Reconciliación y Penitencia
Diversas formas de penitencia en la vida cristiana
La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna. Estas formas expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás.
- La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho.
- Eucaristía y penitencia: la conversión y la penitencia diaria encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía.
- La lectura de la Sagrada Escritura y todo acto sincero de culto o de piedad reavivan en nosotros el espíritu de conversión.
- Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia.
El proceso de conversión y penitencia
Jesús describió el proceso de conversión y penitencia en la parábola del «Hijo Pródigo», cuyo centro es el padre misericordioso. La fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna, la miseria extrema en la que el hijo se encuentra, la humillación profunda, la reflexión sobre los bienes perdidos, la necesidad de reconocerse culpable ante su padre, son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna y llena de alegría.
Actos de la Penitencia
La contrición
Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Puede ser:
- Contrición perfecta (o contrición de caridad): Perdona las faltas veniales y obtiene el perdón de los pecados mortales si incluye el firme propósito de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental.
- Contrición imperfecta (o atrición): Es un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador.
Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia.
La confesión
En la confesión de los pecados, el hombre se enfrenta a los pecados de los que se siente culpable; asume la responsabilidad y, por eso, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia. La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia.
Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones.
La satisfacción
Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas).
La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, en servicios al prójimo, en privaciones voluntarias, en sacrificios y, sobre todo, en la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar.
Ministro del Sacramento de la Reconciliación
Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación, los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio.
Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento.
El sacerdote está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas. Este secreto, que no admite excepción, se llama «sigilo sacramental». Lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda «sellado» por el sacramento.
Unción de los Enfermos
Recepción del Sacramento
La Unción de los enfermos no es un sacramento solo para aquellos que están a punto de morir. Por eso, se considera oportuno recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.
Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. El sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es importante recibir este sacramento antes de una operación importante, y también a personas de edad avanzada que se debilitan.
Solo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros de la Unción de los enfermos. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote para recibir este sacramento.
Celebración del Sacramento
Como en todos los sacramentos, la Unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica y comunitaria, ya sea en familia, en el hospital o en la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos.
Es conveniente que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía debería ser siempre el último sacramento de la peregrinación terrenal, el «viático» para el paso a la vida eterna.
La celebración del sacramento comprende principalmente estos elementos: los presbíteros de la Iglesia imponen -en silencio- las manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia (es la epíclesis propia de este sacramento); luego ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible, por el obispo.
El Viático
A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía como viático. Es semilla de vida eterna y poder de resurrección, según las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 54).
Así como los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana, se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en cuanto viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, los «sacramentos que preparan para entrar en la Patria» o que cierran la peregrinación.
El Sacramento del Matrimonio
La Alianza Matrimonial
La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza, está ordenada al bien de los cónyuges, así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento.
Marco del Sacramento
El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia. La gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna.
Situación de los Divorciados
El divorcio separa lo que Dios ha unido. El rechazo de la fecundidad priva a la vida conyugal de su «don más excelente», el hijo.
Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia, pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
El Sacramento del Orden
Los Tres Grados del Sacramento
La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio y la práctica constante de la Iglesia, reconoce dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y a servirles. Por eso, el término «sacerdos» designa a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos.
Celebración del Sacramento
Por su importancia para la vida de la Iglesia particular, la ordenación exige el mayor concurso posible de fieles. Se celebra preferentemente un domingo y en la catedral. El lugar propio de su celebración es dentro de la Eucaristía.
El rito esencial del sacramento del Orden está constituido por la imposición de las manos del obispo sobre la cabeza del ordenando, así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados para el ministerio para el cual el candidato es ordenado.
Ministro del Sacramento
Es Cristo «quien da» a unos el ser apóstoles, a otros pastores. Sigue actuando por medio de los obispos. Como sucesores de los apóstoles, transmiten «el don espiritual», la semilla apostólica. Los obispos válidamente ordenados, es decir, que están en la línea de la sucesión apostólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del Orden.
Recepción del Sacramento
Solo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación. El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles, y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Por esta razón, las mujeres no reciben la ordenación.
Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios. Solo puede ser recibido como un don inmerecido.
Efectos del Sacramento del Orden
El carácter indeleble: Al igual que en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado.
La gracia del Espíritu Santo: La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor. Para el obispo, es en primer lugar una gracia de fortaleza para guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor.