VIDA, AMOR Y MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
El amor en la poesía de MH
Si tuviéramos que rastrear la presencia del tema amoroso en la poesía de MH, pronto nos daríamos cuenta de que los dos libros donde aparece este tema con mayor intensidad y frecuencia son “El rayo que no cesa” y “El cancionero y romancero de ausencias”. También trataremos “El silbo vulnerado” y “Viento del pueblo”. En “El silbo vulnerado” nos encontramos una serie de poemas luminosos, entre los que destacan los sonetos. Son composiciones candorosas, rendidas al amor de su novia Josefina. Es memorable “Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo”, un soneto lleno de ternura, delicadeza y respeto por la muchacha con el que probablemente se ganaría su afecto. La humildad de un corazón sencillo como el de Miguel, se combina con la técnica más compleja y alambicada, digna del mejor Góngora y con claras reminiscencias del soneto XXIII de Garcilaso y del amor cortés de Diego de Sampedro –“date presa de amor, mi carcelera”-. En “El rayo que no cesa”, MH realiza una codificación literaria -simbólica, altamente estética, críptica, gongorina- de sentimientos reales dirigidos a mujeres reales, con nombre y apellidos: su amor por Josefina Manresa, novia y esposa; por María Cegarra, poetisa y amiga; además de su pasión física por Maruja Mallo, artista a la que conoció en Madrid. Esta conjunción perfecta entre literatura y vida se apoya, por otra parte, sobre un tópico de gran tradición, y de gran poder expresivo, que arranca en Petrarca y atraviesa toda la lírica amorosa europea pasando por Garcilaso, Góngora, y llegando hasta Neruda. El amor cortés, el amor entendido como vasallaje, como sumisión total y absoluta al imperio de la amada; y al mismo tiempo, el platonismo, que implica distancia física entre los amantes y un dulce padecer por lo que no se puede alcanzar. El goce-sufrimiento del objeto amoroso, el platonismo, el no poder gozar de la carne, que es, como decimos, tópico literario –y como tal, sospechoso de falsario, porque la literatura es ficción y forma, pose y retórica…- resulta ser el vehículo formal perfecto para elevar a categoría de arte sublime un contenido vital sencillo y verdadero en la vida de MH. La amada inalcanzable, intocable, es la novia casta antes del matrimonio –te me mueres de casta y de sencilla, Me tiraste un limón, y tan amargo-. MH asume la voluntad de Josefina Manresa más que como un requisito social, como el mandato de su amada-diosa. MH se pone en la piel del enamorado de Laura y “vive” un tópico literario aunque en realidad no es tal, sino más bien un síndrome psicológico, una enfermedad mental, una fantasía erótica extrema. Por otro lado, parece que algunos poemas de “El rayo que no cesa” están dedicados a María Cegarra. La poetisa de Cartagena apreciaba a Miguel como amigo y como poeta, pero no como hombre.
El motivo de la frialdad y la lejanía de la amada en el amor cortés viene de perlas a MH para “vivir” también en esta ocasión ese motivo literario como el héroe de sus lecturas juveniles, como Petrarca. Venera a una María que sólo le corresponde con su amistad y, al percibir el interés amoroso del poeta, con la indiferencia , -una querencia tengo por tu acento, ¡Ay querencia, dolencia y apetencia!-. Al amor carnal, al erotismo consumado, gozado con Maruja Mallo, según algunas fuentes críticas, estaría dedicado el poema “Me llamo barro aunque Miguel me llame” –siempre tu pie de liebre libre y loca-. Y también “Por tu pie, la blancura más bailble”, poema en el que la sumisión a la mujer es completa: “pisa mi corazón, que ya es maduro”.Por otro lado, en “El rayo que no cesa” advertimos cómo el amor es para MH un rayo, un cuchillo, un limón, una estalactita… Símbolos que asimilan el sentimiento amoroso con lo hiriente, con lo sangrante, con lo ácido. El amor es para MH, en este libro, una fuerza irresistible de la que no puede librarse –no cesará este rayo que me habita-, fuerza que le causa un enorme dolor con el que tiene que convivir a cada momento. De la resignación por esa convivencia nace la pena, la pena por saberse completamente indefenso ante los embates del amor –tengo estos huesos hechos a las penas, yo sé que ver y oír a un triste enfadaSólo hay un poema de amor en “Viento del pueblo”, la Canción del esposo soldado. En esta composición, el amor se trata desde una perspectiva completamente distinta: es un amor en la distancia, desde la trinchera, un amor que ha de ser salvado del enemigo –es preciso matar para seguir viviendo-. Se trata ahora de un afecto que entiende a la esposa como el único hogar posible, un amor envolvente y fértil, que se orienta a la construcción de un mundo nuevo a través de los hijos –
para el hijo será la paz que estoy forjando-El amor vuelve a ser tema central a lo largo de todo el “Cancionero y romancero de ausencias”, pero en este momento ya es un amor consumado, carnal, tierno, familiar, puesto en relación, además, con la guerra y con la muerte, con la destrucción. Llegados a este punto de su evolución poética, no hay vestigios de tópico literario alguno, y sí mucho deseo de expresar, sutilmente, con delicadeza, con belleza, por primera vez con humildad, lo grande que es su amor por su esposa y por su hijo. El miedo acecha, la muerte acecha, pero como si quisiera descargar su poesía de ese peso, encontramos una poesía ligera, completamente libre de retórica o artificio, depurada hasta lo esencial, pero que aún mantiene, sobre todo, el ritmo y la emoción a través de versos cortos, rimas asonantes y anáforas sencillas… “Besarse, mujer”, “Llegó tan hondo el beso”, ausencia en todo veo, Exalto la orilla de tu vientre, mortalmente abrazados, Hijo de la luz, menos tu vientre/ todo es confuso. Amor que se dirige ahora, además de a la esposa, al hijo: Nanas de la cebolla…
La vida y la muerte en la poesía de MH
Comenzaremos con un breve apunte sobre la vida y la muerte en Perito en lunas. Después de una lectura profunda del libro, observamos que ambas fuerzas del drama humano están ausentes en esta poesía. No hay exaltación vital como tampoco hay preocupación por el fin de las cosas. No hay vitalismo, sino esteticismo; no hay muerte, sino pura forma. La vida y la muerte se reducen, en Perito…, a lo que puedan dar de sí como generadores de belleza plástica y lingüística. Toro, Palmera, Gota de agua, Horno y luna, Noria son elementos naturales o culturales transformados en imágenes estéticas de un simbolismo tenue. El toro no es aún destino trágico, sino la muerte como acto de gloriosa belleza en toros y toreros; y la noria no supone condena para nadie más que para sí misma –cadena de ti misma, prometea-. El tema de estos poemas no va más allá de la pura belleza formal. Los motivos plásticos en los que se basan los poemas son modelos de belleza, pretextos para el juego estético lingüístico. Y a pesar de lo dicho, es cierto que el libro responde a un deseo más que irrefrenable, frenético, por alcanzar cimas poéticas altas. En la vida de MH, “Perito…” supone el culmen de una voluntad vital, un llegar a ser lo que se quiere ser, en el caso de nuestro poeta oriolano, uno de los mejores si no el mejor poeta del momento. Por otro lado, resulta paradójico que en obras muy tempranas como “El rayo que no cesa”, la vida para MH ya se nos revele completamente atravesada, entreverada, anegada por el sentimiento, el dolor de la muerte como experiencia –Elegía a Ramón Sijé-, pero sobre todo como idea. Así lo observamos en Un carnívoro cuchillo –corazón, que de la muerte/ nadie ha de hacerme dudar-, Umbrío por la pena, casi bruno -¡Cuánto penar para morirse uno-, Una querencia tengo por tu acento –tus sustanciales besos, mi sustento,/ me faltan y me muero sobre mayo-, Silencio de metal triste y sonoro –… las furias… son… pensamientos de muerte edificados-, Me llamo barro aunque Miguel me llame –antes que la sequía lo consuma/ el barro ha de volverte de lo mismo-, El toro sabe al fin de la corrida –que el sabor de la muerte es el de un vino/ que el equilibrio impide de la vida-, Yo sé que ver y oír a un triste enfada –adiós, amor, adiós hasta la muerte-, Como el toro he nacido para el luto, La muerte toda llena de agujeros -…humos fieros/ de general amor por cuanto nace-, a pesar de que el tema central del libro es el amor como presencia ineludible y corrosiva. La muerte no es, sin embargo, la salida a esa situación, sino que es un dolor añadido –MH se aleja de este modo de la concepción petrarquista y barroca del amor que llega más allá de la muerte-, y dolor más dolor, amor más muerte, darán como resultado la pena, la vida como penar –eludiendo por eso el mal presagio/ de que ni en ti siquiera habré seguro/ voy entre pena y pena sonriendo-.Existía, sin duda, una pulsión muy fuerte dentro del ánimo del poeta: la ambición, el orgullo, saberse un prodigio literario sin precedentes, sobre todo, después de la publicación de “Perito…”, libro que llegó a ser bastante conocido y alabado entre los poetas importantes de la época, entre ellos, Lorca, Juan Ramón y Neruda. No podía resultar fácil para Miguel haber sido reconocido por sus colegas y verse relegado después al trabajo en una notaría, donde se le pasarían interminablemente las horas en quehaceres rutinarios en los que no podía seguir desarrollando sus dotes de poeta. Hay una doble frustración en el amor que no llega a cristalizar en una mujer concreta y otra frustración que es la de no poder ser quien se quiere ser en las condiciones que a él le parecen adecuadas. La vida se llena de angustia, no es de extrañar, es un síndrome o un síntoma común en las personas con algún don especial, lo que hoy en día llamaríamos gente con altas capacidades.
Pero la paradoja continúa más tarde, o se completa, cuando observamos que en obras más tardías, sin ir más lejos, la última, “Cancionero y romancero de ausencias”, la que concibió en sus últimos momentos –pensando, por cierto, y es un dato importante, que sobreviviría a la enfermedad-. La muerte, ahora tan cercana, tan vivida por la experiencia de la guerra se ha convertido en una presencia casi imperceptible, que está a punto de devorarlo todo, pero que se oculta detrás de un velo sutil, el velo de la cotidianidad, de la convivencia natural. El “Cancionero…” es el gran libro escrito desde la ausencia y la añoranza de los seres queridos y dedicado a la vida soñada; es un libro idealista donde el sueño de felicidad se ve amenazado constantemente por una -sólo en apariencia- vaga idea de la muerte. Consigue MH un gran equilibrio en la expresión del deseo de vivir y la amenaza de esa vieja conocida: la parca. La esperanza de este hombre que ha sido calificado en muchas ocasiones como inocente, aparece remozada a pesar de que también está amenazada por la enfermedad y la muerte. Todavía tenía fuerzas cuando escribía, hay que suponer un largo periodo en que se encontraba bien, otro periodo final en el que ya no podía escribir ni una línea pero se encontraba consciente. El presagio de muerte prematura que ya se observa sobrevolando “El rayo…” (Eludiendo por eso el mal presagio/de que ni en ti siquiera habré seguro//Como el toro, he nacido para el luto…), aterriza y toma cuerpo en el “Cancionero…”. Recordemos a este respecto textos como El cementerio está cerca, el final del Vals de los enamorados –aventados se vieron/ como polvo liviano-, El sol, la rosa y el niño –entre las flores te fuiste-, Besarse mujer –besarse a la luna, /mujer, es besarnos/ en toda la muerte-, Llegó tan hondo el beso –el beso aquel que quiso/ cavar los muertos y sembrar los vivos-, Cada vez que paso – cada vez que paso/ junto al cementerio/ me arrastra la fuerza/ que aún sopla en tus huesos-, Llegó con tres heridas –la del amor/ la de la muerte/ la de la vida-, Cada vez más presente –como si un negro barco/ negro-, Llevadme al cementerio –de los zapatos viejos-, Muerto mío, muerto mío, Vida solar –de la noche final me has enlutado-, Era un hoyo no muy hondo, A mi hijo –Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío-, Orillas de tu vientre –voy alado a la agonía-, Hijo de la luz y de la sombra – eres la medianoche: la sombra culminante/ donde culmina el sueño, donde el amor culmina-, La boca –muerte reducida a besos/ a sed de morir despacio- Después del amor –después del amor, la tierra-, Guerra –detrás del innumerable/ muerto que jamás se aleja- Nanas de la cebolla –no te derrumbes-, Dime desde allá abajo –bajo la tierra quiero/ porque hacia donde cruzas/ quiere cruzar mi cuerpo-, Son míos, ¡Ay! Son míos –los bellos cuerpos muertos-, La fuerza que me arrastra –muerto mío, eres tú-, Cuando te hablo del muerto –se te quedan las manos/ quietas sobre mi cuerpo-….
En Viento del pueblo, la vida y la muerte se habían convertido en dos cuestiones que mantienen un perfecto equilibrio y que a su vez aparecen estrechamente relacionadas con el deber impuesto por las circunstancias. Vivir y morir por las gentes de España, por la justicia, por la revolución. Vivir para cantar, aventar, ser eco de las injusticias que se cometen contra el pueblo. Morir como consecuencia de ello si es necesario. La vida es una ofrenda, así como la propia muerte. En Sentado sobre los muertos, leemos, entre otros esclarecedores versos, los siguientes: aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene/ y aquí estoy para morir,/ cuando la hora me llegue,/ en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre/ varios tragos es la vida/ un solo trago es la muerte. En Vientos del pueblo me llevan, éstos: Si me muero, que me muera/ con la cabeza muy alta…/cantando espero a la muerte/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles/ y en medio de las batallas. Pero MH practica la poesía revolucionaria, y la misma idea que practica consigo mismo, la difunde entre sus compañeros. En la Canción del esposo soldado leemos es preciso matar para seguir viviendo, de ahí la constante excitación a la lucha, a dar la vida y ofrecer la muerte por la justicia. En Sentado sobre los muertos: asesina al que asesina,/ aborrece al que aborrece/ la paz de tu corazón/ y el vientre de tus mujeres; en Vientos del pueblo me llevan: los bueyes mueren vestidos/ de humildad y olor de cuadra; en El niño yuntero: ¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?…; Andaluces de Jaén:, Jaén, levántate brava…. Pero no todo es vida combativa en Viento del pueblo. En este libro, la muerte es también una asechanza sobre las esperanzas y las ilusiones de la vida sentimental y familiar, como leemos en la Canción del esposo soldado: mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo…
Pero la paradoja continúa más tarde, o se completa, cuando observamos que en obras más tardías, sin ir más lejos, la última, “Cancionero y romancero de ausencias”, la que concibió en sus últimos momentos –pensando, por cierto, y es un dato importante, que sobreviviría a la enfermedad-. La muerte, ahora tan cercana, tan vivida por la experiencia de la guerra se ha convertido en una presencia casi imperceptible, que está a punto de devorarlo todo, pero que se oculta detrás de un velo sutil, el velo de la cotidianidad, de la convivencia natural. El “Cancionero…” es el gran libro escrito desde la ausencia y la añoranza de los seres queridos y dedicado a la vida soñada; es un libro idealista donde el sueño de felicidad se ve amenazado constantemente por una -sólo en apariencia- vaga idea de la muerte. Consigue MH un gran equilibrio en la expresión del deseo de vivir y la amenaza de esa vieja conocida: la parca. La esperanza de este hombre que ha sido calificado en muchas ocasiones como inocente, aparece remozada a pesar de que también está amenazada por la enfermedad y la muerte. Todavía tenía fuerzas cuando escribía, hay que suponer un largo periodo en que se encontraba bien, otro periodo final en el que ya no podía escribir ni una línea pero se encontraba consciente. El presagio de muerte prematura que ya se observa sobrevolando “El rayo…” (Eludiendo por eso el mal presagio/de que ni en ti siquiera habré seguro//Como el toro, he nacido para el luto…), aterriza y toma cuerpo en el “Cancionero…”. Recordemos a este respecto textos como El cementerio está cerca, el final del Vals de los enamorados –aventados se vieron/ como polvo liviano-, El sol, la rosa y el niño –entre las flores te fuiste-, Besarse mujer –besarse a la luna, /mujer, es besarnos/ en toda la muerte-, Llegó tan hondo el beso –el beso aquel que quiso/ cavar los muertos y sembrar los vivos-, Cada vez que paso – cada vez que paso/ junto al cementerio/ me arrastra la fuerza/ que aún sopla en tus huesos-, Llegó con tres heridas –la del amor/ la de la muerte/ la de la vida-, Cada vez más presente –como si un negro barco/ negro-, Llevadme al cementerio –de los zapatos viejos-, Muerto mío, muerto mío, Vida solar –de la noche final me has enlutado-, Era un hoyo no muy hondo, A mi hijo –Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío-, Orillas de tu vientre –voy alado a la agonía-, Hijo de la luz y de la sombra – eres la medianoche: la sombra culminante/ donde culmina el sueño, donde el amor culmina-, La boca –muerte reducida a besos/ a sed de morir despacio- Después del amor –después del amor, la tierra-, Guerra –detrás del innumerable/ muerto que jamás se aleja- Nanas de la cebolla –no te derrumbes-, Dime desde allá abajo –bajo la tierra quiero/ porque hacia donde cruzas/ quiere cruzar mi cuerpo-, Son míos, ¡Ay! Son míos –los bellos cuerpos muertos-, La fuerza que me arrastra –muerto mío, eres tú-, Cuando te hablo del muerto –se te quedan las manos/ quietas sobre mi cuerpo-…. En Viento del pueblo, la vida y la muerte se habían convertido en dos cuestiones que mantienen un perfecto equilibrio y que a su vez aparecen estrechamente relacionadas con el deber impuesto por las circunstancias. Vivir y morir por las gentes de España, por la justicia, por la revolución. Vivir para cantar, aventar, ser eco de las injusticias que se cometen contra el pueblo. Morir como consecuencia de ello si es necesario. La vida es una ofrenda, así como la propia muerte. En Sentado sobre los muertos, leemos, entre otros esclarecedores versos, los siguientes: aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene/ y aquí estoy para morir,/ cuando la hora me llegue,/ en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre/ varios tragos es la vida/ un solo trago es la muerte. En Vientos del pueblo me llevan, éstos: Si me muero, que me muera/ con la cabeza muy alta…/cantando espero a la muerte/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles/ y en medio de las batallas. Pero MH practica la poesía revolucionaria, y la misma idea que practica consigo mismo, la difunde entre sus compañeros. En la Canción del esposo soldado leemos es preciso matar para seguir viviendo, de ahí la constante excitación a la lucha, a dar la vida y ofrecer la muerte por la justicia. En Sentado sobre los muertos: asesina al que asesina,/ aborrece al que aborrece/ la paz de tu corazón/ y el vientre de tus mujeres; en Vientos del pueblo me llevan: los bueyes mueren vestidos/ de humildad y olor de cuadra; en El niño yuntero: ¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?…; Andaluces de Jaén:, Jaén, levántate brava…. Pero no todo es vida combativa en Viento del pueblo. En este libro, la muerte es también una asechanza sobre las esperanzas y las ilusiones de la vida sentimental y familiar, como leemos en la Canción del esposo soldado: mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo…
El hombre acecha trata del origen de todos los males del hombre, del origen y la causa de tanta muerte. MH se desmorona al saber que la causa del dolor, de la muerte, de la destrucción, de la guerra es el hombre y nadie más que el hombre. En el mundo caótico donde se está desarrollando la vida de MH, la vida es natural, pero la muerte ha dejado de serlo. El ser humano, los animales y las plantas viven de forma natural, pero mueren a manos del hombre. La muerte queda identificada con el ser humano, principal depredador de sí mismo. Se ha retirado el campo/ al ver abalanzarse/ crispadamente al hombre, así arranca el libro en su Canción primera. Y ese afán destructor nace del hambre: el hambre es el primero de los conocimientos:/ tener hambre es la cosa primera que se aprende./ Y la ferocidad de nuestros sentimientos,/ allá donde el estómago se origina, se enciende…/Entonces solo sabe del mal, del exterminio./ Inventa gases, lanza motivos destructores,/ regresa a la pezuña, retrocede al dominio/ del colmillo, y avanza sobre los comedores…En medio de tanta desolación, guarda MH un lugar para el petrarquismo –amor más allá de la muerte- en los versos aunque bajo la tierra/ mi amante cuerpo esté/ escríbeme a la tierra/ que yo te escribiré que contrastan con los extraídos del mismo poema cartas que se quedan vivas/ hablando para los muertos. La muerte es heroica y demanda solemnidad cuando ronda a los soldados en El soldado y la nieve –la frialdad se abalanza, la muerte se deshoja- o a los heridos en El tren de los heridos –Silencio que naufraga en el silencio/ de las bocas cerradas de la noche. / No cesa de callar ni atravesado. / Habla el lenguaje ahogado de los muertos. La muerte convertirá al poeta en un corazón helado en varios tomos en Llamo a los poetas. Y es una ofrenda a la madre España, a la tierra, a quien termina por ofrecer también las vidas de su mujer y su hijo en los versos Además de morir por ti, pido una cosa: / que la mujer y el hijo que tengo, cuando pasen, / vayan hasta el rincón que habite de tu vientre, / madre.
EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Los viajes de Miguel Hernández a Madrid supondrán un abandono de la arcadia perfumada y sagrada dominada por el conservadurismo y la fe ciega del dogmatismo y un distanciamiento poético e ideológico de su amigo Ramón Sijé. Su progresiva, aunque difícil inserción en los ambientes intelectuales, políticamente liberales del Madrid de los años treinta provocará el abandono, el desarraigo, el desapego y, por ende, la creación DE formas menos ceremoniosas y crípticas de su poesía. El progresivo “olvido de Dios” o el abandono gradual de los signos religiosos en la poesía de MH se van equiparando a la autodefinición que ofrece como poeta: una “voz de las venas de la tierra”. Tal definición no es gratuita si valoramos que el salto discursivo emprendido desde El rayo que no cesa hasta Viento del pueblo no es meramente estilístico o temático, sino también ideológico. Nace con este libro la estirpe de poemas estrechamente ligados a las circunstancias históricas, a la testificación del presente, a una historia que se va haciendo en la urgencia de la guerra, en la exaltación social y política de los desposeídos –“la carne de barro”, como ha sido articulada una de sus mayores metáforas- trabajadores españoles sometidos al yugo, a la ignorancia y al olvido. Ofrece MH con estos poemas un proceso épico: el yo inserto en el colectivo, un yo que se alza como representante y depositario de una verdad que debe ser dicha, gritada, desde “el instrumento” lírico, desde la voz poética, articulada como arma reivindicativa, combatiente, revolucionaria. Hernández también encarnará la metáfora del ruiseñor enjaulado: poseerá el canto bello apresado por unas circunstancias terribles, por el horror de la guerra y, en definitiva por las “acechanzas” del hombre exterminador de otros hombres, como es el caso de El hombre acecha.Su poesía, mascullando a María Zambrano, “arisca y desterrada viene a decir todas las verdades inconvenientes”, pues se hace portadora de una actitud política insertándose en la preocupación social, la meditación sobre el discurrir del presente, sin soslayar en la mayoría de sus creaciones la amplia sensibilidad y belleza que había dominado su primera etapa y que subyace o vibra bajo otras búsquedas literarias. La militancia de MH en el comunismo menos radical, entendido como exaltación del trabajo, como condena del fascismo y la burguesía fiera y esclavizante, le otorgan al poeta una visión profética y una misión en la restitución del orden, la paz, la justicia, la república, etc. De allí, por ejemplo la fogosidad en sus poemas de la clase trabajadora, de los niños yunteros en Viento del pueblo o la apoteosis de ideas tales como “trabajo”, “progreso”, “esfuerzo” en poemas como “Rusia”, “Las manos” o “El Sudor
”. Se ha dicho, por ejemplo, que la poesía de MH escrita durante la Guerra Civil es una poesía de urgencia, menoscabada por ciertas formas panfletarias y sectarias de su posición política, pero lo cierto es que MH representa y encarna, tal como dirá Juan Ramón Jiménez tiempo después, la difícil conjunción de poeta y combatiente. El supuesto carácter panfletario es un añadido interpretativo a posteriori de ciertos sectores empeñados en subordinar de forma exclusiva el arte a una determinada posición política. Durante este periodo, entre Viento del pueblo y El hombre acecha, la poética de MH integra de forma contumaz las invocaciones de la pasión y los sentimientos y el entramado de una verdad material, histórica, pero ambas se expresan bajo la égida de una subjetividad particular, siempre poética. Por ello, la asunción del poeta del pueblo será emergente como “silbo vulnerado”, irrumpiendo con metáforas del aire, del viento que sopla y canta verdades en un terrible clamor o grita iracundo las injusticias o el dolor terrible de la acechanza y la monstruosidad humana.El tono de El hombre acecha se torna meditativo, pero es quizá una meditación iracunda. Si en Viento del pueblo, los poetas son depositarios de la voz del colectivo al que representa, para clamar los signos de una revolución por y desde la palabra, en El hombre acecha, en cambio, la voz se sumerge en una profunda condena, en un combate abierto y decidido, ya no tanto por ideal de nación, sino más bien por el calado y las consecuencias funestas de la guerra, de la pérdida de un sueño de libertad, la intensificación de las injusticia, del mal reparto de las riquezas, el combate feroz al fascismo, etc. Se advierte en este poemario un tono profundamente admonitorio, poblado de fuertes y procaces ironías, sonoras imprecaciones que intensifican la violencia de una pasión sobre el hecho condenado (como los “hombres viejos”, el fascismo, la ignorancia, etc.), producto de una ira desmedida que se acentúa por el extravío y la pérdida de los ideales; unos versos exaltados por el sarcasmo o la crítica tenaz al bando de los vencedores de la guerra, o el maridaje de la iglesia y el sistema político impuesto (como en “El hambre”), la profunda tristeza, el canto dolorido de los heridos de España (como en “Las cárceles” o “El tren de los heridos”)… El hombre acecha procura aquella advertencia anunciada por Miguel de Unamuno al bando de los ganadores de la guerra y, por ende, a la propagación del fascismo “Venceréis, pero no convenceréis”. MH hace suyo el convencimiento de una razón y una pasión (lo político y lo social) no por el instrumento de la fuerza sino por los gritos de su sentido poético. La desolación y el desamparo que vive España, víctima de la indiferencia de Europa, como bien siente y explica María Zambrano en su libro La agonía de Europa, se convierte en cántico poético en MH. Puede verse, por tanto, que el conflicto español como fuente agónica en lo social, en lo político, será en lo poético uno de los linderos y de las meditaciones fundamentales en la poesía de MH más comprometida. El “Cancionero y romancero de ausencias” destila ahora un compromiso con el ser humano, con lo humano del ser humano, con la ternura, con la vida. Después de la trinchera, después del hospital de guerra y más allá de su ideología, no le queda a Miguel otro motivo con el que comprometerse que el del amor (Tristes, guerras/ Menos tu vientre/ Antes del odio/ Guerra…). Y no se trata, en absoluto, de un desdecirse, sino de un descubrimiento trascendente: la guerra, la política, todo ha sido un añadido a lo que de verdad importa: la vida, la muerte, el amor a la esposa y al hijo. Miguel se despide con un canto a la vida en la plenitud del amor, siempre bajo la sombra acechante de la muerte. Morirá con la cabeza bien alta, sin retractarse, coherente con su carácter de continuo orgulloso, pero sin dedicar ni un verso más a la política. Ni buscaba el perdón, ni el reproche a sus compañeros perdedores que en tantas ocasiones le decepcionaron. En el proceso de quintaesenciar su vida y su poesía, política y guerra han quedado completamente excluidas.