Capítulo 3
Después de seis meses saliendo, Óscar y Sophie decidieron casarse. Fijaron la fecha para marzo del próximo año. Estaban muy ilusionados. Cuando decidieron contárselo a los padres de Sophie, se pusieron muy contentos. Ellos, al contrario que los padres de Óscar, aprobaron esa relación desde el principio, ya que nunca habían visto a su hija tan radiante de felicidad como en ese tiempo que ellos dos llevaban juntos.
Óscar hizo una cena en la casa que compartía con Sophie para contárselo a sus padres y a su hermana Carla. Al final de la cena, Óscar abrió una botella de champán y les dijo que se casaban, que había sido la mejor decisión de su vida. A lo que ellos simplemente respondieron con un «Felicidades». Carla, por la parte que le tocaba, también se puso muy contenta de que su hermanito hubiera encontrado ese gran amor porque se lo merecía y sabía que era la mejor decisión.
Un mes y medio antes de la boda, con todo organizado ya, Sophie recibió una carta en la que le decían que le habían dado la beca que solicitó hace dos años para ir a Madrid para completar sus estudios de periodismo. Tendría que irse a la semana de recibir la carta. Ella no lo pensó dos veces y casi rechaza la beca, pero Óscar leyó la carta y entonces entendió que eso era el sueño de Sophie, ya que si tenía esos estudios en Madrid podría trabajar en esa agencia que tanto le gustaba. Entonces él, con todo lo que su decisión conllevaba, habló con Sophie:
– Sophie, tenemos que hablar – le dijo en un tono serio, muy raro en él – Mira, he estado pensando las cosas y, aunque ahora no lo entiendas, sé que pasado un tiempo lo comprenderás todo…
– ¿Qué pasa, cariño? Me estás preocupando – le dijo ella con un cierto atisbo de preocupación en el rostro.
– Pues que deberíamos dejar lo de la boda y dejarlo todo. Quiero decir que no estoy preparado para todo esto, nos hemos precipitado y me gustaría que nos diéramos un tiempo. – Fueron las palabras más duras que Óscar había pronunciado nunca. La estaba dejando, a ella, a su querida Sophie, pero tenía que ser fuerte, lo hacía por ella y para que tuviera esa beca, porque si la boda seguía adelante, ella la rechazaría.
– Dime que esto es una broma, que todo lo que me has dicho es mentira. No puede ser que me estés haciendo esto, Óscar.
– Lo siento, pero es lo que siento. – Y se fue con lágrimas en los ojos, dejándola allí con la cara desencajada y el corazón en un puño.
Tanto él como ella estaban destrozados por esa decisión. Entonces Sophie decidió irse a Madrid para intentar olvidar, aunque le resultaba imposible. Pasados seis meses, terminó la beca y le ofrecieron un trabajo en una de las revistas más importantes de España. Iba a tener un buen sueldo y todo serían facilidades y, aun así, lo rechazó. No podía seguir allí; lo echaba demasiado de menos, así que volvió a casa en el primer vuelo que salía para Edimburgo.
En Edimburgo, la familia de Óscar vivía por motivos de trabajo desde que Óscar era pequeño. Tenían una posición social muy buena, eran muy adinerados y tenían una gran casa. También eran muy respetados en toda la ciudad, ya que el padre era un pez gordo. Vivían a las afueras de la ciudad, en una villa con dos piscinas, pista de pádel y de tenis, un gimnasio y una entrada preciosa repleta de flores. Justo en ese momento, alguien llamó al timbre y Óscar, que pasaba por la puerta, la abrió. Se le desencajó la mandíbula de la sorpresa. Sophie se encontraba al otro lado de la puerta, todavía con las maletas a cuestas, ya que ni siquiera le había dado tiempo a pasar por casa de sus padres para dejarlas. Él, que llevaba un vaso de agua en las manos, se le cayó y lo rompió. Lo único que acertó a decir fue un leve «hola». La invitó a pasar y le preguntó qué tal estaba.
– Ya he terminado la beca y me vuelvo a vivir aquí.
– Me alegro mucho, cari… Sophie. Pero lo que no entiendo es por qué has venido.
– He venido porque quiero que me expliques todo lo que me dijiste la última vez que hablamos.
Entonces él no podía hacer menos que explicárselo todo, y decirle que nunca la había olvidado y que la seguía queriendo como antes, y que cada día se arrepentía de haber hecho aquello, ya que la alejó de él. Sophie rompió a llorar, no sabía si de alegría porque él la seguía queriendo, o de tristeza por todo el tiempo que habían perdido.
El cuatro de julio, hacia las siete de la tarde, en una playa de Palma de Mallorca, estaban Óscar y Sophie, sentados en la playa comiéndose un helado de chocolate y fresa. Les faltaban veinticuatro horas para ser marido y mujer. Habían decidido que se casarían en Palma de Mallorca, en la playa, y decidirían el destino de su luna de miel cuando llegaran al aeropuerto. Y el primer avión que saliera muy lejos de allí, a ese lugar se irían, porque el destino para ellos no importaba, solo les importaba estar juntos y felices por fin.
– Pequeña, vamos que te voy a comprar el último regalo antes de que nos casemos. Te voy a regalar el ramo de tus flores preferidas más grande que haya en toda la isla.
– Pero si no sabes cuáles son, tonto – le dijo riéndose y dándole un fugaz beso en los labios.
– Da igual, venga vamos – y la cogió en brazos, con un pañuelo que llevaba en el cuello y le tapó los ojos. Se montaron en el coche y se fueron. Pasada una hora aproximadamente, el coche se paró y se bajaron. Cuando le quitó la venda de los ojos, se quedó sin habla. Estaban en una especie de jardín con toda clase de flores: azucenas, rosas rojas, amarillas y de muchos colores más, margaritas, amapolas y un sinfín más que no reconocía. Corrieron por ese jardín en busca de orquídeas y rosas para ella. Cuando salieron de allí, fueron a cenar a un italiano, como la primera vez. Pidieron justo lo mismo, ella espaguetis con salsa de curry y él con nata. Cuando llegaron al hotel, cada uno se fue a una habitación, pues él decía que si los novios se veían la noche antes daba mala suerte. De muy mala gana, ella se despidió con un largo beso y se fue a su habitación. En parte lo agradecía, estaba muy cansada, llevaban todo el día de acá para allá. Al fin, esa era la última noche que pasaría siendo soltera. Era lo que más deseaba, ser la mujer de Óscar Romero, lo amaba y tanto que lo amaba.
El seis de julio, a primera hora de la mañana, estaban en el aeropuerto con las maletas y cogiendo un avión hacia Nueva York. Allí pasarían las dos próximas semanas siendo marido y mujer. Al llegar al hotel, soltaron las maletas y se fueron a dar vueltas como tontos, viendo todo lo que ponía en los folletos que le habían dado en el aeropuerto. De aquí para allá cogidos de la mano, haciéndose fotos y empezando su nueva vida, esa vida que hacía tanto tiempo que ambos deseaban y la que pasarían juntos para siempre. No paraban ni un minuto en el hotel, siempre paseando y planeando cosas para el día siguiente, hasta que llegó el día de marcharse y se despidieron de una pareja inglesa mayor que también estaba en el hotel y con la que habían hecho muy buenas migas.
Llegaron al aeropuerto sobre las cinco de la tarde. No había nadie esperándolos allí, aunque no les pareció raro, ya que muy pocas personas sabían que llegaban. Cuando salieron de allí, lo primero que hicieron fue volver a casa para dejar las maletas y darse una ducha. Luego fueron a comer algo y a ver a la familia. Después de salir de casa de los padres de Óscar, se dirigían a casa de la hermana de Óscar porque sus padres le acababan de contar que estaba embarazada. Ya era noche cerrada, sin estrellas y pasaban por un tramo de carretera bastante peligroso, por el que ya hacía tiempo había salido en el periódico local que había habido un accidente mortal y una familia entera había muerto. A Sophie se le ponían los pelos de punta solo de pensarlo. En un momento dado, el coche patinó, se salió de la carretera y cayó por un barranco.
Sophie abrió los ojos lentamente. Se sentía desorientada y dolorida. Lo primero que vio al abrir los ojos fue una habitación de hospital y a su madre sentada leyendo un libro en una butaca próxima a la cama. En un leve susurro, aunque ella sintió que se le desgarraba la garganta, intentó captar su atención. Su madre se sobresaltó y fue a abrazarla.
– Ma-mamá, ¿qué pasa?, ¿por qué estoy aquí? – Nada, cariño, tuvisteis un accidente, pero ya pasó. Ahora descansa que voy a llamar al médico. – Pasados unos minutos, apareció un médico que la examinó y le dijo que se encontraba bien, aunque había que hacerle unas pruebas antes.
Cuando Sophie recuperó parte de la lucidez, lo primero que hizo fue preguntar por Óscar, ya que le parecía muy raro que no estuviera allí con ella. Sus padres no supieron qué contestarle, y su hermana se armó de valor y se lo dijo:
– Sophie, cariño, esto que te voy a decir te va a ser muy duro y sé que al principio no te lo vas a creer, pero…
– Dímelo ya, por favor, ¿dónde está Óscar?
– Ha muerto, Sophie. Tuvisteis un accidente de tráfico hace una semana y no lo pudieron reanimar. Tú casi no lo cuentas, lo siento mucho, cariño. – Y la abrazó, aunque sabía de más que el dolor tan grande que sentía ahora ni uno ni mil abrazos la consolarían. Sophie se quedó callada, pero no tardó en derrumbarse y no paró de llorar.
Sophie nunca se recuperó de aquella pérdida. No entendía cómo la vida le pudo arrebatar a la persona que más quería, cómo aquello que habían construido día a día había quedado reducido a nada, porque ella sin él no era nada. Nunca más sintió esa felicidad que la recorría cuando estaba con él, ya no concebía vivir sin él, no quería o su corazón se negaba a olvidarlo, se sentía atada a él, y como su poeta favorito decía: «Fue tan corto el amor y tan largo el olvido» – Pablo Neruda.