Sin título 1


ISABEL.
¡Abuela…!

ABUELA.
¿Pero qué te pasa, criatura? ¿Ahora vas a llorar tú?

Mauricio.
No hay que hacerle caso; es una sentimental. ¿No has oído que
siempre había soñado una casa así?

ABUELA.
¡Y la tendrá, no faltaba más! ¿O para qué es arquitecto su marido?

Mauricio.
Las casas viejas no las hacemos los arquitectos. Las hace el tiempo.

ABUELA.
Pon tú lo de fuera y basta. Lo de dentro ya lo pondrá ella.
¿Prometido?

Mauricio.
Prometido.

ABUELA.
¿Así nada más? Aquí en tu tierra cuando un marido hace una
promesa la firma de otra manera.

BALBOA.
Quizá Isabel no sepa las costumbres.

ISABEL.
Sí, abuelo.
(Besa a Mauricio en la mejilla.)

ABUELA.
Eso, allá vosotros. Si no recuerdo mal apenas lleváis tres años de
casados.

Mauricio.
Por ahí.

ABUELA.
Por ahí no. Tres exactamente el seis de Octubre.

ISABEL.
Justo; el seis de Octubre.

ABUELA.
¿Y a los tres años ya se besan así por allá? Por lo visto la tierra
manda mucho.

Mauricio.
¿Lo estás viendo? Siempre esa dichosa timidez. ¿Qué va a pensar la
abuela de nosotros y del Canadá? ¡Un poco de patriotismo!

ISABEL.
Tonto. (Vuelven a besarse)

BALBOA.
¡Muy bien! Pacto sellado. ¿Y ahora no sería cosa de pensar algo
práctico? Quizá estén cansados; quizá tengan hambre. ¡Genoveva!

Mauricio.
Ni hablar de eso. En el barco no se hace más que comer a todas
horas.

ISABEL.
Yo lo que quisiera es cambiarme un poco.

ABUELA.
¿De verdad no vais a tomar nada? Genoveva se había esmerado
tanto preparando la cena.

GENOVEVA.
Después de todo, más vale así. Con tantas cosas se me había
olvidado la cocina; y el ponche caliente ya estará frío y el caldo frío
ya estará caliente.

ABUELA.
Por lo menos hay una cosa que no puedes rechazarme. ¿Te acuerdas
cuando volvías del colegio gritando?…

Mauricio.
¡No…! ¿Torta de nuez con miel de abejas?

ABUELA.
¿Lo oye? Cosas pequeñas ¿eh? ¡Cosas pequeñas! Pronto, sáquelas del
horno, y antes que se enfríen, una dedada de miel bien fina por
encima.

GENOVEVA.
En seguida.

FELISA.
¿Algo más, señora?

ABUELA.
Nada, Felisa; buenas noches.

FELISA.
Buenas noches a todos.

ABUELA.
Ven, Isabel, voy a mostrarte tu cuarto. Y a ver si no me das la razón.

ISABEL.
¿En qué, abuela?

ABUELA.
Una discusión con el viejo. Imagínate que se había empeñado en
poner dos camas gemelas; que si los tiempos, que si patatín, que si
patatán. Pero nosotras a la antigua ¿verdad, hija? ¡Como Dios
manda!

ISABEL.
¿A la antigua?

BALBOA.
Hay al lado otra habitación comunicada. Esté tranquila.

ABUELA.
¿No me contestas, Isabel?

ISABEL.
Sí, abuela; como manda Dios. Vamos.

BALBOA.
Despacio, Eugenia; cuidado con las escaleras.

ABUELA.
Déjame ahora de monsergas. Cuando un corazón aguanta lo que ha
aguantado éste, ya no hay quién pueda con él.

ISABEL.
Apóyese en mí.

ABUELA.
Eso sí. Con un brazo joven al lado, vengan años y escaleras. ¡Y sin
bastón!. Con la fuerza de mis dos pies. Con la
fuerza de mis dos nietos. ¡Así…!
Mauricio y BALBOA

Mauricio.
¿Qué tal?

BALBOA.
Asombroso. ¡Qué energía alegre y qué fuego!Gracias con toda el alma. Nunca podré pagarle
lo que está haciendo en esta casa.

Mauricio.
Por mi parte, encantado. En el fondo soy un artista, y no hay nada
que me entusiasme tanto como vencer una dificultad. Lo único que
siento es que a partir de ahora todo va ser demasiado fácil.

BALBOA.
¿Cree que lo peor lo hemos pasado ya?

Mauricio.
Seguro. Lo peligroso era el primer encuentro. Si en aquel abrazo me
falla la emoción y la dejo mirar tranquila, estamos perdidos. Por eso
la apreté hasta hacerla llorar; unos ojos turbios de lágrimas y veinte
años de distancia, ayudan mucho.

BALBOA.
De usted no me extraña; tiene la costumbre y la sangre fría del
artista. Pero la muchacha, una principiante, se ha portado
maravillosamente.

Mauricio.
No está mal la chica. Tiene condiciones.

BALBOA.
Aquella escena del recuerdo fue impresionante: la catedral pequeña,
el rincón de cristales, la rama asomada a la ventana… ¡Si a mí
mismo, que le había dibujado los planos, me corríó un escalofrío!

Mauricio.
Hasta ahí todo fue bien. Pero después… Aquel sollozo cuando se echó
en brazos de la abuela…

BALBOA.
¿Qué tiene que decir de aquel sollozo? ¿No le parecíó natural?

Mauricio.
Demasiado natural; eso es lo malo. Con las mujeres nunca se sabe.
Les prepara usted la escena mejor calculada, y de pronto, cuando
llega el momento, mezclan el corazón con el oficio y lo echan todo a
perder. No hay que soltarla de la mano.

BALBOA.
Comprendo, sí; es tan nueva, tan espontánea… Puede traicionarse
sin querer.

Mauricio.
¡Y con esa memoria de la abuela! Cuanto menos las dejemos solas
mejor.

BALBOA.
¿Y qué piensa hacer ahora?

Mauricio.
Lo natural en estos casos: la velada familiar, los recuerdos íntimos,
los viajes…

BALBOA.
¿No se le habrá olvidado ningún dato?

Mauricio.
Pierda cuidado; donde falle la geografía está la imaginación. Procure
usted que la velada no sea muy larga, por si acaso. Y pasada esta
primera noche, ya no hay peligro.

BALBOA

(Sintiendo llegar.)
Silencio. La ABUELA

BALBOA.
¿Sola?

ABUELA.
No le hago ninguna falta; conoce la casa mejor que yo.

Mauricio.
¿Qué tal la pequeña enemiga?

ABUELA.
Deliciosa de verdad. Sabes elegir, ¡eh! Dos cosas tiene que me
encantan.

Mauricio.
¿Dos nada más? Primera.

ABUELA.
La primera esa manera tan natural de hablar el castellano. ¿No era
inglesa la familia?

Mauricio.
Te diré; los padres sí, eran ingleses; pero el abuelo… Un abuelo, era
español.
BALBOA.Claro, así se
explica: es el idioma de la infancia, el de los cuentos…

ABUELA.
Qué infancia ni qué cuentos. Para una mujer enamorada el verdadero
idioma es siempre el del marido. Eso es lo que a mí me gusta.

Mauricio.
Bien dicho. ¿Y la otra cosa?

ABUELA.
La otra, ni tú mismo te habrás dado cuenta. Es algo que tienen muy
pocas mujeres: tiene la mirada más linda que los ojos. ¿Te habías
fijado?

Mauricio.
Ya decía yo que le notaba algo… Pero no sabía qué.

ABUELA.
Pues ya sabes qué. Ahora aprende a conocer lo tuyo. ¿Le
has hablado ya?

BALBOA.
¿De qué?

ABUELA.
Ya me imaginaba que no ibas a tener valor. Pero es necesario… Y
ahora que estamos solos, mejor.

Mauricio.
¿Algún secreto?

ABUELA.
Lo único que no me atreví a recordarte nunca en las cartas. Aquella
última noche… Cuando te fuiste… ¿comprendes? El Abuelo no supo lo
que hacía; estaba fuera de sí.

BALBOA.
Por favor, basta de recuerdos tristes.

ABUELA.
Afortunadamente supiste abrirte paso. Pero un muchacho solo por el
mundo… Si la vida te hubiera arrastrado por otros caminos…¿De quién sería la culpa? Eso es
lo que el abuelo no se ha atrevido a confesar en voz alta. Pero en el
fondo de su conciencia yo sé que no ha dejado un solo día de pedirte
perdón.

Mauricio.
Al contrario; hizo lo que debía. Y si a algo debo respeto y gratitud es
a esta mano que me hizo hombre en una sola noche.Gracias, abuelo. (Se abrazan)

GENOVEVA

Un poquito tostadas, pero
oliendo a bueno.

Mauricio.
¡Pronto, Isa! ¡Han llegado las tortas de nuez con miel de abeja!

ABUELA.
La primera para ti.

ISABEL.
¡Con lo que Mauricio me había hablado y las ganas que tenía yo de
probarlas!

BALBOA.
¿Te gustan?

ISABEL.
Sabrosas de verdad.

Mauricio.
¡Hum! Sabrosas es poco. Habría que inventar la palabra, y tendrían
que hacerla esas mismas manos. ¿Qué te decía yo?

ISABEL.
Tenías razón: es como una comunión de campo.

ABUELA.
¿No hay de estas cosas en tu tierra?

ISABEL.
Allí hay de todo: grandes fábricas de miel, bosques enteros de
nogales y millones de casas con abuelas. Pero así, todo junto, y tan
nuestro… ¡así solamente aquí!

ABUELA.
¡Adulona!


Mauricio.
Despacio, se te van a atragantar.

ABUELA.
Con un vinillo alegre entran mejor.

BALBOA.
Hay un Rioja claro y un buen Borgoña viejo.

Mauricio.
De eso ya estamos cansados. ¿No hay de aquel que se hacía en casa
con mosto de pasas y cáscara de naranja?

GENOVEVA.
¿El dulce?

ABUELA.
¡El mío, Genoveva, el mío…!No es un vino de verdad; es un licor para mujeres, pero
enredador como un diablo pequeño. Verás, verás.

BALBOA.
¿Vas a beber tú?

ABUELA.
Esta noche sí, pase lo que pase. Y no te enojes porque va a ser igual Te gusta la repostería casera, ¿verdad?…

ISABEL.
A mí… La repostería…

BALBOA.
Le encanta. Es lo primero que me dijo al llegar al puerto.

ABUELA.
Entonces vamos a tener mucho que hacer juntas. ¡Por la noche más feliz de mi vida! ¡Por tu tierra,
Isabel!

Mauricio.
Todos, Genoveva. Para la abuela lo que hay debajo de su techo todo
es familia.

GENOVEVA.
Gracias, señor. Salud y felicidad.

TODOS.
Salud.

ABUELA.
¿Qué tal?

ISABEL.
Travieso; un verdadero diablillo. Tiene que darme la receta ¿o
es un secreto de familia?

ABUELA.
Para ti ya, no puede haber secretos en esta casa.

BALBOA

(A Genoveva.)
Retíresé a descansar. Gracias.

GENOVEVA.
¿A qué hora el desayuno?

Mauricio.
Nunca tenemos hora. O nos dormimos como troncos hasta media
mañana o salimos al río con el sol.

GENOVEVA.
Hasta mañana, y bien venidos.

TODOS.
Hasta mañana, Genoveva. Buenas noches. (Sale Genoveva.)

ABUELA.
Eso del río no será verdad. Corta como un cuchillo.

Mauricio.
¿Qué saben aquí lo que es el frío?¡Que te diga Isabel si es bueno bañarse en los
torrentes con espuma de nieve!

ISABEL.
¡Aquellos torrentes blancos, con los salmones saltando contra la
corriente!

ABUELA.
Recuerdo; una vez me lo escribiste, cuando el viaje por el San
Lorenzo. ¿No fue allí donde grabaste mi nombre en un roble?

Mauricio.
Allí fue.

ABUELA.
¡Me gustaría tanto oírtelo a ti mismo!

Mauricio.
¿La excursión a los grandes lagos? ¡Algo de cuento! Imagínate un
trineo tirado por catorce perros con cascabeles; ahí los rebaños de
ciervos; allá, los bosques de abetos como una navidad sin fin… Y al
fondo el mar dulce de los cinco lagos, con las montañas altísimas
metiendo la cresta de nieve en el cielo.

ABUELA.
¡Cómo! ¿Pero hay montañas en la regíón de los lagos?

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