Primera parte (abarcaría los dos primeros párrafos): Descripción de las relaciones padre-hijo en el vecindario
– Descripciones físicas de los padres, razones por la que sus hijos les admiran y causas de la admiración que cada padre provoca en la pandilla de niños: padre de Tino, de Pepe Amigo y de los Chaburre.Segunda parte (abarcaría el tercer y último párrafo): Confesión de Lorenzo sobre su padre
– Compensación que obtiene al saberse que él también tenía un padre que le cuidaba
Presentación: anuncio del tema del texto. Línea 1
Desarrollo: descripción de las cualidades de los padres y del orgullo de los niños. Resto del párrafo 1 y 2
Final: consuelo del narrador-protagonista al conocerse que él también tenía un padre del que sentirse orgulloso. Párrafo 3.Pregunta 2. Indique el tema y escriba un resumen del texto. (Puntuación máxima 1,5 puntos)
Tema
Frustración del protagonista por no poder presumir de padre en la niñez y alivio tras descubrirse la verdad
Resumen
Lorenzo, el protagonista de este relato, recuerda la admiración que todos los niños sentían por los padres de los demás. Uno de ellos, Tino, estaba orgulloso porque su padre era picador y oficinista y los niños admiraban su porte cuando venía a buscarlo el coche de cuadrillas. Pepe Amigo alardeaba de que su padre cazaba pájaros y a los niños les parecía increíble que pudiera manejar la motocicleta con una sola mano. El padre de los Chaburre tenía doce vacas que, valientemente, ordeñaba solo. Lorenzo confiesa que, destapada la mentira sobre su padre, sintió en consuelo de poder, por fin, presumir de él.Pregunta 3. Comentario crítico sobre el contenido del texto. (Puntuación máxima 3 puntos)
Estamos ante un fragmento de Los girasoles ciegos, la única obra conocida del escritor madrileño Alberto Méndez. El libro fue publicado en 2004, pocos meses antes de la muerte de su autor, quien no llegaría a conocer el éxito de su obra ni los premios que ganó (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa). Componen el volumen cuatro relatos relacionados entre sí pero que mantienen, por su estructura y su sentido, total independencia.
El texto que comentamos es un fragmento del relato que da título al libro, Los girasoles ciegos, en el que se presenta el drama cotidiano de una familia perseguida por el régimen franquista. Ricardo, padre de Lorenzo y al que todo el mundo cree muerto, debe contemplar desde el armario en el que vive escondido cómo el cura del colegio acosa a su mujer y pretende ‘apadrinar’ a su hijo. El relato combina tres narradores diferenciados tipográficamente: dos de ellos en primera persona (el cura y el chico) y el otro en tercera. El presente fragmento pertenece al relato que Lorenzo hace de aquella infancia pasados los años.
Así, la atención se centra, precisamente, en la mirada infantil. En los dos primeros párrafos y de forma prolija, el narrador se contagia de la mirada del niño que fue y describe con bastante detalle a los padres de los otros niños del vecindario y las razones que éstos tenían para admirarlos; mientras que en la segunda, mucho más breve y en un tono más dolido y conmovedor, recuerda desde el presente a su propio padre. Llama la atención esta perspectiva infantil, pues las virtudes que se esgrimen de esos padres resultarían, para un adulto, un tanto ridículas: de uno se destaca su porte vistiendo el traje de luces, de otro su maña conduciendo una motocicleta con una sola mano y del último su valor al ordeñar él solo doce vacas. Lorenzo no está comparando desde su visión de adulto a su padre con el de los demás (pues si así lo hiciera seguro que encontraría muchas razones para admirarlo), sino que trata de evocar la impresión que los padres provocaban en su pandilla de amigos cuando todos eran niños. De esta manera, el contraste es terrible, pues el padre de Lorenzo, no es que careciera de virtudes de las que presumir, insistimos, sino que a Lorenzo le estaba prohibido hablar de él, pues debía ayudar a mantener la mentira de que había muerto y nadie -ninguno de sus amigos- podía verlo jamás.
La ironía trágica -a la que se hace referencia al final del fragmento- acentúa la tragedia del niño y esconde una simbología tremenda. Sobre Ricardo la familia ha construido la mentira de que está muerto; pero -y aquí la ironía- será precisamente tras su verdadera muerte cuando se destapará por fin dicha mentira. Es decir: el padre debe morir para hacer de la mentira una verdad, y el niño tendrá que renunciar a su padre en el seno familiar para liberarlo socialmente. El padre de Lorenzo vivía, se ocupaba de él, lo cuidaba y le daba cariño, pero nadie lo sabía, no podía presumir de él ante nadie y de ahí su trauma infantil. Por eso, tras su suicidio, tendrá la necesidad de gritarle al mundo que él también tenía un padre y que le quería, pues esa será la única compensación que obtendrá del fatal desenlace.
La frustración -la castración, podríamos decir- a la que están sometidos los personajes de este relato refleja magníficamente el drama sufrido por tantísimas familias durante el franquismo. Es sorprendente cómo leyendo esta tragedia familiar el lector se imagina perfectamente el telón de fondo de lo que estaba siendo la inmediata posguerra; cómo, a través de este pequeño drama, tan solo una pieza del rompecabezas, Alberto Méndez consigue que compongamos la situación completa. Aquí vemos la frustración de un hombre que tiene que vivir oculto, ignorado, escondido (muerto, podríamos decir) y la de una mujer que debe llevar ella sola el peso de la familia, que es acosada por el cura del colegio de su hijo, sometida a preguntas, obligada a mentir, a estar siempre alerta de cualquier ruido sospechoso, a borrar todas las huellas que su marido deja por la casa cuando alguien llama a la puerta. Y también la de un niño que crece con su padre escondido en un armario, que también es interrogado en el colegio y también obligado a mentir, que debe rezar oraciones y cantar canciones que no sabe, que es vigilado, perseguido y sobre el que pesan toda clase de sospechas. Y sobre todo, por volver al texto, un niño cuyo padre nadie conoce y que se suicida para que los demás puedan, dentro de lo que cabe, vivir…
Tras la lectura de este cuento -y de los otros: cada cual más estremecedor- uno no puede dejar de sentir que es imposible restaurar ciertas heridas. Hay quienes proponen enterrarlas para siempre, olvidar ese capítulo de la historia, bajo argumentos de que pertenece al pasado y abre en la sociedad brechas innecesarias. Pero las heridas no se borran negándolas ni olvidándolas, sino conociéndolas y reconociéndolas para no repetirlas, único consuelo para los inconsolables dolores de tantos. Por otro lado, es sorprendente como en el año 2004, cuando parecía que el arte tenía ya poco que beber del veneno de la guerra y del franquismo, Alberto Méndez sorprende a críticos y lectores con este libro: original, conmovedor y que nos recuerda que todavía se puede escribir mucho y bien sobre ese -para algunos, manido- período de nuestra historia.
Texto 2 (Pág. 39.)
Este texto fue encontrado en 1940 en una braña de los altos de Somiedo, donde se enfrentan
Asturias y León. Se encontraron un esqueleto adulto y el cuerpo desnudo de un niño de pecho sorprendentemente conservado sobre unos sacos de arpillera tendidos en un jergón; una piel de lobo y lana de cabra montesa, pelos de jabalí y unos helechos secos les cobijaban. Los dos cuerpos estaban juntos y envueltos en una colcha blanca, «como formando un nido»… En 1952, buscando otros documentos en el Archivo General de la Guardia Civil, encontré un sobre amarillo clasificado como DD (difunto desconocido). Dentro había un cuaderno con pastas de hule, de pocas páginas y cuadriculado, cuyo contenido transcribo…
No había más señal de vida, pero el informe sí recoge –y eso es lo que me indujo a leer el manuscrito– que, en la pared, había una frase que rezaba: «Infame turba de nocturnas aves». El texto es éste:
PÁGINA 1
Elena ha muerto durante el parto. No he sido capaz de mantenerla a este lado de la vida. Sorprendentemente, el niño está vivo.
Ahí está, desmadejado y convulsivo sobre un lienzo limpio al lado de su madre muerta. Y yo no sé qué hacer. No me atrevo a tocarlo. Seguramente le dejaré morir junto a su madre, que sabrá cuidar de un alma niña y le enseñará a reír, si es que hay un sitio para que las almas rían. Ya no huiremos a Francia. Sin Elena no quiero llegar hasta el fin del camino. Sin Elena no hay camino.
¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno!
PÁGINA 2
No es justo que comience la muerte tan temprano, ahora que aún no ha habido tiempo para que la vida se diera por nacida.
He dejado todo como estaba. Nadie podrá decir que he intervenido. La madre muerta, el niño agitadamente vivo y yo inmóvil por el miedo. Es gris el color de la huida y triste el rumor de la derrota…
1. Señale la organización de las ideas del texto. (Puntuación máxima: 1,5 puntos)
La organización de las ideas del texto ha de realizarse, en este caso, considerando la especial estructura textual. Evidentemente, el autor ha dispuesto –por lo que al fragmento propuesto se refiere– tres partes bien diferenciadas. La primera de ellas se corresponde con la información presentada por el narrador del relato en primera persona y, en concreto, en torno a cierto manuscrito encontrado. El tipo de letra está en cursiva.
Las otras dos partes, correspondientes al citado manuscrito, se corresponden con una segunda
Voz que –también en primera persona– transcribe sus impresiones y experiencias en torno a un trágico suceso
La información que recibe el lector de este texto está perfectamente organizada de forma lineal. En primer lugar, el narrador menciona la existencia de un manuscrito. Se entiende que el narrador ha tenido acceso al mismo gracias a la consulta de un documento administrativo policial, de ahí el estilo y el tipo de datos que se aportan.
En las otras dos partes –las del manuscrito citado– el tono subjetivo es predominante, ya que se trata del relato que el protagonista de un dramático suceso realiza de los mismos. La relación entre las ideas comprendidas en la primera parte de esta segunda parte y la segunda de la misma puede, a su vez, ser comentada: en la primera se observa un primer comentario de tipo objetivo («Elena ha muerto durante el parto»), para dejar paso a otras informaciones en las que se mezcla la duda: «Y yo no sé qué hacer. No me atrevo a tocarlo… ¿Cómo se corrige el error de estar vivo?». Se trata de una retahíla de pensamientos en torno a qué hacer con el niño, una vez su madre ha muerto.
La segunda parte (Página 2) de la segunda parte implica una decisión, la del autor del manuscrito en torno al problema planteado en la página 1 del mismo. Se vuelve a la información objetiva aunque profundamente teñida de la tristeza que la misma acarrea al protagonista. Se trata de un texto escrito a modo de diario o cuaderno de notas, con lo que hay que concluir en que se ofrece información de tipo lineal conforme a los acontecimientos o pensamientos que se suceden.
La relación entre la primera parte y la transcripción del manuscrito es prototípica del ámbito literario (tópico del «manuscrito encontrado»).
2. Indique el tema y escriba un resumen del texto. (Puntuación máxima: 1,5 puntos)
El tema del texto es la derrota de un padre que no puede defender la vida de su hijo tras la muerte de su mujer a causa de los avatares de la guerra.
El resumen del texto es complejo, dada la especial configuración del mismo. Proponemos una redefinición de lo tratado desde la óptica del lector: el autor del relato, haciendo uso de la técnica del «manuscrito encontrado» nos presenta –a través de dos voces– una situación trágica, en la que un huido de guerra pierde a su mujer a causa de un parto y no sabe qué hacer con su hijo recién nacido. Al hilo de su decisión (abandonar al hijo junto a su madre muerta) se nos transcriben las dudas y pensamientos del protagonista, básicamente aquellas relacionadas con su idea de que no es justa una muerte tan temprana y la de la necesidad de corregir el error de que su propio hijo se encuentre vivo en tales condiciones.
3. Comentario crítico sobre el contenido del texto. (Puntuación máxima: 3 puntos)
Los girasoles ciegos, la única y exitosa obra de Alberto Méndez, nos propone una lectura personal de los desastres de la guerra a partir de cuatro relatos aparentemente independientes que se engarzan y se complementan.
La acción se sitúa en distintos momentos entre 1936 y 1942, tras la finalización de la Guerra Civil española. Son sus protagonistas un capitán franquista que renuncia a ganar la guerra, un joven poeta que huye con su compañera a la montaña, un preso que busca la forma de retrasar su fusilamiento y un diácono que se debate entre su vocación sacerdotal y la lascivia. En todos ellos podemos señalar la derrota como su tema y motivo principal, aunque también es posible interpretarlos como un llamamiento al reconocimiento de la dignidad de los vencidos.
El texto que comentamos se corresponde con el inicio del segundo relato, en el que se narra la historia de dos adolescentes que conocemos por un manuscrito hallado por casualidad en 1952 por el editor en el archivo de la Guardia Civil. Señalados con distintos tipos de letra aparece el contenido del cuaderno, un diario y la narración de las circunstancias en que fue hallado.
Mediante el manuscrito (recurso literario ya utilizado en obras tan célebres como El Quijote) conocemos el diario de un miliciano que murió en su intento de huida, encontrado junto a su esqueleto y el cadáver de un bebé. Por él conocemos cómo el miliciano, apenas veinteañero, admite que le acompañe en su huida su novia embarazada de ocho meses. El niño nace en el camino y la madre muere en el parto. El padre sobrevive unos meses más, refugiado en el campo junto a unas vacas que le sirven para alimentar al niño.
Nuestro comentario crítico parte del verso escrito en la pared que se cita en el texto: «Infame turba de nocturnas aves». Se trata de un verso de Góngora que inspira al joven poeta muerto para definir la catadura de sus perseguidores.
Es conocido el hecho de que una guerra altera profundamente el espíritu de la humanidad. Sin ir más allá del pasado siglo, podemos encontrar ejemplos ilustrativos: la masacre de judíos a manos del ejército nazi, las matanzas genocidas de Bosnia o, por situarnos en el escenario de la novela, los enfrentamientos fratricidas de la Guerra Civil Española. En este último caso, ni unos (republicanos) ni otros (franquistas) actuaron a menudo conforme a unas mínimas reglas éticas. Las familias quedaron divididas; amigos que lo fueron meses antes llegaron a odiarse a muerte, provocando todo ello matanzas injustificables, actuando –en fin– como una «infame turba de nocturnas aves». A menudo oímos decir que un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Si algo hemos podido aprender de nuestro pasado, y de los ejemplos recientes protagonizados por pueblos tan cercanos como los de la antigua Yugoslavia, es que hay que evitar a toda costa caer en errores históricos tan graves que permiten la muerte de miles de inocentes.
El texto nos sitúa ante uno de estos dramas personales, uno de los miles que se vivieron en la España de aquellos años y pone de manifiesto que es necesario conocer la historia, recuperar la memoria y entender que en una guerra entre hermanos, al final, todos son perdedores; por eso quizás los personajes vencedores a los que se les da voz en la obra aparecen desorientados, perdidos, como los girasoles ciegos.