TRAYECTORIA POÉTICA DE Miguel HERNÁNDEZ: LA EVOLUCIÓN DE SU POESÍA
Veamos las distintas etapas de su breve trayectoria: Después de los tanteos de sus poemas adolescentes, Miguel Hernández siente la necesidad de una rigurosa disciplina poética. Tal propósito coincide con la moda gongorina. Surge así Perito en lunas (1934), compuesto por 42 octavas reales en las que objetos humildes y usuales son sometidos a una elaboración metafórica hermética y deslumbrante. Fue, sin duda, un ejercicio fecundo. Pero de la misma época son otros poemas en que, al lado de experiencias semejantes, se observa a veces un lenguaje más suelto, más cordial, preludio de su madurez poética (así, el apasionado Silbo de afirmación en la aldea
). La plenitud poética de Miguel Hernández se alcanza con un libro iniciado en 1934 y que se publicará en 1936 con el título definitivo de El rayo que no cesa
. En él se ha consolidado tres temas principales: la vida, el amor y la muerte. Pero en el centro, el amor: un anhelo vitalista que se estrella contra las barreras que se alzan a su paso. De ahí esa «pena que tizna cuando estalla», ese «rayo» que se clava incesante en su corazón con oscuros presagios de muerte. Amor amenazado, vida amenazada: en todo el libro alienta un poderoso vitalismo trágico… El libro se compone, sobre todo, de sonetos. Ese molde clásico tan riguroso favorece la síntesis -ya perfecta- entre el desbordamiento emocional y la concentración expresiva. Pero, aparte de los sonetos, la gran composición del libro es la inolvidable Elegía a Ramón Sijé
: sus tercetos encadenados componen una de las más impresionantes elegías de la lírica española y, acaso, el más alto poema de la amistad que se ha escrito entre nosotros. En ese momento de plenitud, Miguel Hernández escribe otros poemas penetrados asimismo de sentido trágico y de presagios de muerte: Mi sangre es un camino, Sino sangriento, Vecino de la muerte…Son títulos reveladores. Por otra parte, en dos hermosas elegías a Vicente Aleixandre y a Pablo Neruda, se aprecia el impacto del Surrealismo.
Llega la guerra. Miguel, como otros, somete su fuerza creadora a los fines más inmediatos. Así aparece Viento del pueblo (1937), con el que se inicia una etapa de poesía comprometida. Entre cantos épicos, arengas, poesía de combate, en fin (como el romance inicial, que da título al libro), destacan poemas de nítida preocupación social como Aceituneros (Andaluces de Jaén… »), El sudor, Las manos y, sobre todo, El niño yuntero
. En la misma línea se inscribe El hombre acecha (1939), obra en la que, sin embargo, irrumpe un acento de dolor por la tragedia de la guerra. En ambos libros, el lenguaje poético es más claro, más directo, y como consecuencia, la preocupación estética es menor, sin que por eso escaseen los logros artísticos. Finalmente, en la cárcel compone la mayor parte del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). Miguel Hernández depura de nuevo su expresión, inspirándose ahora en las formas más escuetas de la lírica popular. Así alcanza una nueva cima poética. Otra vez nos habla del amor: ahora del amor a la esposa y al hijo (y es de nuevo un amor frustrado por la separación). Otros temas son su situación de prisionero y las consecuencias de la guerra. La desnudez y la concentración formal, unida a la índole del contenido, da como resultado un libro conmovedor como pocos. No se pueden recorrer sus páginas sin escalofrío. De esta misma época son otros poemas entre los que destacan las estremecedoras Nanas de la cebolla, poema al hijo en que Miguel Hernández, con gesto sobrehumano, aún encuentra fuerzas para pedir la sonrisa. Por otra parte, Miguel Hernández había escrito varias obras dramáticas. A su primera época pertenece un hermoso auto sacramental, Quién te ha visto y quién te ve, calderoniano y moderno. A la manera de Lope, escribirá más tarde El labrador de más aire (1937), drama de intención social. Y, durante la contienda, compuso varias piezas cortas recogidas con el título de Teatro en la guerra. En conjunto, son obras interesantes, sobre todo, por la brillantez de sus versos. Se puede observar hasta qué punto la trayectoria de Miguel Hernández es representativa de la evolución poética de aquellos años: comparte con los poetas del 27 ciertas tendencias y, como ellos y otros, se aleja definitivamente del arte deshumanizado. Nadie le súperó en fuerza humana, en arrebato emocional. Por ello, y por su contribución a una poesía social, abríó el camino de la poesía de posguerra. Entonces, su presencia sería decisiva y sólo Antonio Machado le superará en magisterio. Hoy es ya un clásico, una cima que, sin duda, no ha vuelto a ser alcanzada.