Nietzsche II
N. Sostiene que la razón no puede hacerse cargo de la vida porque ésta es irracional. Realiza en consecuencia una crítica demoledora a la cultura occidental, a la filosofía, al cristianismo y a su moral.
La consecuencia es el ateísmo y el Nihilismo: no existen la verdad ni el bien objetivos; no existen los valores morales tradicionales, ni la vida en el más allá. El Nihilismo puede producir un efecto negativo y hacer que muchos se vivan su vida sin proponerse metas o sumidos en la angustia de una existencia sin referentes morales. Por ello N. Ve también otra posibilidad: que el hombre cree sus propios valores, haga un proyecto valioso y luche por conseguirlo. En este sentido discurre la propuesta constructiva de N.
Voluntad de poder
Si ya no cabe entender al hombre como el animal racional ¿qué es entonces el hombre? Según N. El hombre es voluntad de poder. Entiende por voluntad el conjunto de la vida psíquica: sensaciones, pasiones, instintos, emociones y pensamientos. Los autores clásicos entendían la voluntad como la tendencia al bien conocido racionalmente. Esta forma de entender la voluntad como deseo implica que la voluntad está subordinada a la razón y que el hombre es un ser necesitado y, por tanto, no autosuficiente. N. Se opone a ambas formas de entender al ser humano. Si Dios no existe tampoco existen valores objetivos que desear. Por eso la voluntad no es deseo sino voluntad de poder, no sometida a nada ni a nadie, sino que se proyecta hacia adelante para lograr metas cada vez más altas y hacerse cada vez más fuerte.
En definitiva, la voluntad carece de objeto. No queremos las cosas porque son buenas, sino que son buenas porque las queremos.
El superhombre
El ideal humano de propone N. Es el superhombre: un ser que acepta plenamente la voluntad de poder como la fuerza vital fundamental y va, como consecuencia, continuamente a más, se supera continuamente a sí mismo… No es fácil de describir porque aún no ha llegado, puesto que aún no somos conscientes de lo que significa la muerte de Dios, pero llegará porque la muerte de Dios lo ha hecho posible. Ya no hay valores que nos sometan, luego hemos de crearlos nosotros, y ese proceso no limita las posibilidades humanas. El superhombre es un ser solitario, libre e individualista, que se mantiene por encima del rebaño porque se atreve a vivir su propia vida conforme a sus deseos. Es blanco del odio de los esclavos. Está destinado a grandes sufrimientos, y los soportará con valor, sabiendo que forjan su voluntad. Pero también sabe vivir con despreocupación, porque se ha liberado de todas las cargas y solo busca la afirmación de sí mismo, la perfección.
N. Compara la situación de la humanidad con respecto a los valores con un camello, un león y un niño. Antes, cuando los hombres se encontraban sometidos a la verdad y al bien objetivos, eran como camellos, como animales de carga -la pesada carga de las obligaciones morales-; luego, al conocer la noticia de la muerte de Dios, el hombre se transforma en un león, en un ser fiero y valiente que lucha por ser libre; pero sólo el superhombre será como un niño: no tendrá que luchar con nadie, sino que creará sus propios valores con la inocencia de un niño que juega: sin responsabilidad alguna, sin preocuparse de las consecuencias de sus acciones, porque una vez desaparecido Dios, no que hay dar cuenta de la propia conducta ante nadie.
El eterno retorno de lo mismo
Que todos los valores que se puedan proponer sean temporales implica que no hay nada que pueda satisfacer totalmente a la voluntad. Siempre cabe desear más, pues todo acaba. Además, la voluntad de poder se encuentra con un límite, con algo que no puede cambiar: el pasado. El futuro depende de nuestra libertad, pero el pasado limita nuestras opciones en el futuro. Es decir, que la voluntad de poder no es plenamente libre. Pero a N. Se le ocurre que eso es así porque tenemos una concepción lineal del tiempo. Concebimos el tiempo como una línea recta en la que el presente se mueve separando el pasado del futuro hacia una meta final. Sin vuelta a atrás. Pero si entendemos que la línea se curva sobre sí misma, la diferencia entre el pasado y el futuro se borra. El tiempo es eterno, no tiene fin. Ahora bien, el tiempo es infinito pero los acontecimientos no lo son. Así que todo ha ocurrido ya y todo está por ocurrir. Si el tiempo es circular todo lo ocurrido volverá a pasar infinitas veces. Y si está por ocurrir todo está en nuestras manos, todo depende de la voluntad de poder, esto es el llamado eterno retorno.
Queda una cuestión: si todo lo que va a ocurrir ha ocurrido ya, no puedo cambiarlo. ¿Qué le queda entonces a mi libertad? La respuesta es: el Amor Fati (aceptación del destino). Amar aquello que no podemos cambiar. Y vivir cada momento como si quisiéramos que se repitiese un número infinito de veces. En realidad, no hay por qué desear que las cosas fueran de otro modo, pues ese «otro modo» no sería ni mejor ni peor. Si no existen el bien ni el mal, tampoco lo mejor o lo peor.
Podría parecer que el eterno retorno y el amor fati se compaginan mal con la idea de una voluntad de poder libre y creadora. Nietzsche da una interpretación de estos conceptos en sus últimas obras: cada instante es único, pero eterno, ya que en él se encuentra todo el sentido de la existencia. Es por esto que la doctrina del eterno retorno no es descriptiva, sino prescriptiva: el eterno retorno debe establecerse por medio de una decisión humana para que realmente cada momento posea todo su sentido. El resentimiento contra la vida nace de la incapacidad de asumirla plenamente, y asumirla plenamente es aceptar que todo lo que fue, fue porque así lo hemos querido, es decir, querer el eterno retorno.