. El Estado tuvo que endeudarse para pagar los costes de la guerra, y el fin del Imperio supuso la pérdida de los mercados coloniales a los que iban a parar muchos productos españoles con prioridad sobre otros. Desde entonces, las mercancías españolas y no tendrían ventajas fiscales para ser exportadas en las antiguas colonias. Lo positivo vino por la repatriación de capitales: muchos españoles residentes en las colonias perdidas vendieron sus negocios y propiedades y regresaron a España, trayendo millones de pesetas que se invirtieron en banca, empresas, etc, lo cual revitalizó la economía española.
El coste político fue enorme. Por el Tratado de París (1898), España reconocía la independencia de Cuba, y cedía a EEUU la soberanía sobre las Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam (en el Pacífico). Un año después, el gobierno español vendíó a Alemania las islas Carolinas, las Marianas y las Palau. Era el fin de las colonias del Pacífico: el Imperio quedó reducido a unos pocos territorios en África.
El fracaso del Sexenio Democrático, junto al retorno de los Borbones y el Desastre del 98, llevaron a muchos intelectuales a escribir sobre la decadencia de España. Para ellos, la humillación de la derrota ponía de manifiesto el atraso cultural y económico de España, que según ellos necesitaba amplias reformas de todo tipo. Ese movimiento se llamó el “regeneracionismo”, en el que se podría ubicar a varios de los autores de la Generación del 98. Uno de los escritores más críticos fue Joaquín Costa, que atacó el sistema de la Restauración con sus amaños electorales y el caciquismo que dominaba la sociedad. Sin embargo, el regeneracionismo consiguió pocos resultados prácticos, y la monarquía borbónica entró en una larga fase de crisis en las siguientes dos décadas. En Cataluña, el desastre tuvo un gran impacto, ya que se perdíó un importante mercado al que se exportaban los textiles catalanes. El catalanismo salíó reforzado de la crisis del 98 y ello condujo a la formación de la Lliga Regionalista.